Un boliviano llega a un aeropuerto internacional, cualquier aeropuerto internacional fuera de Bolivia, y al ver su pasaporte boliviano los agentes de inmigración llevan a este individuo a que se someta a una inspección minuciosa. Este ciudadano debe soportar la humillación de un trato diferente simplemente porque es boliviano. Esto es, en términos sencillos, prejuicio. En el caso del norteamericano acusado de perpetrar un doble asesinato, y que pueden estar seguros jamás será sometido a un examen psicológico real o imparcial, por miedo que se confirma que está loco de remate, resulta que ya ha sido encontrado culpable - por nada más que el Presidente de Bolivia - de ser parte de una conspiración internacional para desestabilizar lo que aun queda de democracia, simplemente por el hecho que es norteamericano. No importa que la evidencia apunte a que es simpatizante de bin Laden, que odia a Bush, que es comunista o fundamentalista pagano, porque esta especie – según los cálculos oficiales – no merece consideración alguna que no sea la presunción de culpabilidad y la categorización de ser una raza maldita. ¡Malditos gringos que vienen a aterrorizar a la población!
El nivel de comprensión hoy en día anda bajo, y el Canciller estaría orgulloso de ello, pero espero que quede claro que estoy siendo irónico. Pero el problema más grande no es el prejuicio, la carencia absoluta de objetividad y de método al asumir posiciones por parte del gobierno, y sobre todo de parte de su “desgrisada” cabeza. El problema es que aquí estamos viendo la puntita de una estrategia muy bien planeada de – en nombre de defender la democracia – desmantelar lentamente la democracia. Esta estrategia es sacada del libro de despotismo de Fidel Castro, y enseña a encontrar un enemigo, y utilizar a ese enemigo como excusas para forjar las fuerzas de la represión.
La paranoia del actual gobierno, su demagogia y su clarísima intención de polarizar a nuestra nación, es el verdadero terrorismo. Pero las malas noticias no terminan ahí. La otra mala noticia es que la decadente oposición parece haberse recluido a contar las “bendiciones” que recibieron en gobiernos anteriores, y sus bases están muy poco motivadas para hacer frente de manera imaginativa y contundente a un contrincante que conoce mucho mejor el escabroso terreno de una cultura presta a alzar banderas y agruparse alrededor del odio a quien es diferente. El vacío ideológico, el vacío de principios, de un método que permita ser siquiera un poco racional, parece haberse apoderado de nuestra frágil psique, y el camino a la tiranía de una mayoría visceral y vindicativa es cada vez más una realidad. Estamos a unos cuantos meses de nuevas elecciones y – lamento mucho decirlo – se hace cada vez más tarde para despertar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario