jueves, 8 de febrero de 2007

Pecado Cívico

Encomiendo respetuosamente a los poderes celestiales correspondientes considerar como pecado el “suponer”. Sugiero dicha medida, porque de lo contrario uno podría suponer– a esta altura de nuestro desarrollo democrático e institucional – que por lo menos en Copacabana se darían las condiciones para conductas racionales enmarcadas en el diálogo, que conduzcan a óptimos acuerdos cívicos mediados por las autoridades electas. El vacío de poder y de racionalidad en el proceso de resolución del conflicto es alarmante, debido a que uno supondría que la proximidad entre las comunidades del Lago Titicaca haría entender a quienes hoy bloquean el turismo y desarrollo económico, que los métodos que están siendo utilizados tan solo pueden rezagar el progreso de todos.

Aprovechando que aun no es pecado, procedo a “suponer” que el conflicto entre regiones, clases y partidos que se ha encendido cual fuego forestal, aun puede ser apagado mediante la aplicación de cierta racionalidad a las posturas radicales asumidas por ambos bandos. La consideración más elemental del bien común debería ser suficiente para encaminar el conflicto hacia un terreno en el cual prime la cordura y el dialogo. Sin embargo, el lenguaje maniqueo que está siendo utilizado está determinando todo lo contrario, y pareciera que nos enfilamos hacia un abismo en el cual todos hemos de perder.

Cuando el proceder político se centra en deslegitimar la posición de otro, el encontrar un sendero democrático y pacífico que permita resolver las diferencias se torna arduo he innecesariamente laborioso. Pero es tal la polarización de la sociedad, que me cuesta suponer que aun existen ciudadanos cuya postura no esté alimentada ya sea por un racismo denigrante que tanto mal ha hecho a nuestra nación, o por un resentimiento social que está también creando nefastas condiciones para nuestro devenir. Razones para oponerse al otro siempre existen, pero la racionalidad del proceso deliberativo se pierde cuando la estrategia se basa en satanizar las intenciones y esbozar una caricatura que permita reducir al otro a la condición de enemigo.

No entiendo como se supone que hemos de entrar en un proceso deliberativo en la Asamblea Constituyente, cuando las posiciones ya han sido encontradas, y sobre todo cuando el juego político ha entrado en dinámicas de suma cero, en la cual una mitad debe ganar lo que la otra pierde. Si esa es la madurez política de nuestros líderes, si no podemos suponer la más mínima capacidad de forjar condiciones para la estabilidad de nuestra sociedad, y si el futuro está enmarcado en una lucha intransigente entre dos bandos que continuarán reduciendo y desligitimando la posición del otro, Copacabana es y seguirá siendo el modelo de nuestra capacidad política. Los ciudadanos que pronto estaremos entre fuego cruzado tenemos la responsabilidad cívica de hacer por lo menos un llamado a que las partes utilicen argumentos, basen sus posiciones en principios, y dejen de utilizar tácticas medievales de confrontación entre grupos sociales cuyos futuros están intrínsicamente relacionados. No debemos suponer que es obvio que la actual estrategia tan solo puede llevar a Bolivia al derrotero de la infamia común. Pero si suponemos que se entiende que el reducir nuestra deliberación a “ellos” contra “nosotros” tan solo puede desembocar en un estancamiento nacional, y por ende será una estrategia evitada por nuestro lideres, seguiremos pecando de inocentes y seremos merecedores del infierno que nos depara.

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