El día que las mujeres tomen el poder, será de manera pacífica y democrática, y probablemente debido a que el modelo patriarcal, vertical, antagonista y competitivo ha dejado de ser funcional. El proceso ha demostrado ser gradual, y empezamos recién en los últimos 50 años a ver avances con relación a la condición a la que durante milenios fue sometida la mujer. Es una lucha entre hermanos, por lograr algo tan básico como es el derecho al voto, derechos reproductivos y protección legal contra el abuso físico y mental por parte del estamento de poder dominante: el hombre.
En países industrializados los derechos de la mujer avanzan a gran paso, pero también a un costo. Los valores de la cultura dominante son los que permiten a la mujer avanzar profesionalmente, y por ende las mujeres se ven en muchos casos obligadas a asumir una personalidad de comando, antagonista y competitiva si desean avanzar. Es decir, la mujer puede verse forzada a asumir los valores de la cultura patriarcal. Ninguna revolución es fácil, y mucho menos garantiza una transformación en los valores dominantes, por lo menos no en el corto plazo. Como nos advierte Marx en "Der Achtzehnte Brumaire des Louis Bonaparte" de 1852: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre albedrío, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.
La cultura dominante en Bolivia es la cultura del poder. Quien tiene el poder pareciera asumir derechos divinos, y los demás deben postrarse ante su magnificencia. Un bastón de mando es licencia para ser arrogante, intolerante, autoritario y corrupto. Pero no lo vemos así, tal vez porque es difícil verse desnudo ante el espejo y descubrir que lo que nuestra imagen proyecta no es aquel ideal que obligamos al otro reflejar. Obedecemos al poder, y el poder hasta ahora ha demostrado no tener responsabilidad hacia los demás, ni obedecer a principios o valores. Pero transitamos como Mafalda en la playa, rascándonos la cabeza y preguntándonos dónde están los malos, cuando en traje de baños todos parecen tan honestos, tan buenos tipos.
En las urnas se ha dado una revolución pacífica y democrática. Las banderas son del cambio, pero no necesariamente serán de transformación. El Presidente electo Morales ha salido con hojas de laurel y posturas dignas de su próxima investidura. Pero un solo hombre no hace primavera, y existe la gran posibilidad que los próximos líderes – de ambos bandos - sean igual de arrogantes, intolerantes, y autoritarios que los políticos de antaño. Pero seamos optimistas, y en lugar de acusar al otro de aquello que nosotros mismos pecamos, de ahora darse un cambio-sin-transformación, que la nueva manifestación de la cultura del poder sirva para mirarnos al espejo y reflexionar sobre el daño que hace esa cultura. No es hora para lamentarse, es hora de transformar nuestro país, pero transformándonos primero nosotros. Y para ello parece que debemos primero ver, sentir, palpar en nuestro propio pellejo, las consecuencias nefastas de lo que ha sido un poder sin principios, de un poder por el poder. Eso es lo que hemos sembrado, esa es la cama que hemos tendido, y ahora en esa cama tendremos que por fin despertar.
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