Publicado en La Epoca, 1 de mayo de 2005
En Bolivia se vive bien, y se vive bien, la lógica establece, porque por una fracción de lo que costaría en cualquier otro país, aquí muchos pueden pagar una cocinera, niñera, ama de llaves, chofer o jardinero. Para muchas personas esta realidad le permite contar con un trabajo, y por ende no es mi intención menospreciar el bien social que representa. En muchas ocasiones, estas persona se integran de tal manera al hogar donde trabajan que se convierten en parte de la familia. Esta noción romántica de la “servidumbre”, sin embargo, no quita que en el sector de servicios se paga poco, y que sus sueldos permiten un poder adquisitivo entre los más bajos del planeta.
La intención aquí es reflexionar sobre las bases ideológicas que tenemos como sociedad sobre los factores de producción y nuestra comprensión del papel que juegan en nuestro desarrollo económico. Creemos, equivocadamente, que somos afortunados por tener una mano de obra barata, cuando en la realidad una sociedad con mano de obra barata no es más competitiva, y mucho menos es más justa que las demás. El argumento aquí tampoco es “hay que pagar más”. Entiendo perfectamente que nuestra economía no permite pagar sueldos más altos, y que es la implacable ley de la oferta y la demanda la que establece el nivel salarial. Pero esa ley no solo debería ser aplicada cuando nos conviene, y ese es el punto que no entendemos como sociedad.
La profesión de empleada domestica, por ejemplo, hoy no es certificada como tal, y por lo tanto no puede demostrar que es mejor y más confiable que su competencia, y así vender su trabajo a un precio mayor. En este sentido, el primer bloqueo que debemos superar esta en nuestras mentes, e implica no escandalizarnos cuando alguien decide – porque puede - pagar más por un mejor servicio. Sin embargo, en nuestra incomprensión del trabajo como factor de producción, y de la calidad en el proceso de producción, el pagar un mejor sueldo representa para muchos “mal acostumbrar” a los demás.
Lo que se propone es jugar bajo las reglas del mercado para promover no solo la eficiencia en la asignación de recursos, sino también que una empleada de alto rendimiento reciba en el mercado de gente rica un mejor sueldo. Es decir, la democracia liberal también se trata de crear mecanismos para una Meritocracia y para lograr que el mercado vaya creando condiciones en las cuales es posible lograr una justicia social.
Para quienes no están prestando atención reitero, no se trata de pagarle más a la empleada domestica. De lo que se trata es entender, creer, y soñar que una empleada domestica pueda aspirar a ganar según su habilidad. Si llega un día a existir un mercado en Achumani para súper empleadas, que estudiaron para chef, tienen un diplomado en sicología infantil, que se especializan en cocina comida francesa, tailandesa e italiana, y que hablan inglés, si se les paga más, eso no es “mal acostumbrarlas”, ¡por favor!
Otro factor de producción cuya comprensión es limitada es el capital. Si una señora ahorra durante años, y luego coloca un restaurante, tiene el derecho – dentro de los marcos normativos de salubridad, hacienda y las buenas costumbres – de vender su servicio al precio que mejor le parezca. Para muchos, si yo llego temprano al restaurante, tengo el derecho de sentarme en cualquier mesa y pedir un vaso de agua. Pero no es así. La señora tal vez deba venderle el vaso de agua, pero tiene el derecho de reservar su mejor mesa. Si la señora cobra demasiado, o el servicio es malo, el voto popular, encarnado en la decisión de consumir, o no, se encargará de remediar eso.
En el restaurante trabaja Pato. Pato es el jefe de los meseros, y su trabajo es multifacético. Pato hace bien su trabajo no solo cuando el servicio es eficiente y educado, sino también cuando asigna las mesas a quien ha de consumir más. Para ello el restaurante ha instituido un sistema de reservaciones. Un día yo llego tarde y sin reservación. Para muchos es obligación de Pato darme una mesa (aun sin reservación y habiendo llegado tarde) y si le doy 15 pesos “por si alguien cancela” estoy “mal acostumbrándolo” y corrompiendo las buenas costumbres de la sociedad.
Lo que no entienden muchos es que tanto los que tienen capital, como los que ofrecen su mano de obra, aportan al desarrollo productivo del país al poner a buen uso factores productivos. La señora es dueña de su restaurante, y tienen derecho a ganar según su habilidad de atender a los demás. Pato también tiene derecho a ganarse la vida con su trabajo, y parte de su trabajo es asignar las mesa eficientemente.
Valga la aclaración. Pato no me pidió dinero. Yo voluntariamente se lo ofrecí. Pato tal vez está en la obligación de atender a todos los que van al restaurante, pero no está en la obligación de asignarle una de las diez mesas. Si uno quiere calidad en el servicio o mano de obra, y la calidad que busca es escasa, debe estar dispuesto a pagar más por ella. La alternativa es recibir un servicio de menor calidad (en otro restaurante, o sin mesa), pero no asumir que es deber (y no privilegio) de Pato y la señora el darnos una mesa.
Según un artículo publicado en el New York Metro, en un restaurante de cuatro estrellas un maître d’ fácilmente gana más de 100,000 dólares al año. A algunos les dará asco que una sociedad pueda generar tanta riqueza que incluso el que recoge los platos de las mesas gana en un restaurante exitoso de Nueva York más de 50,000 dólares al año. Wolfgang Zwiener, inmigrante alemán trabajó 40 años en Peter Luger. Con lo que ganó pudo mandar a sus hijos a la Universidad de Chicago, Columbia y Wharton School, y el año pasado abrió un restaurante de lujo en Park Avenue. Pero Pato debe contentarse con los 300 dólares que gana en el restaurante más exitoso de la ciudad de La Paz. ¡Y asco debería darles yo por ofrecerle 15 pesos para que me considere en caso que se cancele una reservación.!
Y mientras la corrupción se da a todo nivel, con graves consecuencias para el país, algunos se preocupan de no “mal acostumbrarlos” a quienes con su trabajo honesto nos hacen la vida más cómoda y placentera. Entonces resulta que en Bolivia es corrupto el incentivar un servicio de calidad y se considera injusto que alguien lucre por su inversión de capital.
La democracia liberal - o capitalismo para quienes no tienen taras mentales - es un sistema que en teoría promueve no solo la acumulación de riqueza, sino también su justa redistribución. Parte de objetivo del modelo es la justicia social, y esto se logra en parte a través de mecanismos de mercado. A la dueña del restaurante le va muy bien, pero a Pato no tanto. ¿Por qué? Porque según demasiados Pato es solo un mozo y debe contentarse con ganarse su sueldo, entender que su lugar es servirme, y porque si recibe más, entonces está siendo “malacostumbrado” a vivir con dignidad. El problema con el modelo de democracia liberal, como lo veo yo, no solo es su deficiente y corrupta aplicación, sino el bloqueo que tenemos en la mente que impide una aplicación justa y funcional debido a una idiosincrasia sectorial, clasista y que desprecia el éxito de los demás.
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