Cuando la iniciativa privada – eufemismo de grandes corporaciones – tuvo que enfrentar una creciente competencia, el imperativo de ser eficiente forzó que sus estructuras se vuelvan más democráticas – eufemismo de mejores condiciones laborales. La transformación de estructuras organizacionales verticales, de imposición y jerarquías, hacia estructuras horizontales de participación y colaboración igualitarias, empezó a darse a escala mundial cuando la tecnología permitió un incremento sustancial en la productividad del trabajador, y por ende el trabajador se convirtió en un recurso cada vez más valioso. La lógica es simple: en una economía cerrada, subvencionada e ineficiente, con pocas alternativas de empleo, los trabajadores son dispensables. En cambio, en una economía abierta, que debe optimizar el uso de sus recursos y ser eficiente a la hora de producir, los trabajadores deben ser capacitados, protegidos y convertidos en socios del esfuerzo empresarial.
Según la lógica anterior, no es altruismo, solidaridad o empatía hacia el trabajador la que lleva a la corporación a mejorara sus condiciones de vida. Los sindicatos tal vez jugaron un papel importante en negociar mejores condiciones, pero la consideración suprema es la productividad. Un trabajador educado, feliz y comprometido con la empresa será un trabajador que se pone la camiseta, que participa en la innovación de procesos, que está comprometido con avanzar la armonía laboral y la óptima resolución de conflictos internos. Pero esto no puede lograrse haciéndole ‘creer’ al trabajador que es importante. El trabajador debe ser importante, y los beneficios que resultan de su productividad deben ser reales, tangibles y permanentes. Pero esa lógica es difícil de implementar en un entorno en el cual el trabajador es un simple empleado, y como tal debe entender su lugar dentro de la jerarquía, y debe aceptar su condición.
Un empleado – eufemismo que utilizo para denotar a un pueblo – no desarrolla la capacidad de iniciativa cuando su condición de sirviente no le permite desarrollar su auto estima y una identidad ciudadana sana. Sin una educación básica e igualdad de oportunidades, ese empleado no podrá contribuir todo lo que potencialmente puede contribuir al bien común. Su comprensión del mundo estará cimentada en relaciones de poder, y su frustración será profundizada por el hecho que no posee ese poder, ni político, ni económico ni social. Ese empleado jamás levantará la vista para contemplar un horizonte en el cual él o ella también puedan un día tener su propia empresa, crear una fuente de trabajo para los demás, y unir esfuerzos con sus propios empleados para juntos progresar. No puede soñar con ello, porque siente y piensa que tan solo es un empleado, y porque su visión del mundo esta repleta de instancias en las cuales ha sido tratado con desprecio por los que si tienen el poder.
A muy pocos les debe quedar la duda que Bolivia es un país racista. Durante muchos años los que tuvieron el poder no hicieron nada para transformar esa realidad, y para transformar una economía subvencionada por el paternalismo estatal, que beneficio a unos pocos. Esos cuantos nunca tuvieron la iniciativa de modernizar el país, porque ellos tenían el poder, todo el poder. Pero no se imaginaron que, al igual que la competencia económica obliga a las empresas a democratizar sus estructuras y condiciones laborales, la presión social iba a forzar la creciente democratización y forzar la alternación del poder político. Ahora que muerto está el burro, pretendemos cerrar el corral de nuestro racismo. Ahora que el sistema que hemos construido sobre las espaldas del pueblo ha fracasado, queremos insistir en una meritocracia que permita una más justa participación en la generación y distribución de la riqueza, y enarbolamos la iniciativa personal. No hay iniciativa personal sin garantías, sin igualdad de oportunidades, sin una justa retribución por el esfuerzo. Lejos de avanzar un sistema justo y equitativo, en el cual la ‘iniciativa privada’ sea más que la ‘repartija privada’, lo que hicimos fue premiar la ineficiencia al recompensar a los mediocres simplemente por que visten el correcto color en su piel.
Ahora – una vez más no por altruismo - nos vemos obligados a imaginar una Bolivia diferente, una Bolivia más justa y más igualitaria, en la cual el individuo tenga la iniciativa para progresar y mejorar su condición. El hecho que no lo hagamos por altruismo, y lo hagamos por un interés personal ‘iluminado’, lejos de insultar a los que han sido relegados, debería ser un incentivo adicional para esforzarse, porque la idea es crear igualdad de oportunidades. En una nueva sociedad, una sin racismo y nepotismo, en la cual se premia al mejor, y no al mejor amigo, el empleado deja de ser “empleado”, y se convierte en socio en la empresa de avanzar la sociedad. Pero esta lógica es difícil de entender para quienes desprecian la productividad por ser concepto ‘liberal’, y solo entienden relaciones de poder.
Nuestro pueblo – empresarios, políticos y trabajadores - y los lideres que ahora surgen de él, nunca ahondaron en el imperativo de avanzar el desarrollo de nuestro recurso humano, de desarrollar individuos con iniciativa, con orgullo, con ganas de avanzar su condición. Y si somos sinceros, ¿cómo era posible que la juventud se esfuerce por estudiar, ahorrar e invertir los frutos de su esfuerzo, cuando lo único que entendían es que sus padres fueron tratados como sirvientes? Es así que, en lugar de contemplar principios que permitan construir una sociedad más justa, productiva y competitiva, el enfoque ahora está en destruir las estructuras de dominación, en desvalorizar el conocimiento científico y profesional, en nombre del poder político. La nueva Bolivia que parece se pretende construir no busca avanzar la meritocracia, la búsqueda del conocimiento o las capacidades individuales, sino controlar la subjetividad de los individuos, eufemismo para una indoctrinación ideológica que permita eliminar la competencia de la clase empresarial, eliminando para todos la capacidad de acumulación y generación de riqueza a través de una mayor productividad. Lo que se pierde en esta ceguera ideológica es que empresario es todo ciudadano que invierte en su negocio, por pequeño que sea.
En México hay un dicho que reza, “no hay nada peor que un pendejo con iniciativa”. “Pendejo” es una palabra altisonante, y en México quiere decir lo opuesto que en Bolivia. Lo que pretende expresar el dicho es que una persona sin conocimiento de causa, pero con iniciativa, puede causar mayores problemas que una persona igualmente ignorante, pero que por lo menos no hace nada. En nuestra empresa nunca vimos la necesidad de educar a nuestros socios, los tratamos con desprecio y abusamos de sus desventajas. En consecuencia, hemos avanzado solo los intereses de los que tenían el sartén por el mango, y el resentimiento e ignorancia de todos los demás. Ahora que estamos enfrentados ante las fuerzas de la competencia, uno de nuestros empleados - a quien lo elegimos nosotros, le pagamos su sueldo, su casa, sus viajes y hasta su movilidad - anda tomando iniciativas nefastas para la estabilidad de nuestra fuente de trabajo. Este trabajador evidentemente ignora ciertas complejidades, tiene solo el poder político en mente, y por mucho que meta la pata, debe considerar su desempeño digno de hasta un premio Nóbel. Convencerlo a esta a altura que fomentar la productividad es en beneficio de todos, está un poco difícil. Dialogar sin que inmediatamente apele a sus prejuicios, ni hablar.
Lo que se puede hacer es enmendar las injusticias de ayer, y ello se puede lograr de muchas maneras. Una es lograr que todos ahora seamos empleados del Estado, igualmente pobres e ignorantes de las oportunidades que estamos perdiendo de progresar. Pero también podemos avanzar otra manera de entender el desarrollo y progreso, tomando la iniciativa personal de tratar justamente a quienes son nuestros socios en la tarea de crear – y no destruir – las condiciones para avanzar nuestra mutua prosperidad. Ha llegado la hora de hacer a un lado el racismo, el abuso de quienes trabajan a nuestro lado, y empezar a tratar a todos con respeto y dignidad. No por altruismo, sino por el más básico sentido que ninguna empresa puede sobrevivir cuando solo unos ganan – aunque sean la mayoría – pero tienen que perder todos los demás. Tenemos que dejar de ser una nación donde el que tiene el sartén por el mango siempre toma la iniciativa de pasarse de pendejo. Los más cínicos dirán que - si nuestra visión ‘occidental’ nos lleva a insistir en la ‘iniciativa’ – bueno, entonces cualquier iniciativa, incluso la de destruir abstractas subjetividades, en lugar de desarrollar condiciones reales, es iniciativa al fin. La ignorancia es atrevida y el poder ciega incluso al más justo, pero solo tenemos a nosotros mismo a quien culpar.
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