lunes, 28 de enero de 2013

Mapa Oficial

Mapas mentales diferencian al humano de primates, su menos evolucionado hermano mamífero. Capaces de dibujar en su interioridad diversos escenarios, los humanos reproducen pasos trajinados sin necesidad de olfatear el camino. Gracias al lenguaje acumulamos experiencias y trazamos con el intelecto rutas que logran leyes y tecnología. Si bien es cierto que el concepto moderno de racionalidad ha ofuscado el complemento que ofrece la intuición y emociones; sin conceptos, palabras y categorías jamás hubiésemos podido escalar las limitaciones cognitivas del instinto animal.  

El mapa es manipulado por la herramienta favorita del poder: una lógica binaria. Ejemplo de dicha manipulación es el siguiente axioma: “Todo aquel que cree que el motor de una economía es la sociedad civil es un neoliberal”. “Obama cree que el mercado e iniciativa privada constituyen piedra angular del desarrollo, creación de empleos y justicia social”. Por ende, “Obama es un derechista”. El mapa en blanco y negro de la lógica oficial dibuja una caricatura de todo aquel diferente. Lo único que falta es que se lo acuse de ser racista.

Obama es un liberal (de izquierda). Pero como aquí se dibuja la ideología con solo dos colores, la capacidad del pueblo de discernir entre políticas públicas y estrategias de desarrollo ha caído prisionera del reduccionismo binario. Tres grandes políticas definen la gestión de Obama: rescate de la industria automotriz, sistema de seguro médico universal y elevación de impuestos a los más ricos. Para la verdadera derecha, estas políticas constituyen una manipulación del mercado, intervención estatista en la vida privada, ingeniería social, promoción de la lucha de clases y redistribución socialista de la riqueza.

Por muy liberal, Obama no es libre de alterar políticas de Estado que promueven el interés nacional. Tiene limitaciones. Ese no es el punto. El punto son las limitaciones conceptuales que tiene el pueblo boliviano a la hora de entender las sutilezas y complejidades de la economía global; ignorancia inducida por el estatismo mediático, cortesía de la manipulación del lenguaje político. La tergiversación de las múltiples dimensiones de la ideología liberal es estrategia parecida a subyugar al pueblo con la imagen de Satanás; donde Obama es un anticristo derechista.     

Colombia, Chile, Perú y México – economías liberales - son las más pujantes de la región. Cómplices de la conspiración liberal de coadyuvar una colaboración entre Estado e iniciativa privada para crear empleos también son Rusia, India, Polonia, Vietnam, China y Brasil. En vez de intentar sacudirse el mote de “derechista” con estos argumentos, la esclerótica oposición parece estar contenta con señalar falencias oficiales, cortesía de una piel trémula.

La realidad es relativa. Ese no es el punto. El punto es que el debate sobre la seguridad económica y social de la nación se ha convertido es un gestalt goebbeliano, donde el sujeto es inducido a reemplazar conceptos por caricaturas. En vez de una estrategia de desarrollo mixta, rendimos culto al chauvinismo ideológico. Parece que el absolutismo platónico  ya no es monopolio de los conservadores.

Sentir orgullo de la regresión a una política económica de principios del siglo XX es privilegio del triunfalismo cortoplacista. Se olvidan que una bonanza coyuntural no hace primavera. Un odio provinciano a la utilidad tampoco evitará que Europa salga pronto de su crisis. El petróleo abundante tal vez ayude a mofarse del hecho que 90% del planeta está a la derecha de Fidel. Pero si la verdad es relativa, la manipulación conceptual actual es muy concreta. La democracia liberal no es dogmatica y se fundamenta en un debate honesto; única manera de ser dialecticos en la práctica, no solamente en la teoría oficial. Lástima que al pueblo se lo reduzca a usar mapas dibujados con ángeles y demonios.

jueves, 17 de enero de 2013

¿Cena Quínoa?


Exportar fertilizante a base de coca, para abonar trigo ajeno, permitirá financiar los bonos  que – según la teoría -  coadyuvan el alto vuelo de la economía boliviana.  Si al abono de coca de exportación agregamos miles de toneladas de quínoa, tal vez logremos complementar con “ventaja comparativa” nuestra incipiente comprensión del concepto “efecto multiplicador”.

Bolivia tiene una ventaja comparativa en coca y quínoa. Exportar hoja y grano sagrado con valor agregado, agregará pocos pero valiosos empleos e impuestos, para coadyuvar el financiamiento de proyectos agrícolas  (y creciente gasto público). En el argot de la timba, exportar coca y quínoa será cena-quina para la economía nacional.

Pero si en vez de invertir escasos recursos en industrializar coca y quínoa, nos empecinamos en ser autosuficientes– digamos – en producir trigo, incurriríamos en un costo de oportunidad. Es decir, invertir en trigo distraería recursos de la coca y quínoa; productos agrícolas que producimos más eficientemente y que pueden ser industrializados, exportados y fiscalizados con mayores beneficios que un trigo excedentario.

Tenemos otra ventaja comparativa en gas y materias primas. Estas exportaciones – sin embargo – alimentan industrias ajenas, que agregan valor a nuestros recursos naturales. Nuestra ventaja, por lo tanto, no se traduce en mayores empleos. Si bien las arcas del Estado se benefician de precios altos en el mercado internacional, el efecto multiplicador de nuestras exportaciones se concentran en menos de 200 mil afortunadas familias; mientras que otras millones siguen acopiando migajas de una economía informal.

Industrias estratégicas (litio, acero, turismo) merecen incentivos por parte del Estado, sea mediante inversión en infraestructura, seguridad jurídica o participación directa. Lo que no necesitamos es diluir escasos recursos en plantar trigo, o construir (digamos) fábricas de celulares.

Otros países producen celulares a muy bajos precios, por lo que ahora son accesibles a la mayoría de la población. Los que se ufanan de la ubicuidad de estos aparatos (como si su bajo precio fuese logro de una nacionalización), parecen ignorar que es la competitividad de otros a quienes debemos dar las gracias. No necesitamos ser autosuficientes en la producción de aquello que otras naciones producen con mayor competitividad y eficiencia.

Bolivia debe identificar sus ventajas comparativas y facilitar la inversión en industrias competitivas. Pero como nuestra mayor eficiencia es identificar al enemigo, lo que exportamos son expertos en rasgarse las vestiduras. En el caso de México, por ejemplo, causa gran disgusto ideológico el hecho que 30% de su maíz no esté “Hecho en México”.  Es cierto que, debido a que está siendo usado para biocombustibles, se ha duplicado su precio. También es cierto que la economía mexicana tiene la productividad necesaria para darse el lujo de subvencionar un bien por el cual paga el doble.

México exporta 20 mil toneladas de carne a Japón, agregándole valor al maíz importado. Mientras México tenga una ventaja comparativa en miles de industrias pujantes, que exportan por doquier, los mexicanos tendrán el lujo de crear empleos que permitan pagar un poquito más por tortillas, atole y tamales.

Incentivar la producción y exportación de quínoa y coca industrializada agregará un pequeño peldaño a la tasa de empleos. Se necesitan empleos, no un superávit en cuentas del Estado. Para crear empleos se requiere invertir en industrias con ventajas comparativas. Esas industrias llegarán cuando exista entre Estado y sociedad civil un acuerdo enmarcado en leyes e incentivos (economía mixta), de tal forma que los mecanismos de mercado coadyuven los burocráticos nobles deseos de los gobernantes. Sin inversión no hay productividad, ni empleos, y el pueblo deberá seguir acopiando valor agregado de la hoja sagrada: “cena coca”.   

jueves, 10 de enero de 2013

Seguridad Imaginaria



Poner comida sobre la mesa, esa es la cuestión.  El nuevo grito de guerra, por ende, es seguridad alimentaria, una consigna que nutre la terquedad ideológica y paranoia colectiva. Naciones sin grandes extensiones de tierras fértiles comen bien, porque en lugar de declarar su hostilidad al intercambio comercial, crean condiciones para incrementar su productividad. Suiza, país enclaustrado y Japón, isla sobrepoblada, importan casi el 50% de sus calorías.  Naciones que producen valor agregado y desarrollan ventajas comparativas (a veces con cacao importado), no necesitan invertir en plantaciones de maíz.

Un pueblo que come todo tipo de cuentos traga fácil la retórica de autosuficiencia.  Atormentados por los peligros extranjeros, algunos no entienden que lo importante es crear condiciones para la productividad e iniciativa privada. En México, por ejemplo, se importa el 30% del maíz, alimento básico de su canasta familiar. La tierra del nopal está a punto de superar la economía brasileña. No obstante, se cuestiona a los aztecas por no producir el 100% del componente básico del taco.  México crea más empleos produciendo bienes con valor agregado. El retorno marginal decreciente del maíz hace más atractivo importar parte de la demanda. Entonces, ¿por qué asumir un costo de oportunidad en algo que otros producen más eficientemente? El bienestar se mide en empleos, no índices de autosuficiencia en maíz.

Tener una ventaja comparativa es como la relación entre zapatero, albañil y profesor, cada uno especializado en su arte. En el mercado de bienes y servicios, intercambian lo que produce (calzado, casa o conocimiento) con los demás miembros de la comunidad. Pero si una familia debe aprender a edificar su propia morada, vestir y educar a sus hijos – sin necesidad de los demás – invierte pobremente sus recursos, al igual que campesinos en idílicas praderas medievales, o escasas comunas que todavía moran en el altiplano.

La fantasía de la autosuficiencia se basa en la premisa “¿qué pasa si el otro se niega a venderme?” El escenario apocalíptico tal vez sea válido para un mundo de escasa civilización, donde tribus reemplacen naciones, para someter sangrientamente al dominado en un juego de “suma cero”. Una dosis de paranoia siempre es buena, ya que “todo puede suceder”. Otra dosis de mentalidad tribal es inescapable y tal vez incluso saludable. Pero una regresión a la economía autárquica de ancestros originarios tal vez sea prematura.

Japón restringe la importación de arroz, no por lógica económica, sino por costumbres que veneran la tradición por encima del resultado. Al igual que México, Japón puede darse el lujo, porque exporta bienes con valor agregado. México no necesita ser autosuficiente en maíz; lo que necesita es desarrollar una economía competitiva que permita al Estado importarlo, para que el pueblo coma tortillas a precio subvencionado.

La autosuficiencia es un falso debate. El peligro está en repetir el error del 52´, fragmentando la tierra para castigar al terrateniente. La seguridad alimentaria proviene de economías de escala, tecnología e inversión en la agroindustria; un apetito por seguridad jurídica y tenencia de tierra hipotecable que no está siendo saciado. Crear condiciones para producir más y mejores bienes y servicios es otra fórmula usada por pueblos sin hidrocarburos para derrochar; una receta que hace a México cada vez más competitivo, permite subvencionar el maíz y crea los empleos que ponen sobre la mesa carbohidratos importados.

miércoles, 2 de enero de 2013

Entre Rio y Selva


El 31 de diciembre, un aguijón venenoso encontró vía directa a mi paladar.  En un hotel que se postra entre las nacientes laderas del altiplano y umbral de la selva, la miel del desayuno me tendió una fortuita trampa. Una noble abeja había dejado su arma en el néctar con el cual yo endulzaría mi café. Al sentir un objeto extraño alojado entre mis dientes, presioné sobre el aguijón para retirarlo, consiguiendo a la vez inyectarme en la encía del veneno aun presente en aquel diminuto puñal. Mi cuerpo actuó exageradamente y – al intentar eliminar la toxina – la reacción alérgica hizo colapsar por unos segundos mi sistema nervioso central.

Una pluralidad de sustancias tóxicas surcan las venas cerradas del organismo que llamamos patria. En ambos bandos de nuestra polarizada madre, el dogmatismo e intolerancia envenena la convivencia entre hermanos. El capitalismo, socialismo, ecologismo, colonialismo, comunismo y otros “ismos” ocasionan reacciones alérgicas que paralizan el pensamiento complejo, para postrar a la conciencia general ante un reduccionismo banal. La ideología, polen necesario en la construcción de diversos almibares, se antepone a un discurso objetivo que permita encontrar complementos entre ideas y estrategias que avancen el desarrollo y bienestar colectivo. El veneno mental de la era es el fundamentalismo de cada cerrada posición.

Al contrario de un aguijón en la miel del desayuno, el proceso de cambio no es fortuito; es producto de una dialéctica incontenible. Tal vez sus formas, el curioso carisma de su caudillo, sus odios y amores, sean casuales; una casualidad producto de la intersubjetividad entre los miles de protagonistas que participan en su construcción.  Cada individuo trae al gobierno su propia mezcla de valores y estrategias, con frecuencia en conflicto y antítesis entre sí. Algunos resultados de una gestión que se aproxima rápidamente a la década son objetivos; otros son quimeras de la parcialidad que provoca la subjetividad.

 La subjetividad es la toxina que corroe el dialogo y pensamiento. Ver la realidad a través de ojos enamorados - o viseras enlodadas de desprecio - distorsiona el discurso y corroe el proceso de cambio; sean cuales sean sus bases o fundamentos del proceso deseado.  Tal es el caso en la valoración del servicio y comida del hotel donde un fortuito aguijón me desmayó. Otrora refugio de la oligarquía, ese hotel es hoy una extensión de los corredores del poder que surcan la plaza Murillo. Aquellos que antes se deleitaban de su selvático encanto, hoy menosprecian su transformación – sospecho – debido a una valoración subjetiva envenenada del prejuicio que mata la igualdad e inclusión.

El potencial déficit fiscal, la subvención de hidrocarburos, la vulnerabilidad del sistema judicial son temas objetivos que debemos evitar caigan en las redes del discurso fácil del nuevo entorno electoral.  Ahora que la bonanza económica puede despedirse el 2013, debemos evaluar fríamente los aciertos y desaciertos de la actual gestión, para apuntar hacia puerto seguro. El debate electoral será sano y parte del ejercicio democrático que avanza a la patria hacia mayor justicia. Pero el aguijón de la subjetividad partidista estará siempre en la miel con la cual endulzamos nuestros deseos y esperanzas. En ese hotel, entre rio y selva, tal subjetividad habita en quienes resienten que una nueva burguesía haya ocupado ese territorio vacacional; una apreciación – sospecho -marcada de prejuicios y el aguijón de un racismo disfrazado de paladar gourmet.