Es absurdo asumir que el asedio a las Prefecturas resulta del desbordamiento espontáneo de los movimientos sociales. Es inocente, a su vez, suponer que el gobierno tiene una convicción clara respecto a principios elementales de alteración de poder, no sin contradicciones y cabildos. Después de todo, no podemos olvidar que lo “histórico” hace que la imposición sea ahora una legitima manifestación y reversión de 500 años de discriminación e injusticia. Por ende, llegará también el momento en el cual será insensato seguir defendiendo lo “indefendible”, es decir, las más básicas reglas de juego que permiten una convivencia democrática.
Dudo que los prefectos Paredes y Reyes Villa tengan vocación de mártir, y por grande su amor a la patria, democracia y libertad, parece que tendrán que elegir entre ‘defender lo indefendible’, o su integridad física, y la de sus familias. Ese momento – cuando el capricho y prepotencia de la turba desgaste por fin la democracia - no quedará otra opción que empezar a desarrollar un “Plan B”. Empecemos entonces.
En primer lugar, aun cargando credencial del partido oficialista, hay que despreocuparse por participar en la administración del Estado. Los puestos ya están comprometidos, y ello debería brindar el primer respiro. En segundo lugar, la salud del Estado está muy bien resguardada, debido a que los precios del gas, estaño y acero se mantendrán elevados, y durante muchos años por venir llenarán las arcas. Por ende no caeremos al nivel de Haití o Zimbabwe, y ello también debería brindar tranquilidad. Por ultimo, se debe encontrar algún bastión inexpugnable, un espacio tan elemental, que permita proteger los derechos básicos de las grandes mayorías, para evitar una caída aun mayor en la calidad de vida.
Uno de los elementos unificadores implícitos de las organizaciones sociales – eufemismo de grupos de choque de la nueva ‘involución a cuotas’ – es el resentimiento hacia quienes se aprovecharon del poder político para hacer fortuna. Unos cuantos se aprovecharon, y ahora la sociedad entera debe pagar la factura. Pero para poder pagarla, debemos convertirnos rápidamente en auténticos expertos del arte de construir una sociedad mas justa y equitativa, y para ello debemos entender “por qué” una economía basada en la libertad, es más eficiente y justa que una economía basada en la represión y el control político.
Es ‘indefendible’ defender la libertad, cuando no ha representado para el conjunto un mecanismo para avanzar de igual manera la condición de todos los que se esfuerzan y trabajan con dignidad. La libertad solo tiene sentido cuando las reglas permiten premiar su esfuerzo y capacidad. En este sentido, el pasado de nuestra patria es oscuro, y ahora debemos rectificar el daño cometido, sobre todo la arrogancia y racismo de quienes se beneficiaron de no ser iguales.
El bastión inexpugnable, ese espacio elemental desde el cual empieza la resistencia pasiva, es el ámbito privado de nuestra conciencia individual. Debemos ser concientes y convencidos que somos iguales ante Dios y las leyes. Si somos capaces de profundizar ese concepto básico, si empezamos a practicarlo, cual protesta pacifica, defenderemos así lo poco que por el momento es defendible: nuestro propio sentido de justicia.
Peleado en las calles no encontraremos respiro al asedio en el que se encuentra la sociedad, y tal vez pronto debamos incluso ceder todo el control político a la “involución a cuotas” del extremismo social. Entonces, el único respiro vendrá de la convicción que debemos avanzar la igualdad, aunque nos cueste dar la otra mejilla. La igualdad puede lograrse confiscando la propiedad privada, o avanzando un sistema justo, en el cual se premie la educación, la honestidad y el esfuerzo. Para avanzar el segundo escenario, primero debemos ser honestos en cuanto a nuestra visión, educarnos en cuanto al alcance de la libertad, y esforzarnos por ser más justos. El Plan B, entonces, es salvarnos de nosotros mismos, de nuestro racismo y arrogancia, y empezar a sentar en nuestra propia mente y corazón las bases de un mejor destino. La idea no es solo dejar que pase la tormenta, sino que cada uno empiece a educarse sobre la importancia de la libertad e igualdad, para que pronto y para todos salga el sol.
jueves, 8 de febrero de 2007
Pecado Cívico
Encomiendo respetuosamente a los poderes celestiales correspondientes considerar como pecado el “suponer”. Sugiero dicha medida, porque de lo contrario uno podría suponer– a esta altura de nuestro desarrollo democrático e institucional – que por lo menos en Copacabana se darían las condiciones para conductas racionales enmarcadas en el diálogo, que conduzcan a óptimos acuerdos cívicos mediados por las autoridades electas. El vacío de poder y de racionalidad en el proceso de resolución del conflicto es alarmante, debido a que uno supondría que la proximidad entre las comunidades del Lago Titicaca haría entender a quienes hoy bloquean el turismo y desarrollo económico, que los métodos que están siendo utilizados tan solo pueden rezagar el progreso de todos.
Aprovechando que aun no es pecado, procedo a “suponer” que el conflicto entre regiones, clases y partidos que se ha encendido cual fuego forestal, aun puede ser apagado mediante la aplicación de cierta racionalidad a las posturas radicales asumidas por ambos bandos. La consideración más elemental del bien común debería ser suficiente para encaminar el conflicto hacia un terreno en el cual prime la cordura y el dialogo. Sin embargo, el lenguaje maniqueo que está siendo utilizado está determinando todo lo contrario, y pareciera que nos enfilamos hacia un abismo en el cual todos hemos de perder.
Cuando el proceder político se centra en deslegitimar la posición de otro, el encontrar un sendero democrático y pacífico que permita resolver las diferencias se torna arduo he innecesariamente laborioso. Pero es tal la polarización de la sociedad, que me cuesta suponer que aun existen ciudadanos cuya postura no esté alimentada ya sea por un racismo denigrante que tanto mal ha hecho a nuestra nación, o por un resentimiento social que está también creando nefastas condiciones para nuestro devenir. Razones para oponerse al otro siempre existen, pero la racionalidad del proceso deliberativo se pierde cuando la estrategia se basa en satanizar las intenciones y esbozar una caricatura que permita reducir al otro a la condición de enemigo.
No entiendo como se supone que hemos de entrar en un proceso deliberativo en la Asamblea Constituyente, cuando las posiciones ya han sido encontradas, y sobre todo cuando el juego político ha entrado en dinámicas de suma cero, en la cual una mitad debe ganar lo que la otra pierde. Si esa es la madurez política de nuestros líderes, si no podemos suponer la más mínima capacidad de forjar condiciones para la estabilidad de nuestra sociedad, y si el futuro está enmarcado en una lucha intransigente entre dos bandos que continuarán reduciendo y desligitimando la posición del otro, Copacabana es y seguirá siendo el modelo de nuestra capacidad política. Los ciudadanos que pronto estaremos entre fuego cruzado tenemos la responsabilidad cívica de hacer por lo menos un llamado a que las partes utilicen argumentos, basen sus posiciones en principios, y dejen de utilizar tácticas medievales de confrontación entre grupos sociales cuyos futuros están intrínsicamente relacionados. No debemos suponer que es obvio que la actual estrategia tan solo puede llevar a Bolivia al derrotero de la infamia común. Pero si suponemos que se entiende que el reducir nuestra deliberación a “ellos” contra “nosotros” tan solo puede desembocar en un estancamiento nacional, y por ende será una estrategia evitada por nuestro lideres, seguiremos pecando de inocentes y seremos merecedores del infierno que nos depara.
Aprovechando que aun no es pecado, procedo a “suponer” que el conflicto entre regiones, clases y partidos que se ha encendido cual fuego forestal, aun puede ser apagado mediante la aplicación de cierta racionalidad a las posturas radicales asumidas por ambos bandos. La consideración más elemental del bien común debería ser suficiente para encaminar el conflicto hacia un terreno en el cual prime la cordura y el dialogo. Sin embargo, el lenguaje maniqueo que está siendo utilizado está determinando todo lo contrario, y pareciera que nos enfilamos hacia un abismo en el cual todos hemos de perder.
Cuando el proceder político se centra en deslegitimar la posición de otro, el encontrar un sendero democrático y pacífico que permita resolver las diferencias se torna arduo he innecesariamente laborioso. Pero es tal la polarización de la sociedad, que me cuesta suponer que aun existen ciudadanos cuya postura no esté alimentada ya sea por un racismo denigrante que tanto mal ha hecho a nuestra nación, o por un resentimiento social que está también creando nefastas condiciones para nuestro devenir. Razones para oponerse al otro siempre existen, pero la racionalidad del proceso deliberativo se pierde cuando la estrategia se basa en satanizar las intenciones y esbozar una caricatura que permita reducir al otro a la condición de enemigo.
No entiendo como se supone que hemos de entrar en un proceso deliberativo en la Asamblea Constituyente, cuando las posiciones ya han sido encontradas, y sobre todo cuando el juego político ha entrado en dinámicas de suma cero, en la cual una mitad debe ganar lo que la otra pierde. Si esa es la madurez política de nuestros líderes, si no podemos suponer la más mínima capacidad de forjar condiciones para la estabilidad de nuestra sociedad, y si el futuro está enmarcado en una lucha intransigente entre dos bandos que continuarán reduciendo y desligitimando la posición del otro, Copacabana es y seguirá siendo el modelo de nuestra capacidad política. Los ciudadanos que pronto estaremos entre fuego cruzado tenemos la responsabilidad cívica de hacer por lo menos un llamado a que las partes utilicen argumentos, basen sus posiciones en principios, y dejen de utilizar tácticas medievales de confrontación entre grupos sociales cuyos futuros están intrínsicamente relacionados. No debemos suponer que es obvio que la actual estrategia tan solo puede llevar a Bolivia al derrotero de la infamia común. Pero si suponemos que se entiende que el reducir nuestra deliberación a “ellos” contra “nosotros” tan solo puede desembocar en un estancamiento nacional, y por ende será una estrategia evitada por nuestro lideres, seguiremos pecando de inocentes y seremos merecedores del infierno que nos depara.
Etiquetas:
poderes celestiales
Salvar a la Humanidad
El 12 de octubre ha sido nombrado “día de la liberación”, y en ese día el presidente de la República públicamente ha pedido mi sugerencia. Ante la noble misión que envuelve a nuestro mandatario, no puedo negar ser instrumento también del insospechado destino de nuestra nación: liberar a toda la humanidad. El propósito va más allá de negarles a Europa y a EEUU nuestra mano de obra, al reducir la migración boliviana mediante políticas de intercambio comercial que beneficien nuestra economía. Es el equilibrio ecológico el que está en peligro, y hay que actuar para liberar a la Pacha Mama Grande de la salvaje codicia y arrogancia de sus hijos.
El mundo occidental, y las potencias que sustentan su cosmovisión, han encontrado en el fundamentalismo islámico una excelente excusa para atropellar los derechos humanos, satanizar a la prensa (Bob Woodward), y crear una psicosis del “enemigo” que les permite justificar estrategias para mantener hegemonía política sobre el planeta. Una de las estrategias del fundamentalismo es precisamente crear un enemigo, porque cuando la gente vive con miedo, es más fácil imponerles una verdad absoluta, y deslegitimar su derecho a expresar su oposición. En este sentido, pareciera que Bush entiende que hay que pelear fuego con fuego, y en nombre de combatir al fundamentalismo, él es un fundamentalista también.
El problema es que somos incapaces de entender la realidad en otros términos que no sean los nuestros. Pero la realidad es mucho más compleja de lo que podemos observar desde nuestra prejuiciada perspectiva. De esta manera, Bush nunca entendió a los iraquíes, ni entiende las razones, miedos, y esperanzas de palestinos, libaneses, chinos o bolivianos. Se aferra, al igual que el resto de la humanidad, a su verdad, y desprecia la “otroidad” - la posibilidad que la “verdad” del otro sea también legitima.
El mundo entero ve con preocupación que – en nombre de la democracia – se juzgue a las personas por lo que son (fundamentalistas islámicos), y no por lo que han hecho. Pero cuando se empieza a utilizar el miedo para justificar el aplastar a la oposición y restarle su derecho de defender su verdad, se está siendo igualmente terrorista. Usted, Señor presidente, tiene la autoridad moral a nivel mundial para hacer un llamado para que el Occidente deje de utilizar metodologías maniqueas y se desarrolle la capacidad de entender al mundo en su hermosa complejidad.
Usted habla de “justas ganancias” para quienes asumen riesgos de inversión. Esa es una excelente señal, y demuestra que usted entiende la necesidad de crear incentivos para la inversión en nuestro país. Sin embargo, luego ataca al capitalismo, como si fuese algo reducible a una esencia maléfica. Las palabras no pueden enunciarse a la ligera, y lo que usted dice impacta la manera del resto de nosotros de entender nuestra realidad. Por ende, si usted intenta satanizar al libre mercado, está siendo fundamentalista, y está enviando señal mezcladas, que permiten reducir todo a una verdad absoluta, pero incompleta. Otro ejemplo: En Televisión Boliviana “explicaron” los “verdaderos motivos” detrás de los sindicalistas que tienen diferencias políticas con el gobierno, mostrando sus foto y correspondiente afiliación partidaria. Es decir, se los juzga por lo que son (tronquistas, comunistas podemistas), y no por lo que dicen o hacen. En la Asamblea Constituyente el mejor argumento es “mentarle” al abuelo a la oposición, y juzgarlos por lo que hicieron sus antepasados. Una vez más, es juzgar por lo que uno es, y no por lo que uno hace, cree, o piensa.
Su propósito de salvar a la humanidad del fundamentalismo occidental es noble y necesario. Necesitamos del equilibrio. Pero si realmente desea ayudar al mundo, sugiero que empiece ayudando a su propio pueblo, manteniendo la credibilidad de su investidura, sin contradicciones, dándonos a todos el ejemplo de una posición que intenta entender al otro, y las otras realidades, en su complejidad, y no así bajo la perspectiva miope del prejuicio. Sugiero, con mucho respeto, ayude a derrotar una mala metodología, dando al mundo entero el ejemplo.
El mundo occidental, y las potencias que sustentan su cosmovisión, han encontrado en el fundamentalismo islámico una excelente excusa para atropellar los derechos humanos, satanizar a la prensa (Bob Woodward), y crear una psicosis del “enemigo” que les permite justificar estrategias para mantener hegemonía política sobre el planeta. Una de las estrategias del fundamentalismo es precisamente crear un enemigo, porque cuando la gente vive con miedo, es más fácil imponerles una verdad absoluta, y deslegitimar su derecho a expresar su oposición. En este sentido, pareciera que Bush entiende que hay que pelear fuego con fuego, y en nombre de combatir al fundamentalismo, él es un fundamentalista también.
El problema es que somos incapaces de entender la realidad en otros términos que no sean los nuestros. Pero la realidad es mucho más compleja de lo que podemos observar desde nuestra prejuiciada perspectiva. De esta manera, Bush nunca entendió a los iraquíes, ni entiende las razones, miedos, y esperanzas de palestinos, libaneses, chinos o bolivianos. Se aferra, al igual que el resto de la humanidad, a su verdad, y desprecia la “otroidad” - la posibilidad que la “verdad” del otro sea también legitima.
El mundo entero ve con preocupación que – en nombre de la democracia – se juzgue a las personas por lo que son (fundamentalistas islámicos), y no por lo que han hecho. Pero cuando se empieza a utilizar el miedo para justificar el aplastar a la oposición y restarle su derecho de defender su verdad, se está siendo igualmente terrorista. Usted, Señor presidente, tiene la autoridad moral a nivel mundial para hacer un llamado para que el Occidente deje de utilizar metodologías maniqueas y se desarrolle la capacidad de entender al mundo en su hermosa complejidad.
Usted habla de “justas ganancias” para quienes asumen riesgos de inversión. Esa es una excelente señal, y demuestra que usted entiende la necesidad de crear incentivos para la inversión en nuestro país. Sin embargo, luego ataca al capitalismo, como si fuese algo reducible a una esencia maléfica. Las palabras no pueden enunciarse a la ligera, y lo que usted dice impacta la manera del resto de nosotros de entender nuestra realidad. Por ende, si usted intenta satanizar al libre mercado, está siendo fundamentalista, y está enviando señal mezcladas, que permiten reducir todo a una verdad absoluta, pero incompleta. Otro ejemplo: En Televisión Boliviana “explicaron” los “verdaderos motivos” detrás de los sindicalistas que tienen diferencias políticas con el gobierno, mostrando sus foto y correspondiente afiliación partidaria. Es decir, se los juzga por lo que son (tronquistas, comunistas podemistas), y no por lo que dicen o hacen. En la Asamblea Constituyente el mejor argumento es “mentarle” al abuelo a la oposición, y juzgarlos por lo que hicieron sus antepasados. Una vez más, es juzgar por lo que uno es, y no por lo que uno hace, cree, o piensa.
Su propósito de salvar a la humanidad del fundamentalismo occidental es noble y necesario. Necesitamos del equilibrio. Pero si realmente desea ayudar al mundo, sugiero que empiece ayudando a su propio pueblo, manteniendo la credibilidad de su investidura, sin contradicciones, dándonos a todos el ejemplo de una posición que intenta entender al otro, y las otras realidades, en su complejidad, y no así bajo la perspectiva miope del prejuicio. Sugiero, con mucho respeto, ayude a derrotar una mala metodología, dando al mundo entero el ejemplo.
Etiquetas:
12 de octubre,
dia de la raza,
salvar a la humanidad
Lamentables Juegos de la Mente
Lo lógica binaria debe, por diseño, ser draconiana cuando se aplica a las abstracciones de la mente. Sin embargo, en el mundo de las consecuencias humanas - que son concretas e inexorables – el obsesionarse con que la vida sea perfectamente simétrica y que exista absoluta certeza al definir relaciones de causa y efecto, puede tener consecuencias contrarias a nuestra mejor voluntad. Y aunque es cierto que “la ley es la ley”, también es cierto que hay que mantener cierta proporcionalidad en nuestros actos, hay que respetar el precepto legal de “debido proceso” que presupone inocencia, y hay que saber elegir nuestras batallas . No obstante, mientras sigue en vilo el tipo de Pacto Social que hemos de acordar todos los bolivianos, con un infantil afán de exclamar “pescotis”, la oposición descarga con furia su arsenal político para demostrar que en YPFB hubieron irregularidades administrativas al firmar un contrato con Iberoamérica Trading SRL.
Desplegando simétricos reflejos, el gobierno ahora se sacude de la arremetida contestando: “tu lo serás”. Y en lugar de entender las deficiencias del políticamente inexperto manejo de un informe que – lejos de ser un veredicto – simplemente señala “indicios” de responsabilidad administrativa, ahora se pretende sentar en el banquillo de acusados a la mismísima nacionalización, con las correspondientes amenazas de defenderla en la calle. De esta manera, se está politizando una investigación, se está malgastando capital político, y se están creando las condiciones para profundizar – esta vez posiblemente con manifestaciones perniciosas – la polarización de esta nación.
La democracia tiene como uno de sus objetivos precisamente fortalecer las instituciones que – representativamente – manejan los conflictos de la sociedad. Por otra parte, un Estado de Derecho debe garantizar que quienes actúen en representación del estado, lo hagan con probidad. Lo que pareciera se pretende – al hacer un ejemplo de Alvarado – es castigar antes de permitir siquiera se descarguen las pruebas, con el maquiavélico fin de atizar precisamente el conflicto social. Con su actitud papista e impulsividad desproporcionada, la oposición simplemente está haciendo evidente la inmadurez política que domina nuestro sistema democrático. Lo peor de todo es parece que estamos en manos de mocitos aprendices, en ambos lados de la valla.
En contraste a la lógica binaria, la lógica aymara va más allá del “si” (jisa) y el “no” (jani), del “verdadero” o “falso”, e incorpora una tercera posibilidad: inasa (capaz que si, capaz que no). Renato Aguirre explica, “Los opuestos pueden ser complementarios “por la buena” (yanani), como una pierna con la otra, o ser absolutamente irreconciliables (awqa), como el día y la noche. Los últimos se “complementan” turnándose (kuti) para evitar el enfrentamiento y mantener la armonía”. La lógica aymara tal vez no sea aplicable al imperativo legal de crear certeza en nuestra conducta, o al definir si hubo o no transparencia administrativa. Pero tal vez permita desarrollar una estrategia política cuyo objetivo vaya más allá de encontrarle tres pies al gato, y forjar así una estrategia que logre crear condiciones para institucionalizar conductas democráticas, no la menor de ellas la presunción de inocencia y el respeto al debido proceso.
Tenemos en frente una verdadera disyuntiva, un verdadero reto político, y es acordar el carácter de la Asamblea Constituyente, y luego definir la nación que ha de surgir del proceso. Nuestro enfoque debería estar en el plato de fondo, pero en vez estamos peleándonos por las migajas morales que caen del panero. El espíritu de la ley es también lograr conductas que avancen el bien común, y no idolatrar procesos administrativos con el objetivo de manchar reputaciones, o restarle credibilidad a un proyecto. Pero en el mundo del bien y el mal, nos empecinamos en definir (esta vez lo “transparente”), sin prever que – al hacerlo – tal vez estemos creando excusas para reacciones emotivas, que luego puedan manifestarse precisamente en contra del crear condiciones para por fin instituir en Bolivia un verdadero Estado de Derecho, y un verdadero apego a la ley.
Desplegando simétricos reflejos, el gobierno ahora se sacude de la arremetida contestando: “tu lo serás”. Y en lugar de entender las deficiencias del políticamente inexperto manejo de un informe que – lejos de ser un veredicto – simplemente señala “indicios” de responsabilidad administrativa, ahora se pretende sentar en el banquillo de acusados a la mismísima nacionalización, con las correspondientes amenazas de defenderla en la calle. De esta manera, se está politizando una investigación, se está malgastando capital político, y se están creando las condiciones para profundizar – esta vez posiblemente con manifestaciones perniciosas – la polarización de esta nación.
La democracia tiene como uno de sus objetivos precisamente fortalecer las instituciones que – representativamente – manejan los conflictos de la sociedad. Por otra parte, un Estado de Derecho debe garantizar que quienes actúen en representación del estado, lo hagan con probidad. Lo que pareciera se pretende – al hacer un ejemplo de Alvarado – es castigar antes de permitir siquiera se descarguen las pruebas, con el maquiavélico fin de atizar precisamente el conflicto social. Con su actitud papista e impulsividad desproporcionada, la oposición simplemente está haciendo evidente la inmadurez política que domina nuestro sistema democrático. Lo peor de todo es parece que estamos en manos de mocitos aprendices, en ambos lados de la valla.
En contraste a la lógica binaria, la lógica aymara va más allá del “si” (jisa) y el “no” (jani), del “verdadero” o “falso”, e incorpora una tercera posibilidad: inasa (capaz que si, capaz que no). Renato Aguirre explica, “Los opuestos pueden ser complementarios “por la buena” (yanani), como una pierna con la otra, o ser absolutamente irreconciliables (awqa), como el día y la noche. Los últimos se “complementan” turnándose (kuti) para evitar el enfrentamiento y mantener la armonía”. La lógica aymara tal vez no sea aplicable al imperativo legal de crear certeza en nuestra conducta, o al definir si hubo o no transparencia administrativa. Pero tal vez permita desarrollar una estrategia política cuyo objetivo vaya más allá de encontrarle tres pies al gato, y forjar así una estrategia que logre crear condiciones para institucionalizar conductas democráticas, no la menor de ellas la presunción de inocencia y el respeto al debido proceso.
Tenemos en frente una verdadera disyuntiva, un verdadero reto político, y es acordar el carácter de la Asamblea Constituyente, y luego definir la nación que ha de surgir del proceso. Nuestro enfoque debería estar en el plato de fondo, pero en vez estamos peleándonos por las migajas morales que caen del panero. El espíritu de la ley es también lograr conductas que avancen el bien común, y no idolatrar procesos administrativos con el objetivo de manchar reputaciones, o restarle credibilidad a un proyecto. Pero en el mundo del bien y el mal, nos empecinamos en definir (esta vez lo “transparente”), sin prever que – al hacerlo – tal vez estemos creando excusas para reacciones emotivas, que luego puedan manifestarse precisamente en contra del crear condiciones para por fin instituir en Bolivia un verdadero Estado de Derecho, y un verdadero apego a la ley.
Para descifrar y no discriminar
Es poco auspicioso que el 50% de la nueva tanda de los Diputados Nacionales fue incapaz de cumplir con los requisitos de la Corte Nacional Electoral. Si no fuera tan generalizada la improvisación con la que actuaron nuestros “líderes” para auto descalificarse, no faltaría quien acuse al sistema de una conspiración para obstaculizar una participación democrática. Pero no es una conspiración, es más bien un síntoma de la mediocridad de quienes han conducido y habrán de conducir el destino de nuestro país.
Pero, ¿acaso un Representante Nacional debe necesariamente ser inteligente, educado o carismático? La política no es un arte oculto que tan solo unos cuantos pueden descifrar, o peor aún, una ciencia a la cual solo unos cuantos están calificados para ser iniciados. La política – al igual que las leyes – es una manifestación de la racionalidad y sabiduría colectiva, y aunque los futuros Congresistas deberán estudiar y entender procedimientos y normas básicas, lo que deben llevar al hemiciclo, además de honestidad y voluntad de servicio, es el sentido común de los ciudadanos a quienes representan. Pensar que un candidato debe ser un “iniciado” en la ciencia o “arte oculto” de la política, o para ser un poco más contundente en el argumento, de cumplir siquiera con la condición de saber leer o escribir, es discriminar contra los derechos de una vasta población que es analfabeta.
Habiendo dicho esto, tampoco existe una manera democrática de obligar a la población a aceptar ciertas deficiencias - reales o subjetivas - en sus representantes, y la población tiene absoluta prerrogativa de emitir un voto utilizando la condición que mejor le parezca. Existen sociedades muy democráticas donde un católico difícilmente puede ser electo, y otras en las cuales la infidelidad matrimonial de un candidato no es aceptada como argumento electoral. Los bolivianos, recientemente hemos sido categorizados como una de las sociedades menos tolerantes. Estas elecciones pondrán nuestra tolerancia y diversidad a prueba con dos candidatos de un origen étnico diferente al grupo étnico que siempre ha aportado uno de los suyos para el sillón presidencial, uno con padres nacidos en Japón, y el otro nacido en el ayllu Sulca. Ser diferente no debe ser un factor discriminante, pero tampoco es condición suficiente para ejercer el poder.
La historia no tiene derechos u obligaciones, y por ende es difícil argumentar en contra del “derecho” de las fuerzas de la historia a “espontáneamente” emerger para enmendar las omisiones de quienes mal utilizan el poder. Pero un candidato si, por lo menos si quiere obtener nuestro voto, y lo que dice es la primera responsabilidad que ejerce como aspirante a nuestro mandato. Sin embargo, por un lado escucho la facilidad con la que se intenta deslegitimar candidaturas apelando a si se recibirá o no la bendición imperial. Por el otro escucho como se atiza el fuego del descontento, y en lugar de revalidar el proceso democrático mediante una actitud investida de serenidad presidencial, prefieren quitarle brillo con una retórica incendiaría. Decía yo hace poco que me “estaba quedando sin amigos”. No era lo que necesariamente deseaba, pero lo decía. Ahora que por fin se ha cumplido mi subconsciente anhelo, me doy cuenta que no solo hay que tener cuidado con lo que uno desea, sino con lo que uno dice. Existen males y existen malos, pero también existen medios y maneras, y si el pueblo ya no cree en ellos porque han demostrado ser corruptos e ineficientes y se levanta espontáneamente, que así sea. Pero no creo que sea muy presidenciable – o democrático - convertirse en comentarista o portavoz de una posible violenta rebelión.
Pero, ¿acaso un Representante Nacional debe necesariamente ser inteligente, educado o carismático? La política no es un arte oculto que tan solo unos cuantos pueden descifrar, o peor aún, una ciencia a la cual solo unos cuantos están calificados para ser iniciados. La política – al igual que las leyes – es una manifestación de la racionalidad y sabiduría colectiva, y aunque los futuros Congresistas deberán estudiar y entender procedimientos y normas básicas, lo que deben llevar al hemiciclo, además de honestidad y voluntad de servicio, es el sentido común de los ciudadanos a quienes representan. Pensar que un candidato debe ser un “iniciado” en la ciencia o “arte oculto” de la política, o para ser un poco más contundente en el argumento, de cumplir siquiera con la condición de saber leer o escribir, es discriminar contra los derechos de una vasta población que es analfabeta.
Habiendo dicho esto, tampoco existe una manera democrática de obligar a la población a aceptar ciertas deficiencias - reales o subjetivas - en sus representantes, y la población tiene absoluta prerrogativa de emitir un voto utilizando la condición que mejor le parezca. Existen sociedades muy democráticas donde un católico difícilmente puede ser electo, y otras en las cuales la infidelidad matrimonial de un candidato no es aceptada como argumento electoral. Los bolivianos, recientemente hemos sido categorizados como una de las sociedades menos tolerantes. Estas elecciones pondrán nuestra tolerancia y diversidad a prueba con dos candidatos de un origen étnico diferente al grupo étnico que siempre ha aportado uno de los suyos para el sillón presidencial, uno con padres nacidos en Japón, y el otro nacido en el ayllu Sulca. Ser diferente no debe ser un factor discriminante, pero tampoco es condición suficiente para ejercer el poder.
La historia no tiene derechos u obligaciones, y por ende es difícil argumentar en contra del “derecho” de las fuerzas de la historia a “espontáneamente” emerger para enmendar las omisiones de quienes mal utilizan el poder. Pero un candidato si, por lo menos si quiere obtener nuestro voto, y lo que dice es la primera responsabilidad que ejerce como aspirante a nuestro mandato. Sin embargo, por un lado escucho la facilidad con la que se intenta deslegitimar candidaturas apelando a si se recibirá o no la bendición imperial. Por el otro escucho como se atiza el fuego del descontento, y en lugar de revalidar el proceso democrático mediante una actitud investida de serenidad presidencial, prefieren quitarle brillo con una retórica incendiaría. Decía yo hace poco que me “estaba quedando sin amigos”. No era lo que necesariamente deseaba, pero lo decía. Ahora que por fin se ha cumplido mi subconsciente anhelo, me doy cuenta que no solo hay que tener cuidado con lo que uno desea, sino con lo que uno dice. Existen males y existen malos, pero también existen medios y maneras, y si el pueblo ya no cree en ellos porque han demostrado ser corruptos e ineficientes y se levanta espontáneamente, que así sea. Pero no creo que sea muy presidenciable – o democrático - convertirse en comentarista o portavoz de una posible violenta rebelión.
Oda a lo que pudo Ser
Luz pura y celestial, surca el cosmos con la esperanza de transformarse en neuronas, proteínas, oxígeno, y así celebrar enaltecidamente el milagro de existir. Mientras no encuentre la luz aquellas condicione ambientales – como las que brinda éste planeta azul – para luego brotar agua y vida, su fuerza vital seguirá siendo tan solo una ilusión. Es difícil establecer cuál nutriente o elemento es superior, pero podemos concluir que la luz por sí sola, es simplemente la voluntad divina de lo que puede ser.
En el planeta tierra existe otro nutriente imprescindible, por lo menos por ahora, que moviliza la industria, aceita la economía, cuya existencia permite a los pueblos obtener el pan de cada día, y permite al ser humano trascender. Sin hidrocarburos viviríamos la utopía ecologista, pero nuestro espíritu jamás hubiese alcanzado el nivel evolutivo actual, y aunque tal vez seríamos más felices en nuestra inocencia, nuestra apacibilidad sería como la de otros primates, al igual que nuestro desarrollo social. Pero no fue así, y la industrialización y el comercio – tan perniciosos para el clima – escupen bienes de consumos que, a la vez de hacer nuestra vida más cómoda, nos reduce a autómatas que gozan de tener más que el vecino, mientras que gente muere de hambre, desdichados millones que han sido olvidados por el progreso y la justicia terrenal.
Mientras nos vanagloriamos de los alcances de la libertad y el individualismo, el ser orgánico que conforma a la sociedad sufre debido a que existen hermanos que no pueden brindar a sus familias las necesidades básicas. El sistema que se ha globalizado impone como elementos vitales a la educación, la iniciativa, la disciplina económica, el ahorro y la inversión. De esta manera, millones de personas mueren de hambre cada año, mientras otras tantas mejoran su capacidad de generar riqueza, y superar su condición. Es un enigma complejo, pero esas son las reglas de juego del capital. Para el colmo, Dios ha complicado aún más el péndulo entre el libre mercado y la autocracia estatista, al darle a naciones con tendencias autocráticas y organicistas el poder de controlar el destino de la humanidad. El control de la energía mundial está en manos de Rusia, Arabia Saudita, Irán, Nigeria, y Venezuela, todas naciones que exaltan el valor del Estado paternalista, y otros fundamentalismos que coartan la iniciativa individualista y la libertad.
Pero la libertad, el libre comercio, la competencia, el ahorro, la meritocracia y otros instrumentos imperialistas sirven para hacer jardines allí donde solo hay tierra árida, condiciones que nosotros los países que heredamos nuestras fortunas no necesitamos crear. Somos los afortunados que podemos darnos el lujo de construir un Estado paternalista que alimente nuestras familias, y al esfuerzo e iniciativa individual los podemos por fin enterrar. De aquí a cincuenta años, cuando la tecnología desarrolle otra fuente de energía, bueno, ese día, que se preocupen nuestros nietos de hacer de Bolivia una nación ingeniosa y competitiva, ese día que se preocupen ellos por competir por inversiones y penetrar mercados con productos del maldito individualismo privado demencial. Nosotros no tenemos que preocuparnos por la sobre-valorada libertad e iniciativa privada, herramientas diabólicas de la opresión burguesa. ¡Tenemos gas! Y aunque no les guste a los gringos, vamos a crear un jardín utópico donde impere la solidaridad y la armonía. Mientras tanto debemos utilizar el doble discurso, y dejar entrever que apoyamos a la empresa privada. Después de todo, en el corto plazo necesitamos de los empleos que ellos crean. Pero a la larga, cuando el Estado sea una vez más fuerte y protagonista de la economía, solo apoyaremos a nuestros “patriotas”, y arrinconaremos ideológicamente a quienes su única bandera es la ganancia y la recompensa individual. Así, gota a gota aislaremos a los egoístas, para que se evaporen las aguas del empresariado vende patria, y regaremos nuestros sueños con el rocío bendito de nuestro sagrado gas.
En el planeta tierra existe otro nutriente imprescindible, por lo menos por ahora, que moviliza la industria, aceita la economía, cuya existencia permite a los pueblos obtener el pan de cada día, y permite al ser humano trascender. Sin hidrocarburos viviríamos la utopía ecologista, pero nuestro espíritu jamás hubiese alcanzado el nivel evolutivo actual, y aunque tal vez seríamos más felices en nuestra inocencia, nuestra apacibilidad sería como la de otros primates, al igual que nuestro desarrollo social. Pero no fue así, y la industrialización y el comercio – tan perniciosos para el clima – escupen bienes de consumos que, a la vez de hacer nuestra vida más cómoda, nos reduce a autómatas que gozan de tener más que el vecino, mientras que gente muere de hambre, desdichados millones que han sido olvidados por el progreso y la justicia terrenal.
Mientras nos vanagloriamos de los alcances de la libertad y el individualismo, el ser orgánico que conforma a la sociedad sufre debido a que existen hermanos que no pueden brindar a sus familias las necesidades básicas. El sistema que se ha globalizado impone como elementos vitales a la educación, la iniciativa, la disciplina económica, el ahorro y la inversión. De esta manera, millones de personas mueren de hambre cada año, mientras otras tantas mejoran su capacidad de generar riqueza, y superar su condición. Es un enigma complejo, pero esas son las reglas de juego del capital. Para el colmo, Dios ha complicado aún más el péndulo entre el libre mercado y la autocracia estatista, al darle a naciones con tendencias autocráticas y organicistas el poder de controlar el destino de la humanidad. El control de la energía mundial está en manos de Rusia, Arabia Saudita, Irán, Nigeria, y Venezuela, todas naciones que exaltan el valor del Estado paternalista, y otros fundamentalismos que coartan la iniciativa individualista y la libertad.
Pero la libertad, el libre comercio, la competencia, el ahorro, la meritocracia y otros instrumentos imperialistas sirven para hacer jardines allí donde solo hay tierra árida, condiciones que nosotros los países que heredamos nuestras fortunas no necesitamos crear. Somos los afortunados que podemos darnos el lujo de construir un Estado paternalista que alimente nuestras familias, y al esfuerzo e iniciativa individual los podemos por fin enterrar. De aquí a cincuenta años, cuando la tecnología desarrolle otra fuente de energía, bueno, ese día, que se preocupen nuestros nietos de hacer de Bolivia una nación ingeniosa y competitiva, ese día que se preocupen ellos por competir por inversiones y penetrar mercados con productos del maldito individualismo privado demencial. Nosotros no tenemos que preocuparnos por la sobre-valorada libertad e iniciativa privada, herramientas diabólicas de la opresión burguesa. ¡Tenemos gas! Y aunque no les guste a los gringos, vamos a crear un jardín utópico donde impere la solidaridad y la armonía. Mientras tanto debemos utilizar el doble discurso, y dejar entrever que apoyamos a la empresa privada. Después de todo, en el corto plazo necesitamos de los empleos que ellos crean. Pero a la larga, cuando el Estado sea una vez más fuerte y protagonista de la economía, solo apoyaremos a nuestros “patriotas”, y arrinconaremos ideológicamente a quienes su única bandera es la ganancia y la recompensa individual. Así, gota a gota aislaremos a los egoístas, para que se evaporen las aguas del empresariado vende patria, y regaremos nuestros sueños con el rocío bendito de nuestro sagrado gas.
Miedo a los medios
El poder absoluto cumplió con su promesa, y los partidos tradicionales escabullen el juicio colectivo disfrazando el despecho que sienten al haber perdido la mamadera. El equilibrio político se vislumbra, y ojalá sirva para crear un país de leyes que prevean un justo castigo para quienes contradigan con dolo su deber de servir no solo a sus correligionarios, sino a todo nuestro país. Este equilibrio no vendrá sin un costo, y el más probable será el empobrecimiento de la ciudadanía en nombre de la voluntad abstracta de querer “vivir bien” sin crear las condiciones para lograrlo.
La vida tiene sus mecanismos para regresar al equilibrio, y se dará ahora mediante el voto democrático de la población. Lamentablemente estos mecanismos aun no existen para lidiar con un poder que se ha salido de la norma elemental de imparcialidad y objetividad, y que peca hoy de la arrogancia e ignorancia que ha sacudido a nuestro sistema político, y me refiero a ciertos evangelistas de la televisión. Estos “comentaristas” opinan impunemente lo que dicta la agenda del sector más cansado con el fracaso y la pobreza, de los menos esperanzados, y de los más cínicos y agitados críticos del “sistema”. No sé si la ética profesional de ser ecuánime ha sucumbido a la mentalidad de turba porque es más fácil opinar lo que, se cree, los demás quieren escuchar, o porque la ignorancia de algunos comentaristas es inocente y simplemente no pueden a aspirar a una postura imparcial porque ello requiere de un criterio más formado.
Los demás quedamos silenciosos, aferrados a la esperanza que se mantenga la estabilidad económica en el país, y que el sistema democrático y de libre mercado pueda ser perfeccionado y exorcizado de sus fracasos y de su deficiente aplicación. Y ante los agitadores de la irracionalidad económica no nos queda más que mirar aterrados como se menosprecia a la inversión extrajera, se sataniza a quienes – aunque deficientemente – han luchado por desarrollar la infraestructura productiva de nuestra nación. Lo más triste es ver que ningún candidato se atreve a defender la estabilidad de un sistema que necesita ser perfeccionado, y no destruido y desechado por quienes se sienten con el derecho de empobrecer aun más. Y la razón es para mi sencilla, la arrogancia sin poder se convierte en displicencia, y como el sector de la población que quiere se le garantice que ha de existir estabilidad y orden, que quiere que se defienda fehacientemente nuestro derecho de transitar, y que exige un proyecto de nación que atraiga inversiones y crecimiento económico, ha de votar – hasta hace poco yo incluido – con el miedo que la “fuerza dialéctica de la historia” arrase con todo, incluida nuestra democracia, los candidatos tímidamente siguen el guión que impone la televisión.
Al vacío político se le suma ahora el vació ideológico, y estas elecciones vamos a definir quien se hará cargo de nuestro destino, pero difícilmente sabremos exactamente cual es el proyecto por el cual vamos a apostar. Pero si los candidatos son culpables de ser retraídos al hablar de la libertad en democracia y de equilibrar los imperativos sociales con las leyes universales del mercado y la necesidad de la iniciativa privada, por miedo de ser fustigados por el nuevo gran Leviatán, algunos televangelistas serán culpables de crear una atmósfera en la cual impere la desinformación, se imponga el análisis cómodo y vengativo, se logre tal vez un equilibrio social y político, pero al precio de que en nuestra economía triunfe la irracionalidad.
La vida tiene sus mecanismos para regresar al equilibrio, y se dará ahora mediante el voto democrático de la población. Lamentablemente estos mecanismos aun no existen para lidiar con un poder que se ha salido de la norma elemental de imparcialidad y objetividad, y que peca hoy de la arrogancia e ignorancia que ha sacudido a nuestro sistema político, y me refiero a ciertos evangelistas de la televisión. Estos “comentaristas” opinan impunemente lo que dicta la agenda del sector más cansado con el fracaso y la pobreza, de los menos esperanzados, y de los más cínicos y agitados críticos del “sistema”. No sé si la ética profesional de ser ecuánime ha sucumbido a la mentalidad de turba porque es más fácil opinar lo que, se cree, los demás quieren escuchar, o porque la ignorancia de algunos comentaristas es inocente y simplemente no pueden a aspirar a una postura imparcial porque ello requiere de un criterio más formado.
Los demás quedamos silenciosos, aferrados a la esperanza que se mantenga la estabilidad económica en el país, y que el sistema democrático y de libre mercado pueda ser perfeccionado y exorcizado de sus fracasos y de su deficiente aplicación. Y ante los agitadores de la irracionalidad económica no nos queda más que mirar aterrados como se menosprecia a la inversión extrajera, se sataniza a quienes – aunque deficientemente – han luchado por desarrollar la infraestructura productiva de nuestra nación. Lo más triste es ver que ningún candidato se atreve a defender la estabilidad de un sistema que necesita ser perfeccionado, y no destruido y desechado por quienes se sienten con el derecho de empobrecer aun más. Y la razón es para mi sencilla, la arrogancia sin poder se convierte en displicencia, y como el sector de la población que quiere se le garantice que ha de existir estabilidad y orden, que quiere que se defienda fehacientemente nuestro derecho de transitar, y que exige un proyecto de nación que atraiga inversiones y crecimiento económico, ha de votar – hasta hace poco yo incluido – con el miedo que la “fuerza dialéctica de la historia” arrase con todo, incluida nuestra democracia, los candidatos tímidamente siguen el guión que impone la televisión.
Al vacío político se le suma ahora el vació ideológico, y estas elecciones vamos a definir quien se hará cargo de nuestro destino, pero difícilmente sabremos exactamente cual es el proyecto por el cual vamos a apostar. Pero si los candidatos son culpables de ser retraídos al hablar de la libertad en democracia y de equilibrar los imperativos sociales con las leyes universales del mercado y la necesidad de la iniciativa privada, por miedo de ser fustigados por el nuevo gran Leviatán, algunos televangelistas serán culpables de crear una atmósfera en la cual impere la desinformación, se imponga el análisis cómodo y vengativo, se logre tal vez un equilibrio social y político, pero al precio de que en nuestra economía triunfe la irracionalidad.
www.mercadonegro.com
Lo que ha de lograr la inocencia con la que entiende el gobierno las leyes económicas, requirió en 1973 de una conspiración de la derecha, con ayuda del Pentágono y 5 millones de dólares enviados desde Washington a Chile. El gobierno de Salvador Allende sufrió, en aquel entonces, de un paro de transportes diseñado para paralizar la economía, desacreditar el proyecto socialista y antagonizar a la sociedad. Hoy, con el ímpetu dogmático de contradecir las leyes de la oferta y la demanda, se pretende arremeter a cualquier precio contra el Decreto 21060, y toda industria que se cruce en el camino, incluyendo la precaria industria del transporte.
Como Alicia en el País de las Maravillas, o peor aun, Macondo, parece que las reglas dejarán de aplicarse a nuestro país, y rápidamente se abrirán mercados para nuestros productores mediante el antagonismo (y no así una optima gestión comercial), se evitará el fraude electoral confiando en que los muertos no salen a votar (y que los vivos son honestos), se integrará el país aprendiendo a hablar guaraní, se incrementará el nivel de vida revirtiendo el efecto multiplicador de la demanda agregada (mediante políticas de austeridad), se garantizará la seguridad jurídica violando la división de poderes, y se crearán empleos satanizando y arrinconando a quienes los pretenden crear.
Los transportistas tal vez no sean unos santos, y si generan ganancias, deben tributar. Sin embargo, un sector que - en algunas ocasiones apremiantes - debe vender su servicio a 2.5 centavos de Boliviano el kilómetro, mientras transitan en la red caminera más cara de América Latina, debe ser tratado con cautela, y no así satanizado porque unos cuantos han lucrado de él. No faltan villanos en esta historia, y parece ser que existen “familias” que han tenido éxito en su empresa de transporte a costa de cierta mezquindad. Espero que, como en el caso del bananero, no se pretenda castigar a todo un sector, por castigar a unos cuantos.
Para los que observan con atención los acontecimientos buscando una teoría de conspiración, o siquiera alguna coherencia en el accionar de gobierno, les tengo una hipótesis. Aquí no hay ninguna. Lo que hay es inocencia, como la del joven que simpáticamente comentaba en la televisión que, en épocas cuando se eleva la demanda - digamos Carnaval - el empleador, y dueño de los buses, es quien se beneficia con el precio más alto, y ahora que se van a fijar los precios, y revertir la libre fluctuación, “se está protegiendo los empleos”. Reitero que no entiendo como los transportistas compran repuestos, mantienen sus vehículos y capacitan a sus conductores en normas de seguridad, cobrando menos de la mitad de lo que cobran sectores similares en el resto de América Latina. Pero tampoco entiendo como, teniendo el nivel de sueldos más bajo del Continente, el gobierno se jacte de su gran éxito al reducirlo aún más. Corremos el peligro de una deflación espantosa, y de implosionar la economía. Sin embargo, en la economía hay una regla de la cual no podremos escapar, y es que los disparates se pagan en el largo plazo, mucho después que hayamos elegido a los asambleístas que coronen este experimento magistral.
Hay un sitio en el Internet – www.mercadolibre.com - en el que, según la propaganda, se venden incluso besos. Dudo que el próximo Carnaval encontremos quienes - con tal de hacerse de unos pesos, y librarnos de las colas que seguramente se formarán – tomen la iniciativa de vender boletos a Oruro en el ciberespacio a un precio mayor que el establecido. La buena noticia es que, de no darse un mercado paralelo, el gobierno habrá triunfado en un gesto más en contra del libre mercado; la mala noticia es que, con la actitud que se empieza a apoderar de nuestro entorno, ni siquiera los empleos de un mercado negro para boletos a Oruro vamos a poder crear.
Como Alicia en el País de las Maravillas, o peor aun, Macondo, parece que las reglas dejarán de aplicarse a nuestro país, y rápidamente se abrirán mercados para nuestros productores mediante el antagonismo (y no así una optima gestión comercial), se evitará el fraude electoral confiando en que los muertos no salen a votar (y que los vivos son honestos), se integrará el país aprendiendo a hablar guaraní, se incrementará el nivel de vida revirtiendo el efecto multiplicador de la demanda agregada (mediante políticas de austeridad), se garantizará la seguridad jurídica violando la división de poderes, y se crearán empleos satanizando y arrinconando a quienes los pretenden crear.
Los transportistas tal vez no sean unos santos, y si generan ganancias, deben tributar. Sin embargo, un sector que - en algunas ocasiones apremiantes - debe vender su servicio a 2.5 centavos de Boliviano el kilómetro, mientras transitan en la red caminera más cara de América Latina, debe ser tratado con cautela, y no así satanizado porque unos cuantos han lucrado de él. No faltan villanos en esta historia, y parece ser que existen “familias” que han tenido éxito en su empresa de transporte a costa de cierta mezquindad. Espero que, como en el caso del bananero, no se pretenda castigar a todo un sector, por castigar a unos cuantos.
Para los que observan con atención los acontecimientos buscando una teoría de conspiración, o siquiera alguna coherencia en el accionar de gobierno, les tengo una hipótesis. Aquí no hay ninguna. Lo que hay es inocencia, como la del joven que simpáticamente comentaba en la televisión que, en épocas cuando se eleva la demanda - digamos Carnaval - el empleador, y dueño de los buses, es quien se beneficia con el precio más alto, y ahora que se van a fijar los precios, y revertir la libre fluctuación, “se está protegiendo los empleos”. Reitero que no entiendo como los transportistas compran repuestos, mantienen sus vehículos y capacitan a sus conductores en normas de seguridad, cobrando menos de la mitad de lo que cobran sectores similares en el resto de América Latina. Pero tampoco entiendo como, teniendo el nivel de sueldos más bajo del Continente, el gobierno se jacte de su gran éxito al reducirlo aún más. Corremos el peligro de una deflación espantosa, y de implosionar la economía. Sin embargo, en la economía hay una regla de la cual no podremos escapar, y es que los disparates se pagan en el largo plazo, mucho después que hayamos elegido a los asambleístas que coronen este experimento magistral.
Hay un sitio en el Internet – www.mercadolibre.com - en el que, según la propaganda, se venden incluso besos. Dudo que el próximo Carnaval encontremos quienes - con tal de hacerse de unos pesos, y librarnos de las colas que seguramente se formarán – tomen la iniciativa de vender boletos a Oruro en el ciberespacio a un precio mayor que el establecido. La buena noticia es que, de no darse un mercado paralelo, el gobierno habrá triunfado en un gesto más en contra del libre mercado; la mala noticia es que, con la actitud que se empieza a apoderar de nuestro entorno, ni siquiera los empleos de un mercado negro para boletos a Oruro vamos a poder crear.
Maniqueísmo es Mentira
Publicado en La Prensa, marzo 14, 2006
La música estuvo alucinante y el público no paro de bailar, pero lo que más me impresionó fue el arte de la diplomacia y moderación demostrada por el personal del grupo francés Manu Chao. La integridad física del grupo estuvo a cargo de agentes bolivianos, quienes tuvieron que contener a un público desbordado que no escatimó esfuerzos para subirse al escenario. Fueron cientos los que burlaron el cordón de seguridad, pero nadie salió lastimado, y el público boliviano recibió una clase de moderación por parte de un gigante calvo de media barba y arete de pirata – miembro del staff de Manu Chao – que parecía reflexionar en cada intervención a los agentes bolivianos. Este sofisticado señor, notoriamente promovía que traten a los invasores con cuidado, casi con gentileza, ya que no había necesidad de utilizar violencia.
Dudo que Manu Chao done sus ganancias a una causa benéfica boliviana, ni siquiera un diez por ciento - que podría considerase un “impuesto” moderado. Por lo tanto, debo asumir que Manu Chao es una empresa que vende un producto, que crea una imagen, y que se beneficia comercialmente al atacar artísticamente al “Señor Matanza”, es decir, a los empresarios dueños de los medios de producción. Existe, entonces, tal cosa como “ética corporativa” por parte de algunos de los que invierten en el país con animo de lucro, y la lección de la empresa Manu Chao que me parece importante es: “no es necesario utilizar violencia para conseguir un objetivo, especialmente cuando la violencia puede llevar a un espiral de irracionalidad – léase más violencia”.
El concierto, sin embargo, tuvo un alto contenido político, fustigándose repetidamente al mal gobierno, y a la mentira, sobre todo a la mentira de la democracia, y la palabra “Washington” desató sentidos abucheos sumergidos en un odio casi palpable. La manera artística, apasionada y embebida de magníficos ritmos es digna de una ovación. Sin embargo, el profundizar una metodología maniquea que se manifiesta en el ser humano, es digna de reflexión. El odio parece ser reflejo instintivo de la impotencia que se siente ante un poderío militar y una hegemonía económica y cultural. Lo entiendo. Pero su “metodología” crea irracionalidad, y se pierde “qué parte” de Washington es el enemigo. ¿Acaso la guerra en Irak, o el consumismo? ¿Qué pasará cuando la izquierda norteamericana tome el poder? ¿Seguirá siendo el enemigo? Además, el consumismo no es monopolio de un pueblo, ni de una ciudad, y la democracia no es toda mentira.
El odio tal vez sea una respuesta instintiva natural de la impotencia, del sentirse víctima. Pero - como nos enseña Manu Chao - la violencia no siempre es necesaria, y puede ser contraproducente. Entonces, cuando la democracia permite al pueblo tomar el poder, ¿sigue siendo víctima? Quien se siente víctima no puede entender su responsabilidad de establecer condiciones para trascender el mal gobierno, y aunque el abrir las puertas de entrada al Teatro al Aire Libre tres horas después de lo programado – mal gobierno -no causó una segunda República de Cromagnon, dudo que la diplomacia manochaoista funcione cuando sea Shakira o Pilar Montenegro la que deba compartir escenario con decenas de fanáticos. Para los desafectados, rebelde e idealistas, las normas, el orden y lo racional se ha convertido en el enemigo, y la violencia y el odio se han convertido en armas justificables. Esta “mala metodología” deja abierta la puerta a que el mal gobierno surja del pueblo, porque lamentablemente al verdadero enemigo jamás realmente se lo identificó, y en vez, el odio fue enaltecido. El dividir la realidad con desprecio entre el bien y el mal, también es mentira.
La música estuvo alucinante y el público no paro de bailar, pero lo que más me impresionó fue el arte de la diplomacia y moderación demostrada por el personal del grupo francés Manu Chao. La integridad física del grupo estuvo a cargo de agentes bolivianos, quienes tuvieron que contener a un público desbordado que no escatimó esfuerzos para subirse al escenario. Fueron cientos los que burlaron el cordón de seguridad, pero nadie salió lastimado, y el público boliviano recibió una clase de moderación por parte de un gigante calvo de media barba y arete de pirata – miembro del staff de Manu Chao – que parecía reflexionar en cada intervención a los agentes bolivianos. Este sofisticado señor, notoriamente promovía que traten a los invasores con cuidado, casi con gentileza, ya que no había necesidad de utilizar violencia.
Dudo que Manu Chao done sus ganancias a una causa benéfica boliviana, ni siquiera un diez por ciento - que podría considerase un “impuesto” moderado. Por lo tanto, debo asumir que Manu Chao es una empresa que vende un producto, que crea una imagen, y que se beneficia comercialmente al atacar artísticamente al “Señor Matanza”, es decir, a los empresarios dueños de los medios de producción. Existe, entonces, tal cosa como “ética corporativa” por parte de algunos de los que invierten en el país con animo de lucro, y la lección de la empresa Manu Chao que me parece importante es: “no es necesario utilizar violencia para conseguir un objetivo, especialmente cuando la violencia puede llevar a un espiral de irracionalidad – léase más violencia”.
El concierto, sin embargo, tuvo un alto contenido político, fustigándose repetidamente al mal gobierno, y a la mentira, sobre todo a la mentira de la democracia, y la palabra “Washington” desató sentidos abucheos sumergidos en un odio casi palpable. La manera artística, apasionada y embebida de magníficos ritmos es digna de una ovación. Sin embargo, el profundizar una metodología maniquea que se manifiesta en el ser humano, es digna de reflexión. El odio parece ser reflejo instintivo de la impotencia que se siente ante un poderío militar y una hegemonía económica y cultural. Lo entiendo. Pero su “metodología” crea irracionalidad, y se pierde “qué parte” de Washington es el enemigo. ¿Acaso la guerra en Irak, o el consumismo? ¿Qué pasará cuando la izquierda norteamericana tome el poder? ¿Seguirá siendo el enemigo? Además, el consumismo no es monopolio de un pueblo, ni de una ciudad, y la democracia no es toda mentira.
El odio tal vez sea una respuesta instintiva natural de la impotencia, del sentirse víctima. Pero - como nos enseña Manu Chao - la violencia no siempre es necesaria, y puede ser contraproducente. Entonces, cuando la democracia permite al pueblo tomar el poder, ¿sigue siendo víctima? Quien se siente víctima no puede entender su responsabilidad de establecer condiciones para trascender el mal gobierno, y aunque el abrir las puertas de entrada al Teatro al Aire Libre tres horas después de lo programado – mal gobierno -no causó una segunda República de Cromagnon, dudo que la diplomacia manochaoista funcione cuando sea Shakira o Pilar Montenegro la que deba compartir escenario con decenas de fanáticos. Para los desafectados, rebelde e idealistas, las normas, el orden y lo racional se ha convertido en el enemigo, y la violencia y el odio se han convertido en armas justificables. Esta “mala metodología” deja abierta la puerta a que el mal gobierno surja del pueblo, porque lamentablemente al verdadero enemigo jamás realmente se lo identificó, y en vez, el odio fue enaltecido. El dividir la realidad con desprecio entre el bien y el mal, también es mentira.
Simplificacion Innecesaria
El cerebro es uno de los mecanismos más eficientes de la naturaleza. Cuando nuestra tecnología era palos y piedras, nuestra supervivencia dependía de tomar decisiones “sin pensarla demasiado”. El lujo de reflexionar sobre áreas grises de la realidad y crear “pactos” nunca perteneció al hombre primitivo. Hoy protegemos al león, estudiamos su conducta e invertimos tiempo y esfuerzo en impedir su extinción. Ese lujo de proteger y no exterminar al león es producto de muchísimos milenios de evolución.
Hoy, supuestamente civilizados, seguimos simplificando la realidad en dos colores, blanco o negro. En su manifestación más inocente, implica simplemente desprestigiar socialmente a quien es diferente a uno. Esto es una manera de validar nuestras elecciones de vida, y también de proteger nuestro territorio. Sin embargo, cuando ese instinto se infiltra en todo ámbito de nuestra convivencia social, el “jueguito” deja de ser por la reputación de un individuo, y está en juego la integridad física de nuestra nación. El juego político requiere diferenciarse del adversario, requiere elevar una bandera ideológica y convencer al pueblo que “nosotros” tenemos la solución. Eso está bien, sobre todo durante elecciones. Pero cuando nos vemos enfrentados a la dura tarea de hacer viables leyes, planes y proyectos, la contienda política debería abrir paso a consideraciones del evasivo y abstracto “bien común”.
Esto requiere del ejercicio democrático de conciliar posiciones, de alcanzar acuerdos prácticos y funcionales, de buscar puntos de encuentro, en otras palabras: “jalar la carreta del mismo lado”. En nuestra sociedad, sin embargo, el imperativo de oponerse irreflexivamente al contrincante político ha triunfado sobre una espíritu democrático que permite evaluar y reflexionar sobre la evidencia, antes de llegar a una conclusión.
De esta manera, todo es reducible a su componente más básico. El resultado es nuestra incapacidad de adaptarnos a una situación en permanente transformación. Este ímpetu por simplificar y reducir la realidad externa a sus componentes más básicos representa – desde el inicio del tiempo – una mecanización. Es decir, antes de construir el primer aparato mecánico, el ser humano ya era mecánico. Solo ahora, que nos sentimos mecanizados por un sistema absorbente, frío y metalizado, podemos observar aquello que siempre fue así. Es decir, la tecnología, lejos de esclavizarnos, nos permite hoy desarrollar la conciencia que permita dejar atrás las cadenas de nuestra ancestral mecanización.
De igual manera, la polarización de nuestra sociedad tal vez siempre estuvo ahí, y solo hoy que es tan evidente y tan palpable, nos obliga a enfrentarla y a resolverla. Tal vez van a creer que la solución radica en romper con nuestra cosmovisión intrínsicamente polarizadora. Pues no. La bomba atómica es una de las “máquinas” más destructivas y moralmente objetables, sin embargo, la misma posibilidad de una mutua destrucción ha hecho que ambas partes consigan – al margen de su conciencia, metodología e intenciones – la paz.
El Presidente ha tratado de utilizar la metodología constructiva del diálogo, y por lo menos ha manifestado su intención de servir al país de una manera desprendida de ideologías o intereses sectoriales. Ahora al sacar un Decreto Supremo convocando al Referéndum vinculante sobre autonomías departamentales a la Asamblea Constituyente a incurrido tal vez en un acto inconstitucional. Pero en lugar de apreciar su intención de solucionar este impasse regional, enaltecer los mecanismos democráticos para en el Congreso darle legalidad y cuerpo a este Decreto y trabajar ahora para lograr una salida coherente y viable, debido a nuestra óptica daltónica muchos se contentan por su victoria pírrica de haber reducido al Presidente a la calidad de enemigo. Este liderazgo parece ignorar que esta gravemente precaria situación tan solo se profundizará si deslegitimamos el mandato de Carlos Mesa. Pero ojo, que al igual que la posibilidad de destrucción total hace imposible una guerra nuclear, tal vez solo la posibilidad de auto-destrucción nacional haga posible el entender que para salir de este atolladero y lograr la paz, debemos apelar al bien común, y no - como nuestros “líderes” - a nuestro más primitivo instinto.
Hoy, supuestamente civilizados, seguimos simplificando la realidad en dos colores, blanco o negro. En su manifestación más inocente, implica simplemente desprestigiar socialmente a quien es diferente a uno. Esto es una manera de validar nuestras elecciones de vida, y también de proteger nuestro territorio. Sin embargo, cuando ese instinto se infiltra en todo ámbito de nuestra convivencia social, el “jueguito” deja de ser por la reputación de un individuo, y está en juego la integridad física de nuestra nación. El juego político requiere diferenciarse del adversario, requiere elevar una bandera ideológica y convencer al pueblo que “nosotros” tenemos la solución. Eso está bien, sobre todo durante elecciones. Pero cuando nos vemos enfrentados a la dura tarea de hacer viables leyes, planes y proyectos, la contienda política debería abrir paso a consideraciones del evasivo y abstracto “bien común”.
Esto requiere del ejercicio democrático de conciliar posiciones, de alcanzar acuerdos prácticos y funcionales, de buscar puntos de encuentro, en otras palabras: “jalar la carreta del mismo lado”. En nuestra sociedad, sin embargo, el imperativo de oponerse irreflexivamente al contrincante político ha triunfado sobre una espíritu democrático que permite evaluar y reflexionar sobre la evidencia, antes de llegar a una conclusión.
De esta manera, todo es reducible a su componente más básico. El resultado es nuestra incapacidad de adaptarnos a una situación en permanente transformación. Este ímpetu por simplificar y reducir la realidad externa a sus componentes más básicos representa – desde el inicio del tiempo – una mecanización. Es decir, antes de construir el primer aparato mecánico, el ser humano ya era mecánico. Solo ahora, que nos sentimos mecanizados por un sistema absorbente, frío y metalizado, podemos observar aquello que siempre fue así. Es decir, la tecnología, lejos de esclavizarnos, nos permite hoy desarrollar la conciencia que permita dejar atrás las cadenas de nuestra ancestral mecanización.
De igual manera, la polarización de nuestra sociedad tal vez siempre estuvo ahí, y solo hoy que es tan evidente y tan palpable, nos obliga a enfrentarla y a resolverla. Tal vez van a creer que la solución radica en romper con nuestra cosmovisión intrínsicamente polarizadora. Pues no. La bomba atómica es una de las “máquinas” más destructivas y moralmente objetables, sin embargo, la misma posibilidad de una mutua destrucción ha hecho que ambas partes consigan – al margen de su conciencia, metodología e intenciones – la paz.
El Presidente ha tratado de utilizar la metodología constructiva del diálogo, y por lo menos ha manifestado su intención de servir al país de una manera desprendida de ideologías o intereses sectoriales. Ahora al sacar un Decreto Supremo convocando al Referéndum vinculante sobre autonomías departamentales a la Asamblea Constituyente a incurrido tal vez en un acto inconstitucional. Pero en lugar de apreciar su intención de solucionar este impasse regional, enaltecer los mecanismos democráticos para en el Congreso darle legalidad y cuerpo a este Decreto y trabajar ahora para lograr una salida coherente y viable, debido a nuestra óptica daltónica muchos se contentan por su victoria pírrica de haber reducido al Presidente a la calidad de enemigo. Este liderazgo parece ignorar que esta gravemente precaria situación tan solo se profundizará si deslegitimamos el mandato de Carlos Mesa. Pero ojo, que al igual que la posibilidad de destrucción total hace imposible una guerra nuclear, tal vez solo la posibilidad de auto-destrucción nacional haga posible el entender que para salir de este atolladero y lograr la paz, debemos apelar al bien común, y no - como nuestros “líderes” - a nuestro más primitivo instinto.
Mi Hijo el Derechista
Conversando con mi madre sobre la situación del país, la escucho de pronto decir, “porque ustedes los de la derecha...”. Un ratito. ¿Acaba mi madre de tacharme de “derechista”? No que tenga nada de malo. Sin embargo, para entender el impacto de sus palabras, se requiere de un pequeño antecedente. Mi infancia estuvo marcada por la violencia ejercida por “los de la derecha”. Dos veces fuimos exiliados de Bolivia (1971 y 1980), una tercera si contamos nuestro éxodo de Chile después de Pinochet. Incluso en Colombia fuimos testigos del asesinato de un hombre de izquierda, Luis Carlos Galán, a quien yo a mis quince años admiraba, al igual que admiraba a Juan José Torres y Salvador Allende, mártires de la revolución social. Mi madre conoce mis vivencias, no solo porque es mi madre, sino porque ella estuvo ahí, a mi lado. Entenderán, entonces, que el adjetivo utilizado caló el hueso más profundo de mi ser.
Según mi querida madre, yo – su ahora “derechista” hijo – “prefería que Goni siga gobernando”, y que se siga “aplicando la misma discriminación e injusticias sociales” que nos han llevado a este laberinto. Al indagar yo muy calmadamente – después de todo, es mi madre – en que fundamentaba dicha apreciación sobre mis convicciones políticas, ella muy seriamente me contestó, “la verdad es que no entiendo tus artículos, pero eso es lo que me ha dicho mi primo Jimmy”. Un ratito. ¿Quiere decir que mi propia madre se basa en un prejuicio para clasificarme? Porque prejuicio no es otra cosa que un juicio que se emite sin necesitar evidencias o fundamentos, una opinión basada en el odio e intolerancia hacia quienes no creen o piensan igual.
En mis artículos siempre he sido critico de la clase que gobernó este país, y entre las opiniones que he vertido en su contra se encuentran la acusación que realicé antes que Evo fuera electo, cuando opinaba que, “la arrogancia de las clases gobernantes es igual de suicida que la intransigencia política”. A su vez, al comentar sobre políticas para enmendar la discriminación, sarcásticamente comentaba que, “... si acaso existió “acción afirmativa” en Bolivia fue para los más privilegiados, y si el Estado boliviano fue paternalista, lo fue en beneficio de la oligarquía política nacional." Por ultimo, les presento como evidencia las siguientes dos citas:
“El racismo es uno de los mayores males que aquejan a nuestra nación, y uno de los mayores obstáculos en nuestra transformación hacia una sociedad productiva, viable y estable. Pero es más cómodo para los “criollos” insistir con su heredado racismo, sin reflexionar sobre sus consecuencias.”
“La necesidad de enmendar el sistema, y de transformarlo de manera que sea más justo, inclusivo y equitativo es demasiado evidente. Son demasiadas las injusticias cometidas, y la arrogancia de la clase que gobernó el país durante toda su historia moderna parece no apaciguarse, incluso ante la imperdible evidencia que el momento del cambio ha llegado, por fin.”
Si la “derecha” opina igual que lo anteriormente opinado en mis artículos, entonces estoy de acuerdo con ellos en lo que digo yo, sean ellos quienes sean. Más importante aún, si la derecha boliviana ha abandonado por siempre la dictadura y represión como instrumentos políticos, y ha madurado lo suficiente como para reconocer sus errores, enmendarlos y construir una sociedad sin racismo y con igualdad de oportunidades, debería ser razón para celebrar, y no para seguir polarizando sobre la base de prejuicios, en lugar de construir sobre la base de principios que ahora compartimos.
Decía yo en otro articulo que, “La cultura dominante en Bolivia es la cultura del poder. Quien tiene el poder pareciera asumir derechos divinos, y los demás deben postrarse ante su magnificencia. Un bastón de mando es licencia para ser arrogante, intolerante, autoritario y corrupto”. ¡Ojo! Lo decía refiriéndome a los que gobernaron ayer. Porque si lo digo hoy, hasta mi propia madre es capaz de acusarme de ser un “derechista.”
Según mi querida madre, yo – su ahora “derechista” hijo – “prefería que Goni siga gobernando”, y que se siga “aplicando la misma discriminación e injusticias sociales” que nos han llevado a este laberinto. Al indagar yo muy calmadamente – después de todo, es mi madre – en que fundamentaba dicha apreciación sobre mis convicciones políticas, ella muy seriamente me contestó, “la verdad es que no entiendo tus artículos, pero eso es lo que me ha dicho mi primo Jimmy”. Un ratito. ¿Quiere decir que mi propia madre se basa en un prejuicio para clasificarme? Porque prejuicio no es otra cosa que un juicio que se emite sin necesitar evidencias o fundamentos, una opinión basada en el odio e intolerancia hacia quienes no creen o piensan igual.
En mis artículos siempre he sido critico de la clase que gobernó este país, y entre las opiniones que he vertido en su contra se encuentran la acusación que realicé antes que Evo fuera electo, cuando opinaba que, “la arrogancia de las clases gobernantes es igual de suicida que la intransigencia política”. A su vez, al comentar sobre políticas para enmendar la discriminación, sarcásticamente comentaba que, “... si acaso existió “acción afirmativa” en Bolivia fue para los más privilegiados, y si el Estado boliviano fue paternalista, lo fue en beneficio de la oligarquía política nacional." Por ultimo, les presento como evidencia las siguientes dos citas:
“El racismo es uno de los mayores males que aquejan a nuestra nación, y uno de los mayores obstáculos en nuestra transformación hacia una sociedad productiva, viable y estable. Pero es más cómodo para los “criollos” insistir con su heredado racismo, sin reflexionar sobre sus consecuencias.”
“La necesidad de enmendar el sistema, y de transformarlo de manera que sea más justo, inclusivo y equitativo es demasiado evidente. Son demasiadas las injusticias cometidas, y la arrogancia de la clase que gobernó el país durante toda su historia moderna parece no apaciguarse, incluso ante la imperdible evidencia que el momento del cambio ha llegado, por fin.”
Si la “derecha” opina igual que lo anteriormente opinado en mis artículos, entonces estoy de acuerdo con ellos en lo que digo yo, sean ellos quienes sean. Más importante aún, si la derecha boliviana ha abandonado por siempre la dictadura y represión como instrumentos políticos, y ha madurado lo suficiente como para reconocer sus errores, enmendarlos y construir una sociedad sin racismo y con igualdad de oportunidades, debería ser razón para celebrar, y no para seguir polarizando sobre la base de prejuicios, en lugar de construir sobre la base de principios que ahora compartimos.
Decía yo en otro articulo que, “La cultura dominante en Bolivia es la cultura del poder. Quien tiene el poder pareciera asumir derechos divinos, y los demás deben postrarse ante su magnificencia. Un bastón de mando es licencia para ser arrogante, intolerante, autoritario y corrupto”. ¡Ojo! Lo decía refiriéndome a los que gobernaron ayer. Porque si lo digo hoy, hasta mi propia madre es capaz de acusarme de ser un “derechista.”
Etiquetas:
derecha,
derechismo
Graffiti Intelectual
Clinton había lanzado 20 mísiles Tomahawk al campamento de Osama Bin Laden en Afganistán para matarlo. La oposición Republicana – hoy desesperada por acabar con la vida de Bin Laden –acusaba entonces a Clinton de querer Menear al Perro, en referencia a una película en la cual un Presidente inventa un conflicto internacional para distraer la atención pública de un juicio al cual era sometido. Como Mónica lo tenía con la guardia baja, Clinton se vio obligado a desistir del cometido de intentar - una vez más - retribuir a Bin Laden por los atentados que había orquestado en contra de objetivos norteamericanos en África y Yemen.
Haciendo a un lado si el objetivo de asesinar a éste terrorista es loable o condenable, aquí existe una lección interesante para quienes pueden hacer a un lado su prejuicio personal. La lección es que - en nombre de la política del poder - muchas veces la oposición sacrifica la política de Estado. Los Republicanos, guiados por su desprecio de Bill Clinton, sucumbieron ante la tentación de ridiculizar su implementación de un plan para eliminar a Bin Laden. Es decir, el afán de la oposición de destruir a su oponente político llevó al fracaso del propósito de acabar con el autor intelectual de los horrores vividos el 11 de septiembre en Nueva York, antes de que los mismos ocurriesen.
El criticar siempre fue fácil, y admito es hasta divertido. Solo requiere de una pizca de sentido común y gran dosis de ironía. Lo difícil es sacrificar horas de sueño, y apostar cuerpo y alma al ejercicio de avanzar el bien común. Eso es precisamente lo que hace el Presidente y su gabinete todos los días, con errores y omisiones, pero firmes al pie del cañón. Por ende, nada me daría más placer que ser abandonado por la Musa de la inspiración. Ello significaría que todo anda bien. Además, no hace lectura entretenida hablar de cómo - aún si no lograse nada más en su gobierno - Evo Morales debe ser reconocido como quien salvó al país de la horrible conflagración social a la cual estábamos encaminados. Tampoco inspira un comentario mordaz el escribir sobre el avance que representa para el país que el Gobierno logre negociar mejores acuerdos con Argentina, o que esté por fin enmendando la gravísima injusticia de anteriores Mandatarios, quienes confirieron millones de hectáreas a sus compinches políticos, perjudicando la posibilidad de trabajar de miles de campesinos.
Es palpable en ambos bandos la predisposición de asumir una postura antagonista, y de crear una animosidad y adversidad tal que extirpe nuestra capacidad de crear condiciones de estabilidad. Me pregunto, ¿hemos de avanzar nuestro bienestar colectivo creando un clima de ingobernabilidad? Otrora se le criticaba a Evo de no dejar gobernar, y ahora pareciera que quisiéramos aplicarle el Viejo Testamento. Nada me enferma más que la incapacidad humana de actuar en base a principios. Pero requiere de gran benevolencia, empatía y racionalidad el poder hacer a un lado nuestros rencores, egoísmo e interés particular, y actuar bajo el manto de la imparcialidad. No. Primero vemos que conclusión nos conviene, quienes están de nuestro lado, y solo entonces buscamos el principio que mejor defiende nuestro interés. Somos insufriblemente sofistas, e incansablemente detractores de quienes no piensan como los de nuestro clan.
Es con el espíritu de la imparcialidad, que procedo a simplemente plantear una interrogante relacionada con la crisis de pasaportes. Las filas en la Camacho se han convertido en un graffiti humano de advertencia sobre la situación interna del país. No ayuda que la gente deba apiñarse en un ínfimo corredor flanqueado por calaminas. La imagen es de desesperación y un inminente éxodo masivo de quienes no encuentran manera de mantener aquí a sus hijos. ¿Es esta situación simplemente reflejo de una mala planificación ante una insospechada sobre demanda? ¿O es la manera del Gobierno de decirle a EEUU y Europa, “Hagan algo para apoyarnos, o aténganse a un dolor de cabeza migratorio”? No lo sabemos, y no deberíamos suponer o asumir. Habiendo dicho esto, tampoco podemos quedarnos callados y dejar de preguntar. Lo que debemos hacer es asumir imparcialidad en nuestras posturas, pero lo único que logramos es compartir su irracionalidad.
Haciendo a un lado si el objetivo de asesinar a éste terrorista es loable o condenable, aquí existe una lección interesante para quienes pueden hacer a un lado su prejuicio personal. La lección es que - en nombre de la política del poder - muchas veces la oposición sacrifica la política de Estado. Los Republicanos, guiados por su desprecio de Bill Clinton, sucumbieron ante la tentación de ridiculizar su implementación de un plan para eliminar a Bin Laden. Es decir, el afán de la oposición de destruir a su oponente político llevó al fracaso del propósito de acabar con el autor intelectual de los horrores vividos el 11 de septiembre en Nueva York, antes de que los mismos ocurriesen.
El criticar siempre fue fácil, y admito es hasta divertido. Solo requiere de una pizca de sentido común y gran dosis de ironía. Lo difícil es sacrificar horas de sueño, y apostar cuerpo y alma al ejercicio de avanzar el bien común. Eso es precisamente lo que hace el Presidente y su gabinete todos los días, con errores y omisiones, pero firmes al pie del cañón. Por ende, nada me daría más placer que ser abandonado por la Musa de la inspiración. Ello significaría que todo anda bien. Además, no hace lectura entretenida hablar de cómo - aún si no lograse nada más en su gobierno - Evo Morales debe ser reconocido como quien salvó al país de la horrible conflagración social a la cual estábamos encaminados. Tampoco inspira un comentario mordaz el escribir sobre el avance que representa para el país que el Gobierno logre negociar mejores acuerdos con Argentina, o que esté por fin enmendando la gravísima injusticia de anteriores Mandatarios, quienes confirieron millones de hectáreas a sus compinches políticos, perjudicando la posibilidad de trabajar de miles de campesinos.
Es palpable en ambos bandos la predisposición de asumir una postura antagonista, y de crear una animosidad y adversidad tal que extirpe nuestra capacidad de crear condiciones de estabilidad. Me pregunto, ¿hemos de avanzar nuestro bienestar colectivo creando un clima de ingobernabilidad? Otrora se le criticaba a Evo de no dejar gobernar, y ahora pareciera que quisiéramos aplicarle el Viejo Testamento. Nada me enferma más que la incapacidad humana de actuar en base a principios. Pero requiere de gran benevolencia, empatía y racionalidad el poder hacer a un lado nuestros rencores, egoísmo e interés particular, y actuar bajo el manto de la imparcialidad. No. Primero vemos que conclusión nos conviene, quienes están de nuestro lado, y solo entonces buscamos el principio que mejor defiende nuestro interés. Somos insufriblemente sofistas, e incansablemente detractores de quienes no piensan como los de nuestro clan.
Es con el espíritu de la imparcialidad, que procedo a simplemente plantear una interrogante relacionada con la crisis de pasaportes. Las filas en la Camacho se han convertido en un graffiti humano de advertencia sobre la situación interna del país. No ayuda que la gente deba apiñarse en un ínfimo corredor flanqueado por calaminas. La imagen es de desesperación y un inminente éxodo masivo de quienes no encuentran manera de mantener aquí a sus hijos. ¿Es esta situación simplemente reflejo de una mala planificación ante una insospechada sobre demanda? ¿O es la manera del Gobierno de decirle a EEUU y Europa, “Hagan algo para apoyarnos, o aténganse a un dolor de cabeza migratorio”? No lo sabemos, y no deberíamos suponer o asumir. Habiendo dicho esto, tampoco podemos quedarnos callados y dejar de preguntar. Lo que debemos hacer es asumir imparcialidad en nuestras posturas, pero lo único que logramos es compartir su irracionalidad.
Etiquetas:
Bill Clinton,
Bin Laden,
Monica Lewinsky
Lenguaje Involutivo
Hubo un tiempo en que Uri Gueller gozaba de fama mundial por tener poderes supernaturales. Cientos de inocentes televidentes podían atestiguar haber visto con sus propios ojos a sus relojes empezar a funcionar una vez eran sacados de su escondite y colocados frente al televisor. Lo que confundían, sin embargo, era “causalidad” por “correlación”. Si se colocan cien mil relojes oxidados frente a aparatos cualquiera, esté ahí o no esté Uri Gueller, estadísticamente es prácticamente imposible que por lo menos uno de los cien mil relojes no empiece a funcionar.
De igual manera, si el semáforo cambia a verde y el trafico avanza en el instante en que yo toco bocina, es correlación y no causalidad. Al margen de dicha confusión, se ha gestado un lenguaje propio en las calles del país. Un par de pitazos breves quiere decir “¿Lo puedo llevar?”. Un pitazo corto es señal de, “Aun queda espacio atrás”. Un bocinazo largo y tendido es expresión de, “!Como te atreves a pararte en medio de la calle! ¿Acaso no sabes que solo yo tengo ese derecho?”
Y quien soy yo para privar a la gente de su lenguaje y de su ilusión. El problema es que, con el tiempo, la gente se insensibiliza ante los códigos sociales que hemos creado con tanta imaginación. Pero lo preocupante es que a veces adaptamos nuestra conducta únicamente cuando es demasiado obvio que no ganamos nada con ella. Durante siglos existieron prestidigitadores, hoy solo aparecen en cumpleaños de niños (David Copperfiled es ilusionista). Y solo encontraremos mansalva de bocinazos en sociedades en las que la gente, a falta de educación y normas, sigue comunicándose utilizando sus más bajos instintos (por ejemplo Nueva York). Pero con el paso del tiempo se acumula la experiencia y al final se aprende. La evolución, en otras palabras, es implacable. Yo estoy dispuesto a apostar que en un siglo, estudiantes de sociología leerán sobre nuestro agudo y estridente lenguaje callejero, y se quedarán perplejos ante nuestras evidentes limitaciones.
Entonces pasemos a otra diferencia que se pierde entre el ruido, y es la diferencia entre “expresar” y “comunicar”. Para muchos, subirse a un automóvil y pelearse con todos y con todo, es una manera de expresarse. Les debe tener muy sin cuidado si comunican algo o no. Lo importante es sacarse el estrés de encima, y para ello todos los que están delante son el lienzo de su pintura, el mármol para cincelar su frustración.
Hoy nuestro país está lleno de líderes que expresan mucho, y no comunican nada. De políticos que asumen que existe causalidad entre el malestar general – producto de una situación desastrosa – y el “modelo”. Empecemos por el final. Es cierto que hay una correlación entre una economía violentada por corrupción, asediada por ineficiencia, y prostituida por prebendas y un malestar generalizado. Entonces, quienes se “expresan” tan libremente (más acertado sería “manifiestan”, preferiblemente en carreteras interdepartamentales), quieren hacernos creer que esto es una causalidad que hay entre el “modelo” y la situación.
Estos líderes y “políticos” no dicen en qué consiste este “modelo”, ni tampoco dicen cómo debe ser reemplazado, simplemente se expresan en contra de el. Y cómo el país esta harto de tanta miseria y la gente está dispuesta a protestar su situación, creen que su liderazgo y demagogia es la que motiva dicha movilización. La gente está cansada, si, pero de no tener qué comer. Pero si le preguntamos a la gente si se debería abolir la propiedad privada, si el Estado debería limitar el derecho que tiene cada ciudadano a expresarse libremente, si el Estado debería asumir un papel protagónico en la economía, y si la lucha de clases es la única manera de lograr una reivindicación histórica ante tanta corrupción, estoy seguro que la mayoría de los bolivianos diría ¡No!
El “modelo” no se lo entiende muy bien, y nadie se da la molestia de definirlo o explicarlo. No hay líderes con la honestidad intelectual de por lo menos brindar las bases de dicho “modelo”, o siquiera explicar que existen tantas miles de posibles manifestaciones de este, y no solo la que conocemos. Pero como todos los líderes sienten la necesidad pragmática de unirse al movimiento “anti-neoliberal”, nadie se atreve a decir qué realmente es una democracia liberal, y si cree o no que representa el mejor camino para desarrollar la economía boliviana y lograr esa añorada y necesaria justicia social.
Aquí aparecen entonces otras diferencias, y son entre “oponerse” y “proponer”, entre “destruir” y “construir”, entre “retórica populista” y un proyecto de desarrollo responsable y con visión de país. Al igual que la nomenclatura de la calle se osifica en nuestras mentes por flojera, ignorancia o costumbre, la retórica demagógica pareciera decirnos algo, y a su vez pareciera que no queremos descubrir que no dice nada. Espero que no tengan que pasar 100 años antes que el pueblo boliviano sé de cuenta que sus lideres no están preocupados con proponer, que lo único que hacen es oponerse, y que lo que tienen es una agenda personal y no así un proyecto nacional.
De igual manera, si el semáforo cambia a verde y el trafico avanza en el instante en que yo toco bocina, es correlación y no causalidad. Al margen de dicha confusión, se ha gestado un lenguaje propio en las calles del país. Un par de pitazos breves quiere decir “¿Lo puedo llevar?”. Un pitazo corto es señal de, “Aun queda espacio atrás”. Un bocinazo largo y tendido es expresión de, “!Como te atreves a pararte en medio de la calle! ¿Acaso no sabes que solo yo tengo ese derecho?”
Y quien soy yo para privar a la gente de su lenguaje y de su ilusión. El problema es que, con el tiempo, la gente se insensibiliza ante los códigos sociales que hemos creado con tanta imaginación. Pero lo preocupante es que a veces adaptamos nuestra conducta únicamente cuando es demasiado obvio que no ganamos nada con ella. Durante siglos existieron prestidigitadores, hoy solo aparecen en cumpleaños de niños (David Copperfiled es ilusionista). Y solo encontraremos mansalva de bocinazos en sociedades en las que la gente, a falta de educación y normas, sigue comunicándose utilizando sus más bajos instintos (por ejemplo Nueva York). Pero con el paso del tiempo se acumula la experiencia y al final se aprende. La evolución, en otras palabras, es implacable. Yo estoy dispuesto a apostar que en un siglo, estudiantes de sociología leerán sobre nuestro agudo y estridente lenguaje callejero, y se quedarán perplejos ante nuestras evidentes limitaciones.
Entonces pasemos a otra diferencia que se pierde entre el ruido, y es la diferencia entre “expresar” y “comunicar”. Para muchos, subirse a un automóvil y pelearse con todos y con todo, es una manera de expresarse. Les debe tener muy sin cuidado si comunican algo o no. Lo importante es sacarse el estrés de encima, y para ello todos los que están delante son el lienzo de su pintura, el mármol para cincelar su frustración.
Hoy nuestro país está lleno de líderes que expresan mucho, y no comunican nada. De políticos que asumen que existe causalidad entre el malestar general – producto de una situación desastrosa – y el “modelo”. Empecemos por el final. Es cierto que hay una correlación entre una economía violentada por corrupción, asediada por ineficiencia, y prostituida por prebendas y un malestar generalizado. Entonces, quienes se “expresan” tan libremente (más acertado sería “manifiestan”, preferiblemente en carreteras interdepartamentales), quieren hacernos creer que esto es una causalidad que hay entre el “modelo” y la situación.
Estos líderes y “políticos” no dicen en qué consiste este “modelo”, ni tampoco dicen cómo debe ser reemplazado, simplemente se expresan en contra de el. Y cómo el país esta harto de tanta miseria y la gente está dispuesta a protestar su situación, creen que su liderazgo y demagogia es la que motiva dicha movilización. La gente está cansada, si, pero de no tener qué comer. Pero si le preguntamos a la gente si se debería abolir la propiedad privada, si el Estado debería limitar el derecho que tiene cada ciudadano a expresarse libremente, si el Estado debería asumir un papel protagónico en la economía, y si la lucha de clases es la única manera de lograr una reivindicación histórica ante tanta corrupción, estoy seguro que la mayoría de los bolivianos diría ¡No!
El “modelo” no se lo entiende muy bien, y nadie se da la molestia de definirlo o explicarlo. No hay líderes con la honestidad intelectual de por lo menos brindar las bases de dicho “modelo”, o siquiera explicar que existen tantas miles de posibles manifestaciones de este, y no solo la que conocemos. Pero como todos los líderes sienten la necesidad pragmática de unirse al movimiento “anti-neoliberal”, nadie se atreve a decir qué realmente es una democracia liberal, y si cree o no que representa el mejor camino para desarrollar la economía boliviana y lograr esa añorada y necesaria justicia social.
Aquí aparecen entonces otras diferencias, y son entre “oponerse” y “proponer”, entre “destruir” y “construir”, entre “retórica populista” y un proyecto de desarrollo responsable y con visión de país. Al igual que la nomenclatura de la calle se osifica en nuestras mentes por flojera, ignorancia o costumbre, la retórica demagógica pareciera decirnos algo, y a su vez pareciera que no queremos descubrir que no dice nada. Espero que no tengan que pasar 100 años antes que el pueblo boliviano sé de cuenta que sus lideres no están preocupados con proponer, que lo único que hacen es oponerse, y que lo que tienen es una agenda personal y no así un proyecto nacional.
Etiquetas:
lenguaje involutivo
Para Leer al Anarquismo
“Expropiación sin indemnización, ni constituyente, ni referéndum, ni Mesa, ni Evo, ni elecciones...” Solo falta que añadan, “ni libertades personales”, para que la pancarta en la Plaza de San Francisco de un partido radical refleje fielmente el espíritu que parece embargar a una pequeña, pero activista, celda de la población. La ideología parece ser: “Los demás le dan anarquía a medias, nosotros le damos todo”. El peligro, sin embargo, no yace tanto en una actitud social y políticamente inmadura, sino que en la alegre petición de erradicar la democracia, también podemos vislumbrar el deseo de unos cuantos de violentar la libertad.
Por muy perfecta que sea una sociedad, jamás podrá librarse del crimen. Es casi una ley estadística que - por toda la eternidad - un pequeño porcentaje de los seres humanos tendrá algún desequilibrio mental que lo hará más propenso a cometer un delito. En una sociedad perfecta, donde no exista pobreza e injusticia social, tal vez sea una madre sobre protectora, un padre abusivo, o el trauma de un amor no correspondido, que empuje a estos cuantos individuos con trastornos mentales a una vida de violencia. De igual manera, me atrevo a sugerir que, por muy perfecta que sea una sociedad, siempre habrán quienes jamás entiendan lo que representa y ha costado obtener la libertad.
Estamos alucinantemente lejos de vivir en una sociedad justa. Cargamos encima cientos de años de una casi barbárica explotación. Tal vez es precisamente por ello que – en lugar de perfeccionar y profundizar nuestra democracia – el liderazgo sindical (entre otros) ahora promueve sigilosamente el conflicto de clases, la violencia, y el levantamiento popular. Y aunque es cierto que en una democracia el derecho a la manifestación pacífica es uno de los baluartes de la libertad, me refiero a una actitud ideológica que sobrepasa los límites de la libre expresión, y entra en el ámbito de la provocación, la intransigencia, y el gestar una situación anárquica que tiene víctimas en aquellos productores que abastecen las ciudades de alimentos, las poblaciones que viven del turismo, los pequeños negocios que ven entorpecidos sus suministros y capacidad de entregar lo que producen, y la población en general.
Lo que debe quedar claro es que sin libertades personales, sin la aplicación efectiva del marco jurídico que supuestamente garantiza no solo la potestad del individuo de expresarse libremente, sino también su libertad de participar de manera productiva en la economía, el perfeccionamiento de la sociedad - y la correspondiente justicia social -jamás será alcanzada. Pero la libertad ha tomado el asiento trasero, y el conductor de “lo histórico y lo social” es una vez más la lucha de clases, con la anarquía de copiloto y la intransigencia política del Congreso de insospechado colaborador.
Con una simple conexión de Internet hoy tenemos acceso a la discografía casi completa del mundo occidental, y especialmente a las nuevas corriente musicales que se han venido gestando en los últimos 10 años. Sin embargo, por nostalgia, flojera, comodidad o ignorancia, seguimos escuchando la misma música que hace 30 o 40 años. Fue entonces, en 1972, que un joven argentino, nacionalizado chileno, Ariel Dorfman colaboraba con Mattelart en el libro “Para Leer al Pato Donald”. Este libro abogaba no solo la expropiación de los medios de producción, sino también una lucha ideológica para recuperar lo humano de las garras de la plusvalía, del frío imperativo de ser competitivo, y de la despersonalización de lo económico, en nombre de un concepto abstracto de libertad.
De una cosa les puedo asegurar que jamás nos vamos a librar, y es del imperativo de trabajar, de ser productivo y de competir con los demás. La competencia debe ser honesta, sana y debe promover lo mejor en el ser humano, y no lo peor. Es como en el deporte. Nadie va a ver un partido donde los goles no cuentan, o en el cual cada jugador no hace el máximo esfuerzo para seguir siendo titular. Pero el deporte tiene reglas, y se castiga severamente a quien hace daño al contrincante, o al equipo que contrata árbitros en lugar de un jugador. En la vida es igual, y las reglas del juego del mercado en sociedades modernas han logrado que el obrero trabaje bajo condiciones dignas, que participe en muchos casos de la propiedad de la empresa, que aspire a una jubilación justa y que reciba una remuneración de acuerdo al esfuerzo que debe realizar. Y ello no es por defender un concepto abstracto de justicia o libertad, sino porque un obrero capacitado, bien remunerado, que minimiza en su vida el estrés, y tiene vacaciones decentes y bien pagadas, ha ser más productivo y rendir mejor. Al margen de las intenciones del dueño de los medios de producción, ese obrero es libre de pensar, viajar, estudiar, educar a sus hijos y aspirar a que estos tengan un mejor futuro, no solo porque existe el marco jurídico que garantiza dicha libertad, sino porque su sociedad genera la riqueza con la cual se construyen escuelas, carreteras, hospitales, universidades, y sobre todo porque la productividad de esa sociedad permite pagar sueldos con los cuales adquirir todo lo anteriormente mencionado.
Dorfman hoy vive en el país imperialista que alguna vez repudió, y aunque sigue siendo un paladín anti-imperialista, el imperio que combate es tangible y según el se encuentra “conquistando” Irak. Dorfman ya no es el Quijote que pelea contra molinos de viento, y su lucha por la libertad está enmarcada, al igual que la de Lula, López Obrador y Rodríguez Zapatero, en una sociedad capitalista. En otras palabras, una democracia liberal puede ser de izquierda, y pude promover la justicia social.
Aquí, sin embargo, seguimos leyendo el primer libro que escribió Dorfman, ignorantes de su propia evolución ideológica y de su nueva búsqueda por ese abstracto concepto de libertad. Ha costado mucho lograr las libertades que hoy gozamos, pero la lección escapa a los niños políticos de una izquierda anquilosada, y sus cómplices en el Congreso, que son buenos para criticar el partido de fútbol, pero incapaces de sudar la camiseta y buscar una verdadera solución. El único éxito de estos protagonistas de nuestra trágica-cómica historieta ha sido el interrumpir nuestras libertades, devaluarlas, y lo peor de todo, ponerlas en peligro de un retroceso fatal.
Por muy perfecta que sea una sociedad, jamás podrá librarse del crimen. Es casi una ley estadística que - por toda la eternidad - un pequeño porcentaje de los seres humanos tendrá algún desequilibrio mental que lo hará más propenso a cometer un delito. En una sociedad perfecta, donde no exista pobreza e injusticia social, tal vez sea una madre sobre protectora, un padre abusivo, o el trauma de un amor no correspondido, que empuje a estos cuantos individuos con trastornos mentales a una vida de violencia. De igual manera, me atrevo a sugerir que, por muy perfecta que sea una sociedad, siempre habrán quienes jamás entiendan lo que representa y ha costado obtener la libertad.
Estamos alucinantemente lejos de vivir en una sociedad justa. Cargamos encima cientos de años de una casi barbárica explotación. Tal vez es precisamente por ello que – en lugar de perfeccionar y profundizar nuestra democracia – el liderazgo sindical (entre otros) ahora promueve sigilosamente el conflicto de clases, la violencia, y el levantamiento popular. Y aunque es cierto que en una democracia el derecho a la manifestación pacífica es uno de los baluartes de la libertad, me refiero a una actitud ideológica que sobrepasa los límites de la libre expresión, y entra en el ámbito de la provocación, la intransigencia, y el gestar una situación anárquica que tiene víctimas en aquellos productores que abastecen las ciudades de alimentos, las poblaciones que viven del turismo, los pequeños negocios que ven entorpecidos sus suministros y capacidad de entregar lo que producen, y la población en general.
Lo que debe quedar claro es que sin libertades personales, sin la aplicación efectiva del marco jurídico que supuestamente garantiza no solo la potestad del individuo de expresarse libremente, sino también su libertad de participar de manera productiva en la economía, el perfeccionamiento de la sociedad - y la correspondiente justicia social -jamás será alcanzada. Pero la libertad ha tomado el asiento trasero, y el conductor de “lo histórico y lo social” es una vez más la lucha de clases, con la anarquía de copiloto y la intransigencia política del Congreso de insospechado colaborador.
Con una simple conexión de Internet hoy tenemos acceso a la discografía casi completa del mundo occidental, y especialmente a las nuevas corriente musicales que se han venido gestando en los últimos 10 años. Sin embargo, por nostalgia, flojera, comodidad o ignorancia, seguimos escuchando la misma música que hace 30 o 40 años. Fue entonces, en 1972, que un joven argentino, nacionalizado chileno, Ariel Dorfman colaboraba con Mattelart en el libro “Para Leer al Pato Donald”. Este libro abogaba no solo la expropiación de los medios de producción, sino también una lucha ideológica para recuperar lo humano de las garras de la plusvalía, del frío imperativo de ser competitivo, y de la despersonalización de lo económico, en nombre de un concepto abstracto de libertad.
De una cosa les puedo asegurar que jamás nos vamos a librar, y es del imperativo de trabajar, de ser productivo y de competir con los demás. La competencia debe ser honesta, sana y debe promover lo mejor en el ser humano, y no lo peor. Es como en el deporte. Nadie va a ver un partido donde los goles no cuentan, o en el cual cada jugador no hace el máximo esfuerzo para seguir siendo titular. Pero el deporte tiene reglas, y se castiga severamente a quien hace daño al contrincante, o al equipo que contrata árbitros en lugar de un jugador. En la vida es igual, y las reglas del juego del mercado en sociedades modernas han logrado que el obrero trabaje bajo condiciones dignas, que participe en muchos casos de la propiedad de la empresa, que aspire a una jubilación justa y que reciba una remuneración de acuerdo al esfuerzo que debe realizar. Y ello no es por defender un concepto abstracto de justicia o libertad, sino porque un obrero capacitado, bien remunerado, que minimiza en su vida el estrés, y tiene vacaciones decentes y bien pagadas, ha ser más productivo y rendir mejor. Al margen de las intenciones del dueño de los medios de producción, ese obrero es libre de pensar, viajar, estudiar, educar a sus hijos y aspirar a que estos tengan un mejor futuro, no solo porque existe el marco jurídico que garantiza dicha libertad, sino porque su sociedad genera la riqueza con la cual se construyen escuelas, carreteras, hospitales, universidades, y sobre todo porque la productividad de esa sociedad permite pagar sueldos con los cuales adquirir todo lo anteriormente mencionado.
Dorfman hoy vive en el país imperialista que alguna vez repudió, y aunque sigue siendo un paladín anti-imperialista, el imperio que combate es tangible y según el se encuentra “conquistando” Irak. Dorfman ya no es el Quijote que pelea contra molinos de viento, y su lucha por la libertad está enmarcada, al igual que la de Lula, López Obrador y Rodríguez Zapatero, en una sociedad capitalista. En otras palabras, una democracia liberal puede ser de izquierda, y pude promover la justicia social.
Aquí, sin embargo, seguimos leyendo el primer libro que escribió Dorfman, ignorantes de su propia evolución ideológica y de su nueva búsqueda por ese abstracto concepto de libertad. Ha costado mucho lograr las libertades que hoy gozamos, pero la lección escapa a los niños políticos de una izquierda anquilosada, y sus cómplices en el Congreso, que son buenos para criticar el partido de fútbol, pero incapaces de sudar la camiseta y buscar una verdadera solución. El único éxito de estos protagonistas de nuestra trágica-cómica historieta ha sido el interrumpir nuestras libertades, devaluarlas, y lo peor de todo, ponerlas en peligro de un retroceso fatal.
Semántica Invisible de la Retórica de la Igualdad
El extremismo de la “mano invisible” suponía que el bien común se lograba simplemente mediante el incentivo que tiene cada individuo de obtener una retribución por su trabajo. Luego, el modelo neoliberal, al precio de atar la mano del Estado en su capacidad de crear condiciones para el desarrollo, dogmáticamente privilegió la flexibilidad del mercado. Ahora, con la excelente y bien intencionado propósito de erradicar los incentivos individuales en nombre de la solidaridad, y de transformar el interés personal iluminado, por un poder político comunitario que le dé vida a la imaginación de académicos trasnochados, viene la visión apocalíptica del conflicto étnico, para reemplazar la mano invisible del mercado, con la mano negra del dogmatismo ideológico.
Aprovecho que aún existe libertad de expresión individual, para darle voz a uno de los eruditos del “poder a través de la retórica de la igualdad”, el académico Luis Tapia. Dice Tapia: “Para enfrentar la integración y la igualdad multicultural, hay que pensar en un conjunto de niveles intermedios que produzcan continuidad entre los núcleos de autodeterminación local y cultural, y que éstos vayan a través de varios niveles intermedios a participar en la toma de decisiones a nivel ejecutivo”. Tapia luego nos advierte que la descentralización es una conspiración neoliberal, que la autonomía “sigue siendo pensada bajo el formato de gobierno de la cultura dominante”, y que la gran conspiración oligárquica es dominar mediante “el sistema de partidos y competencia electoral... [para] gobernar de manera mayoritaria producida artificialmente por mecanismos electorales”. ¡Qué! Debo suponer que al señor Tapia le molesta que el Presidente Morales gobierne con solo el 53% del voto, o tal vez le de rabia que no haya obtenido el 100%.
Lo primero que me queda claro es que, por muchas condiciones e incentivos que pueda crear una región para atraer inversionistas, éste gobierno tiene la capacidad de imponer, mediante el dogmatismo de una mentalidad comunitaria, su resentimiento hacia el enemigo - la inversión privada - y así ellos decidir quién puede o no invertir en dicha región. Así que, de nada vale la autonomía, cuando la mano negra del dogmatismo ideológico podrá borrar con el codo, lo que las regiones logren - en base al sacrificio y sudor - construir con sus individualistas manos. La segunda, es que se pretende avanzar el desarrollo del país y crear empleos en base a la “deliberación colectiva y proceso político de construcción en espacios públicos”, eliminando los incentivos privados, en favor del poder político de decidir “qué” y “cómo” producir. Por último, me queda claro que el obstáculo entre perpetuar la mano negra del dogmatismo ideológico - durante los “cincuenta años de horror” necesarios para enmendar la injusticia de los “500 años de opresión” - son las libertades democráticas, y el proceso electoral, que “burgueses” como yo aún consideran su derecho defender (y que hoy permiten a sus detractores gobernar). Lo que no le debe quedar claro al profesor Tapia es que la CPE enmarca valores y principios fundamentales para garantizar una convivencia sana y productiva, y no constituye un programa de gobierno para avanzar los intereses de un solo grupo o región. Es como las reglas de la gramática. Una vez decididas éstas reglas, cada quien tiene la libertad de utilizar el idioma para crear poemas, avanzar la ciencia y tecnología, o articular una visión política o económico para el país. En el caso de la gramática, la reglas deben ser congruentes y coherentes, y su imperativo debe ser la comunicación. En el caso de la CPE, la igualdad debe ser igualdad de derechos y oportunidades, y el imperativo debe ser– respetando libertades – el superar injusticias y asimetrías que discriminan la óptima participación y libre desarrollo del individuo. Pero con poetas como Tapia, en la semántica del poder colectivo hemos de naufragar, recitando odas a su concepto extremista de una igualdad comunitaria.
Aprovecho que aún existe libertad de expresión individual, para darle voz a uno de los eruditos del “poder a través de la retórica de la igualdad”, el académico Luis Tapia. Dice Tapia: “Para enfrentar la integración y la igualdad multicultural, hay que pensar en un conjunto de niveles intermedios que produzcan continuidad entre los núcleos de autodeterminación local y cultural, y que éstos vayan a través de varios niveles intermedios a participar en la toma de decisiones a nivel ejecutivo”. Tapia luego nos advierte que la descentralización es una conspiración neoliberal, que la autonomía “sigue siendo pensada bajo el formato de gobierno de la cultura dominante”, y que la gran conspiración oligárquica es dominar mediante “el sistema de partidos y competencia electoral... [para] gobernar de manera mayoritaria producida artificialmente por mecanismos electorales”. ¡Qué! Debo suponer que al señor Tapia le molesta que el Presidente Morales gobierne con solo el 53% del voto, o tal vez le de rabia que no haya obtenido el 100%.
Lo primero que me queda claro es que, por muchas condiciones e incentivos que pueda crear una región para atraer inversionistas, éste gobierno tiene la capacidad de imponer, mediante el dogmatismo de una mentalidad comunitaria, su resentimiento hacia el enemigo - la inversión privada - y así ellos decidir quién puede o no invertir en dicha región. Así que, de nada vale la autonomía, cuando la mano negra del dogmatismo ideológico podrá borrar con el codo, lo que las regiones logren - en base al sacrificio y sudor - construir con sus individualistas manos. La segunda, es que se pretende avanzar el desarrollo del país y crear empleos en base a la “deliberación colectiva y proceso político de construcción en espacios públicos”, eliminando los incentivos privados, en favor del poder político de decidir “qué” y “cómo” producir. Por último, me queda claro que el obstáculo entre perpetuar la mano negra del dogmatismo ideológico - durante los “cincuenta años de horror” necesarios para enmendar la injusticia de los “500 años de opresión” - son las libertades democráticas, y el proceso electoral, que “burgueses” como yo aún consideran su derecho defender (y que hoy permiten a sus detractores gobernar). Lo que no le debe quedar claro al profesor Tapia es que la CPE enmarca valores y principios fundamentales para garantizar una convivencia sana y productiva, y no constituye un programa de gobierno para avanzar los intereses de un solo grupo o región. Es como las reglas de la gramática. Una vez decididas éstas reglas, cada quien tiene la libertad de utilizar el idioma para crear poemas, avanzar la ciencia y tecnología, o articular una visión política o económico para el país. En el caso de la gramática, la reglas deben ser congruentes y coherentes, y su imperativo debe ser la comunicación. En el caso de la CPE, la igualdad debe ser igualdad de derechos y oportunidades, y el imperativo debe ser– respetando libertades – el superar injusticias y asimetrías que discriminan la óptima participación y libre desarrollo del individuo. Pero con poetas como Tapia, en la semántica del poder colectivo hemos de naufragar, recitando odas a su concepto extremista de una igualdad comunitaria.
La Maldición del Gas
Publicado en La Prensa, viernes 8 de julio de 2005
Si en Bolivia jamás hubiese existido una sola molécula de gas, la Constituyente y las Autonomía lo más probable hubiesen igual sido parte da la agenda política. A su vez, quisiéramos creer que en este escenario, debido a la ausencia de la consigna de “nacionalización” que ha sido tan efectiva en amalgamar el despotismo sindical, hubiese sido viable el discutir y manejar esta agenda dentro de un marco en el que impere la civilidad, la continuidad económica y la paz.
Lamentablemente tenemos la ilusión de una gran riqueza enterrada bajo nuestro suelo, que junto a un nacionalismo demagógico ha servido como disparador de la intransigencia política y de la movilización anti-democrática de una cuantiosa (pero minoritaria) agrupación social. Su violencia y frustración es comprensible, y su consigna más contundente es “no tenemos nada que perder”. Cuando más del 60 por ciento de la población vive debajo del margen de pobreza, no es de extrañarse que muchos tengan el deseo de inmolarse en vida y hacer probar al “burgués encorbatado” lo que se siente no tener para darle de comer a sus hijos. Pero por muy justo que sea su reclamo, sus tácticas políticas están demostrando ser suicidas para el país.
Lo triste es que al paso que vamos, ese deseo de que todos pasemos igual hambre cada vez será más real. Las empresas especializadas en medir el riesgo de inversión en el mundo y clasificar a los países colocan a Bolivia en los últimos lugares, y a consecuencia las inversiones en nuestro país se harán esperar. Tres de los países con mayor afluencia turística a Bolivia, EEUU, Inglaterra y Alemania están aconsejando a sus residentes evitar venir a nuestro país. Si regresan las movilizaciones y la correspondiente parálisis económica, es muy probable que empiece una fuga de capitales y que la banca se vea forzada a incrementar sus tasas de interés.
En Bolivia la pequeña y microempresa generan 8 de cada 10 empleos, con 83% de la población empleada absorbida por microempresas de hasta 9 empleados. Con cada punto porcentual que se eleve la tasa de interés, menor será la capacidad de este importante sector de generar más empleos. Peor aún, si estas pequeñas empresas siguen siendo estranguladas por bloqueos y parálisis social, muchas tendrán que cerrar sus operaciones o migrar fuera del centro del descontento.
La deuda externa boliviana acaba de ser reducida en un 41%, lo que representa 2.006 millones de dólares y una reducción anual de 113.4 millones de dólares que deberán ser destinada al gasto social. Los grupos radicales movilizados no ha celebrado ni visto en ello un avance de sus justos reclamos, pero si el país – a consecuencia del clima de inestabilidad - cae en un espiral de pobreza, seguramente paralizaran el país una y otra vez hasta lograr vengar años de abandono y corrupción por parte de la clase gobernante. Lo triste es que una justa reivindicación para el pueblo de Bolivia sería desarrollar no tan solo nuestra economía, sino un marco jurídico con el que se meta preso a quien en el futuro intente corruptamente lucrar del poder delegado por el verdadero soberano. Pero en lugar de sed de justicia tenemos sed de venganza, y con tanta permisividad política, con su correspondiente profundización del hambre, habremos terminado de legitimar las consignas de quienes hoy abiertamente proclaman, y pronto se sentirán justificados de, saquear no solo nuestra democracia, sino también nuestro hogar.
Si en Bolivia jamás hubiese existido una sola molécula de gas, la Constituyente y las Autonomía lo más probable hubiesen igual sido parte da la agenda política. A su vez, quisiéramos creer que en este escenario, debido a la ausencia de la consigna de “nacionalización” que ha sido tan efectiva en amalgamar el despotismo sindical, hubiese sido viable el discutir y manejar esta agenda dentro de un marco en el que impere la civilidad, la continuidad económica y la paz.
Lamentablemente tenemos la ilusión de una gran riqueza enterrada bajo nuestro suelo, que junto a un nacionalismo demagógico ha servido como disparador de la intransigencia política y de la movilización anti-democrática de una cuantiosa (pero minoritaria) agrupación social. Su violencia y frustración es comprensible, y su consigna más contundente es “no tenemos nada que perder”. Cuando más del 60 por ciento de la población vive debajo del margen de pobreza, no es de extrañarse que muchos tengan el deseo de inmolarse en vida y hacer probar al “burgués encorbatado” lo que se siente no tener para darle de comer a sus hijos. Pero por muy justo que sea su reclamo, sus tácticas políticas están demostrando ser suicidas para el país.
Lo triste es que al paso que vamos, ese deseo de que todos pasemos igual hambre cada vez será más real. Las empresas especializadas en medir el riesgo de inversión en el mundo y clasificar a los países colocan a Bolivia en los últimos lugares, y a consecuencia las inversiones en nuestro país se harán esperar. Tres de los países con mayor afluencia turística a Bolivia, EEUU, Inglaterra y Alemania están aconsejando a sus residentes evitar venir a nuestro país. Si regresan las movilizaciones y la correspondiente parálisis económica, es muy probable que empiece una fuga de capitales y que la banca se vea forzada a incrementar sus tasas de interés.
En Bolivia la pequeña y microempresa generan 8 de cada 10 empleos, con 83% de la población empleada absorbida por microempresas de hasta 9 empleados. Con cada punto porcentual que se eleve la tasa de interés, menor será la capacidad de este importante sector de generar más empleos. Peor aún, si estas pequeñas empresas siguen siendo estranguladas por bloqueos y parálisis social, muchas tendrán que cerrar sus operaciones o migrar fuera del centro del descontento.
La deuda externa boliviana acaba de ser reducida en un 41%, lo que representa 2.006 millones de dólares y una reducción anual de 113.4 millones de dólares que deberán ser destinada al gasto social. Los grupos radicales movilizados no ha celebrado ni visto en ello un avance de sus justos reclamos, pero si el país – a consecuencia del clima de inestabilidad - cae en un espiral de pobreza, seguramente paralizaran el país una y otra vez hasta lograr vengar años de abandono y corrupción por parte de la clase gobernante. Lo triste es que una justa reivindicación para el pueblo de Bolivia sería desarrollar no tan solo nuestra economía, sino un marco jurídico con el que se meta preso a quien en el futuro intente corruptamente lucrar del poder delegado por el verdadero soberano. Pero en lugar de sed de justicia tenemos sed de venganza, y con tanta permisividad política, con su correspondiente profundización del hambre, habremos terminado de legitimar las consignas de quienes hoy abiertamente proclaman, y pronto se sentirán justificados de, saquear no solo nuestra democracia, sino también nuestro hogar.
La Ideología del Desprecio
La estrategia de dominación del Imperio sobre los pueblos latinoamericanos es cada vez más sutil y, en lugar de los ejércitos de intervensionistas bajo la Doctrina de Monroe de 1823, ahora se avanza - cual caballo de Troya - la ideología de la libertad. La anterior es, en esencia, la retórica chavista, que nos advierte que lo que se mantiene es el afán imperialista de “dividir para conquistar”. Parecería que años de cárcel leyendo biografías del Libertador, y su predisposición al delirio de grandeza, han atrapado el sufrimiento y frustraciones de Bolívar bajo su piel. En su retórica es notable observar como Chávez sinceramente sufre por cada aliento de rebeldía que fue apagado con sangre, y como encarniza profundamente la historia de una América sometida, la resucita melodramáticamente, como si estuviese embrujado por los miles de fantasmas revolucionaros que habitan un continente cansado de ser el patio de atrás.
No es consuelo para los mártires de la independencia latinoamericana, observar desde el cielo que en lugar de Marines, ahora se utilicen civiles cubiertos de Armani y corbatas Hugo Boss. Pero el espíritu humano de libertad es incontenible, y al igual que la fe en Cristo supo rescatar en el medioevo a la iglesia católica del papel imperialista que durante siglos jugó en Europa, ahora el pueblo norteamericano deberá levantarse en contra del Emperador George Bush. Otrora, los valores de compasión y tolerancia cristianos pudieron más que el fuego redentor de Torquemada, y de igual manera los valores democráticos del pueblo norteamericano eventualmente derrotarán al imperialismo de las elites políticas yanquis sustentadas por el terror de las transnacionales.
¡Resulta, entonces, que son los gringos los que carecen libertad! La retórica chavista es indudablemente magistral, y apela a los sentimientos nacionalistas, resucita odios ancestrales, establece claramente cual es el enemigo, para luego ejercer su propia agenda de “dividir y conquistar”. A su vez, la sofistería de Chávez obliga a manejar la realidad de una manera dualista, haciendo diferencias entre un libre comercio digno y otro servil, entre los que están con el, y quienes se atreven oponerse. Ya se lo dijeron en Viena, pero creo que merece ser entendido bien: entre el maniqueísmo que divide al mundo entre el bien y el mal de Bush y Chávez, no existe ninguna diferencia.
Si Ecuador está siendo chantajeada mediante el TLC por el Gobierno de los EEUU para que no haga cumplir la ley y el contrato con la petrolera OXY, habiendo ésta realizado transacciones de valores sin previa autorización, eso no se vale y no se puede aceptar. Pero manipular ese incidente para negar cualquier beneficio que pueda traer un tratado de libre comercio es en realidad una estrategia de poder, una agenda irracional de crear un enemigo, para luego arremeter contra los molinos de vientos, con el deseo enfermizo de adquirir la inmortalidad, aunque sea al precio de frenar el desarrollo de nuestros mercados.
Cuando se divide al mundo en blanco y negro, quienes avanzan esa agenda y controlan el poder, no pueden permitir que exista más de un solo color, y todos deben adaptarse a su concepto de lo que representa un desarrollo libre y soberano. Más peligroso que para Bolivia, esto es peligroso para Centroamérica, porque ellos no tiene gas. Como verán, la injerencia, al igual que el imperialismo, puede ser muy sutil. La agenda ahora– en nombre de la humanidad - es dividir este continente, hasta que se arrodille ante la estrategia del desarrollo autárquico y estatista subvencionada por el petróleo venezolano. Sin embargo, si de aquí a 20 años, al celebrar los dos siglos del Congreso “Anfictiónico” de Panamá de 1826, nos despertamos a la realidad que nos comimos los hidrocarburos, que se han desarrollado otras tecnologías y por ende no podemos seguir chantajeando a nuestros vecinos, que hemos hipotecado nuestra integración económica en nombre del molino de viento que nos vendieron Chávez y Fidel, que vivimos en un continente desarticulado y polarizado ideológicamente, al precio de nuestra libertad, dudo que los mártires de la lucha contra el imperialismo, allí en el cielo, sientan que se hizo patria, o que alguien haya vencido.
No es consuelo para los mártires de la independencia latinoamericana, observar desde el cielo que en lugar de Marines, ahora se utilicen civiles cubiertos de Armani y corbatas Hugo Boss. Pero el espíritu humano de libertad es incontenible, y al igual que la fe en Cristo supo rescatar en el medioevo a la iglesia católica del papel imperialista que durante siglos jugó en Europa, ahora el pueblo norteamericano deberá levantarse en contra del Emperador George Bush. Otrora, los valores de compasión y tolerancia cristianos pudieron más que el fuego redentor de Torquemada, y de igual manera los valores democráticos del pueblo norteamericano eventualmente derrotarán al imperialismo de las elites políticas yanquis sustentadas por el terror de las transnacionales.
¡Resulta, entonces, que son los gringos los que carecen libertad! La retórica chavista es indudablemente magistral, y apela a los sentimientos nacionalistas, resucita odios ancestrales, establece claramente cual es el enemigo, para luego ejercer su propia agenda de “dividir y conquistar”. A su vez, la sofistería de Chávez obliga a manejar la realidad de una manera dualista, haciendo diferencias entre un libre comercio digno y otro servil, entre los que están con el, y quienes se atreven oponerse. Ya se lo dijeron en Viena, pero creo que merece ser entendido bien: entre el maniqueísmo que divide al mundo entre el bien y el mal de Bush y Chávez, no existe ninguna diferencia.
Si Ecuador está siendo chantajeada mediante el TLC por el Gobierno de los EEUU para que no haga cumplir la ley y el contrato con la petrolera OXY, habiendo ésta realizado transacciones de valores sin previa autorización, eso no se vale y no se puede aceptar. Pero manipular ese incidente para negar cualquier beneficio que pueda traer un tratado de libre comercio es en realidad una estrategia de poder, una agenda irracional de crear un enemigo, para luego arremeter contra los molinos de vientos, con el deseo enfermizo de adquirir la inmortalidad, aunque sea al precio de frenar el desarrollo de nuestros mercados.
Cuando se divide al mundo en blanco y negro, quienes avanzan esa agenda y controlan el poder, no pueden permitir que exista más de un solo color, y todos deben adaptarse a su concepto de lo que representa un desarrollo libre y soberano. Más peligroso que para Bolivia, esto es peligroso para Centroamérica, porque ellos no tiene gas. Como verán, la injerencia, al igual que el imperialismo, puede ser muy sutil. La agenda ahora– en nombre de la humanidad - es dividir este continente, hasta que se arrodille ante la estrategia del desarrollo autárquico y estatista subvencionada por el petróleo venezolano. Sin embargo, si de aquí a 20 años, al celebrar los dos siglos del Congreso “Anfictiónico” de Panamá de 1826, nos despertamos a la realidad que nos comimos los hidrocarburos, que se han desarrollado otras tecnologías y por ende no podemos seguir chantajeando a nuestros vecinos, que hemos hipotecado nuestra integración económica en nombre del molino de viento que nos vendieron Chávez y Fidel, que vivimos en un continente desarticulado y polarizado ideológicamente, al precio de nuestra libertad, dudo que los mártires de la lucha contra el imperialismo, allí en el cielo, sientan que se hizo patria, o que alguien haya vencido.
Etiquetas:
ideología del desprecio
Es Bien Chido ser Naco
La cultura mexicana tiene un lenguaje colorido y multidimensional, y algunas palabras adquieren, según su uso, varios y diversos significados. La “Cadena T” de televisión, interesada en entender un poco mejor este fenómeno, y compartirlo con su audiencia, me encargó ir a México a investigar. Una palabra en particular atrajo mi atención, y decidí enfocarme en ella: el vocablo naco. Después de varias semanas entrevistando a mexicanos, empecé a darme cuenta que tal vez había elegido un término demasiado sensible y controversial. Pero ya era demasiado tarde.
Encontré que la etimología de la expresión naco tiene por lo menos tres dimensiones, que se entrelazan en una danza que invoca desde lo “colonial”, hasta lo “coloquial”, penetrando el imaginario colectivo a momentos con humor y sutileza, y otras con desprecio. Existe, por ejemplo, una connotación, que aunque mínima y casi en desuso, hace la voz un tanto “racista”, y aunque naco no está identificado con un grupo étnico, quien lo utiliza expresa un cierto dejo de superioridad. Por otra parte, naco sugiere también una diferencia social. Me alegra reportar, sin embargo, que no obstante la distribución de la riqueza aún es pésima, el mexicano hace estragos por ser más igualitario, y tal vez por la herencia patriótica y revolucionaria de Villa y Zapata, tratan de no utilizar naco para mellar la dignidad y profundizar el dolor de quienes son más pobres. Por último, el uso más común y generalizado del vernáculo lingüístico, es de “mal gusto”, y un mexicano puede ser rubio de ojos azules, manejar un Mercedes Benz último modelo, pero si el coche trae dados de peluche en el parabrisa, un Garfield pegado a la ventana trasera, está pintado el auto con los colores de la bandera mexicana, y trae un bocina al ritmo de “La Cucaracha”, ese mexicano corre el riego que alguien lo considere un naco.
Al regresar a Bolivia fui recibido con la censura del Supremo Consejo de Buenos Usos y Costumbres Nacional (SUBUCONA), institución autárquica encargada de preservar la integridad de nuestra asediada nación. Según el Supremo Consejo, la discusión pública de las connotaciones culturales del vocablo naco en México, “alentaba la reconstrucción de terminología racista y clasista, y era contraproducente al imperativo revolucionario de construir un nuevo hombre”. Me dio mucha pena gastar tiempo y esfuerzo en vano, y me fui resignado pensando que ahí terminaba la cosa. Pero aparentemente el vicepresidente de SUBUCONA escucho algo en el programa Sin Letra Chica, y fui nuevamente llamado a declarar. Me sentaron en una habitación oscura, con un foco brillante directamente enfocado a mi cara, y empezaron a preguntarme sobre mi “agenda”. Varias hipótesis fueron expuestas para que confiese, entre otras que yo había sido encargado la misión de desestabilizar al Gobierno y avivar el fuego racistas entre mis hermanos burgueses por la embajada norteamericana, y que “estaban utilizando mi inteligencia” para justificar su dominio global.
Les expliqué que “mis hermanos burgueses”, después de mis casi treinta años de exilio, nunca me habían siquiera tratado, no me conocían, y en base a sus prejuicios me hacían un bohemio bien naco y comunista. También confesé no tener ninguna afiliación partidista, he incluso haber votado las pasadas elecciones en contra de la corrupta partidocracia nacional. Protesté que mi única “agenda” era la curiosidad periodística, humana y natural de entender el “por qué” de las cosas (digo, sin obsesionarse con disecar la realidad con el ímpetu reduccionista científico de reducirla en componentes desagregados). No del todo satisfechos con mi explicación, a regañadientes decidieron dejarme en libertad, amenazando que estarían vigilando cuidadosamente los reportajes emitidos “en Cadena T”.
La libertad de expresión conlleva ciertas responsabilidades, y uno no puede difamar o inventarse hechos. Sin embargo, creo que el Supremo Consejo también comete un atropello al derecho de libre pensamiento y expresión, al acusar impunemente y sin pruebas a los demás de tener una “agenda” o “conspirar”, y luego no ofrecer razones ni explicaciones para apoyar su convicción. En mi caso, el que estudie y brinde un reportaje sobre el vocablo naco puede parecerle a alguien – y sobre todo a SUBUCONA - un ejercicio estúpido, inconsecuente, mediocre, ridículo o de mal gusto, y por ende pueden objetar mi estilo y profesionalismo, eso lo puedo aceptar. Pero que me juzguen de tener una “agenda” y luego no se den la molestia de explicar de qué se trata dicha agenda, o quienes estamos conspirando, y cual es nuestro macabro objetivo, me parece un abuso del poder de la censura. Yo entiendo la necesidad de que nos proteja de elementos subversivos que quieren dividir a nuestra nación, y de quienes pretenden perpetuar las injusticias y desigualdades. Pero la investidura de SUBUCONA, creo, obliga – precisamente velando por su legitimidad – de que se delimiten sus competencias y facultades, porque de lo contrario el ejercicio de la censura, o el llamado a la auto-censura, puede convertirse en una instrumento político que viola las garantías y derechos ciudadanos en nombre del poder. Tal vez sea naco de mi parte estudiar, especialmente bajo el gobierno de Vicente Fox, la jerga lingüística en la cultura mexicana. Pero créanme que no tenía ninguna otra agenda que la curiosidad intelectual.
Es por esto que no puedo esperar a sea democráticamente elegido el asambleísta que va a representarme en mi distrito. No importa quién sea este individuo, o de que partido venga, porque nos representará a todos. A esta persona le voy a escribir una carta, pidiéndole por favor luche en la Asamblea Constituyente para que sea una Ley de la Nación, que quienes ejercen el poder, reconozcan que éste es un poder Supremo del pueblo, y que por lo tanto su ejercicio debe regirse por ciertas competencias y facultades, aunque quienes gobiernen no entiendan, acepten o respeten su valor. Y ojalá el día de mañana, quienes gobiernen no se sientan con la potestad de utilizar el poder investido en su cargo para utilizar de manera discrecional sus facultades, porque de otra manera el ejercicio de escribir un Nuevo Acuerdo será una inmensa farsa, y una grandísima perdida de tiempo. El Supremo Consejo de Buenos Usos y Costumbres Nacional tal vez tenga el derecho de cuestionar mi profesionalismo, y determinar si lo que escribo o reporto es “bueno” o “malo”, profesional o no, pero no tiene derecho a decidir de qué lado pertenezco en la eterna lucha entre el bien y el mal. De lo contrario, el “Supremo Consejo” no solo estará restándole credibilidad, dignidad y lustre a su investidura, sino que estará manifestando su prepotencia, mal gusto e ignorancia.
* La anterior nota es una recuento ficticio para un nuevo género, la “novela-realidad”, idea que por razones de “auto-regulación” ha
sido rechazada por UNITEL
Encontré que la etimología de la expresión naco tiene por lo menos tres dimensiones, que se entrelazan en una danza que invoca desde lo “colonial”, hasta lo “coloquial”, penetrando el imaginario colectivo a momentos con humor y sutileza, y otras con desprecio. Existe, por ejemplo, una connotación, que aunque mínima y casi en desuso, hace la voz un tanto “racista”, y aunque naco no está identificado con un grupo étnico, quien lo utiliza expresa un cierto dejo de superioridad. Por otra parte, naco sugiere también una diferencia social. Me alegra reportar, sin embargo, que no obstante la distribución de la riqueza aún es pésima, el mexicano hace estragos por ser más igualitario, y tal vez por la herencia patriótica y revolucionaria de Villa y Zapata, tratan de no utilizar naco para mellar la dignidad y profundizar el dolor de quienes son más pobres. Por último, el uso más común y generalizado del vernáculo lingüístico, es de “mal gusto”, y un mexicano puede ser rubio de ojos azules, manejar un Mercedes Benz último modelo, pero si el coche trae dados de peluche en el parabrisa, un Garfield pegado a la ventana trasera, está pintado el auto con los colores de la bandera mexicana, y trae un bocina al ritmo de “La Cucaracha”, ese mexicano corre el riego que alguien lo considere un naco.
Al regresar a Bolivia fui recibido con la censura del Supremo Consejo de Buenos Usos y Costumbres Nacional (SUBUCONA), institución autárquica encargada de preservar la integridad de nuestra asediada nación. Según el Supremo Consejo, la discusión pública de las connotaciones culturales del vocablo naco en México, “alentaba la reconstrucción de terminología racista y clasista, y era contraproducente al imperativo revolucionario de construir un nuevo hombre”. Me dio mucha pena gastar tiempo y esfuerzo en vano, y me fui resignado pensando que ahí terminaba la cosa. Pero aparentemente el vicepresidente de SUBUCONA escucho algo en el programa Sin Letra Chica, y fui nuevamente llamado a declarar. Me sentaron en una habitación oscura, con un foco brillante directamente enfocado a mi cara, y empezaron a preguntarme sobre mi “agenda”. Varias hipótesis fueron expuestas para que confiese, entre otras que yo había sido encargado la misión de desestabilizar al Gobierno y avivar el fuego racistas entre mis hermanos burgueses por la embajada norteamericana, y que “estaban utilizando mi inteligencia” para justificar su dominio global.
Les expliqué que “mis hermanos burgueses”, después de mis casi treinta años de exilio, nunca me habían siquiera tratado, no me conocían, y en base a sus prejuicios me hacían un bohemio bien naco y comunista. También confesé no tener ninguna afiliación partidista, he incluso haber votado las pasadas elecciones en contra de la corrupta partidocracia nacional. Protesté que mi única “agenda” era la curiosidad periodística, humana y natural de entender el “por qué” de las cosas (digo, sin obsesionarse con disecar la realidad con el ímpetu reduccionista científico de reducirla en componentes desagregados). No del todo satisfechos con mi explicación, a regañadientes decidieron dejarme en libertad, amenazando que estarían vigilando cuidadosamente los reportajes emitidos “en Cadena T”.
La libertad de expresión conlleva ciertas responsabilidades, y uno no puede difamar o inventarse hechos. Sin embargo, creo que el Supremo Consejo también comete un atropello al derecho de libre pensamiento y expresión, al acusar impunemente y sin pruebas a los demás de tener una “agenda” o “conspirar”, y luego no ofrecer razones ni explicaciones para apoyar su convicción. En mi caso, el que estudie y brinde un reportaje sobre el vocablo naco puede parecerle a alguien – y sobre todo a SUBUCONA - un ejercicio estúpido, inconsecuente, mediocre, ridículo o de mal gusto, y por ende pueden objetar mi estilo y profesionalismo, eso lo puedo aceptar. Pero que me juzguen de tener una “agenda” y luego no se den la molestia de explicar de qué se trata dicha agenda, o quienes estamos conspirando, y cual es nuestro macabro objetivo, me parece un abuso del poder de la censura. Yo entiendo la necesidad de que nos proteja de elementos subversivos que quieren dividir a nuestra nación, y de quienes pretenden perpetuar las injusticias y desigualdades. Pero la investidura de SUBUCONA, creo, obliga – precisamente velando por su legitimidad – de que se delimiten sus competencias y facultades, porque de lo contrario el ejercicio de la censura, o el llamado a la auto-censura, puede convertirse en una instrumento político que viola las garantías y derechos ciudadanos en nombre del poder. Tal vez sea naco de mi parte estudiar, especialmente bajo el gobierno de Vicente Fox, la jerga lingüística en la cultura mexicana. Pero créanme que no tenía ninguna otra agenda que la curiosidad intelectual.
Es por esto que no puedo esperar a sea democráticamente elegido el asambleísta que va a representarme en mi distrito. No importa quién sea este individuo, o de que partido venga, porque nos representará a todos. A esta persona le voy a escribir una carta, pidiéndole por favor luche en la Asamblea Constituyente para que sea una Ley de la Nación, que quienes ejercen el poder, reconozcan que éste es un poder Supremo del pueblo, y que por lo tanto su ejercicio debe regirse por ciertas competencias y facultades, aunque quienes gobiernen no entiendan, acepten o respeten su valor. Y ojalá el día de mañana, quienes gobiernen no se sientan con la potestad de utilizar el poder investido en su cargo para utilizar de manera discrecional sus facultades, porque de otra manera el ejercicio de escribir un Nuevo Acuerdo será una inmensa farsa, y una grandísima perdida de tiempo. El Supremo Consejo de Buenos Usos y Costumbres Nacional tal vez tenga el derecho de cuestionar mi profesionalismo, y determinar si lo que escribo o reporto es “bueno” o “malo”, profesional o no, pero no tiene derecho a decidir de qué lado pertenezco en la eterna lucha entre el bien y el mal. De lo contrario, el “Supremo Consejo” no solo estará restándole credibilidad, dignidad y lustre a su investidura, sino que estará manifestando su prepotencia, mal gusto e ignorancia.
* La anterior nota es una recuento ficticio para un nuevo género, la “novela-realidad”, idea que por razones de “auto-regulación” ha
sido rechazada por UNITEL
Jarabe de Palo
Tal vez sea el frío, o la deshidratación ante la sed de justicia, pero las defensas andan bajas, y los virus se están dejando sentir. Un amigo, ante el sufrimiento que le causa así vernos, nos ha mandado un buen jarabe para la tos. Durante cuatro décadas, este vecino ha concentrado sus esfuerzos precisamente en elaborar remedios – sobre todo contra la desigualdad - y a un precio menor: haciendo a todos igualmente pobres. En su casa nadie muere de tos, y a cambio sus hijos solo debe renunciar su libertad. Lastima que, siendo que vive en una isla en el caribe, y no en las frígidas tierras andinas, no entiende que aquí tal vez el jarabe solo logre ocultar los síntomas, y que corremos el riesgo de contraer una pulmonía.
Hay que celebrar el que en este mundo del Señor, haya surgido una sociedad que puede declarar orgullosamente que logró forjar un espíritu de solidaridad revolucionario, que le permite ser de las pocas nación del mundo donde ni un solo niño duerme en la calle. Indudablemente, el comandante Castro, con mano firme y despiadada, ha logrado imponer el más noble de todos los incentivos, morir por la igualdad. De alguna manera, en su capacidad de sacrifico personal - y el de toda una sociedad - Fidel resulta ser la versión latina del espíritu taliban. Pero era otro el entorno que permitió forjar tal “milagro social”, no el menor de ellos una Guerra Fría que fusionó las voluntades (con ayudita del paredón) en un proyecto digno de cantarle alabanzas.
Fidel ahora manda miles de doctores cubanos, con la mejor intención de brindarle al pueblo boliviano jarabe de palo. Nadie duda que sus intenciones son excelentes. Pero ¿qué pasa con la joven recién egresada del colegio? Ella debe elegir qué estudiar, pero si decide ser doctora, deberá sacrificar 10 años de su vida, para luego ganar un sueldo promedio de Bs. 1,200. Puede que ella no comulgue con el capitalismo salvaje, pero les aseguro que utilizará dos preceptos de mercado: el costo de oportunidad, y los incentivos. El primer concepto es el monto que dejará de ganar durante 10 años por estudiar medicina, suponiendo que sus estudios son gratis. Si dejara de ganar solo Bs. 500 al mes, en 10 años esa estudiante habría renunciado a un ingreso de Bs. 60,000 (sin contar intereses). Una vez egresada, y a un sueldo de médico de Bs. 1,200 mensuales, le tomaría más de cuatro años recuperar el tiempo invertido.
La justicia social requiere que todos tengamos igualdad de oportunidades para estudiar y trabajar, y el Estado debe ayudar a crear las condiciones. Se ha discriminado a la mayoría de la población en este sentido, y no se le haya brindado la oportunidad a que desarrolle sus capacidades y conocimientos, y ello es un crimen. Pero la solución es ahora crear igualad de oportunidades, y desarrollar los recursos humanos con los cuales apalancar nuestro desarrollo, ya que no solo el gas puede cumplir ese objetivo. Tenemos ahora la oportunidad de redimir errores pasados con políticas justas y prácticas. Pero parece ser que preferimos respirar por la herida, eliminando cualquier indicio “capitalista” del incentivo personal, para llevar a cabo la ingeniería social que imponga la solidaridad comunitaria. Yo se que es frío y calculador ponerle precio al voto hipocrático. Pero la realidad es que, en total ignorancia de la consecuencia que tendrán el crear desincentivos para quienes desean estudiar medicina, estamos hipotecando las siguientes generaciones de médicos. Quienes hoy contemplan dicha profesión – estupefactos – deben sentir que no solo les espera diez años de estudio, sino que deben hacerlo para ganar el sueldo de médico más bajo de Sudamérica, para que encima les cambien las reglas de juego al ejercer su profesión. Parece ser que en la “patria grande” tendremos que tragarnos la medicina que acaba con toda garantía e incentivo para que sea el individuo quien decida invertir en su futuro y desarrollo personal, ya que los recursos humanos - junto a la iniciativa individual - deberán dejar de ser la base sobre la cual se cimiente la riqueza, salud y soberanía nacional.
Hay que celebrar el que en este mundo del Señor, haya surgido una sociedad que puede declarar orgullosamente que logró forjar un espíritu de solidaridad revolucionario, que le permite ser de las pocas nación del mundo donde ni un solo niño duerme en la calle. Indudablemente, el comandante Castro, con mano firme y despiadada, ha logrado imponer el más noble de todos los incentivos, morir por la igualdad. De alguna manera, en su capacidad de sacrifico personal - y el de toda una sociedad - Fidel resulta ser la versión latina del espíritu taliban. Pero era otro el entorno que permitió forjar tal “milagro social”, no el menor de ellos una Guerra Fría que fusionó las voluntades (con ayudita del paredón) en un proyecto digno de cantarle alabanzas.
Fidel ahora manda miles de doctores cubanos, con la mejor intención de brindarle al pueblo boliviano jarabe de palo. Nadie duda que sus intenciones son excelentes. Pero ¿qué pasa con la joven recién egresada del colegio? Ella debe elegir qué estudiar, pero si decide ser doctora, deberá sacrificar 10 años de su vida, para luego ganar un sueldo promedio de Bs. 1,200. Puede que ella no comulgue con el capitalismo salvaje, pero les aseguro que utilizará dos preceptos de mercado: el costo de oportunidad, y los incentivos. El primer concepto es el monto que dejará de ganar durante 10 años por estudiar medicina, suponiendo que sus estudios son gratis. Si dejara de ganar solo Bs. 500 al mes, en 10 años esa estudiante habría renunciado a un ingreso de Bs. 60,000 (sin contar intereses). Una vez egresada, y a un sueldo de médico de Bs. 1,200 mensuales, le tomaría más de cuatro años recuperar el tiempo invertido.
La justicia social requiere que todos tengamos igualdad de oportunidades para estudiar y trabajar, y el Estado debe ayudar a crear las condiciones. Se ha discriminado a la mayoría de la población en este sentido, y no se le haya brindado la oportunidad a que desarrolle sus capacidades y conocimientos, y ello es un crimen. Pero la solución es ahora crear igualad de oportunidades, y desarrollar los recursos humanos con los cuales apalancar nuestro desarrollo, ya que no solo el gas puede cumplir ese objetivo. Tenemos ahora la oportunidad de redimir errores pasados con políticas justas y prácticas. Pero parece ser que preferimos respirar por la herida, eliminando cualquier indicio “capitalista” del incentivo personal, para llevar a cabo la ingeniería social que imponga la solidaridad comunitaria. Yo se que es frío y calculador ponerle precio al voto hipocrático. Pero la realidad es que, en total ignorancia de la consecuencia que tendrán el crear desincentivos para quienes desean estudiar medicina, estamos hipotecando las siguientes generaciones de médicos. Quienes hoy contemplan dicha profesión – estupefactos – deben sentir que no solo les espera diez años de estudio, sino que deben hacerlo para ganar el sueldo de médico más bajo de Sudamérica, para que encima les cambien las reglas de juego al ejercer su profesión. Parece ser que en la “patria grande” tendremos que tragarnos la medicina que acaba con toda garantía e incentivo para que sea el individuo quien decida invertir en su futuro y desarrollo personal, ya que los recursos humanos - junto a la iniciativa individual - deberán dejar de ser la base sobre la cual se cimiente la riqueza, salud y soberanía nacional.
Etiquetas:
Fidel,
medicos cubanos
Poder por más poder
No me queda duda que el Presidente Morales sinceramente quiere interponer su buena voluntad política para resolver los problemas de la nación. Pero lo hace con tanta “inocencia” que acabará interfiriendo con el desarrollo, y entremezclando “la carreta con el buey”. Por el momento, sin embargo, no se siente el impacto económico de la insensatez y dogmatismo ideológico, y las facturas de reducir el gobernar a gesto y diatribas aún no se tienen que pagar. Mientras tanto, debemos observar como se pretende navegar mediante pura voluntad política, de la buena.
Si la Corte Nacional Electoral hubiese caído en manos del oficialismo, seguramente estaríamos escuchando en la radio, “se exhorta los buenos oficios de la población para evitar el fraude”. El Diputado Torrico advierte que no habrá fraude “porque los muertos no votan”. ¿Inocencia? Puede ser. Sin embargo, cuando el mismo gladiador propone a la diputada Marisol Abán un quid pro quo (latín para “aflojando despacito”, o “dando y dando”), lo hace conciente de que no está violando ninguna ley. A todo el Presidente Morales, indignado, llama a su suspensión “mientras se investiga el caso”. El diputado Torrico, sin embargo, no quebró ninguna ley.¡Que ironía! No hay castigo contra violar la ley para crear una ley, porque no existe.
Llámenme anticuado, pero soy de los que creo que la libertad, el progreso y la igualdad están sujetos a la ley. Pero si no entendemos el valor de la ley, no cumplimos con su espíritu, y actuamos con discrecionalidad y falta de criterio de preceptos básicos, ¿cómo se supone que vamos a perfeccionar nuestra Constitución Política del Estado? En su lugar, tenemos gestos, de los buenos, y podemos imaginarnos caricaturescamente al Presidente guiñarle el ojo a Torrico, dejándole entrever que “lo agarraron, cual taxista rompe huelga”, y que ahora lo van a “tener que chicotear”. Pero un gesto no hace la ley, y una cosa pueden estar seguros: Torrico saldrá sin rasguño alguno de la huasca.
Entonces, mientras la ley debería ser el buey que jale la carreta, hoy es el poder político el que ocupa – metafóricamente - el lugar de tan noble y leal animal. El gobierno quiere copar espacios político, no para avanzar una agenda económica que permita una más justa y equitativa redistribución de una riqueza - aun por crearse - sino para ejercer el imperativo político e ideológico de copar el poder, por el poder. La igualdad, justicia y libertad la hacen las leyes y su cumplimiento, sin embargo, por mucha retórica sobre el Estado de Derecho y la seguridad jurídica, temo que la contienda política y los objetivos hoy son otros, la perspectiva es otra, y los resultados no se dejarán esperar. A punta del chicote solo se logran gestos aislados, y únicamente la ley trasciende lo particular, la discreción y el capricho político, y solo la ley - y su cumplimiento - crea las condiciones para una convivencia sana y productiva. Pero en la ecuación del poder por el poder, encontraremos que el resultado es un vacío, un cero improductivo que buscará llenarse a sí mismo pretendiendo aún mayor poder. Los disparates que se siembran hoy, tarde o temprano empezarán a cosechar resultados. Ese día, cuando el poder por el poder no dé ningún resultado, espero que la receta no sea simplemente incrementarlo, bajo la lógica de “la igualdad será lograda compañeros”, incluso – tal vez - al precio de nuestra libertad. El poder es delegado por el pueblo, todo el pueblo, para hacer respetar nuestros derechos y avanzar el bien común, y ese poder está enmarcado en las leyes. La formula es muy sencilla, pero la “inocencia” parece ser mayor.
Si la Corte Nacional Electoral hubiese caído en manos del oficialismo, seguramente estaríamos escuchando en la radio, “se exhorta los buenos oficios de la población para evitar el fraude”. El Diputado Torrico advierte que no habrá fraude “porque los muertos no votan”. ¿Inocencia? Puede ser. Sin embargo, cuando el mismo gladiador propone a la diputada Marisol Abán un quid pro quo (latín para “aflojando despacito”, o “dando y dando”), lo hace conciente de que no está violando ninguna ley. A todo el Presidente Morales, indignado, llama a su suspensión “mientras se investiga el caso”. El diputado Torrico, sin embargo, no quebró ninguna ley.¡Que ironía! No hay castigo contra violar la ley para crear una ley, porque no existe.
Llámenme anticuado, pero soy de los que creo que la libertad, el progreso y la igualdad están sujetos a la ley. Pero si no entendemos el valor de la ley, no cumplimos con su espíritu, y actuamos con discrecionalidad y falta de criterio de preceptos básicos, ¿cómo se supone que vamos a perfeccionar nuestra Constitución Política del Estado? En su lugar, tenemos gestos, de los buenos, y podemos imaginarnos caricaturescamente al Presidente guiñarle el ojo a Torrico, dejándole entrever que “lo agarraron, cual taxista rompe huelga”, y que ahora lo van a “tener que chicotear”. Pero un gesto no hace la ley, y una cosa pueden estar seguros: Torrico saldrá sin rasguño alguno de la huasca.
Entonces, mientras la ley debería ser el buey que jale la carreta, hoy es el poder político el que ocupa – metafóricamente - el lugar de tan noble y leal animal. El gobierno quiere copar espacios político, no para avanzar una agenda económica que permita una más justa y equitativa redistribución de una riqueza - aun por crearse - sino para ejercer el imperativo político e ideológico de copar el poder, por el poder. La igualdad, justicia y libertad la hacen las leyes y su cumplimiento, sin embargo, por mucha retórica sobre el Estado de Derecho y la seguridad jurídica, temo que la contienda política y los objetivos hoy son otros, la perspectiva es otra, y los resultados no se dejarán esperar. A punta del chicote solo se logran gestos aislados, y únicamente la ley trasciende lo particular, la discreción y el capricho político, y solo la ley - y su cumplimiento - crea las condiciones para una convivencia sana y productiva. Pero en la ecuación del poder por el poder, encontraremos que el resultado es un vacío, un cero improductivo que buscará llenarse a sí mismo pretendiendo aún mayor poder. Los disparates que se siembran hoy, tarde o temprano empezarán a cosechar resultados. Ese día, cuando el poder por el poder no dé ningún resultado, espero que la receta no sea simplemente incrementarlo, bajo la lógica de “la igualdad será lograda compañeros”, incluso – tal vez - al precio de nuestra libertad. El poder es delegado por el pueblo, todo el pueblo, para hacer respetar nuestros derechos y avanzar el bien común, y ese poder está enmarcado en las leyes. La formula es muy sencilla, pero la “inocencia” parece ser mayor.
Iniciativa, al Final de Cuentas
Cuando la iniciativa privada – eufemismo de grandes corporaciones – tuvo que enfrentar una creciente competencia, el imperativo de ser eficiente forzó que sus estructuras se vuelvan más democráticas – eufemismo de mejores condiciones laborales. La transformación de estructuras organizacionales verticales, de imposición y jerarquías, hacia estructuras horizontales de participación y colaboración igualitarias, empezó a darse a escala mundial cuando la tecnología permitió un incremento sustancial en la productividad del trabajador, y por ende el trabajador se convirtió en un recurso cada vez más valioso. La lógica es simple: en una economía cerrada, subvencionada e ineficiente, con pocas alternativas de empleo, los trabajadores son dispensables. En cambio, en una economía abierta, que debe optimizar el uso de sus recursos y ser eficiente a la hora de producir, los trabajadores deben ser capacitados, protegidos y convertidos en socios del esfuerzo empresarial.
Según la lógica anterior, no es altruismo, solidaridad o empatía hacia el trabajador la que lleva a la corporación a mejorara sus condiciones de vida. Los sindicatos tal vez jugaron un papel importante en negociar mejores condiciones, pero la consideración suprema es la productividad. Un trabajador educado, feliz y comprometido con la empresa será un trabajador que se pone la camiseta, que participa en la innovación de procesos, que está comprometido con avanzar la armonía laboral y la óptima resolución de conflictos internos. Pero esto no puede lograrse haciéndole ‘creer’ al trabajador que es importante. El trabajador debe ser importante, y los beneficios que resultan de su productividad deben ser reales, tangibles y permanentes. Pero esa lógica es difícil de implementar en un entorno en el cual el trabajador es un simple empleado, y como tal debe entender su lugar dentro de la jerarquía, y debe aceptar su condición.
Un empleado – eufemismo que utilizo para denotar a un pueblo – no desarrolla la capacidad de iniciativa cuando su condición de sirviente no le permite desarrollar su auto estima y una identidad ciudadana sana. Sin una educación básica e igualdad de oportunidades, ese empleado no podrá contribuir todo lo que potencialmente puede contribuir al bien común. Su comprensión del mundo estará cimentada en relaciones de poder, y su frustración será profundizada por el hecho que no posee ese poder, ni político, ni económico ni social. Ese empleado jamás levantará la vista para contemplar un horizonte en el cual él o ella también puedan un día tener su propia empresa, crear una fuente de trabajo para los demás, y unir esfuerzos con sus propios empleados para juntos progresar. No puede soñar con ello, porque siente y piensa que tan solo es un empleado, y porque su visión del mundo esta repleta de instancias en las cuales ha sido tratado con desprecio por los que si tienen el poder.
A muy pocos les debe quedar la duda que Bolivia es un país racista. Durante muchos años los que tuvieron el poder no hicieron nada para transformar esa realidad, y para transformar una economía subvencionada por el paternalismo estatal, que beneficio a unos pocos. Esos cuantos nunca tuvieron la iniciativa de modernizar el país, porque ellos tenían el poder, todo el poder. Pero no se imaginaron que, al igual que la competencia económica obliga a las empresas a democratizar sus estructuras y condiciones laborales, la presión social iba a forzar la creciente democratización y forzar la alternación del poder político. Ahora que muerto está el burro, pretendemos cerrar el corral de nuestro racismo. Ahora que el sistema que hemos construido sobre las espaldas del pueblo ha fracasado, queremos insistir en una meritocracia que permita una más justa participación en la generación y distribución de la riqueza, y enarbolamos la iniciativa personal. No hay iniciativa personal sin garantías, sin igualdad de oportunidades, sin una justa retribución por el esfuerzo. Lejos de avanzar un sistema justo y equitativo, en el cual la ‘iniciativa privada’ sea más que la ‘repartija privada’, lo que hicimos fue premiar la ineficiencia al recompensar a los mediocres simplemente por que visten el correcto color en su piel.
Ahora – una vez más no por altruismo - nos vemos obligados a imaginar una Bolivia diferente, una Bolivia más justa y más igualitaria, en la cual el individuo tenga la iniciativa para progresar y mejorar su condición. El hecho que no lo hagamos por altruismo, y lo hagamos por un interés personal ‘iluminado’, lejos de insultar a los que han sido relegados, debería ser un incentivo adicional para esforzarse, porque la idea es crear igualdad de oportunidades. En una nueva sociedad, una sin racismo y nepotismo, en la cual se premia al mejor, y no al mejor amigo, el empleado deja de ser “empleado”, y se convierte en socio en la empresa de avanzar la sociedad. Pero esta lógica es difícil de entender para quienes desprecian la productividad por ser concepto ‘liberal’, y solo entienden relaciones de poder.
Nuestro pueblo – empresarios, políticos y trabajadores - y los lideres que ahora surgen de él, nunca ahondaron en el imperativo de avanzar el desarrollo de nuestro recurso humano, de desarrollar individuos con iniciativa, con orgullo, con ganas de avanzar su condición. Y si somos sinceros, ¿cómo era posible que la juventud se esfuerce por estudiar, ahorrar e invertir los frutos de su esfuerzo, cuando lo único que entendían es que sus padres fueron tratados como sirvientes? Es así que, en lugar de contemplar principios que permitan construir una sociedad más justa, productiva y competitiva, el enfoque ahora está en destruir las estructuras de dominación, en desvalorizar el conocimiento científico y profesional, en nombre del poder político. La nueva Bolivia que parece se pretende construir no busca avanzar la meritocracia, la búsqueda del conocimiento o las capacidades individuales, sino controlar la subjetividad de los individuos, eufemismo para una indoctrinación ideológica que permita eliminar la competencia de la clase empresarial, eliminando para todos la capacidad de acumulación y generación de riqueza a través de una mayor productividad. Lo que se pierde en esta ceguera ideológica es que empresario es todo ciudadano que invierte en su negocio, por pequeño que sea.
En México hay un dicho que reza, “no hay nada peor que un pendejo con iniciativa”. “Pendejo” es una palabra altisonante, y en México quiere decir lo opuesto que en Bolivia. Lo que pretende expresar el dicho es que una persona sin conocimiento de causa, pero con iniciativa, puede causar mayores problemas que una persona igualmente ignorante, pero que por lo menos no hace nada. En nuestra empresa nunca vimos la necesidad de educar a nuestros socios, los tratamos con desprecio y abusamos de sus desventajas. En consecuencia, hemos avanzado solo los intereses de los que tenían el sartén por el mango, y el resentimiento e ignorancia de todos los demás. Ahora que estamos enfrentados ante las fuerzas de la competencia, uno de nuestros empleados - a quien lo elegimos nosotros, le pagamos su sueldo, su casa, sus viajes y hasta su movilidad - anda tomando iniciativas nefastas para la estabilidad de nuestra fuente de trabajo. Este trabajador evidentemente ignora ciertas complejidades, tiene solo el poder político en mente, y por mucho que meta la pata, debe considerar su desempeño digno de hasta un premio Nóbel. Convencerlo a esta a altura que fomentar la productividad es en beneficio de todos, está un poco difícil. Dialogar sin que inmediatamente apele a sus prejuicios, ni hablar.
Lo que se puede hacer es enmendar las injusticias de ayer, y ello se puede lograr de muchas maneras. Una es lograr que todos ahora seamos empleados del Estado, igualmente pobres e ignorantes de las oportunidades que estamos perdiendo de progresar. Pero también podemos avanzar otra manera de entender el desarrollo y progreso, tomando la iniciativa personal de tratar justamente a quienes son nuestros socios en la tarea de crear – y no destruir – las condiciones para avanzar nuestra mutua prosperidad. Ha llegado la hora de hacer a un lado el racismo, el abuso de quienes trabajan a nuestro lado, y empezar a tratar a todos con respeto y dignidad. No por altruismo, sino por el más básico sentido que ninguna empresa puede sobrevivir cuando solo unos ganan – aunque sean la mayoría – pero tienen que perder todos los demás. Tenemos que dejar de ser una nación donde el que tiene el sartén por el mango siempre toma la iniciativa de pasarse de pendejo. Los más cínicos dirán que - si nuestra visión ‘occidental’ nos lleva a insistir en la ‘iniciativa’ – bueno, entonces cualquier iniciativa, incluso la de destruir abstractas subjetividades, en lugar de desarrollar condiciones reales, es iniciativa al fin. La ignorancia es atrevida y el poder ciega incluso al más justo, pero solo tenemos a nosotros mismo a quien culpar.
Según la lógica anterior, no es altruismo, solidaridad o empatía hacia el trabajador la que lleva a la corporación a mejorara sus condiciones de vida. Los sindicatos tal vez jugaron un papel importante en negociar mejores condiciones, pero la consideración suprema es la productividad. Un trabajador educado, feliz y comprometido con la empresa será un trabajador que se pone la camiseta, que participa en la innovación de procesos, que está comprometido con avanzar la armonía laboral y la óptima resolución de conflictos internos. Pero esto no puede lograrse haciéndole ‘creer’ al trabajador que es importante. El trabajador debe ser importante, y los beneficios que resultan de su productividad deben ser reales, tangibles y permanentes. Pero esa lógica es difícil de implementar en un entorno en el cual el trabajador es un simple empleado, y como tal debe entender su lugar dentro de la jerarquía, y debe aceptar su condición.
Un empleado – eufemismo que utilizo para denotar a un pueblo – no desarrolla la capacidad de iniciativa cuando su condición de sirviente no le permite desarrollar su auto estima y una identidad ciudadana sana. Sin una educación básica e igualdad de oportunidades, ese empleado no podrá contribuir todo lo que potencialmente puede contribuir al bien común. Su comprensión del mundo estará cimentada en relaciones de poder, y su frustración será profundizada por el hecho que no posee ese poder, ni político, ni económico ni social. Ese empleado jamás levantará la vista para contemplar un horizonte en el cual él o ella también puedan un día tener su propia empresa, crear una fuente de trabajo para los demás, y unir esfuerzos con sus propios empleados para juntos progresar. No puede soñar con ello, porque siente y piensa que tan solo es un empleado, y porque su visión del mundo esta repleta de instancias en las cuales ha sido tratado con desprecio por los que si tienen el poder.
A muy pocos les debe quedar la duda que Bolivia es un país racista. Durante muchos años los que tuvieron el poder no hicieron nada para transformar esa realidad, y para transformar una economía subvencionada por el paternalismo estatal, que beneficio a unos pocos. Esos cuantos nunca tuvieron la iniciativa de modernizar el país, porque ellos tenían el poder, todo el poder. Pero no se imaginaron que, al igual que la competencia económica obliga a las empresas a democratizar sus estructuras y condiciones laborales, la presión social iba a forzar la creciente democratización y forzar la alternación del poder político. Ahora que muerto está el burro, pretendemos cerrar el corral de nuestro racismo. Ahora que el sistema que hemos construido sobre las espaldas del pueblo ha fracasado, queremos insistir en una meritocracia que permita una más justa participación en la generación y distribución de la riqueza, y enarbolamos la iniciativa personal. No hay iniciativa personal sin garantías, sin igualdad de oportunidades, sin una justa retribución por el esfuerzo. Lejos de avanzar un sistema justo y equitativo, en el cual la ‘iniciativa privada’ sea más que la ‘repartija privada’, lo que hicimos fue premiar la ineficiencia al recompensar a los mediocres simplemente por que visten el correcto color en su piel.
Ahora – una vez más no por altruismo - nos vemos obligados a imaginar una Bolivia diferente, una Bolivia más justa y más igualitaria, en la cual el individuo tenga la iniciativa para progresar y mejorar su condición. El hecho que no lo hagamos por altruismo, y lo hagamos por un interés personal ‘iluminado’, lejos de insultar a los que han sido relegados, debería ser un incentivo adicional para esforzarse, porque la idea es crear igualdad de oportunidades. En una nueva sociedad, una sin racismo y nepotismo, en la cual se premia al mejor, y no al mejor amigo, el empleado deja de ser “empleado”, y se convierte en socio en la empresa de avanzar la sociedad. Pero esta lógica es difícil de entender para quienes desprecian la productividad por ser concepto ‘liberal’, y solo entienden relaciones de poder.
Nuestro pueblo – empresarios, políticos y trabajadores - y los lideres que ahora surgen de él, nunca ahondaron en el imperativo de avanzar el desarrollo de nuestro recurso humano, de desarrollar individuos con iniciativa, con orgullo, con ganas de avanzar su condición. Y si somos sinceros, ¿cómo era posible que la juventud se esfuerce por estudiar, ahorrar e invertir los frutos de su esfuerzo, cuando lo único que entendían es que sus padres fueron tratados como sirvientes? Es así que, en lugar de contemplar principios que permitan construir una sociedad más justa, productiva y competitiva, el enfoque ahora está en destruir las estructuras de dominación, en desvalorizar el conocimiento científico y profesional, en nombre del poder político. La nueva Bolivia que parece se pretende construir no busca avanzar la meritocracia, la búsqueda del conocimiento o las capacidades individuales, sino controlar la subjetividad de los individuos, eufemismo para una indoctrinación ideológica que permita eliminar la competencia de la clase empresarial, eliminando para todos la capacidad de acumulación y generación de riqueza a través de una mayor productividad. Lo que se pierde en esta ceguera ideológica es que empresario es todo ciudadano que invierte en su negocio, por pequeño que sea.
En México hay un dicho que reza, “no hay nada peor que un pendejo con iniciativa”. “Pendejo” es una palabra altisonante, y en México quiere decir lo opuesto que en Bolivia. Lo que pretende expresar el dicho es que una persona sin conocimiento de causa, pero con iniciativa, puede causar mayores problemas que una persona igualmente ignorante, pero que por lo menos no hace nada. En nuestra empresa nunca vimos la necesidad de educar a nuestros socios, los tratamos con desprecio y abusamos de sus desventajas. En consecuencia, hemos avanzado solo los intereses de los que tenían el sartén por el mango, y el resentimiento e ignorancia de todos los demás. Ahora que estamos enfrentados ante las fuerzas de la competencia, uno de nuestros empleados - a quien lo elegimos nosotros, le pagamos su sueldo, su casa, sus viajes y hasta su movilidad - anda tomando iniciativas nefastas para la estabilidad de nuestra fuente de trabajo. Este trabajador evidentemente ignora ciertas complejidades, tiene solo el poder político en mente, y por mucho que meta la pata, debe considerar su desempeño digno de hasta un premio Nóbel. Convencerlo a esta a altura que fomentar la productividad es en beneficio de todos, está un poco difícil. Dialogar sin que inmediatamente apele a sus prejuicios, ni hablar.
Lo que se puede hacer es enmendar las injusticias de ayer, y ello se puede lograr de muchas maneras. Una es lograr que todos ahora seamos empleados del Estado, igualmente pobres e ignorantes de las oportunidades que estamos perdiendo de progresar. Pero también podemos avanzar otra manera de entender el desarrollo y progreso, tomando la iniciativa personal de tratar justamente a quienes son nuestros socios en la tarea de crear – y no destruir – las condiciones para avanzar nuestra mutua prosperidad. Ha llegado la hora de hacer a un lado el racismo, el abuso de quienes trabajan a nuestro lado, y empezar a tratar a todos con respeto y dignidad. No por altruismo, sino por el más básico sentido que ninguna empresa puede sobrevivir cuando solo unos ganan – aunque sean la mayoría – pero tienen que perder todos los demás. Tenemos que dejar de ser una nación donde el que tiene el sartén por el mango siempre toma la iniciativa de pasarse de pendejo. Los más cínicos dirán que - si nuestra visión ‘occidental’ nos lleva a insistir en la ‘iniciativa’ – bueno, entonces cualquier iniciativa, incluso la de destruir abstractas subjetividades, en lugar de desarrollar condiciones reales, es iniciativa al fin. La ignorancia es atrevida y el poder ciega incluso al más justo, pero solo tenemos a nosotros mismo a quien culpar.
Etiquetas:
iniciativa personal
Lucro Nacional
Publicado en La Prensa, martes 26 de abril, 2005
En teoría, la información perfecta conduce a tomar mejores decisiones. La información, sin embargo, no siempre es fácil o barata de obtener. Debemos entonces limitarnos a tomar decisiones con la información disponible. ¡Si tan solo pudiéramos retroceder el tiempo y tomar esa decisión sabiendo lo que sabemos hoy!
El tiempo, otro valioso recurso del que contamos tan poco. En este caso, contar con información perfecta se ha convertido increíblemente fácil. Por 50 pesos hoy cualquiera puede adquirir una maquina rudimentaria que sin embargo cumple con ese propósito.
Pero aun teniendo información perfecta, jamás cumplimos con el más básico de los contratos sociales, que es ser puntuales.
La productividad y eficiencia de una economía depende del buen uso de sus recursos. El tiempo es valioso, y por lo tanto, deberíamos hacer un “buen uso” de un recurso “no renovable”. Pero el establecer un contrato, y luego sistemáticamente dejar de cumplirlo se ha convertido tan cotidiano que si alguien invita a su casa a las 8 de la noche, y el invitado llega a las 8:10, se encontrará que el anfitrión está recién saliendo de la ducha. El “desubicado” es quien cumplió con el contrato, y no el que hizo un contrato sin la menor intención de cumplirlo. Que ironía.
Pero no seamos románticos ni dramáticos al tratar el tema. Digamos que quiero vender mi auto. Viene alguien y me hace una oferta. Me parece razonable, y me comprometo verbalmente a vender a ese precio. La persona se va a buscar el dinero. Mientras tanto, viene otra persona y me ofrece más dinero. ¿Qué hacer? ¡Obvio! Rompo mi contrato.
¿Usted haría lo mismo? Parece razonable romper un contrato por unos pesos, verdad, pero no lo es. ¿Por qué? Porque en juego está su credibilidad. Si al romper ese contrato sufre su credibilidad, el día de mañana nadie va a querer tener una relación comercial con usted. A menos que usted tenga muchos autos.
Es el caso, por ejemplo, de Venezuela. En octubre del año pasado, el presidente Chávez subió la regalías al 16.7%. A raíz de esta medida, ConocoPhillips a propuesto reducir su producción de petróleo en 7.5 millones de barriles al año. Por otra parte, ExxonMobil ha amenazado con hacer un juicio al gobierno. A mi, en lo personal, me parece que 16.7% de regalías es razonable. Pero ese no es el punto.
El punto es que el cambiar las reglas de juego no le ha significado a Venezuela mayores perdidas. Se estima que en el 2004 la Inversión Extranjera Directa en Venezuela fue de 21 mil millones de dólares. Lo más increíble es que, aun cuando la retórica anti-americana de Chávez a igualado en virulencia la de su mentor cubano, el 53% de la inversión extranjera provino de los Estados Unidos.
Ese lujo, entonces, se lo puede dar un país que además de ser rico en petróleo y tener acceso a una manera barata de transportarlo, mucho antes de Chávez ya contaba con la infraestructura para explotar ese recurso y más de 60 empresas extranjeras con inversiones en el país.
Quienes evidentemente no se debieron dar ese lujo eran los potosinos, cuyo Comité Cívico reconoce hoy que “se dejo pasar una buena oportunidad para salir de la pobreza” cuando la transnacional FMC-Lithco anunció que no estaba dispuesta a renegociar el contrato que había firmado con el Estado boliviano. Esto representó perder una inversión de 100 millones de dólares y un ingreso de 43 millones de dólares por año para el Estado.
Un amigo me dice que los contratos que firmó el pasado presidente son nulos porque están viciados por corrupción. Otro amigo me dice que las petroleras van a “aguantarse no más” y calladitos aceptar cualquier condición que se les ponga. Puede ser. Pero eso, como diría la canción, “no lo se”. Lo que sí se es que está en juego nuestra credibilidad, y que si queremos lograr justicia, mayores ingresos, y soberanía nacional, al ignorar, modificar o declarar nulo un contrato, debe ser con máxima cautela. Romper contratos puede ser fácil y cotidiano, y si solo tengo un auto, mejor le saco el jugo. Pero si por querer vender más caro el auto luego se queda estacionado en mi garaje, entonces voy a desear haber sabido hoy lo que recién sabré mañana.
En teoría, la información perfecta conduce a tomar mejores decisiones. La información, sin embargo, no siempre es fácil o barata de obtener. Debemos entonces limitarnos a tomar decisiones con la información disponible. ¡Si tan solo pudiéramos retroceder el tiempo y tomar esa decisión sabiendo lo que sabemos hoy!
El tiempo, otro valioso recurso del que contamos tan poco. En este caso, contar con información perfecta se ha convertido increíblemente fácil. Por 50 pesos hoy cualquiera puede adquirir una maquina rudimentaria que sin embargo cumple con ese propósito.
Pero aun teniendo información perfecta, jamás cumplimos con el más básico de los contratos sociales, que es ser puntuales.
La productividad y eficiencia de una economía depende del buen uso de sus recursos. El tiempo es valioso, y por lo tanto, deberíamos hacer un “buen uso” de un recurso “no renovable”. Pero el establecer un contrato, y luego sistemáticamente dejar de cumplirlo se ha convertido tan cotidiano que si alguien invita a su casa a las 8 de la noche, y el invitado llega a las 8:10, se encontrará que el anfitrión está recién saliendo de la ducha. El “desubicado” es quien cumplió con el contrato, y no el que hizo un contrato sin la menor intención de cumplirlo. Que ironía.
Pero no seamos románticos ni dramáticos al tratar el tema. Digamos que quiero vender mi auto. Viene alguien y me hace una oferta. Me parece razonable, y me comprometo verbalmente a vender a ese precio. La persona se va a buscar el dinero. Mientras tanto, viene otra persona y me ofrece más dinero. ¿Qué hacer? ¡Obvio! Rompo mi contrato.
¿Usted haría lo mismo? Parece razonable romper un contrato por unos pesos, verdad, pero no lo es. ¿Por qué? Porque en juego está su credibilidad. Si al romper ese contrato sufre su credibilidad, el día de mañana nadie va a querer tener una relación comercial con usted. A menos que usted tenga muchos autos.
Es el caso, por ejemplo, de Venezuela. En octubre del año pasado, el presidente Chávez subió la regalías al 16.7%. A raíz de esta medida, ConocoPhillips a propuesto reducir su producción de petróleo en 7.5 millones de barriles al año. Por otra parte, ExxonMobil ha amenazado con hacer un juicio al gobierno. A mi, en lo personal, me parece que 16.7% de regalías es razonable. Pero ese no es el punto.
El punto es que el cambiar las reglas de juego no le ha significado a Venezuela mayores perdidas. Se estima que en el 2004 la Inversión Extranjera Directa en Venezuela fue de 21 mil millones de dólares. Lo más increíble es que, aun cuando la retórica anti-americana de Chávez a igualado en virulencia la de su mentor cubano, el 53% de la inversión extranjera provino de los Estados Unidos.
Ese lujo, entonces, se lo puede dar un país que además de ser rico en petróleo y tener acceso a una manera barata de transportarlo, mucho antes de Chávez ya contaba con la infraestructura para explotar ese recurso y más de 60 empresas extranjeras con inversiones en el país.
Quienes evidentemente no se debieron dar ese lujo eran los potosinos, cuyo Comité Cívico reconoce hoy que “se dejo pasar una buena oportunidad para salir de la pobreza” cuando la transnacional FMC-Lithco anunció que no estaba dispuesta a renegociar el contrato que había firmado con el Estado boliviano. Esto representó perder una inversión de 100 millones de dólares y un ingreso de 43 millones de dólares por año para el Estado.
Un amigo me dice que los contratos que firmó el pasado presidente son nulos porque están viciados por corrupción. Otro amigo me dice que las petroleras van a “aguantarse no más” y calladitos aceptar cualquier condición que se les ponga. Puede ser. Pero eso, como diría la canción, “no lo se”. Lo que sí se es que está en juego nuestra credibilidad, y que si queremos lograr justicia, mayores ingresos, y soberanía nacional, al ignorar, modificar o declarar nulo un contrato, debe ser con máxima cautela. Romper contratos puede ser fácil y cotidiano, y si solo tengo un auto, mejor le saco el jugo. Pero si por querer vender más caro el auto luego se queda estacionado en mi garaje, entonces voy a desear haber sabido hoy lo que recién sabré mañana.
Etiquetas:
informacion perfecta
Ineficiencias Metafóricas
Toda actividad social requiere cierta comunicación e interacción, y para ello poseemos una de las armas más poderosas: el lenguaje. Después de cientos de miles de años de evolución, el ser humano ha perfeccionado su herramienta más preciada; la capacidad de conceptualizar el mundo mediante sonidos y correspondientes representaciones escritas. Diferentes símbolos nos permite desarrollar complejas fórmulas que conducen a avances científicos, y también nos permite elevar mediante la música una oración al cielo, o acceder a los sentimientos y pensamientos que proyectan nuestros semejantes sobre hojas de papel.
En este sentido, existe una barrera a la hora de crear igualdad de condiciones para todos los ciudadanos, particularmente a la hora de entender y ejercer nuestros derechos. Dicha barrera es el analfabetismo, debido a que quienes no pueden leer y escribir están limitados en cuanto al ejercicio de sus libertades y desarrollo de sus potencialidades. La educación es un derecho inalienable, y todo ciudadano debería tener acceso a ella, para así contar con las herramientas que le permitan competir en igualdad de condiciones con los demás.
Esta igualdad también se ve afectada cuando el individuo es discriminado debido a su etnia, orientación sexual, o religión. Afortunadamente vivimos el principio del final de la discriminación en Bolivia, y hemos elegido un gobierno que ha colocado muy alto en su agenda el noble propósito de eliminarla. Lamentablemente, el propósito parece deambular en abstracciones ideológicas, en lugar de aterrizar en medidas que logren en la práctica igualdad de oportunidad. Lo preocupante es que la visión de justicia que tiene la actual administración parece incluso contravenir el florecer y desarrollo de nuestro recurso más valioso.
Para empezar, el Vicepresidente García Linera ha condenado a todo joven estudiante a no ser igual de eficiente que un japonés o francés, porque – según él - Bolivia está determinada históricamente a seguir un camino “pastoral” en su desarrollo. Olvídense de fábricas e industrias contaminantes. Aparentemente hemos sido bendecidos por los dioses, y nuestro desarrollo será autárquico y artesanal, sin la eficacia, ambición ni incentivos con los que se indoctrina en los sistemas educativos que sustentan el “modelo industrial”. Y aunque la síntesis que propone García Lineras entre las prácticas y conocimientos “indígenas agrícolas” e “indígenas urbanas”, mestizas, modernistas e industriales, me suena a una lista esotérica de buenas lucubraciones, en lo que estoy completamente de acuerdo es en la necesidad de descolonizar la historia, elevar la autoestima del pueblo, y empezar a hablar de héroes indígenas, como lo fueron Juan Lero y Feliciano Mamani.
Representa, sin embargo, un mal uso de recursos, el establecer como condición para todo funcionario público occidental el que hable aymará. Indudablemente, toda dependencia del Estado debe tener funcionarios que hablen aymará, para garantizar que todo ciudadano reciba el mismo trato y atención, al margen de su idioma materno. Es decir, para ofrecer a todos el mismo servicio, basta tener una, dos o tres ventanillas atendidas por aymará parlantes. Pero invertir cientos de miles de horas para que todos aprendan este idioma, en lugar de satisfacer eficientemente la condición de “no discriminar”, es simplemente un mal uso del tiempo de los funcionarios públicos, e irónicamente, una nueva manera de discriminar.
El lenguaje de la eficiencia maneja conceptos, como ser, reducir costos de transacción, optimizar el uso de recursos y eliminar redundancias. Pero como García Lineras profetiza que nunca seremos una sociedad moderna ni competitiva, parece que no necesitamos hablar éste idioma. Queda la esperanza que esté siendo metafórico, y que sus alegorías no sean compartidas por quienes diseñan nuestra política económica. Pero si nuestro sistema educativo discrimina al lenguaje económico, en nombre de la superioridad del lenguaje de la reivindicación, puede que sean sus quimeras románticas y su anti-racionalismo roussoniano, las que forjen nuestro futuro, y Bolivia navegará, si, pero en aguas del fundamentalismo.
En este sentido, existe una barrera a la hora de crear igualdad de condiciones para todos los ciudadanos, particularmente a la hora de entender y ejercer nuestros derechos. Dicha barrera es el analfabetismo, debido a que quienes no pueden leer y escribir están limitados en cuanto al ejercicio de sus libertades y desarrollo de sus potencialidades. La educación es un derecho inalienable, y todo ciudadano debería tener acceso a ella, para así contar con las herramientas que le permitan competir en igualdad de condiciones con los demás.
Esta igualdad también se ve afectada cuando el individuo es discriminado debido a su etnia, orientación sexual, o religión. Afortunadamente vivimos el principio del final de la discriminación en Bolivia, y hemos elegido un gobierno que ha colocado muy alto en su agenda el noble propósito de eliminarla. Lamentablemente, el propósito parece deambular en abstracciones ideológicas, en lugar de aterrizar en medidas que logren en la práctica igualdad de oportunidad. Lo preocupante es que la visión de justicia que tiene la actual administración parece incluso contravenir el florecer y desarrollo de nuestro recurso más valioso.
Para empezar, el Vicepresidente García Linera ha condenado a todo joven estudiante a no ser igual de eficiente que un japonés o francés, porque – según él - Bolivia está determinada históricamente a seguir un camino “pastoral” en su desarrollo. Olvídense de fábricas e industrias contaminantes. Aparentemente hemos sido bendecidos por los dioses, y nuestro desarrollo será autárquico y artesanal, sin la eficacia, ambición ni incentivos con los que se indoctrina en los sistemas educativos que sustentan el “modelo industrial”. Y aunque la síntesis que propone García Lineras entre las prácticas y conocimientos “indígenas agrícolas” e “indígenas urbanas”, mestizas, modernistas e industriales, me suena a una lista esotérica de buenas lucubraciones, en lo que estoy completamente de acuerdo es en la necesidad de descolonizar la historia, elevar la autoestima del pueblo, y empezar a hablar de héroes indígenas, como lo fueron Juan Lero y Feliciano Mamani.
Representa, sin embargo, un mal uso de recursos, el establecer como condición para todo funcionario público occidental el que hable aymará. Indudablemente, toda dependencia del Estado debe tener funcionarios que hablen aymará, para garantizar que todo ciudadano reciba el mismo trato y atención, al margen de su idioma materno. Es decir, para ofrecer a todos el mismo servicio, basta tener una, dos o tres ventanillas atendidas por aymará parlantes. Pero invertir cientos de miles de horas para que todos aprendan este idioma, en lugar de satisfacer eficientemente la condición de “no discriminar”, es simplemente un mal uso del tiempo de los funcionarios públicos, e irónicamente, una nueva manera de discriminar.
El lenguaje de la eficiencia maneja conceptos, como ser, reducir costos de transacción, optimizar el uso de recursos y eliminar redundancias. Pero como García Lineras profetiza que nunca seremos una sociedad moderna ni competitiva, parece que no necesitamos hablar éste idioma. Queda la esperanza que esté siendo metafórico, y que sus alegorías no sean compartidas por quienes diseñan nuestra política económica. Pero si nuestro sistema educativo discrimina al lenguaje económico, en nombre de la superioridad del lenguaje de la reivindicación, puede que sean sus quimeras románticas y su anti-racionalismo roussoniano, las que forjen nuestro futuro, y Bolivia navegará, si, pero en aguas del fundamentalismo.
Etiquetas:
cosmovision occidental
Suscribirse a:
Entradas (Atom)