jueves, 8 de febrero de 2007

Nuestras Dependencias

¡Las bondades de vivir en el hogar! La madre cocina, y el padre paga los estudios. Si nos enfermamos, no solo hay sopita de pollo, sino que los remedios mágicamente se materializan, y para nuestra suerte, papi tiene un gran amigo que es doctor. Y si somos una carga económica y mermamos los ahorros de retiro de los viejos, es el precio del amor. La idea es que, una vez que nos graduemos, y por fin tengamos un trabajo decente, podamos ayudarlos cuando ellos no ya puedan producir. Pero no hay prisa, porque, como vivimos en la casa que heredamos del abuelo, ni siquiera pagamos alquiler. En fin, las cosas podían ser peores y, en nuestra austeridad, vivimos no más bien.

Sería injusto reducir a la novela anterior el discurso político del paternalismo del Estado. Al igual que lo jóvenes no tienen la capacidad y recursos para ser independientes y requieren de un “paternalismo”, hay grupos sociales que sufrieron injusticias estructurales e históricas que los hace dependientes, y ello amerita que ahora el Estado, en representación de la sociedad, ayude a rectificar dicha situación. Es el caso, por ejemplo, de la población afroamericana en los EEUU, que fue esclavizada. Para enmendar esta discriminación, se instituyó lo que se denomina “acción afirmativa”, una política de cuotas que intenta enmendar estas injusticias al brindarles condiciones especiales para que ingresen a universidades y ocupen puestos de trabajo. Nuestra realidad es algo diferente, y si acaso existió “acción afirmativa” en Bolivia fue para los más privilegiados, y si el Estado boliviano fue paternalista, lo fue en beneficio de la oligarquía política nacional. Ahora, que las cartas se invierten, parece que la consigna es que el Estado debe ser mamadera no de unos cuantos, sino de toda la sociedad.

Tal vez somos aún tan jóvenes, tan dependientes e inmaduros, que necesitamos que nuestros padres resuelvan nuestras necesidades y decidan por nosotros. ¿Pero es acaso ese el ideal de sociedad que queremos perpetuar? Como indica Stossel, “La planeación central de arriba abajo nunca es tan efectiva como individuos libres tomando sus propias decisiones, porque individuos libres se adaptarán a la realidad cada segundo, pero los planificadores centrales solo pueden adaptarse cuando pueden juntar suficientes votos”. A su vez, el centralismo político no solo es ineficiente, sino que concentra el poder, y el poder tiende a perpetuarse y corromper, sin importar en manos de quienes se encuentre. La planeación centralizada y estatista tal vez sea – por el momento - un mal necesario, pero no es el ideal. Sin embargo, si se llega a imponer al centralismo estatista como una “verdad absoluta”, que no puede ser criticada – por lo menos no sin “traicionar” a la patria y a la revolución - ello afectará la capacidad de cambiar de dirección y estrategia el día que sea necesario. Es decir, si se llegará a triunfar en el imperativo de imponer una rigidez ideológica en nuestro Pacto Social, la capacidad de adaptarse a nuevas circunstancias, y nuestra capacidad productiva como sociedad, será la que sufra el día que cambien las condiciones.

Soy de la convicción que “evolucionar” como sociedad es depender cada vez menos del Estado, y transformar nuestra subordinación en cada vez mayor autonomía social. Eso tal vez me haga un anarquista, pero les aseguro que no me hace un lacayo de la oligarquía. Pero el gobierno asume que si se critican sus políticas o ideología, entonces necesariamente se defiende una posición de clase. En lo personal, no defiendo una clase social, pues soy tan “cholo” que ni siquiera amigos tengo en esta sociedad, y mucho menos soy parte de la corrupta partidocracia tradicional. Pero quienes critican el estatismo centralizado – según la lógica oficialista – deben necesariamente formar parte de quienes defienden viejas causas y viejas estructuras de poder.

La ironía es que la nueva estructura de poder que se vislumbra son las autonomías departamentales. Ante estas autonomías, ¿en qué queda la autonomía de la sociedad civil? Los problemas locales no pueden resolverse en la Plaza Murillo, y son los individuos que sufren limitaciones, quienes están mejor capacitados para brindarles solución. Habiendo dicho eso, tal vez– por ahora – el Estado deba ser protagonista en el proceso de crear condiciones de desarrollo. Pero reitero, ese no es el ideal, ni es una política que deba perpetuarse. Por ende, la nueva Constitución Política del Estado debe reflejar la supremacía de la sociedad, como la base y fundamento de la riqueza nacional, riqueza que yace en la soberanía del individuo, en su capacidad productiva y de innovación, que tan solo puede perfeccionarse cuando ese individuo es cada vez más autónomo de los poderes del Estado.

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