El mundo aún no reconoce que insospechadamente atraviesa la tercera guerra mundial. La violencia parece lejana, y concentrada en lejanos continentes. No obstante, el terror que infunde el enemigo se ha apoderado de todos, y sigue siendo el arma favorita tanto de los poderosos y oprimidos, para imponer o revertir estructuras de dominación. Dos campos ideológicos se enfrentan - una vez más - en una guerra religiosa que nadie admite. Las bases conceptuales, sin embargo, son parecidas, al igual que es idéntico el método utilizado por ambos para imponer su verdad. El Corán (5:45) reza, “ Si alguien abandona la venganza y en vez actúa con caridad, este será un acto de expiación. Pero si alguien ignora lo que dice Alá, será igual de injusto”. Mateo (5:39) también reza, “Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra”. Casualmente ambos pasajes, tanto de la Biblia, como del Corán, están anticipados por la advertencia que es voluntad de Dios superar el interminable espiral de venganza provocado por la lógica de “ojo por ojo”. Nuestra inmadurez como especie, sin embargo, nos ciega de ira, y nuestro instinto primitivo nos impulsa a obrar bajo el ímpetu de nuestra propia oscuridad, incapaces de reconocer que quien ya triunfó hacen milenios - y aún triunfa - es una misma manera de dividir, entender y conquistar el mundo.
Es difícil imaginar cómo afecta la psique un acto de violencia descarnada. Si aviones de Lloyd Aéreo Boliviano y Aero Sur fuesen arremetidos contra los estadios Siles y Tauichi, repletos de aficionados, seguramente caeríamos prisioneros también de la sed de venganza. Es tan inverosímil ese escenario, que será fustigado como un ejercicio intelectual inútil, y se me acusará de querer justificar la violencia que se ha incendiado por el apetito de petróleo y revancha en el gran Leviatán. Mi intención es simplemente entender no solamente a la naturaleza humana, sino cómo nuestra “civilización” demanda hoy abandonar por fin la metodología obsoleta del “ojo por ojo”, y nos impulsa a encontrar nuevas maneras de forjar nuestro destino, un destino consistente con nuestra esencia humana.
El gobierno de Bush pensó que el ejercito norteamericano sería recibido como el “libertador” en suelo iraquí. Lejos de ello, han logrado tan solo derramar el preciado petróleo sobre la hoguera del odio tribal que carcome desde hace miles de años la cuna de nuestra civilización. La nación más poderosa del planeta, con la tecnología más avanzada, y cientos de miles de científicos, especialistas, analistas y asesores que han estudiado cada centímetro cuadrado de todo lo observable, observado, presente y pasado, los errores y grandes avances de la humanidad, se rascan la cabeza preguntándose, “¿Dónde está el error?”. El error - uno del cual admito también haber pecado - es la visión dualista que domina al mundo, una visión que sostiene que las verdades “universales” existen, y que se pueden y deben imponer.
El campo de batalla del siglo XXI yace en el interior del ser, en nuestra manera de entender el mundo. No es cuestión de en cuál campo ideológico, religioso o existencial nos encontremos, y no importa cuales sean las verdades o causas que defendamos, o la visión que tengamos de un mundo mejor. Si ignoramos el proceso “dialéctico” de “dar la otra mejilla” – eufemismo para “entender al otro, y su realidad” – si intentamos en este mundo interconectado imponer a la fuerza nuestra visión de la verdad, simplemente perderemos en vano nuestro tiempo, y posiblemente hasta la vida. En Irak mueren miles de inocentes ciudadanos cada día en manos de sus hermanos, quienes solo quieren “liberarlos” de su error. En Bolivia, la visión maniquea mata nuestra esperanza de construir una sociedad libre del yugo de un Estado paternalista. Entendemos el mundo en opuestos irreconciliables, cuando es la complementariedad la que reclama hoy su lugar en un mundo carcomido por la violencia de una metodología caduca: la visión del bien y el mal.
Flavio Machicado Teran
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