martes, 24 de marzo de 2015

Séptima Inocencia

La inocencia del Tribunal Supremo Electoral (TSE) en su fallo en contra de Unidad Demócrata (UD) pudiese quedar comprobada. Esa teoría tiene sustento en que el “inocente” error de UD es en realidad una perversa conspiración. Después de todo, no es verosímil que un jefe de campaña pueda tirar por la borda a su partido por darse el gustito de anunciar “estamos ganando”.

Castigar con la inhabilitación a todo un partido por el simple hecho de difundir una encuesta es un tanto  draconiano. Al margen de su constitucionalidad, el hacer caso omiso de dicha disposición es pecar de inocente. Por ende, cabe sospechar que detrás de tal inocentada se esconde una trama infernal.

Muchas acusaciones se lanzan contra el imperio, sin necesidad de evidencia alguna. El único requisito es pronunciar toda crisis como producto de un “montaje”, “intervención” o intención de desestabilizar nuestra nación. Me escudo en idéntica temeridad para lanzar una posible teoría de una supuesta conspiración en Beni.

Es posible que un operativo secreto del imperio haya seducido a una asesora de Carmelo Lens, para que lo convenza de las virtudes de crear en Beni un ambiente triunfalista. Pero en vez de ganar adeptos entre benianos indecisos, el objetivo de esta supuesta Mata Hari del Beni fue inducir a que UD cometa un error, que luego obligue al TSE a inhabilitar a todos sus candidatos.

Los detalles de la conspiración no importan. Tampoco sabremos si realmente hicieron pisar el palito a Carmelo Lens. El hecho es que, una vez allanado el camino para una victoria del MAS en Beni, el imperio podría poner en marcha la segunda fase de su maquiavélico cometido.

La realidad es que el TSE no tuvo otra opción que hacer cumplir la ley. No obstante, el pueblo boliviano (según cálculos del imperio) se escandalizará con la inhabilitación de UD por el pecado de publicar una encuesta. En consecuencia, la credibilidad del TSE se verá injustamente impugnada. Esa es la primera fase del diabólico plan.

La segunda fase de la conspiración es impedir una alianza entre el MNR y UD, de tal manera que el MAS gane en Beni. Una gobernación del MAS en Beni, con una resistencia de la población (según cálculos del imperio) generaría un clima de ingobernabilidad, lo cual desprestigiaría al MAS a nivel internacional y allanaría el camino para un desgaste que se sume al de los Kirchner, Dilmas y Maduros.

Pero si la publicación de una encuesta puede afectar la intención del voto, entonces la capacidad de dar pegas y un mayor presupuesto al Beni pudiese también cambiar las preferencias político-ideológicas del pueblo. Es decir, el tesoro del Estado que gastaría el oficialismo tiene el potencial de conquistar los bolsillos benianos. Sin inestabilidad y con el pueblo cooptado, la conspiración estaría destinada fracasar.

Los votos extras de Ernesto Suárez debido a una encuesta palidecen ante los que pudiese ganar el 2019 si se proyecta como líder de la oposición. No obstante, parece que Suarez sería inhabilitado de la política durante cinco años. Por ende, Suárez crea una alianza con la agrupación NACER para vencer a toda costa al MAS. De perder en Beni el MAS, la teoría de conspiración queda inhabilitada.

Jamás sabremos si el voto de los benianos pudo haber sido afectado por una encuesta. No sabremos nunca si la verdadera conspiración fue apostar por una victoria del MNR, crear un caos electoral para cancelar las elecciones o simplemente eliminar la competencia del MAS en por lo menos 15 localidades. Si gana NACER, tampoco sabremos si se puede cooptar a un pueblo con pegas y proyectos.


El primer día de abril, se celebra el Día de los Inocentes en los Estados Unidos de Norteamérica. En Bolivia ese día tal vez tengamos los cómputos finales de las elecciones sub-nacionales 2015. Gane quien gane en Beni, nadie puede predecir qué sucederá después. Lo único seguro es que todas las partes involucradas han pecado de inocentes en la inhabilitación de la agrupación UD. 

domingo, 22 de marzo de 2015

Azul Dilema

Recuperar el mar es el producto estrella de nuestras causas sociales. Con ese objetivo, se ha desarrollado una campaña mediática llamada “Corazones Azules”. Da la casualidad que el partido en ejercicio del poder utiliza como color emblema también el color azul. ¡Vaya dilema!

La regla de oro en ventas es diferenciar tu producto. Con ese objetivo, se escriben manuales de imagen corporativa, que establece los tipos de letra, espacio entre líneas y – sobre todo-  los colores de la marca. Desviarse de la línea grafica equivale a desviarse del mensaje. El “marketing” dictamina que la imagen del producto debe sobresalir por encima de otros. 

En el marketing político se vende las causas de unos cuantos, mientras que en el marketing social se avanza causas comunes. Los spots del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, por ejemplo, ayudan a crear un sentimiento de estabilidad. Un país con confianza en su moneda es un país cuyos ciudadanos invierten su esfuerzo y capital, lo cual beneficia a todos. Ejemplos de marketing social incluyen luchar contra la violencia intrafamiliar, los daños del alcohol y peligros de obstruir ojos de tormenta.

Intentar establecer una iconografía cuyos colores y tipo de letra capturen la esencia de un objetivo social es un arte complicado. A excepción de las cebritas paceñas, cuya línea gráfica transmite la idea de civilidad, otros valores no pueden ser fácilmente convertidos en iconografías. Tal vez sería incluso banal el pretender asociar colores, tipos de letras o un jingle con los derechos de la mujer.

Decir que el Gobierno también “vende” ideología tal vez ocasione malestar “revolucionario”. No obstante, nadie puede negar que los políticos invierten dinero (propio y ajeno) en posicionar sus objetivos sociales. Las ideas y objetivos también compiten entre sí y la ideología se vende a diario en costosas propagandas. Eso se llama democracia. Y aunque esté de moda imponer limitaciones a la economía de mercado (y derechos políticos del opositor), defender el libre mercado de ideas no es un prejuicio “neoliberal”.

Tenemos diferencias sobre cuáles son las mejores estrategias para salir de la pobreza. Pero por lo menos acordemos que el arte de conceptualizar una idea implica definirla y transmitirla. Por ejemplo, conceptualizar una sociedad en la que el hombre y la mujer construyen un hogar trabajando en equipo, en vez de imponiendo un régimen violento y autoritario, es una manera de diferenciar entre dos “productos”.

El primero modelo (producto) es un régimen patriarcal, que usa el poder físico y monopolio de recursos para avanzar el bien común; el segundo avanza la felicidad, productividad y estabilidad en el hogar creando espacios de poder para los físicamente más débiles y económicamente dependientes. El modelo (producto) que por ahora se impone a nivel político y social son las habituales palizas por parte de los más fuertes a los no sumisos.

En el recuadro final del spot “Corazones Azules” salen dos niños con poleras azules, una más grisácea que la otra. No mantener una línea grafica en el spot tal vez sea una manera de no discriminar entre “azules” cuando marchemos unidos por la misma causa. El mensaje subliminal de la pluralidad de tonos en la campaña es: “recuperar el mar es una campaña/marketing social, no una campaña política”.  

Otra razón puede ser que los diseñadores de “Corazones Azules”, fieles al geist marxista,  se rehúsan a  comulgar con la burguesa manía de convertir todo en mercancía para la venta.

Vender nuestra campaña por un mar soberano sin claudicar a las reglas del marketing para luego, una vez recuperado el mar, exportar lo Hecho en Bolivia sin claudicar a las reglas del mercado (ENATEX), sería justicia poética para los detractores de la globalización.


Cuando recuperemos el mar azul, ¿tendremos un sector industrial exportador, que vende con la misma eficacia con las que venden nuestros vecinos de la cuenca del Pacífico? Exportar por el mar azul requiere que los bolivianos mejoremos condiciones de inversión, producción y técnicas de venta, un talante burgués que parece irritar a los azules. ¡Vaya dilema! 

miércoles, 4 de marzo de 2015

Él Desinteresado

Un romántico descubre en la semilla una entrega desinteresada a nuestra seguridad alimentaria. Un pragmático encuentra en su ímpetu de reproducción cierto “egoísmo”. La semilla germina y lucha por erigirse hacia la copa del árbol en busca de más luz, opacando a las demás. Ello no la hace una semilla “neoliberal”. Del interés personal de la semilla de reproducirse brota el milagro de la interdependencia y sinergia ecológica.

Los genes de una semilla luchan por reproducirse, no por ingresar al estómago humano. Ese ímpetu de perpetuar la especie alimenta un proceso evolutivo que permite que del interés individual surja el ímpetu de la cooperación y sinergias que conforman los ciclos de la vida. Decir lo contrario es pecar de un idealismo antropocentrista.

De esa cooperación surge el clan, que lucha por la supervivencia del grupo. Ese grupo antes otorgaba poder a quienes podían mejor dirigirlos en la caza, cultivo de tierras o defenderse de la tribu vecina. Antes, el interés individual del líder estaba apegado al interés colectivo. Ahora, con los inmensos  y permanentes recursos del Estado, fruto de impuestos y recursos naturales, el líder tiene un margen de error muchísimo mayor. Antes un error del líder causaba muerte, hoy simplemente causa un déficit fiscal.

Al igual que la semilla, resulta que debemos creer que hay candidatos desinteresados. La verdad es que todos necesitamos algo: prestigio, satisfacción profesional, seguridad material, amor del prójimo o amar al prójimo. Incluso en el altruismo uno satisface la necesidad de expresar su compasión. Amar al vecino no contradice necesitar una linda vecindad, por lo que el mito del “desinteresado” debería despertar sospechas.

Existen quienes aman con tanta pasión que maltratan violentamente a su amada. En la política, líderes que aman a su patria tienen también necesidades no alineadas con las de la comunidad. Si un candidato no es capaz de someter su ego, inseguridades, complejos, ambiciones o necesidades inmediatas, entonces ese candidato no es el mejor preparado para servir.

Los intereses inmediatos del candidato pueden pesar más que su vocación de servicio. Existen candidatos que ponen su agenda personal por encima de la agenda de la comunidad. Espero que nadie se sorprenda con ese silogismo. Parte del ejercicio democrático es discernir entre un líder “egoísta” y un líder cuyo interés personal está alineado a los intereses (necesidades) de la comunidad.

Parte del ejercicio democrático es evaluar la idoneidad de un candidato, ya que si unos son pillos, otros son vagos o incapaces. Incluso si hubiese una “Madre Teresa” entre los políticos, ello no garantiza su capacidad de gestión. Los presupuestos quedan sin ser ejecutados y se gastan millones del erario público sin resultados tangibles.

Ante la falta de debates y un escrutinio (que no sea de su “estirpe política”), evaluar la idoneidad de un candidato en época electoral es un ejercicio esotérico. Solamente la pureza ideológica del candidato merece ser investigada. Su efectividad profesional, su compromiso con su entorno (familia, vecindario, comunidad) se vuelve irrelevante en una era en la cual lo trascendente es el color de su bandera.

Ahora, el caudillo proclama que piensa solamente cooperar con aquellos de su propio partido. Ello viola dos principios básicos de la democracia: que el que gobierna, gobierna para todo el pueblo, no solamente para los de su clan; y que quien controla los recursos del Estado no puede utilizar ese poder para manipular un voto libre y soberano.   

La competencia electoral se ve contaminada cuando quien define la idoneidad de un candidato son los poderosos. Corresponde al individuo velar por los intereses del grupo, determinando quién será su líder. En la vida hay una competencia de intereses, que supuestamente se dirimen en democracia. No todos necesitan lo mismo, ni ejercen de igual manera sus competencias o intachable buena voluntad. Elegir al candidato idóneo no es un ejercicio desinteresado.


lunes, 23 de febrero de 2015

Socialismo de Doble Vía

El polizón viaja sin pagar. En Teoría de Juegos el “polizón” (free-rider) es aquel que disfruta del esfuerzo de la comunidad sin aportar el suyo propio. Para evitar al polizón, el ayllu implementa normas sociales bajo la lógica “Ama Quella” (no seas haragán). En la economía comunitaria todos deben aportar al buen vivir. En la economía rentista del paternalismo de Estado sucede lo contrario: el ciudadano se acostumbra a recibir una entrada a cambio de nada.

La corrupción moral de quienes gobernaron durante siglos ha contagiado al pueblo. Tal vez no puedan robar millones y llevárselos a Miami. Pero el pueblo se contenta con dadivas que entran a su bolsillo cortesía del tesoro nacional, sin aportar a cambio su granito de arena. Ejemplos de ello hay miles; desde lo banal (botar basura en la calle), hasta lo estructural (no acabar la fachada para no pagar más impuestos). El contribuir al buen vivir, por ende, encuentra muchas limitantes, algunas de ella producto de un vacío conceptual.

Acabar fachadas, botar la basura en su lugar y pagar impuestos implica un costo (en dinero o energía). El dictamen del polizón es minimizar su esfuerzo personal y maximizar su beneficio del trabajo del otro. Si los demás pintan sus paredes y mantienen las alcantarillas libres de basura, el polizón puede disfrutar de una ciudad limpia y sin riadas asesinas (producto de escombros en bocas de tormenta) sin haber contribuido con su parte.

Los incentivos para cooperar usualmente vienen de la mano de normas. De nada sirve pintar una fachada si el Estado, en vez de premiar el esfuerzo individual, lo castiga con mayores impuestos. De nada sirve embellecer su casa, si las pandillas expresan impunemente su instinto tribal en la pared del otro. El aparato del Estado, enfocado en exprimir tributos a los que participan de la economía formal, no pierde tiempo y recursos castigando a los que ensucian y destruyen el ornamento público y privado.

Pero algo extraño sucedió en el camino al socialismo del Siglo XXI. En la doble vía a Oruro el Gobierno ha decretado que aquel que usa la carretera debe pagar parte del costo del mantenimiento. La nueva carreta a Oruro permite mayor seguridad, eficacia y dinamismo económico. Los viajeros ganarán tiempo, los comerciantes moverán mejor sus mercancías y los transportistas verán su inversión protegida. Menos tiempo, menos amortiguadores, menos gasolina. La inversión en infraestructura trae desarrollo.

Resulta igualmente extraño que, en vez de celebrar que el Gobierno intente inculcar valores de una economía de mercado, donde el que usa paga, algunos en la oposición pretende atizar el descontento, argumentando que el costo será pasado en aumentos de pasaje al pobre usuario. En vez de felicitar al Gobierno por menguar la mentalidad rentista de polizón siquiera en la doble vía a Oruro, unos callan, mientras otros buscan canalizar el descontento en el sector transporte hacia sus propios intereses partidistas.

La vía al socialismo del Siglo XXI tiene un carril de ida hacia la demagogia paternalista, y otro carril de regreso a la lógica de una economía de mercado. Prueba de ello es la adulación del Ministro Arce hacia el poder de la demanda interna, un eufemismo para el gasto en consumo discrecional; un tipo de consumismo frívolo que a la vez que crea un efecto multiplicador, nos aleja del ideal de “no seas vanidoso”.  

En la doble vía del pragmatismo dialéctico, el Gobierno afina su política económica con pinceladas “liberales”. Si bien seguirá subvencionando a diestra y siniestra, por lo menos demuestra voluntad de implementar una pequeña dosis de disciplina fiscal. En vez de lanzar escarnios por subir el precio del peaje, deberíamos aplaudir el concepto que el desarrollo es responsabilidad de todos.

Pagar por usar un bien común parecerá un concepto “neoliberal”. Pero aportar al buen vivir es también un concepto “comunitario”. En el actual vacío conceptual, sin embargo, solo en los “opinólogos” se preocupan por los fondos que salen a borbotones de las arcas del Estado, mientras que el pueblo queda deslumbrado por lo magistral que fue la Entrada. 

viernes, 13 de febrero de 2015

Pragmatismo Dialectico

“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general”. 

Según Marx, las relaciones que reproducen la vida en sociedad son independientes de la voluntad humana y corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.  Es decir, nuestros valores, instituciones y creencias están determinados por factores externos, sujetos a la manera como se producen las condiciones básicas para subsistir.

La concepción materialista de la historia siempre fue considerada uno de los grandes logros del marxismo. Sus más entusiastas seguidores decían que lo que Darwin hizo con la evolución orgánica, Marx logró con la evolución de la sociedad. Según Marx, los procesos de cambio en la sociedad no se suscitan cuando así lo dicta la consciencia del individuo, sino cuando las contradicciones en el método de producción se acumulan hasta el punto de hacer inevitable una revolución.

El materialismo dialectico desarrollado posteriormente por Lenin postulaba que, una vez corregidas las condiciones económicas, el resto de la superestructura social se adaptaría en un proceso liberador del hombre, por el hombre. En la medida que el marxismo se ha ido adaptando a las condiciones reales de la historia, sus reglas de la evolución social han ido cambiando. Es por ello que el marxismo ha venido sufriendo revisión tras revisión, la última de ellas una retroceso del ateísmo (“Dios es el opio del pueblo”, Marx) a una nueva encontrada admiración (“Por Cristo, el más grande socialista de la historia”, Chávez).

Revisionismos anteriores fueron la alternativa no violenta y gradual para reformar al capitalismo de Bernstein y Jaurès, la visión anti-gradualista de revolución permanente de Trosky y el socialismo de mercado de Bukharin. Pero fue Herbert Marcuse quien primero atentó contra la integridad el carácter “científico” del marxismo, al regresar a la mesa revolucionaria factores diferentes a los medios de producción, específicamente a la energía vital de Eros.

Según Marcuse, Eros se manifiesta en la forma de una consciencia capaz de utilizar el Principio del Placer para transformar una sociedad, en vez de destruirla (ver: dualidad entre Eros y Tánatos). Freud había condenado a ser reprimida en nombre de la estabilidad de la civilización a la energía que emana de la libido (energía sexual). Mientras que el individuo busca su libertad personal, la civilización requiere conformismo y una represión casi instintiva. Por ende, la paradoja de la civilización es que, para protegernos del caos e infelicidad, requiere de una represión neurótica de los instintos.

Si Freud fue un conservador al servicio de la autoridad patriarcal, o un revolucionario siempre ha sido causa de debate. Lo cierto es que el descontento al cual se refiere es que la civilización demanda que sus miembros circunventen el erotismo natural que yace en la base del amor. Si bien Eros contiene un instinto amoroso que une a los individuos, también contiene instintos agresivos que deben ser reprimidos. Los horrores de la Primera Guerra Mundial establecieron para Freud con claridad su lamentable hipótesis.

En la medida que Freud fue siendo cada vez más acepado por el “establishment”, intelectuales dieron un giro a sus teorías, para encontrar en ellas la piedra filosofal del conformismo democrático. Una sociedad capitalista, después de todo, depende de la productividad de su clase trabajadora. Si los obreros son permitidos a permanecer en un estado de gratificación continua, ello significaría un descenso en la productividad laboral.

La represión de Eros por parte del sistema, según Marcuse, es tan sutil que logra someter al individuo con su propio consentimiento. Es decir, en vez de un aparato de inteligencia policial, que imponga los valores y conductas necesarias para el óptimo funcionamiento del sistema, el individuo incorpora dentro de su propia psique los requerimientos del Principio de la Realidad (como ser la Ley y el Orden) y “los transmite a la siguiente generación". El ser humano sometido por su propia mente es la pesadilla orwelliana convertida en realidad.

Marcuse concluye que sin una represión básica, la sociedad entraría en una vorágine de hedonismo “carente de sentido” y dicha entrega al erotismo pondría en peligro la producción de recursos básicos. Lo que se debe eliminar es la “Represión Excedente”, que el capitalismo (sistema) impone para reproducir trabajadores más productivos. La contradicción entre el "Principio del Placer" y "Principio de la Realidad" se elimina, según Marcuse,  dominando la esfera de la necesidad, eliminando esta represión excedente y convirtiendo en juego al trabajo, para disponer de mayor cantidad y calidad de tiempo y energía, que son sacrificados en nombre de la productividad.

El revisionismo contemporáneo al materialismo histórico de Marx es obra del Partido Comunista Chino. Siguiendo de una manera pragmática la necesidad de equilibrar Eros y Tanatos, los chinos han recurrido al hedonismo de la gratificación inmediata que ofrece el consumismo.  Lejos de incorporar la variable ecológica a la ecuación, para reapropiar recursos naturales en nombre de la supervivencia del planeta (en lugar del proletariado), los chinos y rusos contaminan a granel y  descubren el efecto multiplicador de la vanidad y permanente búsqueda de estatus social.

Guardando las distancias, en Bolivia sucede algo similar que en China. Con su silencio cómplice los ideólogos marxistas bolivianos permiten celosamente que las bondades del consumo y dinámica del mercado mantengan satisfechas a una parte de la población (mientras otra parte se beneficia del gasto público). Es decir, los marxistas criollos han intercambiado el materialismo dialéctico por la dialéctica del poder, donde lo importante no controlar el aparato productivo, sino tener un pueblo satisfecho, en el más puro sentido burgués.


Si los marxistas aún hablan de eliminar la subordinación de todos los aspectos de la vida “a una maquinaria de acumulación de ganancias”, o de que el papel de un revolucionario “no es la de administrar el Estado”, es solo para ser consecuentes con su utopía indianista en la dimensión de la palabra. En la dimensión de los hechos, se impone el pragmatismo, que en Bolivia está determinado por nuestro modo de producción, que seguirá apegado al lucro, hedonismo consumista y efecto multiplicador de una demanda interna que reproduce comerciantes antes que revolucionarios.

martes, 10 de febrero de 2015

Clase de Ingeniería

No toda ingeniería social es creada igual, ni todo ímpetu de transformar la conducta es un lavado de cerebro. En el conductismo orwelliano el Estado dicta lo que todo ciudadano debe aceptar como el “bien superior”. En el imperio de la ley se impone la supuesta racionalidad de la sociedad, fruto de la sabiduría colectiva. En ambos casos el esfuerzo es por controlar, castigar o transformar la conducta humana. No obstante, a la hora de implementar una ley (o voluntad del Estado), el demonio está en el detalle.

Una ley fruto de la sabiduría colectiva es la Ley 45, Contra el racismo y Toda Forma de Discriminación. En medio de controversias sobre nuestro patrimonio cultural, enmarcado en fiestas “religiosas”, y justo cuando la pureza ideológica del proyecto revolucionario parecía contaminarse por la cotidianidad en el ejercicio del poder, aparece una noble causa que obliga a reconsiderar el escepticismo que reinaba antes de la última versión del carnaval.

La defensa de nuestra tradición artístico/cultural se concentra en los danzas del carnaval. Una de estas tradiciones es la danza de tundiqui o Negritos, que muestra a afro-bolivianos encadenados. Según Félix Cárdenas, “El tundiqui no expresa la identidad cultural del pueblo afro por el contrario lo deforma, lo degenera, haciendo gala de la humillación y el sufrimiento de afrodescendientes”.

La campaña mediática para prohibir el tunduqui tiene el apoyo del Concejo Nacional Afroboliviano. El hecho que en su mayoría sus líderes pertenezcan al poder oficialista no justifica una “respuesta-reflejo” por parte de detractores de la revolución cultural. Automáticamente suponer que la campaña no puede ser sincera, efectiva o ética es pecar del mismo dogmatismo ideológico de la que acusa al otro.

El maniqueísmo afecta a moros y cristianos y todos solo pueden ver la paja en el ojo ajeno. Por ende, un ejercicio algo más productivo sería evaluar la efectividad de las herramientas utilizadas para promover valores de convivencia, sin racismo, violencia y discriminación. Una campaña mediática, después de todo, a veces puede estar del lado correcto de la historia.

Prohibir una danza racista me parece un objetivo loable. No obstante, el acertar en unos de los designios de una ingeniería social no quiere decir que debamos tragarnos enterita toda una agenda política, incluyendo cambiar de nombre a la Plaza Murillo. Tampoco quiere decir que una campaña mediática de concientización y correspondiente ramillete de leyes necesariamente avance sus nobles objetivos.

Una campaña loable es aquella contra la violencia intrafamiliar. Pero por grande el consenso y recursos lanzados contra el mal, los incidentes de la violencia contra las mujeres han incrementado notablemente. Ni castigos ejemplares, ni programas de concientización parecen menguar el apetito patriarcal de sometimiento y vejación. ¿Dónde queda entonces la efectividad de la revolución cultural?

Prohibir, castigar e intentar concientizar no necesaria o automáticamente transforma la conducta. A su vez, bajo el manto de “usos y costumbres”, defendemos  nuestras formas y maneras como si fuesen patrimonio patriarcal. La Asociación de Conjuntos del Folklore de Oruro, por ejemplo, saca a relucir la naturaleza “religiosa” de las danzas folklóricas (supongo se refiere a Levítico 25:44) para argumentar que prohibir una de ellas (tundiqui) pone en peligro la declaración de nuestras danzas como patrimonio universal por parte de la UNESCO.


Sentir repulsión por una caracterización de la esclavitud es lo natural. Idealmente no hace falta campaña mediática o ley para fomentar/obligar esa sensibilidad básica. Lo que preocupa es que bajo el manto de prohibir la violencia intrafamiliar, racismo o corrupción moral, el Estado se convenza que puede moldear la conducta del pueblo mediante leyes, propagandas y discursos. Lo “marxista”, después de todo, no es deambular en el ámbito de la consciencia, sino transformar las estructuras que determinan los valores; que en Bolivia reproducen una cultura hedonista, frívola y consumista.