lunes, 26 de noviembre de 2007

Muerte Lenta

Preguntaba a amigos, en una encuesta informal, cual son los principios básicos que debían ser respetados para mantener la estabilidad política, y avanzar así un concepto de justicia en el país. La pregunta se remonta a la antigua Grecia, época en la cual solían preguntarse sobre la naturaleza de las cosas. Nuestra era parece estar caracterizada por la gran dificultad que tenemos para definir incluso los aspectos más elementales de lo que se requiere para “vivir bien”. Pocos de mis amigos deben haber tomado en serio mi pregunta, por lo menos las respuestas nunca llegaron. ¿Por qué?

Tal vez - y debería dolerme - nunca contestaron porque no me toman en serio. Después de todo, ante sus ojos seguramente soy simplemente un comentarista, sin ninguna trascendencia en el juego que realmente cuenta: la pugna por el poder. En Bolivia, ser independiente, intentar ser objetivo, y defender principios por encima de intereses políticos del clan, es ser un iluso que no comprende la realidad, o un traidor a la causa. No me duele que mi independencia intelectual pueda provocar desprecio, porque reconozco ser un romántico empedernido, y no puede dolerme que me dejen entrever una verdad.

Otra posibilidad es que no vean la necesidad de reflexionar sobre los principios básicos que requiere nuestra sociedad, porque incluso un perfecto planteamiento de esos principios, y una perfectamente razonable definición, jamás permitiría llegar a un consenso. Deben asumir que no faltaría algún trasnochado postmodernista que considere incluso el ejercicio intelectual de definir los principios, un reduccionismo racionalista impuesto por el imperio occidental. Al estar Bolivia en medio de un empate político, alimentado por una polarización sofista, deben suponer que el impase jamás será resuelto sobre la base de ideales. Por ende, consideran inútil el ejercicio, y prefieren enfocarse pragmáticamente en lo que cuenta: la pugna por el poder.

En nuestro entorno, un principio que ambos bandos demuestran no entender o respetar, es “lealtad al sistema”. Es incongruente, por ejemplo, que la oposición exija se respeten los principios democráticos (sistema), cuando está dispuesta a violarlos si su agenda política así lo demanda. Si el ímpetu de su argumento es defender la democracia, entonces la oposición debería siquiera censurar y reprochar actos que atentan contra los derechos civiles de quienes deciden no participar en los varios paros cívicos que han sido decretados. Otrora, cuando tácticas de coerción, destrucción y saqueos de la propiedad fueron utilizadas por los sindicatos, merecieron de tal reproche. Ahora que son utilizadas por los comités cívicos, ¿representan una forma legitima de protestar?

Nuestro “sistema” es evidentemente imperfecto, lleno de vacíos legales, imprecisiones y anacronismos conceptuales. Ello no justifica traicionarlo. La monumental tarea es transformarlo de tal manera que incorpore contrastantes visiones que por el momento solo comparten un mismo apetito. El debate se supone es sobre principios, y que del ejercicio democrático resultará cierto consenso. Ello requiere de convicción hacia esos principios básicos, que tanto nos cuesta definir. El único consenso parece ser sobre la “imparcialidad”, un principio que todos asumen ridículo. Temo, por ende, que confundo mi intención con algo útil, y tal vez deba limitarme a beber de mi veneno.

Año Cero

Todos los bolivianos compartimos un pasado abusivo, lleno de caprichos insensatos, mentiras y gran hostilidad. Alguna vez fuimos todos culpables de un egoísmo sin límites; y nos impusimos sobre el otro, asumiendo que satisfacer nuestras más básicas necesidades era su deber y obligación. En el pasado, yo también actué con arrogante prepotencia. Merecedor de todos los derechos imaginables, y sin ninguna obligación, aplicaba estrategias violentas, arrojando objetos, bloqueando la paz de mis progenitores, imponiéndoles mi voluntad. Era agresor y victima al mismo tiempo, y no sabía articular mi frustración. Ahora entiendo que me sentía dependiente, hostigado, permanentemente vigilado, y que tan solo quería obtener mi libertad.

Todo ser humano nace con la voluntad de ser libre, con el deseo de darle sentido a su existencia, y la típica impetuosidad de una infantil fogosidad. El espíritu de ser libres nos embarga desde que nacemos. La capacidad de aceptar y entender que únicamente la interdependencia social permite cumplir con tan noble objetivo viene después. ¿Quién no ha observado el infantil proceder de un niño que no entiende razón alguna, y que pretende imponer a la fuerza su razón? Después de todo, el sentido de justicia de un niño no contempla las repercusiones de la inmadurez con la que actúa.

Con el pasar del tiempo, el ser humano aprende a convivir, cooperar y respetar el derecho ajeno. Y aunque nuestro egoísmo y apetitos son tan solo atemperados, aprendemos a controlar nuestros impulsos y a fraternizar en armonía. Una vez comprendida y aceptada nuestra interdependencia, aprendemos a construir con mayor destreza espacios humanos que avanzan y permiten la anhelada libertad.

Hoy que somos padres, comprendemos que la mejor manera de guiar el ímpetu de libertad de nuestros hijos es mediante el ejemplo y la comunicación, y no a partir de golpes y humillaciones. Ello no es garantía que la juventud sea más gentil y considerada. Tal vez hemos reemplazado a los muchos traumatizados de ayer, por unos cuantos insolentes. Pero el proceso no se detiene, y dicta que luego ellos deberán aprender de su propia impertinencia.

Cada vez que una generación pasa la batuta, la nueva generación adapta y mejora las normas y conductas heredadas. El hijo convertido en padre puede mejorarlas, pero difícilmente puede destruirlas, y de cero comenzar. Digo, puede hacer lo que le dé la gana, pero no vive en una isla. Por ende, su conducta – para ser eficaz y tener un resultado positivo - deberá tener una mínima coherencia y respeto hacia los objetivos, normas y conductas de los demás papás. Luego el ciclo se repetirá otra vez, con cada nueva vida que nace a este mundo.

Una nación, sin embargo, no muere, y por ende menos puede darse el lujo de despreciar las reglas básicas que rigen la convivencia de su extendida familia. Necesitamos de un nuevo pacto social, de mejores leyes y horizontes que incorporen sectores que fueron injustamente marginados. Ello no justifica arrollar el debido proceso, violentar la separación de poderes, y corromper el principio de igualdad ante la ley. Confundir la prerrogativa de perfeccionar nuestro marco constitucional, con el derecho de imponer una “voluntad política” mediante urnas que solo harán eco al llanto de fáciles consignas, es forjar nuestro futuro con la filosofía que utiliza un recién nacido.

¡Imposible!

Imagínese que usted es otra persona, de una etnia y clase social distinta, y que pertenece a otra religión. Imagínese también que esa persona tiene una situación económica completamente diferente a la suya, y que tiene otro nivel de educación. Si usted es un doctor, imagínese analfabeta. Si tiene apenas lo suficiente, imagínese que ha acumulado honestamente dinero y poder.

Es muy difícil imaginarnos ser otra persona, o siquiera que hay quienes progresan con “honestidad”. Por ende, es difícil imaginar posibles leyes que sean justas para todos, sin importar etnia, género, aptitudes, o posición social. Si somos pobres, nuestro impulso natural será elaborar leyes que beneficien a los pobres. Si somos ricos, querremos leyes que defiendan nuestra propiedad. Si somos mediocres, aspiramos que todos así lo sean, y si nos creemos talentosos, buscaremos que se nos premie la desigualdad.

La igualdad es un objetivo noble, y mientras mayor igualdad exista, mayor estabilidad y paz social. Lamentablemente, es imposible imponerla. Para avanzar ese ideal, una sociedad puede avanzar el principio de igualdad ante la ley, y crear condiciones para que todo individuo tenga iguales oportunidades. El gobierno puede también implementar políticas que enmienden injusticias. Una mayor igualdad tomará tiempo, pero no es imposible.

El permitir que la desigualdad sea en beneficio de todos es una opción. La otra es - mediante una violenta lucha de clases – destruirla. La primera opción permite que un individuo –cualquiera su etnia, género o religión - acumule honestamente mayor riqueza, sabiduría y poder que su vecino. Lo importante será que lo hagan honesta y merecidamente, que compartan su sabiduría, y que las leyes impidan abusar de ese poder. Para ello, se deben crear programas que – sobre la base del talento, esfuerzo y dedicación – permitan que los más desaventajados inviertan su tiempo en estudiar un postgrado, ingresen luego a la burocracia, o emprendan su propio negocio.

Si existen individuos mediocres que han acumulado riqueza porque han abusado de un cargo público, vacíos legales o la impunidad, eso es injusto, debe evitarse y empezar a castigar. Pero los vicios del pasado no cambian el hecho que tenemos diferentes iniciativas, ambiciones, curiosidades y aptitudes. Somos diferentes, y esas diferencias pueden crear una sociedad pujante e innovadora. Si la diferencia se basa en un privilegio de clase, género o etnia, hay que corregir esa situación. Sin embargo, destruir la desigualdad es una tarea mucho más injusta y corrupta, que utilizarla para desarrollar el potencial del individuo.

Si hay personas que acumulan riqueza honestamente, que sea porque crean empleos y pagan impuestos. Si hay personas que acumulan sabiduría, que sea porque tienen ganas de estudiar mucho, y poner a buen uso la lección. Si alguien llega al poder, que sea porque el pueblo lo ha elegido. El poder que sustenta el Presidente - por definición - es desigual al poder que tenemos todos los demás. Esa es una desigualdad justa y necesaria. Lo importante es que las leyes delimiten y supervisen sus potestades, y que su temporal acumulación de poder sea por el bien de todos, y no para hacer de la justicia un desquite personal.

martes, 7 de agosto de 2007

Aquel que Acusa

Quien más se indigna, y el primero en demandar que se castigue severamente a los ladrones, es quien en su vida más dinero ha robado. No lo hace por hipócrita, lo hace para proteger el dinero que ahora esta bajo su poder. El chisme es una conducta un poco más común, y se utiliza también para proteger el territorio. Al mellar la dignidad y reputación del otro, el chisme pretende eliminar la competencia, o por lo menos ponerla “en su lugar”. Mientras más territorial es un individuo, con mayor desprecio hablará del otro, y más le preocupará que hablen mal de él. Por ende, al igual que un ladrón, el chismoso será quien con mayor vehemencia condene el chisme y, exasperado, acusará de chismosos a todos los demás.

Al celebrar en la histórica localidad de Ucureña la Revolución Agraria, el Presidente acusó al sector productivo de pretender controlar los precios y la economía. Pero controlar es lo que pretenden todos. En la constituyente – en lugar de ideales, principios u horizontes - se debate a muerte cada gramo de poder de decisión. Y si la oposición acusa al oficialismo de pretender controlarlo todo, es porque otrora, cuando fueron gobierno, actuaron con idéntica compulsión. Si ahora el Gobierno lanza un grito al cielo porque los empresarios “controlan los precios en el mercado interno”, es porque nada quisieran nuestros gobernantes más que poder controlar hasta el sueldo que al mes ganamos.

Lamentablemente, mientras más plata entra a las arcas del Estado, menos son los empleos disponibles. Mientras más recuperamos la potestad del Estado de intervenir en la economía, mayor es la estagnación. Y en lugar de incentivar la producción y competitividad de nuestra industria, cuya actividad empresarial es la que crea empleos, e impulsa un efecto multiplicador que hace crecer la economía, surge la gran idea de que el Estado – ineficiente por excelencia –sea ahora quien compita con los demás.

El Gobierno dice no poder atender la solicitud de apoyo que hicieron los empresarios agropecuarios, pero que “sí respaldará plenamente los planes de los pequeños productores”. Insulso consuelo es que por lo menos no se piensa desmantelar completamente el sector agroindustrial – como lo hizo Mugabe en Zimbabwe – en nombre de la justicia. Producto de la absoluta ignorancia de las más básicas condiciones necesarias para un sector agrícola productivo, Zimbabwe hoy tiene uno de los índices de inflación y desempleo más altos del mundo, y una población que pasa miseria.

Para controlar el precio de azúcar, el Gobierno pretende impulsar la construcción de tres ingenios estatales en La Paz, Santa Cruz y Tarija, de manera que la supuesta especulación ocasionada por los grandes productores privados “no tenga impacto en el mercado interno”. Se acusa de especulación, cuando las arcas del Estado están siendo utilizadas para satisfacer la necesidad de sus bases políticas, y no los de la economía en general. Se acusa de pretender controlar los precios, cuando la construcción de los tres ingenios pretende precisamente controlar el mercado del azúcar. Se acusa al otro de ser ineficiente y de manipular la economía. ¡Por algo será!

Flavio Machicado Teran

lunes, 30 de julio de 2007

Pateaduras de Amor

La intención de la pateadura era protegernos. Mediante la draconiana disciplina y ciega obediencia que imponían los padres, los hijos actuábamos con miedo y prudencia. Eran diferentes épocas, y el peligro acechaba - no en un radio-taxi chuto, o bella sirena con pildorita en mano – sino en el resquebrajamiento del sistema, cualquiera fuese su base de poder, o románticas intenciones. Capitalista, comunista, despótico o democrático, de izquierda o derecha, las pateaduras creaban necesarias jerarquías, establecían orden y protegían al sistema. La violencia ejercida para protegernos era también mediante el amedrentamiento. Lo importante era someternos al orden establecido. Porque cuando un hijo desobedece, y por su imprudencia es lastimando, sufren los suyos. Y cuando el sistema es interrumpido por la subversión, desobediencia civil e intransigencia política, sufrimos todos los demás.

El mundo ha cambiado, y el orden y disciplina ya no se imponen a la fuerza. Las leyes protegen a los hijos de la violencia familiar, y la opinión mundial ha creado un entorno en el cual aquel que ostenta la fuerza económica y militar ya no puede imponer - por “universales” que sean - en los demás sus valores. No se debe ignorar el otro extremo. Algunas feministas solían escandalizarse ante la condición de la mujer en algunos países islámicos, y protestaban las mutilaciones de clítoris que practican patriarcados extremos. Pero como ahora estos patriarcas son el “enemigo de mi enemigo”, consideran que estas practicas y valores deben ser respetados. No pretendo, sin embargo, argumentar aquí el derecho cultural de mutilar clítoris, o el valor universal de la libertad o democracia. No me interesa tampoco exponer la hipocresía de los EEUU cuando dicen pretender transformar – por su propio bien - al Oriente Medio. El tema aquí no es sobre valores, objetivos o intenciones; es uno de metodología.

Solía ser que una buena pateadura era la mejor manera de proteger a un hijo, enseñarle respeto, obediencia, disciplina y moral. Ahora un hijo tiene demasiadas libertades, información y autonomía como para pretender imponerle – por su propio bien – absolutamente nada. Ahora un hijo requiere de comunicación, de la oportunidad de compartir sus problemas e inseguridades en sus propios términos, según su propia experiencia e inmadurez. Los padres podemos escuchar a nuestros hijos y compartir nuestra experiencia y limitada sabiduría. Pero ya no podemos controlarlos. Podemos satisfacer nuestro frágil ego pensando que los hemos sometido a nuestra voluntad, cuando en realidad son ellos quienes optan por la prudencia o rebeldía.

El gobierno de Bush, cual padre preocupado que defiende su familia, ha pretendido doblegar a una región entera a la fuerza, y ha fracasado. En Bolivia la “oligarquía” política jamás imaginó que le llegaría por fin el fin a su corrupto, incompetente y racista sometimiento del pueblo. Ahora el viejo orden está siendo interrumpido. ¡Que bueno! Pero cometerían un error los hijos--convertidos-padres si creen que ahora a patadas ellos si pueden crear condiciones para el desarrollo y justicia, sometiendo – por su propio bien - a los demás. Por mucho amor que profesen, y enaltecidos que sean sus valores, objetivos o intenciones, esa metodología ya ha dejado de funcionar.

Flavio Machicado Teran

domingo, 29 de julio de 2007

Cavar Trincheras

En el diario de la juventud cubana, Fidel reconoce la existencia de los derechos inalienables, y concuerda con la Declaración de Independencia de Thomas Jefferson sobre el derecho del pueblo de luchar contra la tiranía. La Constitución norteamericana está basada en los derechos naturales – concepto original de Aristóteles y Platón, y adaptado luego por Hobbes, Locke y Rousseau – y es uno de los documentos más representativos de la existencia de valores universales. Al igual que los derechos humanos, un derecho natural es inalienable porque no depende del capricho de la ley, consenso histórico, o siquiera la voluntad de la mayoría, siendo inherente a la naturaleza de nuestro ser.

Donde se equivocan Jefferson y Fidel, es en el idealismo de asignarle un estatus privilegiado a la “felicidad”: “Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales se cuentan la vida, la libertad y la consecución de la felicidad”. La traducción es del mismísimo Fidel, y la palabra que aquí confunde es “consecución”. En ingles el concepto es “pursuit of happiness”, donde “pursuit” puede traducirse como “búsqueda” o “persecución”. Pero perseguir parece ser lo único que les queda a los yanquis, ya que por mucha riqueza que han logrado acumular, no parecen estar satisfechos con lo que tienen, ni dispuestos a declarar que por fin han alcanzado la felicidad.

Nadie tiene derecho a ser feliz. La felicidad – definida como un estado o condición al cual se arriba un día – temo tampoco existe. Lo que puede existir es la capacidad de crear las condiciones materiales para solventar necesidades básicas, y desarrollar una conciencia que permita navegar las vicisitudes y exaltaciones que marcan los ciclos de la vida. La vida, después de todo, es solo posible debido a la muerte, una tristeza de la cual no se escaparán Bill Gates, Angelina Jolie, ni el mismísimo Fidel.

Igual que la felicidad, el derecho al trabajo no puede legislarse. Una cosa es tener acceso a recursos excavando el subsuelo, o recibiendo subvenciones de PDVSA o Moscú. Otra es crear las condiciones – garantizando derechos e incentivos - para que la economía sea dinámica, creando así empleo productivo. Pero si se establece que - además de responsable - el Estado debe ser único protagonista en crear las condiciones, esa es una fórmula para la ineficiencia, estagnación y pobreza, además de infelicidad.

En “La Tiranía Mundial”, Fidel discute cómo fracasó la CIA en su intento de asesinarlo, y relata la opinión que Nixon tenía de él. Para nada menciona cómo Cuba garantiza los derechos inalienables que aplaude. Será porque la suya no es tiranía, y es solo que todo empieza y termina con él. Reconoce, sin embargo, que la economía no es su fuerte: “Tan consciente estaba yo de esa ignorancia, que matriculé tres carreras universitarias para obtener una beca que me permitiera estudiar Economía en Harvard”. Lamentablemente, dice Fidel, tuvo que enfocarse en “luchar con estrategia y táctica adecuada”. A eso se reduce su legado. Consecuentemente, nuestros “fundadores” minimizan la importancia de los derechos inalienables, y se enfocan en excavar meticulosamente la trinchera. A su lado están cavando la tumba del empleo productivo también.

Flavio Machicado Teran

Naturalmente

El siglo XXI le pertenece a la mujer. Su intuición y capacidad de abstraer la información de manera paralela y no-lineal permitirá equilibrar la inteligencia humana, y su capacidad de entrega dará respiro al desenfrenado egoísmo. Surge un estilo de liderazgo femenino, que complementa la fría y analítica implementación de estrategias, con la empatía y sentido de pertenencia que permite– más que una fábrica u oficina - forjar una comunidad. Ello no resuelve – en mi caso – una diferencia irreconciliable. Sus sentidos observan y se relacionan al mundo externo mediante una estética de muy mal gusto, y ello no se debe a ningún condicionamiento social. Sin embargo, su cuestionable atracción al objeto de su deseo no es algo que eligen, y es simplemente un dictado evolutivo de nuestro Creador.

La mayoría de mujeres ven el cuerpo peludo, sudoroso, tosco y asimétrico del hombre, y en lugar de repulsión se sienten curiosamente atraídas. Esta aberración del buen gusto se debe a la sabia naturaleza, que inflinge en nuestros cuerpos un mecanismo instintivo que, al activarse, hace que nuestras pasiones se manifiesten de cierta manera. No hay consenso posible en cuanto a cuál de los dos arquetipos de cuerpos humanos debemos preferir. La mitad de la población prefiere la fea y vulgar forma del hombre, y nada se puede hacer para enmendar esa burda apreciación ¡Qué suerte!

Hasta las ocho semanas de concepción de un ser humano, el feto tiene características femeninas. En su libro “El Cerebro Femenino”, la Dra. Brizendine dice que el cerebro de todo ser humano empieza siendo un cerebro de mujer. La testosterona luego se encarga de desarrollar en el hombre su centro de agresión, inclinación a la conquista, y su muy refinado gusto. La ciencia empieza a profundizar la comprensión de la arquitectura del cerebro, evidencia que incluso transformará nuestro concepto de lo que quiere decir “masculino” o “femenino”. Lo relevante aquí es que - dentro de las múltiples expresiones y formaciones de nuestro cerebro - existen elementos genéticos y hormonales que dan forma a la manifestación de nuestra mente, y dan lugar a la gran diversidad de expresiones dentro la dualidad de ♂ y ♀.

La ciencia aun no ha llegado a la conclusión fehaciente que un hombre no elige ser gay. No obstante, sea por elección o naturaleza, en la medida que no lastime a nadie, un ser humano debería ser libre de profesar su sexualidad como mejor le parezca. Sin embargo, se ha convertido políticamente astuto el satanizar a los hombres que comparten parte de la naturaleza de nuestras santas madres. Al igual que hace muchos años se utilizaban las sagradas escrituras para justificar la esclavitud e inferioridad de ciertas razas, ahora se pretende justificar la violencia social que se ejerce hacia quienes son diferentes. Y por evidente que sea, seguimos ignorando las consecuencias que ocasionan dicha discriminación e intolerancia. Y si ni siquiera la actual convulsión social nos sacude el racismo, mucho menos podremos aceptar que el sexo debe dejar de ser un tema político, y que es algo natural que pertenece al campo del derecho civil. Pero preferimos la comodidad de nuestros prejuicios, naturalmente.

Flavio Machicado Teran

Debido Tiempo

Solo la arrogancia humana puede imaginar que es posible controlar al amor o al tiempo. No se puede controlar aquella milagrosa celebración de la vida que florece en un corazón desafectado del ímpetu egoísta de poseer. Y el tiempo, misterioso y profundo, un día termina para todos, incluso en 5 mil millones de años para nuestro astro rey. El amor y el tiempo fluyen en una celebración que escapa los dictámenes del orden social, y del ímpetu banal de la supervivencia. Pero sobrevivir es el instinto mayor, que nos lleva a creer que debe someterse tanto al tiempo, y al amor.

Jugamos al amor, cuando en realidad es la reproducción de la especie la que gana. Jugamos a la impuntualidad, un juego en el cual gana el que no tuvo que esperar. Hago momentáneamente a un lado el sentimiento más enaltecido, para enfocar la mirada en el reloj. Los alemanes e ingleses juegan un juego de coordinación en el cual lo importante es llegar a tiempo. Ello hace más eficiente su cultura, e incrementa la productividad. Sin embargo, ¿los convierte en mejores amigos o amantes? ¡En absoluto! Simplemente hace más eficiente su economía, nacional y personal. En una sociedad donde el control proviene primordialmente del dinero, y el tiempo es dinero, es mayor la necesidad de ser puntual. El individuo puede luego controlar y ejercer el ego a través de mecanismos mucho más complejos que haciendo esperar al otro.

Nuestras culturas verticales, herencia de la mezcla entre un romanticismo andaluz, con los imperios originarios de nuestro continente, glorifican la tardanza. Queremos creer que somos pioneros de la cultura del “slow-down”. El descansar la mente del afán de controlarlo todo, y manejar mejor el estrés, es un objetivo que comparto. Pero el espíritu de respetar el tiempo del otro, e intentar el coordinar mejor, no lo contradice o contamina. Tenemos la tecnología que permite coordinar con precisión, pero no ha cambiado la cultura del retraso. ¿Por qué? Tal vez es la expresión de una agresividad pasiva, que pretende protestar miles de años de la verticalidad inca, azteca, española y maya. Tal vez es una manera de manifestar un aire de superioridad. ¡Quién espera pierde! No creo que sea ninguna de las dos. Yo creo que simplemente es un código cultural que se ha perpetuado, y que los individuos – según el diseño del cerebro, y sus correspondientes instintos – simplemente obedecen, sin reflexión alguna si lo hacen por rebeldía, o para satisfacer sus precarios egos.

Alemán, ingles o boliviano, somos autómatas que seguimos los dictados de nuestras culturas, o lo que Dawkins llama “memes”. Nuestra conducta no obedece a cálculos de utilidad del ego, o actos de sabotaje de la jerarquía. Simplemente son acuerdos “implícitos”, la famosa “hora boliviana” y demás ridículas justificaciones de nuestra incapacidad de coordinar. No olvidemos que aquí es de muy mal gusto que un invitado llegue a la hora que fue invitado. Y como vemos que los ingleses y alemanes sufren igualito, o incluso aun más de la soledad, nos damos una palmadita colectiva en la espalda y nos creemos buenos amigos y amorosos. ¡A buena hora! Ahora podemos justificar también la ineficiencia y el subdesarrollo. Hay más que decir, pero mi tiempo se acabo.

Flavio Machicado Teran

jueves, 5 de julio de 2007

Disciplina Sin Dial

Una herramienta ancestral es el miedo, artefacto social que perdió lustre ante el sometimiento físico y control hecho posible por eficientes tecnologías. La conquista territorial ahora deja de ser opción, y la lucha por la hegemonía una vez más se torna al mundo de los espectros, de las ideas, y se pretende nuevamente lograr la imposición utilizando poderes intangibles. Poderoso es el miedo, y en su construcción somos victimas y cómplices a la vez.

Debido a la ausencia de herramientas básicas - como ser cuchillos de acero - los humanos sobrevivíamos precariamente. Al igual que en jaurías o manadas de animales interdependientes, evolucionamos como seres altamente sociables. La diferencia es que - entre humanos - asumían el mando del grupo no solo los más fuertes, sino también los que podían predecir una luna llena, contar historias, o inventárselas. La inteligencia humana acepta más de una manera de garantizar que el grupo sea cohesivo, se imponga el orden y se ejerza – por el bien común – un alto nivel de control.

Existen niños que sufren severos traumas debido a una de las historias de miedo mejor logradas. Si medimos la efectividad de su capacidad de reproducción e impacto, el miedo al diablo se encuentra en los peldaños más elevados de nuestra creación. Un miedo menor en el escalafón es el que menciona nuestro presidente en el documental “Cocalero”, cuando bromea que es “al imperio” a quien realmente teme.

Magistralmente capturada la cotidianidad de su ascenso al poder, “Cocalero” muestra el lado humano del presidente, y se puede entrever su honestidad, humildad y compromiso de hacer el bien. Y aunque precisamente su humanidad lo hace accesible y encantador, esa misma “humanidad” hace que su mente – al igual que la mente de cada uno de los demás mortales – sea un vehículo de reproducción del miedo.

Miedo al calentamiento global tal vez logre despertarnos de nuestro egoísta letargo consumista, y logremos entender que acumular demasiado puede afectar negativamente la calidad de vida de nuestros hijos. La inimaginable riqueza creada en el planeta empieza a crear también conciencia que el equilibrio es frágil, que la injusticia tiene consecuencias, y que existen millones de personas que apenas tienen para comer. Pero no es lo mismo actuar por miedo, que actuar por conciencia de lo que es mejor, justo y sostenible.

La actual encrucijada constitucional debe llevarnos a reflexionar sobre el lugar y uso que la sociedad le brinda a toda herramienta. El camino fácil es actuar por instinto primitivo, y utilizar aquellas que han demostrado ser eficientes para impartir sumisión, sin importar las consecuencias. El reto es adquirir conciencia de que hemos utilizado algunas para crear una cultura vertical, diseñada para imprimir obediencia. Al margen de quiénes o cuántos ahora se beneficien, la imposición no se convierte mágicamente en el mejor camino. Con Satanás nos han tenido postrados durante siglos. Ahora con el Imperio se pretende hacer dicha “disciplina” más revolucionaria y secular. Tal vez mi falta de criterio no me permite apreciar la única e irrefutable verdad detrás del imperativo de controlar la mente. Pero el poder y el control parecen ir de la mano, y en su construcción somos cómplices y víctimas a la vez. ¡Qué miedo!

Flavio Machicado Teran

miércoles, 27 de junio de 2007

Antigua y Barbuda

En un mundo complejo, la consistencia tal vez esté sobrevaluada. Ello no hace a la hipocresía una inconsistencia más halagadora. Hipócrita en cuanto al sexo sabemos es la cultura norteamericana. Ahora se suma a la lista otra que involucra a dos diminutas islas del Caribe, la Organización Mundial del Comercio (OMC), y el mundo de las apuestas.

Según Oxfam, de eliminarse los miles de millones de dólares en subsidios que reciben los productores de algodón norteamericanos, los precios mundiales se incrementarían un 10%, beneficiando países africanos como ser Chad, Benin, Burkina Faso y Malí. Japón e India, ya han interpuesto contra EEUU demandas de compensación, argumentando que Washington intenta modificar un Acuerdo General de Comercio en Servicios firmado en 1994. La Unión Europea sigue similar acción, demandando que EEUU abra sectores de intercambio comercial, para compensar por medidas unilaterales.

En EEUU los casinos son legales únicamente en lugares designados por el gobierno, una política que promueve economías especificas, y compensa a los pueblos nativos de Norteamérica por el genocidio al cual fueron sometidos. Sin embargo, las apuestas en carreras de caballo pueden realizarse en miles de localidades remotas distribuidas por todo el país. Barbuda y Antigua son dos islas del caribe, y el turismo en ambas se ha visto reducido debido a una serie de huracanes. El año pasado Washington decidió prohibir a bancos y tarjetas de crédito norteamericanas realizar pagos a empresas de apuestas de Internet. La medida ha seriamente afectando los ingresos de las mencionadas naciones, que habían encontrado en este rubro una fuente alternativa de ingresos.

La OMC ahora le exige a EEUU que – si pretende mantener su política de prohibición de casinos marítimos – deberá prohibir también las apuestas “a distancia” para carreras de caballos, y habiendo determinado ilegal las restricciones norteamericanas a las apuestas en el Internet,
amenaza con multar su inconsistencia con 3,400 millones de dólares por año.

Más preocupante inconsistencia es la que practica EEUU en nombre de la libertad. Habiendo llevado el “derecho a la vida” demasiado lejos, la arrogancia de la administración Bush se deja entrever en su disposición a violar derechos civiles y humanos, justificar la tortura, enviar a morir a sus jóvenes, matar a otros tantos, todo en nombre de su guerra contra el terrorismo. Bolivia no es ajena a dicha arrogancia, inconsistencia e hipocresía, habiendo sufrido las nefastas consecuencias de la guerra contra el narcotráfico. El ímpetu del movimiento neoconservador de transformar al mundo, utilizando al ejercito más poderoso del mundo, y la gran riqueza extraída del planeta, es un testimonio más de la arrogancia que nace del poder.

Es antigua y barbuda sabiduría que el poder corrompe. Las intenciones pueden ser las más elevadas, pero su abuso suele conducir a la destrucción de la moral y espíritu de la sociedad; por lo menos de grandes sectores de ella. Pero si anhelamos consistencia, podemos observarla entre el arrogante idealismo neoconservador de Bush, y nuestro propio neopopulismo nacionalista. No será la más halagadora consistencia, pero es algo predecible - al fin al cabo – que surja un mal gobierno cuando se ostenta con prepotencia al poder.

Flavio Machicado Teran

Nuestra Altura

Solo un torero debe sentir igual. Sombrío e intencional, el oponente carga un garrote en lugar de cuernos, con el cual pretende asestar su preciso golpe. El lanzador intenta evitarlo, con pelotas que alcanzan los 160 km/hr. Para engañar al contrincante, con los dedos hace que “chanflée” la bola en diferentes direcciones. Si el oponente conecta el envío, los nueve jugadores entran en una metódica danza para “matar” al corredor. El deporte es el béisbol, y entre todos es el que mayor número de estadísticas tiene. Se promedia y registrada toda incidencia, y cada lanzamiento tiene su estética, arte y razón de ser.

El estadio con mayor elevación se encuentra en Denver, Colorado, a una milla (1,600 m.) sobre el nivel del mar. Debido a una menor presión atmosférica, la pelota recorre una mayor distancia que en la playa. Para contrarrestar esta diferencia, el estadio ha sido diseñado con mayores dimensiones, y así se evita que jugadores más fuertes saquen fácilmente del parque la pelota. Aunque ambos equipos tendrían exactamente la misma posibilidad de así hacerlo, se ha desatado en Denver una controversia. La razón es que el equipo de Colorado intenta contrarrestar los efectos de la naturaleza, añadiéndole a la pelota una dosis de humedad.

Los puristas acusan al equipo de intentar manipular el juego, debido a la discreción que tienen de seleccionar pelotas humidificadas - o no - según les convenga. Este antecedente podría también llevar algunos a hacer las pelotas más pesadas cuando enfrentan equipos con ofensivas peligrosas. Equipos que juegan en lugares húmedos, como Florida, también podrían estar tentados de restarle humedad a la pelota para contrarrestar los efectos de su propio hábitat. En un deporte en el cual todo cuenta, hacen mucho las pequeñas diferencias.

Bolivia tiene su propia controversia de la altura. El balón aquí se mueve diferente que al nivel del mar. Pero se mueve diferente para ambos. A su vez, los jugadores bolivianas solo conocen el aire más puro, pero deben jugar en estadios con altos niveles de contaminación. Si se protege de los efectos nocivos de la altura, deberá protegerse también del monóxido de carbono, y de excesivas dosis de humedad. Lo que está detrás de tanto lloriqueo, como señala mi primo Guccio, es que los brasileros y argentinos tienen que invertir tiempo en acondicionamiento a la altura. Tiempo que es dinero, y para la FIFA el dinero es incluso más importante que la salud.

Bolivia ahora argumenta su derecho de jugar en La Paz, y tiene la oportunidad de hacerlo demostrando una mínima sofisticación en sus relaciones internacionales. Mucho hará el tipo de argumento que logremos articular. Sugiero una pequeña diferencia en estrategia: Reconocer que el balón aquí vuela más rápido. Podríamos atraer televidentes promocionando nuestros partidos bajo el entendimiento que aquí: “!Se juega la clasificación más rápida del mundial!”. Además de potencialmente ser una mala decisión económica para la FIFA, negarnos ese derecho sería una gran injusticia. Pero tal vez utilizar argumentos que involucren a la ciencia de la física, al dinero y promoción de mercados, sea de muy mal gusto, y esté por debajo de nuestra altura.

Flavio Machicado Teran

Saber, Aprender

José Castillo es un bioquímico boliviano que trabaja en Ecuador. Un colega ecuatoriano ahora acusa a la industria farmacéutica de contratar bolivianos, quienes – al tener miedo de ser despedidos - son más sumisos, además de estar dispuestos a trabajar por un sueldo equivalente al 2% de lo que recibe el mejor bioquímico nacional. El enfurecido ecuatoriano tiene un salario actual diez veces mayor que el de Castillo, aún cuando el boliviano ha visto su sueldo incrementarse en un 600% desde que llegó al Ecuador. Lo interesante del caso es que el ecuatoriano acusa a la industria farmacéutica de racismo, cuando el verdadero tema es uno de intercambio comercial.

Quienes nunca desarrollaron la capacidad de abstraer principios, deberán dejar de leer esta nota inmediatamente. Los demás entenderán que el caso anterior contiene una moraleja, incluso cuando Castillo es en realidad venezolano, el colega es un afroamericano, y la industria no es la farmacéutica, sino el deporte favorito de Chávez y Fidel (béisbol). El caso es verídico, y el gringo en cuestión es Gary Sheffield, controversial jugador de los Tigres de Detroit, mientras que Castillo es una de esas “caras negras que no hablan ingles” de las que se queja Sheffield. Según Sheffield, su “raza” (la afroamericana) no es tan fácil de controlar como lo es un latino, porque demanda ser tratada con respeto. En contraste, dice Sheffield, un jugador latino ha de aceptar ser manipulado, porque no habla ingles, y porque – por relativamente muy bajo que sea - jamás recibiría un sueldo comparable de verse obligado regresar a su país.

Jugadores cubanos que abandonaron la isla, como ser el Duque Hernández, ganaban millones de dólares al año antes de hablar una palabra de ingles. Castillo ganaba 300,000 dólares al llegar a los Piratas de Pittsburg el 2004, y hoy gana 1.9 millones al año. Argumentar racismo, debido a que evidentemente hay cada vez menos afroamericanos nacidos en EEUU en el béisbol, es querer explicarlo todo con una sola causa, cuando todos sabemos que la realidad siempre es más compleja. Lo que existe en el béisbol es una discriminación contra los norteamericanos, sean estos blancos, azules o verdes, porque son más caros que los jugadores que pueden ser “importados” del exterior.

Al igual que Sheffield, el presidente Ruso, Vladimir Putin, últimamente anda molesto. Aun cuando Rusia intenta ingresar a la Organización Mundial del Comercio, acusa a occidente de utilizar las instituciones que supuestamente deben desarrollar una economía globalizada - y sin tantas barreras comerciales - para proteger sus intereses particulares. Vale la pena escuchar los argumentos rusos sobre la necesidad de crear instituciones que permitan incentivar el desarrollo de mercados regionales alrededor de las nuevas potencias mundiales de este siglo, China, India y Brasil, y dejar así de depender en el FMI y Banco Mundial.

Al igual que Putin, Sheffield tiene una razón para estar molesto. Pero en el caso del deporte favorito de Fidel, lo que existe es una asimetría entre el proceso de contratación de norteamericanos - quienes deben entrar en un tipo de lotería - y la contratación de extranjeros, que reduce el precio al ser directa. Un jugador latino es más barato, y eso hace que la “raza” de Sheffield sea menos atractiva, no el racismo. Para lograr un intercambio comercial beneficioso para Bolivia, debemos reconocer que somos vulnerables al monopolio de poder económico norteamericano, y no encontrar causas en la esencia maléfica del mercado. Entender las verdaderas causas requiere pensar fuera del prejuicio o reduccionismo ideológico, algo que Sheffield - y muchos otros - evidentemente aun no saben hacer.

Flavio Machicado Teran

lunes, 4 de junio de 2007

No es lo Mismo

En la construcción de realidades humanas, la consistencia es una herramienta sumamente limitada. La ley universal es que todo cambia, y las verdades se deben a lo que existe, y no a lo que deseamos sea realidad. Los derechos humanos, sin embargo, no dependen de la agenda política de la generación de turno, y existen espacios humanos que no están sujetos al capricho político de quienes coyunturalmente sustentan el poder. Es legítimo que el pueblo instituya su voluntad mediante acciones concretas. No obstante, el derecho del individuo de profesar su verdad según lo dicta su conciencia, se contrapone a la imposición de las elites - o las masas - en cuanto a lo que éstas suponen debería ser la realidad.

Los derechos humanos son universales, pero su manifestación cultural es relativa a la vez. Pareciera ser una inconsistencia, que hace que hoy se enfrenten en una “guerra cultural” el relativismo secular, con la verdad absoluta. Según unos, los derechos humanos surgen del dictado divino enmarcado en la ley natural, y según otros simplemente corresponden a nuestra esencia humana. Cualquiera sea su origen o inspiración, existe consenso en cuanto a que todo individuo posee ciertos derecho inalienables, que no dependen del poder político, ni de la voluntad de la mayoría, y que no pueden ser abrogados aun cuando así lo desee el 56% de la población. Digamos – por decir – que en el año 2356 triunfe el fundamentalismo islámico y Bolivia se convierta al Islam. ¿Podría entonces la mayoría abolir el derecho de la mujer de mostrar su cara en público, debido a que el 56% de la población considera dicha norma la voluntad de Mahoma?

El relativismo podría resultar en injusticias que nacen de la discrecionalidad. El absolutismo puede ser igualmente violento, debido a que no permite objeción alguna. Para franquear dichos extremos, existe la posibilidad de enaltecer tanto al proceso, como al resultado. El proceso - o la manera como llegamos a una verdad - debería ser igual de importante que aquello que concluimos. Sin embargo, si se minimiza la importancia del proceso, o el mismo está sesgado hacia una sola verdad, entonces la capacidad de adaptación de la sociedad sufre. A su vez, nuestro poder de construir la realidad según los imperativos del entorno, según realmente existe - y no según deseamos exista – debe postrarse ante lo que supone la mayoría del momento debería ser “por decreto” nuestra realidad.

Si la coyuntura actual dicta que los recursos naturales deben ser recuperados por el Estado, y la iniciativa privada debe ser sofocada en nombre de la reivindicación histórica, es prerrogativa del pueblo utilizar el proceso democrático para plasmar dicha política. Sin embargo, si en el año 2356 la coyuntura hace que incentivar la iniciativa privada ofrece mejores perspectivas para avanzar en Bolivia la justicia social y el desarrollo, los procesos deberían permitir adaptarnos a lo que podría ser nuestra realidad el 2356. Pero si construimos un sistema político que impide adaptarse a nuevos entornos, e “instruye” a toda futura generación negar todo lo que es inconsistente con su proyecto “histórico”, habremos diseñado un proceso cuyo imperativo es imponer verdades relativas, de manera absoluta.
Flavio Machicado Teran

Sucesión al Trono

“Será un baño de sangre si los norteamericanos abandonan Irak”, dicen los apologistas de la guerra. Tal vez, debido a la ausencia de reglas de juego claras para instituir autonomía en las regiones, y la carencia de una cultura cívica orientada hacia el equilibrio y alteración pacifica del poder, el baño de sangre será cada vez mayor. Pero sangre ya ha corrido, y una causa única a la cual imputarle toda la culpa no existe. Tampoco una sola solución. La simpleza, sin embargo, nos lleva a imaginar que “un solo acto” sanaría cientos de años de odio, resentimiento y desconfianza mutua. Un solo acto tal vez desate violencia, pero un solo acto no la puede detener.

El establecer condiciones para la convivencia pacifica requiere de un proceso largo y tedioso. No existen “balas de plata” que terminen mágicamente con la violencia y llenen el vacío de poder que un solo hombre dejó. Es peligro establecer condiciones de estabilidad alrededor del liderazgo de un caudillo, lección histórica que encontramos en numerosas experiencias, en las cuales el poder se torna absoluto, y la estabilidad social pende del hilo de “una sola persona”. El construir una nación sobre la base del culto a la personalidad - o falta de ella - es una receta fallida y de corta duración.

El príncipe Harry, tercero en sucesión al trono de Gran Bretaña, ya no será enviado a Irak, entre otras razones, debido a que su muerte sería una victoria simbólica de gran valor para el jihad - o guerra santa contra los infideles invasores. La vida de Harry puede ser más simbólica que la de un soldado cualquiera, pero no vale más. Cuando son secuestrados, los soldados son desesperadamente buscados por sus camaradas. Es una ética razonable no abandonar a un compañero. Sin embargo, demuestra el arraigo alegórico del imaginario humano, que lleva a deambular en el dolor inmediato, mientras que el impacto de los actos pasan desapercibidos. El imperativo de proteger “una sola vida” hoy, hace que ignoremos el hecho que causamos mayor sufrimiento, hambre y muerte en los años por venir. El absolutismo engranado en nuestra psique hace que abandonemos toda consideración de consecuencias, con tal de proteger “una vida más”, debido a que es la vida de alguien cuya historia conocemos.

Existen consecuencias no deseadas a nuestra idealista defensa del individuo, y es la comunidad la que sufre cuando una defensa dogmática de cada una de las vidas de los nuestros rige nuestras decisiones y conductas. Seria irónico, por ende, que en Bolivia ahora sean los defensores del comunitarismo quienes pretendan hacer al individuo - a uno en especifico -, el heredero de la sabiduría milenaria y dueño absoluto del poder y la verdad. Por muy bueno, noble, inmaculada su moral he iluminada su ambición de salvar a la patria, dudo que alguien crea que un solo hombre puede inspirar nuestro orden legal, constitucional y visión política. Que yo sepa, ese argumento circula sólo documentos apócrifos, como la “Proclamación del Tahuantinsuyo”. Hasta que no sea la postura oficial de un partido, debemos mantener la cabeza fría y evitar caer en lógicas cuyas consecuencias – por muy no intencionadas – pueden encausar a los bandos asumir posiciones dogmáticas que luego causen gran dolor.

Flavio Machicado Teran

viernes, 4 de mayo de 2007

Una Paradoja Pascuera

En hebreo y en latín, “pascua” quiere decir “paso”, y en el cristianismo celebra el paso de la muerte a la vida de Jesús: su resurrección. La Navidad es también el paso de Jesús a la vida: su nacimiento. En ambas celebraciones se utiliza la palabra “pascua”, y ambas tienen su equivalente en el judaísmo, la religión de Jesús. En 163 a. C., Antíoco IV Epífanes, rey de Siria y señor de Palestina, había ordenado convertir al Templo de Jerusalén en templo de adoración de Zeus, el dios Olímpico. Cuando Judas Macabeo reconquistó la ciudad, volvió a consagrarse el templo a Dios, y un cantarillo de aceite de oliva milagrosamente ardió durante ocho días. Esta celebración se llama Hanuká, y se celebra en diciembre. La pascua judía celebra el éxodo de Egipto también en el mes de abril. El Éxodo es una de las historias más importantes jamás contadas, y forma parte de la cosmología judeocristiana como prueba contundente que, entre sus criaturas, Dios también tiene sus favoritos.

El debate si los milagros en la Biblia son metáforas, o si deben ser considerados como eventos reales, ha cobrado una nueva dimensión con nueva evidencia que señala que las diez plagas realmente sucedieron. Todos los sucesos, desde la muerte de los primogénitos, hasta la partición del mar Rojo, parecen haber sido ocasionado por una cadena de eventos desatados por un cataclismo en el archipiélago griego de Santori, una de las explosiones volcánicas más feroces sobre la faz de la tierra. Según la hipótesis, el movimiento teutónico causó no sólo la formación de un pasaje en el mar para que escapen de Egipto los judíos, sino que provocó que químicos encapsulados miles de metros debajo de la tierra sean liberados, ocasionando las plagas y una capa de dióxido de carbono que – al arrastrase sobre la tierra - fue culpable de la muerte de los primogénitos, que en Egipto solían dormir en cunas pegadas al suelo.

Si fue Dios el que echó a andar la tormenta de terremotos, o fue una afortunada casualidad para Moisés, nos lleva a otro gran debate: la evolución. Comprobar que los sapos escaparon gases subterráneos, y que peces muertos ocasionaron pestilencias en Egipto, es una cosa. Pero la teoría de la evolución a partir de la selección natural es otra muy diferente. La evidencia que la transformación en las especies responde a cambios graduales a través de cientos de millones de años es contundente, y a falta de fósiles que comprueben cada paso en el proceso, ahora la genética ha desarrollado técnicas que permiten observar parentescos con precisión científica.

Si Dios utiliza el proceso de selección natural, o si es el mecanismo mediante el cual la naturaleza se adapta para sobrevivir, es inconsecuente. El hecho es que, sea Dios o sea la materia, el mecanismo de supervivencia funciona, y funciona muy bien. Su creación más elevada, el ser humano, ha desarrollado así una de las herramientas más poderosas: la palabra. Al principio no teníamos cultura, ni libros, ni leyes. Al principio teníamos el potencial del lenguaje, y éste resultó muy útil a la hora de cooperar entre humanos, para liberarnos de todo tipo de mal, no el menor de ellos nuestros semejantes. Lentamente desarrollamos la capacidad de cultura, algo único entre los habitantes del planeta, y que nos lleva a una paradoja: la guerra de ideas.

La evolución coloca al ser humano al par con las demás especies. Es una idea anarquista, porque cuestiona la condición única del hombre y promueve un igualitarismo peligroso para quienes basan su poder en la imposición de jerarquías. Sin embargo, la evolución es rechazada por algunos defensores del pueblo, porque las bases conceptuales de la adaptación y competencia invocan al capitalismo. Por su parte, las elites convencen al pueblo que es libre de competir, y aunque justifican su poder en su capacidad de innovar y adaptarse, miran con sospecha al darwinismo, y promueven la idea que la perfección de la existencia radica en la mente del Creador. La religión celebra el paso a la comprensión entre hermanos, y ha permitido trascender agendas políticas, y nuestra mezquindad. Pero las ideas con las que pelean los clanes cobran vida propia, se mezclan y se contradicen, y hace tanto más difícil entender la palabra de Jesús. Encontremos sosiego, entonces, en la sabiduría de dar la otra mejilla, en la comprensión que es lento el proceso evolutivo, y celebremos su Resurrección.

Perspectiva del Tiempo

Sebastián tiene cinco años, y para evitar que las frivolidades de la modernidad contaminen su mente, su padre celosamente vigila el contenido de lo que puede ver en la televisión. No obstante, siempre hay un descuido. Preparando a Sebastián para ir al colegio, enciende la TV y el programa es un documental sobre las Guerra Púnicas entre Cartago y el Imperio Romano. Asombrado por la imagen de soldados a punto de entrar en batalla, Sebastián pregunta, “¿Son esos los buenos?”. Los uniforme parecen romanos, pero los guerreros no exhiben el lustre y pulcritud a la que nos tiene acostumbrados Hollywood. Por el contrario, la pantalla muestra individuos harapientos y andrajosos. En medio de una batalla, sea romano o cartaginés, un soldado no estará preocupado por afeitarse o mantener limpio el uniforme.

Al margen de quién es quién, la pregunta sigue siendo difícil de responder. ¿Eran los “buenos” los romanos? Roma aún no se convertía al cristianismo. Además, son guerras de un lugar lejano, de una época remota, por lo que podríamos contestar: “ninguno de los dos”. Sigue siendo un hecho que ambos bandos se caracterizaron por su extrema crueldad. A su vez, su brutalidad no desmerece el que, precisamente debido a su violencia despiadada, ambos bandos crearon condiciones que llevaron a los pueblos a alcanzar cada vez mayores grados de cooperación. Pero las consecuencias no intencionadas de la barbarie y sed de conquista las apreciamos sólo miles de años después. En su momento, quienes estuvieron al medio de la pugna entre los dos imperios, no podían darse el lujo de la neutralidad, mucho menos comprendían que la guerra estaba empujándolos a avanzar instituciones, leyes y mecanismos para construir naciones y mejor organizar la sociedad.

Con su afán de conquista del fundamentalismo, el imperio de nuestra época ha logrado crear un gran consenso: una simple oposición a su hegemonía. Las muertes despiadadas son cometidas por ambos bandos, lo que hace difícil definir quienes son los “buenos”. Queda también en el aire cuál será el nuevo nivel de cooperación que será desarrollado sobre las cenizas de la actual violencia. El gobierno de Irán – por ejemplo - tiene hoy en el gobierno chiíta en Irak un preciado aliado, en una región dominada por el grupo rival, lo sunníes. Es en el interés de Irán, sin embargo, dejar que sangre el invasor, aún cuando ello implica poner en peligro la estabilidad del gobierno chiíta. En consecuencia, Irán no pretende cooperar con los EE.UU., y calcula muy fríamente hasta que punto puede darse el lujo de desestabilizar a su aliado, deteniendo su auspicio de la violencia sólo cuando existe el riego de conducirlo a totalmente fracasar.

En su afán de identificar a los malos, Sebastián manifiesta la frivolidad de un niño, una frivolidad producto de nuestro lento proceso de evolución social. Mayores grados de cooperación hoy tal vez se pueden lograr sin los conflictos que han creado su necesidad. Pero la lección no ha entrado ni con sangre, y seguimos pecando de la frivolidad de reducir toda diferencia al imperativo maniqueo definir quienes son los “malos”. Si el Presidente insinúa prematuramente a sus constituyentes adelantar las elecciones, debe verse como una gran oportunidad para consolidar un nivel mayor de cooperación. Debemos entonces aprovechar este tiempo para avanzar ese espíritu en la Asamblea, en las entrevistas, en los debates, donde sea. Si los del MAS luego traicionan los valores que predican, que el pueblo se lo reclame en las urnas. Mientras tanto, preocupémonos por proponer una visión de país coherente con nuestras necesidades históricas. En lugar de cuestionar el espíritu democrático de los actores políticos, y reducir el debate a supuestas cortinas de humo, obliguémoslos con ideas y principios a apegarse a ese espíritu, y hagamos publica la discusión. Si queremos cambios, utilicemos la persuasión, y no las tácticas del menosprecio. Si queremos cambios, aprovechemos este tiempo para presentar propuestas. Esta vez no hay lugar para frivolidades que nos hagan a todos perder.

Las Clases de Luchas

Solían los filósofos creer que en la prehistoria el ser humano convivía sin leyes, en un “estado natural”. Hoy entendemos que –al igual que existe una predisposición en nuestra especie para el lenguaje, la música y las matemáticas - el ser humano siempre ha desarrollado reglas, creencias y costumbres - o por lo menos desde que empezó a vivir en comunidad. Se creía también que en aquel estado idílico y entrañable, cuando éramos iguales de inocentes que nuestro silvestre entorno, la imposición del orden se lograba solo mediante el uso de fuerza. Hoy comprendemos que – al igual que los chimpancés – los humanos obedecemos a ciertos principios básicos que permiten controlar la conducta de los miembros del grupo, de manera de poder avanzar el bienestar en lugar de pasársela peleándose por el poder. La ley, por ende, forma parte de un código instintivo, y representa una de las herramientas más valiosas con las que cuenta el ser humano para garantizar la supervivencia de su especie.

Sin embargo, si nos tomáramos la molestia de salir a la calle y preguntar, “¿qué quiere decir para usted “la ley”?”, temo que nos sorprendería lo difícil que es para muchos conceptuar algo que parecería ser básico y evidente. Tal vez la respuesta dependa cómo formulamos la pregunta, y tal vez la respuesta dependa de quién haga la pregunta, y hasta cómo esté vestida la persona. La subjetividad, después de todo, es rey. Pero la respuesta es muy sencilla: Las leyes son reglas que definen nuestros derechos y responsabilidades. Algo tan sencillo parece hoy perderse de la conciencia colectiva, y en lugar de enfocarnos en desarrollar reglas que permita mejor avanzar nuestro bienestar común, pareciéramos preferir mantenernos en un estado de frenesí, como si esperando que sea un sacrificio humano el que logre apaciguar nuestras frustraciones. Pero incluso esos rituales son racionales en la medida que permiten enfocar y canalizar los esfuerzos del pueblo. Lo que es irracional es disipar la energía que representa la voluntad de cada uno de los bolivianos, simplemente porque no se entienden algunos preceptos básicos que hacen que la convivencia, incluso entre chimpancés[1], se dirija hacia mínimos objetivos compartidos, como ser aquel que representa la estabilidad.

En la historia de la humanidad han existido, y existen, leyes injustas o anacrónicas que deben ser revertidas o perfeccionadas. Durante la era oscura del medievo europeo, por ejemplo, los poderosos terratenientes eran quienes imponían sus propias leyes sobre sus vasallos, un antecedente histórico que muchos dirán aun refleja lo que sucede en nuestro propio suelo. Quienes tan cínicamente prefieren optar por una postura que ignora el lento proceso evolutivo de la sociedad - y tal vez pretenden acelerar el proceso mediante el fuego de la lucha de clases y una sangrienta revolución - subestiman el marco legal establecido, el cual afortunadamente aun rinde tal irracionalidad poco probable. Es precisamente el hecho que hemos desarrollado reglas que permiten cierta convivencia pacifica, y sobre todo la alteración pacifica del poder, lo que permite aun mantener un vestigio de civilidad.

Ahora nos encontramos en pleno proceso de definir las nuevas reglas de juego y las bases conceptuales sobre las cuales hemos de brindar al individuo las garantías e incentivos para avanzar su bienestar, y en la misma medida avanzar el bienestar de todos. Pero parece que hay quienes prefieren invocar mediante hechicería a los espíritus ancestrales, que utilizar las herramientas y la sabiduría adquirida a través de cientos de años, experiencias que permiten a las sociedades dejar de tropezar con la misma piedra. Para ello, sin embargo, se requiere empezar por algo tan básico como siquiera preguntarse para qué sirven las leyes, y para qué una nación desarrolla preceptos básicos enmarcados en una constitución.

Hace apenas 300 años no se conocían leyes de la naturaleza que hoy todos damos por obvia. En ese entonces, por ejemplo, se explicaba el proceso de combustión como el resultado de la liberación de una sustancia que llamaban flogisto. Un francés, Antoine Lavoisier, encontró dicha noción difícil de creer, y en 1772 descubrió que algunos químicos ganaban peso al quemarse. Fue de esta manera que llegó a la conclusión que algo era añadido a éstos químicos, en lugar de que algo – el flogisto – se desprenda de ellos. En 1794, Lavoisier se enteró que un ingles había descubierto un gas que aparentemente era imprescindible en el proceso de combustión. El gas que había descubierto Priestley era nada menos que el oxigeno, y Lavoisier llegó a la conclusión que cuando un combustible arde, es porque se mezcla con el oxigeno, y que no existía tal cosa como el flogisto. Mas adelante Lavoisier utilizó el descubrimiento de otro ingles, Cavedish, para concluir que el agua estaba constituida por la combinación del hidrógeno con el oxigeno. La ciencia de la química era tan incipiente, que Lavoisier incluso tuvo que darle el nombre hidrógeno al gas que hoy todos entendemos forma parte imprescindible de nuestro entorno, y sin el cual el ser humano no podría sobrevivir.

Algunas leyes pertenecen a la naturaleza, y es menester nuestro descubrirlas. Otras son construcción humana, y es menester nuestro perfeccionarlas. Quisiera, en este sentido, establecer un concepto básico. La lucha de clases es una estrategia política que funciona en dos entornos muy contrastantes. En un extremo, las instituciones deben ser sólidas, funcionales y operativamente eficientes, y la cultura democrática debe estar igualmente bien cimentada. Aquí la lucha de clases permitirá una discusión dialéctica progresiva y las diferencias no resultaran en inestabilidad. En el otro extremo, el entorno político debe estar tan desgastando, ser tan injusto e ineficiente a la hora de redistribuir el poder y la riqueza, que la única alternativa es inflamar las diferencias, y utilizar la cohesión política que otorga la lucha de clases para encender una violenta destrucción de las estructuras existentes. En este segundo escenario no hay un proceso evolutivo gradual, sino un proceso revolucionario total, cuyo objetivo es reemplazar el monopolio de la clase gobernante, con la dictadura de quienes no fueron permitidos participar en la construcción de las reglas de juego, y que no participaron de la distribución de la riqueza nacional. En este escenario la inestabilidad es parte del proceso de desgaste que lleva al desenlace final, y de alguna manera es un prerrequisito para la inteligencia revolucionaria. Bolivia no se encuentra en ninguno de estos extremos, y la lucha de clases tan solo logrará retrasar nuestra inserción a la economía mundial.

En 1793, cuatro años después de la Revolución Francesa, comenzó en Francia el Reinado del Terror. Lavoisier tuvo que ser testigo primero de cómo la Academia de Ciencias era abolida, y luego como su participación en “los granjeros de la hacienda”, le ganó ser sentenciado a la guillotina. El juicio duró menos de un día, y en la tarde Lavoisier fue decapitado en la Plaza de la Revolución, hoy la Plaza de la Concordia. Lagrange se lamentaba de esta manifestación de resentimiento, “en un solo instante se quedó sin cabeza pero harán falta mas de cien años para que aparezca otra igual”. Perder la cabeza es algo que hoy se vuelve cada día más fácil, y prueba de ello es que en nuestra clase de lucha, se pretendió convertir en “enemigos de clase” a los cooperativistas mineros. Parecía que éstos intentaban obtener reglas de juego que permitan racionalidad en su actividad, en lugar de chantajes económicos. Tal vez lo que querían sus lideres era su botín. Cualquiera sea el caso, lo que es evidente es que, en lugar de avanzar un sector minero sostenible, se ha utilizado a la lucha de clase como estrategia política, y esta clase de lucha solo logra que perdamos el tiempo, y posiblemente hasta la cabeza.

Flavio Machicado Teran

[1] Ver Frans De Wass: Primates y Filósofos: La Evolución de la Moralidad. Princeton University Press, 2006

Educar .... ¿una Ilusión?

Lo que sucede en el instante que usted lee lo aquí escrito es una ilusión. La luz proyecta sobre sus retinas curvas y líneas, estimulando nervios ópticos, para que luego su cerebro interprete el conjunto de palabras. Utilizando reglas gramaticales que forman parte de su destreza mental, el milagro de la conciencia hilvana los conceptos, para luego verter en su mente una interpretación. El proceso cognitivo mediante el cual el ser humano proporciona sentido a líneas y curvas, para luego formar pensamientos complejos, es el resultado de millones de años de evolución, que han especializado al hemisferio izquierdo del cerebro en el procesamiento de sutiles estímulos sensoriales.

El cerebro ha sido un gran misterio, y los avances en la comprensión de su arquitectura y funcionamiento solían requerir el observar aquellos que habían sido dañados por violentos golpes, procesos degenerativos, o deformaciones genéticas. La tecnología de resonancia magnética permite hoy observar cómo un cerebro sano procesa la información. Es así que la neurociencia puede hoy, de manera indisputable, aseverar que el cerebro izquierdo procesa la información de una manera diferente que el cerebro derecho. El primero es el asiento de la lógica, el lenguaje y las matemáticas, el derecho es el asiento de los sueños, la interpretación emocional, la intuición y la subjetividad humana.

Otra característica del cerebro humano es que – en la mayoría - el hemisferio izquierdo es dominante, y controla la parte derecha del cuerpo. Es por ello que sólo entre el 8 y 15 % de la población es zurda. En la antigüedad, cuando las armaduras y tácticas de combate cuerpo a cuerpo estaban diseñadas para ejércitos de puros diestros, ser zurdo presentaba grandes ventajas. Esta ventaja táctica, sin embargo, jamás fue explotada, debido a que – por razones puramente ideológicas – la zurda estaba asociada con espíritus malignos, un prejuicio generalizado a través de prácticamente toda cultura.

El sistema educativo también está sesgado hacia el desarrollo del hemisferio izquierdo, debido a su énfasis en precisamente el lenguaje, la lógica, matemática y relaciones lineales de causa y efecto. Una educación que integra las facultades del hemisferio derecho puede mejorar la capacidad cognitiva de procesar la información con mayor creatividad. Pero esa no es una regla que deba ser aplicada dogmáticamente, porque un individuo con un cerebro derecho dominante, se beneficiará de la estimulación de su hemisferio menos dominante. Los avances de la ciencia lentamente nos ayudan a integrar nuestro cerebro, y a utilizarlo en toda su capacidad.

Ningún avance, sin embargo, develará lo que sucede en los cerebros de quienes pretenden estatizar la educación privada. Como si no fuera suficiente el que tengamos una fuga de cerebros, las consecuencias no intencionadas del manejo ideológico de la justicia social puede llevarnos ahora a normalizar los estándares, no elevando el nivel de la educación publica, sino reduciendo el nivel de los demás. Una de las bases ideológicas del proyecto descolonizador es enfrentar a quienes “son o quieren parecerse a occidente” y los que “se sienten indios”, para así superar la autonegación permanente de Bolivia “que imita la forma de ser de otros”. De igual manera, en nombre del cerebro derecho, asiento de la intuición y visión holística de la realidad, tal vez se pretenda derrocar el cerebro izquierdo, occidental, lógico, analítico y reduccionista. La ideología, después de todo, puede orientar creando la ilusión de un horizonte, pero puede ser un ente con vida propia que trata de reducir todo en su paso a la lógica que lo alimenta. El cerebro izquierdo y derecho requieren integrarse, complementarse y cooperar para lograr niveles más elevados de conciencia. El ímpetu anti-occidental, sin embargo, reduce todo esfuerzo a componentes binarios, autoriza imitar el modelo venezolano, y está creando una esquizofrenia innecesaria.

Flavio Machicado Teran

Conspiracy Fantasy

Neocons believe that some decisions are too complex, and far too transcendental for the nation’s security and stability, to be left to the process of democratic deliberation. The President, and his advisors, must therefore allow themselves the leeway to maneuver in dangerous waters, even if it requires doing so in the back of the simplistic people, or deceiving them when constitutional restraints deem it necessary. The power that the Bush Administration wants to confer to the presidency is part of an ideological imperative to change the rules of the game, even if that game is most likely to be played two years from now by a Democrat in the White House.

The premise above sounds plausible, but are the blunders consistently made by the Administration really part of a well-thought-out plan to overthrow the Rule of Law and impose American Imperialism? Or is it simply a strange marriage of naiveté, idealism and incompetence, the likes of which have not been seen since Forest Gump? Most probably, like most things human, it is somewhere in between. Lack of forethought and consistency in flawed logic in the efforts of the President to bring about what he considers is in the best interest of the US and the world notwithstanding, this time the elements could be there for the most masterful conniving conspiracy of them all, and Alberto Gonzalez could be the bait. Democrats are so eager to go after Bush that it is plausible they are being set up to swallow hook, line and sinker.

Imagine the following scenario: Democrats go overboard and levy the accusation that the Bush Administration wants not only an all-powerful Executive, but also one bereft of oversight. They do not take the offer to have Karl Rove and others testify without taking oath, and subpoena them to testify. The process becomes a media circus; the polarization of partisan politics then takes every argument to its logical extreme, to the point that efforts to centralize political power in Iraq are made analogous to Bush’s intentions to be the one that calls all of the shots, and his intent to do so without any process of oversight or deliberation. Joseph Biden is already proposing for Iraq a Federation, following the model in the Balkans, to provide the Iraqi political system with oversight and checks and balances that the different parties may deem necessary for peaceful co-existence. So, the case could be made that Bush, just like he mistakenly wants an all powerful Executive in Iraq in order to deal with its own crisis, is also tweaking the standards and executive privileges to have his authority and Machiavellian designs go here unchecked.

The Plume fiasco, and the corresponding indictment of Libby, may be precedent for the need to force the President’s advisors to provide testimony under oath. Drummed by the well-intentioned efforts of people like the Chairman of the Judiciary Committee, Patrick Leahy, Democrats may bet all their marbles on the game of “gotcha”, and push for actions that will most certainly stir up emotions on both sides of the fence. When all the smoke blows and the pieces fall into place, it may turn out that even Senator Feinstein had questioned fired US Attorney Carol Lam’s performance. Then, once the case of the firing of the US attorneys has been taken to the courts, has been made a huge stink over, and turns out to be much ado about nothing, Democrats will have let the fish go, and maybe opened the door to lose the next elections.

Bush needed to lie only once to lose his credibility. If he now proves that it is blood thirsty partisan politics that is irresponsibly driving his rivals across the aisle to go after him, and his fall guy, Alberto Gonzalez, is acquitted of wrong doing, then suspicion of deception will be shone on the intent and spirit of those who went after his head. Is this the possible script for a cunning plan on the part of some Republican insiders to allow those that follow to keep the White House?

No, I don’t think so.

More likely, as they have been all along, the Bush Administration is simply plain dumb.

Maybe brilliantly so!

Flavio Machicado Teran

El Punto G de W

“Vamos a encerrar a nuestros ministros en un cuarto hasta llegar a un acuerdo”, bromeaba el Presidente Bush refiriéndose a acuerdos bilaterales entre Brasil y EE.UU. Las dos naciones están negociando tarifas que faciliten el intercambio comercial, con miras a proyectos que les permita cooperar en la extracción de combustible a base de la caña de azúcar. La sensual mente de Lula debe haber sido estimulada por la imagen que invocó su - por lo usual - eróticamente temperada contraparte, llevándolo a replicar, “Yo pienso que estamos avanzando con mucha solidez para encontrar el punto G para lograr un acuerdo”.

Las criticas no se han dejado esperar, y curiosamente los argumentos son muy parecidos a los vertidos contra la hoja de coca: un nocivo incremento en la explotación de menores, peligros asociados con monocultivos, degradación ecológica, uso de pesticidas, etc. El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra argumenta que el proyecto ha de incrementar el hambre y la pobreza, y para condenar el incremento en la producción de caña de azúcar utiliza conceptos de “soberanía, subordinación, desigualdad y consumo”. En una de ellas hay peso, y es en el predicamento de la desigual distribución de las ganancias. Afortunadamente Lula tiene una conciencia social muy desarrollada, y los beneficios seguramente no se detendrán en reducir la emisión de venenos a la atmósfera, y se traducirán en mayores empleos y recursos para que el Estado pueda mejor cuidar de los más necesitados.

Fidel Castro, quien no desperdicia oportunidad para reducir todo a su lente ideológico, protestó la idea de “poner los alimentos a producir combustibles”, llamando esta iniciativa “trágica” y “dramática”. Seguramente no ha escuchado de la jetrofa, un arbusto que puede ser cultivado en tierras marginales no aptas para cultivos tradicionales, y que promete convertirse en fuente inagotable de biodiesel. El fruto de la jetrofa produce cuatro veces más aceite que el maíz, crece en terrenos desérticos y baldíos, y en catorce años produce 10 centímetro de sedimentos – creando una capa de manto fértil - regenerando suelos saturados por pesticidas. La tierra por si sola necesitaría mil años para lograr el mismo resultado.

Si en la Asamblea legislamos para que los nuevos edificios aporten a crear igualdad de oportunidades para que la minoría ignorada - los discapacitados – estaremos actuando con visión del futuro. Adaptar la infraestructura existente de manera que una persona ciega, o en silla de ruedas, disfrute del mismo derecho de moverse libremente que asumimos los demás, tal vez cueste más de lo que tenemos. Pero construir incorporando preceptos básicos de ingeniería que consideren los derechos de individuos con discapacidades sólo requiere cambiar de lente, y entender que un discapacitado tiene el mismo derecho de ser productivo, sin importar su ideología, raza o religión.

El etanol tal vez empañe la esperanza que la mamadera de gas nos alimente por siempre. Sin embargo, los avances tecnológicos no deberían darnos miedo. Miedo debe darnos no construir condiciones para crear riqueza y su más justa distribución. A su vez, la soberanía surge de la autosuficiencia, y ésta surge de la capacidad de innovar y competir. Si una visión colectivista nos lleva a arrinconar a la iniciativa privada y al empresario, cualquier sea su raza o religión, estaremos cayendo en una trampa ideológica que pretende revertir la subordinación discriminando. El gas no va a durar para siempre, pero los prejuicios ideológicos con los que se contagia a la población serán más difícil de sacudir. Gracias a los paladines de la reivindicación “anti-consumista”, estamos discriminando contra nuestra propia capacidad de construir, y limitamos nuestra visión y horizontes. Indudablemente Castro y Chávez también nos tienen el dedo bien metido, pero no es en el punto G.

Flavio Machicado Teran

martes, 20 de marzo de 2007

Rituales de Carne

Hace miles de años, y ante la ausencia de medios de refrigeración, los cristianos le decían “adiós” a la carne antes de empezar la Cuaresma. Del latín “carnelevare”, el lunes y martes que preceden al miércoles de ceniza eran para consumir toda la carne, y así eliminar la frivolidad de la piel, en preparación para el sombrío espíritu de abstinencia que sigue. Sin embargo, los orígenes del carnaval se remontan al ritual de fertilidad con la llegada de la primavera en Egipto, cuando las aguas del Nilo retroceden. También tiene sus orígenes en la festividad romana de Saturnalia, en la cual - al ofrecer prebendas a los esclavos - se mantenía la armonía, a la vez de reforzar los estamentos políticos y religiosos en los cuales estaba cimentada la sociedad.

Los rituales sirven un propósito, aunque a veces el propósito se vuelve difuso con el tiempo. Prueba de ello es que celebramos carnaval con gran ímpetu, dejando que cualquier relevancia o designio mágicamente surja de una botella, cual ‘genio del chaqui’ que sale del fondo para concedernos un alka-seltzer, y otros dos deseos.

Este periodo de Cuaresma tiene, entre otras, la intención de debilitar nuestras pasiones, y en especial, amortiguar las llamas de la concupiscencia (placer animal para sí mismo). Espero no ser blasfemo al sugerir un ejercicio en el cual la metodología viene al rescate del ritual, para ayudar a lograr este objetivo. Porque Dios sabe que las pasiones están que arden, y cada bando encuentra placer en su propia bandera, impidiendo un dialogo que permita encontrar coincidencias, y cimentar nuestra sociedad sobre bases coherentes con nuestro nuevo designio, aun por descubrirse y definirse.

Hay un periodista que tiene un programa de televisión extremadamente poderoso. Este señor - de impecable traje y corbata - es dueño de gran inteligencia, elocuencia y sobre todo la capacidad de abrumar con ‘su verdad’ a todo aquel a quien entrevista, imponiéndose y jactándose de nunca estar equivocado. Abiertamente, y sin ningún titubeo, me considera su enemigo. Bueno, no a mí personalmente, y aunque incluso ha leído una carta mía al aire, no reconocería mi nombre ni en pelea de perros. No. Sus enemigos son aquellos individuos que sustentan una agenda en particular, que en parte yo también considero “mi agenda”. Seguramente a esta altura se estará preguntando, “¿quién será este periodista?”, o tal vez, “¿cuál será la agenda de este columnista?”. Eso no importa. Lo que importa es la metodología que procedo a presentar.

No comparto con este periodista ni su estilo, ni su lógica, ni su política. Para cualquier propósito práctico, él es también mi enemigo. Pero no puedo evitar ver su programa, caer prisionero de su grandilocuencia, admirar su capacidad de hilvanar argumentos y de sustentar su manera de entender la realidad. Pero no vivo solo, y comparto el aparato televisor. Cuando los de mi pequeña tribu de tres adultos me encuentran postrado frente al televisor, imbuyendo las diatribas que del mismo emanan a la misma hora (y por el mismo canal), soy duramente fustigado por estar viendo “güevadas”, y estar escuchando a ese “viejo de “$#@&”.

Comparto con este periodista la misma agenda de construir una mejor y más justa sociedad. No comparto su manera. Pero si lo “odiase”, no lo escucharía, ni prestaría atención a sus argumentos. Sin embargo, la verdad no yace en mi tribu, la verdad se construye con el otro, participando de un dialogo libre de prejuicios y de posiciones encontradas. Por ende, el método para rescatar al ritual vacío es “dar la otra mejilla”, no para recibir golpes e injurias de los demás, sino para entender su lógica, para poder debatirla, e incluso contrarrestarla. Sinceramente admiro a este periodista, porque solo así puedo escucharlo, entenderlo, y si es necesario, superarlo. Digo “superarlo” no con el animo de imposición, sino con el animo de persuasión, para liberarnos de la carne que arraiga las pasiones, que nos impide escuchar al otro, y que destruye la capacidad de - entre nosotros - dialogar.

Flavio Machicado Teran

La Gravedad del Electrón

Albert Einstein, posiblemente la mente más brillante del Siglo XX, era socialista. Creía Einstein que la fase depredadora del desarrollo humano – perfeccionada por el capitalismo – debía ser superada, y culpaba a la anarquía económica de la sociedad capitalista del hecho que los ‘impulsos sociales’ del individuo - por naturaleza más débiles que su egoísmo - se empiecen a ‘progresivamente deteriorar’. Según Einstein el ser humano había perdido la capacidad de guiar su propio destino, era prisionero de las fuerzas de la ciencia y mercado que, al ignorar las prioridades humanas, estaban fuera de control. Era menester del ser humano, por ende, reconstruir el lazo orgánico que lo hace un ser social, y encontrar en el seno de la sociedad una fuerza protectora, y no así una amenaza a sus derechos naturales.

La física cuántica, uno de los grandes avances científicos del siglo pasado, fue en parte desarrollada gracias al trabajo de Einstein. El gran aporte de esa disciplina es que permite entender fenómenos que suceden a escala atómica. Por ejemplo, si se utilizasen preceptos de la física clásica newtoniana, la conclusión seria que un electrón no puede orbitar alrededor del núcleo de un átomo, ya que constantemente perdería energía y la masa del núcleo causaría que el electrón sea atraído por la fuerza de la gravedad, causando su implosión. Resulta que la materia a escala atómica no se comporta como un agregado de partículas, y en lugar de moverse en elipses – como los planetas alrededor del sol – se mueven en ondas, lo cual resulta en la imposibilidad de conocer con exactitud y simultáneamente la posición y el momento de un electrón. La conclusión es que sistemas muy pequeños, como ser los átomos, no obedecen los preceptos de la mecánica clásica. Sin embargo, en la medida que se “juntan” las partículas y crece la cantidad de materia, se llega al “limite clásico”, en el cual empieza a gobernar leyes de la física clásica newtoniana.

Decía Einstein que su juicio del capitalismo se basaba en el sistema “tal como existe hoy”. Es decir, el capitalismo de la primera mitad del siglo XX. Hoy existen diversas sociedades capitalistas. Pero digamos que el capitalismo es un monolito inamovible y que no ha progresado siquiera un átomo en la dirección de crear condiciones de libertad y avanzar los derechos civiles. ¿Podemos asumir que la culpa yace en los derechos individuales, y en la libertad que otorga la sociedad al individuo a pensar, creer y venerar según su propia conciencia?

Hoy se habla de la “complementariedad”, de la sabiduría del paradigma amerindio y la necesidad de trascender la polaridad creada por un sistema patriarcal que favorece lo racional e individualista, en detrimento de lo intuitivo, maternal y comunitario. No podría estar más de acuerdo. Al igual que las leyes físicas que gobiernan el mundo atómico son complementarias y no excluyentes con las que gobiernan la materia, los derechos individuales son complementarios a la capacidad comunitaria de la sociedad. El individuo, al igual que el átomo, obedece a fuerzas internas que hacen su movimiento impredecible, con la diferencia que el individuo tiene conciencia de sus actos, y debe ser libre de elegir. Si el individuo desea formar parte de una comunidad, abandonar sus pertenencias y seguir al Señor, está en su derecho. Sin embargo, ese “movimiento” de agregados nace de un derecho individual, un derecho que hoy es detestado y desechado por ser “occidental”.

No se puede hablar de “complementariedad”, y luego polarizar nuestra postura para deslegitimar al otro. Lo único que ello logra es despreciar ciertos principios que pueden y deben ser perfeccionados. Einstein era sobre todas las cosas un individuo que luchó toda su vida contra el totalitarismo. El utilizar el desprecio y prejuicio para entender ciertas leyes de la naturaleza, sea humana o de la materia, es caer en la trampa de la polaridad e indoctrinamiento ideológico, irónicamente a la vez que se intenta superarlo.

Perspectiva del Tiempo

Sebastián tiene cinco años, y para evitar que su mente sea contaminada por las frivolidades de la modernidad, su padre celosamente vigila el contenido de lo que puede ver en la televisión. No obstante, siempre hay un descuido. Preparando a Sebastián para ir al colegio, enciende la TV y el programa es un documental sobre las Guerra Púnicas entre Cartago y el Imperio Romano. Asombrado por la imagen de soldados a punto de entrar en batalla, Sebastián pregunta, “¿Son esos los buenos?”. Los uniforme parecen romanos, pero los guerreros no exhiben el lustre y pulcritud a la que nos tiene acostumbrados Hollywood. Por el contrario, la pantalla muestra individuos harapientos y andrajosos. En medio de una batalla, sea romano o cartaginés, un soldado no estará preocupado por afeitarse o mantener limpio el uniforme.

Al margen de quién es quién, la pregunta sigue siendo difícil de responder. ¿Eran los “buenos” los romanos? Roma aún no se convertía al cristianismo. Además, son guerras de un lugar lejano, de una época remota, por lo que podríamos contestar: “ninguno de los dos”. Sigue siendo un hecho que ambos bandos se caracterizaron por su extrema crueldad. A su vez, su brutalidad no desmerece el que, precisamente debido a su violencia despiadada, ambos bandos crearon condiciones que llevaron a los pueblos a alcanzar cada vez mayores grados de cooperación. Pero las consecuencias no intencionadas de la barbarie y sed de conquista las apreciamos sólo miles de años después. En su momento, quienes estuvieron al medio de la pugna entre los dos imperios, no podían darse el lujo de la neutralidad, mucho menos comprendían que la guerra los estaba llevando a avanzar instituciones, leyes y mecanismos para construir naciones y mejor organizar la sociedad.

Con su afán de conquista del fundamentalismo, el imperio de nuestra época ha logrado crear un gran consenso: una simple oposición a su hegemonía. Las muertes despiadadas son cometidas por ambos bandos, lo que hace difícil definir quienes son los “buenos”. Queda también en el aire cuál será el nuevo nivel de cooperación que será desarrollado sobre las cenizas de la actual violencia. El gobierno de Irán – por ejemplo - tiene hoy en el gobierno chiíta en Irak un preciado aliado, en una región dominada por el grupo rival, lo sunníes. Es en el interés de Irán, sin embargo, dejar que sangre el invasor, aún cuando ello implica poner en peligro la estabilidad del gobierno chiíta. Irán no pretende cooperar con los EE.UU., y calcula muy fríamente hasta que punto puede darse el lujo de desestabilizar a su aliado, deteniendo su auspicio de la violencia sólo cuando existe el riego de llevarlo a totalmente fracasar.
En su afán de identificar a los malos, Sebastián manifiesta la frivolidad de un niño, una frivolidad producto de nuestro lento proceso de evolución social. Mayores grados de cooperación hoy tal vez se pueden lograr sin los conflictos que han creado su necesidad. Pero la lección no ha entrado ni con sangre, y seguimos pecando de la frivolidad de reducir toda diferencia al imperativo maniqueo definir quienes son los “malos”. Si el Presidente insinúa prematuramente a sus constituyentes adelantar las elecciones, debe verse como una gran oportunidad para consolidar un nivel mayor de cooperación. Debemos entonces aprovechar este tiempo para avanzar ese espíritu en la Asamblea, en las calles, en los debates, donde sea. Si los del MAS luego traicionan los valores que predican, que el pueblo se lo reclame en las urnas. Mientras tanto, preocupémonos por proponer una visión de país coherente con nuestras necesidades históricas. En lugar de cuestionar el espíritu democrático de los actores políticos, obliguémoslos con ideas y principios a apegarse a ellos, y hagamos publica la discusión. Si queremos cambios, utilicemos la persuasión, y no las tácticas del desprecio. Si queremos cambios, aprovechemos este tiempo para presentar propuestas. Esta vez no hay lugar para frivolidades que nos hagan a todos perder.

Absolutismo Circular

Érase una vez una religión que comulgaba abiertamente con la poligamia. La ironía es que, en la actual pugna por la candidatura de la derecha norteamericana –investidura sumergida en imperativos religiosos - el mormón Mitt Rommey es el único que sólo ha tenido una esposa, quien sólo participa en las decisiones del hogar. En contraste, los candidatos de la izquierda norteamericana brindan un papel protagónico a sus parejas. Frank Luntz sugiere que esto se debe a que “los Demócratas son de mentalidad colectiva, y los Republicanos individualistas”.

Otra diferencia que marca el debate político, es la guerra del Irak. Las imágenes de muerte se han vuelto intolerables, y el próximo presidente deberá alejarse de la doctrina de la Guerra Fría, que sugería que la paz solo se logra a través de la fuerza. La lección es que – debido precisamente a la tecnología que permite la más sofisticada maquinaria de guerra - la estabilidad del mundo ahora también depende de políticas coherentes con la voluntad de la humanidad.

Ese avance tecnológico ha permitido también salvarle la vida a Amillia. Al nacer de 21 semanas, Amillia pesaba 284 gramos, suficiente materia viva, sin embargo, para hacernos reflexionar sobre el otro gran debate: el aborto. En EE.UU. el aborto es un derecho reproductivo, y su limite es la “viabilidad” del feto, hasta hace poco unas 24 semanas. Para la derecha norteamericana, el aborto es un pecado, y el mormón aludido pretende hacer suya la posición conservadora oponiéndose incluso a la muerte de un embrión de 14 días. A los 14 días un embrión no tiene cerebro, ni conciencia, o manera de sentir dolor. Sin embargo, las células madres extraídas son cultivadas para cosechar tejidos a ser utilizados en pacientes con condiciones hasta ahora incurables. Para quienes se oponen a todo aborto, el utilizar vida humana para salvar a vida humana lleva demasiado lejos la intención de jugar a Dios.

Pero es a Dios a lo que juega ahora Bush en su intención de modernizar al fundamentalismo islámico, y es a Dios que juega la ciencia al intentar cultivar vida humana en una cápsula de Petri. Y aunque no todas las guerras se pelean contra Adolfo Hiltler, ni todos los abortos se deben a la salud de la madre, no podemos simplemente abolir ambas por decreto. La muerte siempre será parte del equilibrio, una conclusión ambigua, relativa, hasta incomprensible, pero por ello no deja de ser verdad.

La gran ironía es que para los “individualistas” de la derecha, merecen morir cientos de miles en nombre de un bien mayor, y los “comunitarios” de la izquierda no tiene inconveniente con la muerte de más de cuarenta millones - cuyas vidas son sofocadas en el vientre cada año - en nombre del bienestar “individual”. Tal vez exista alguien que se opone a todo uso de violencia, incluso para someter a un asesino, que se opone al aborto, y ni siquiera come huevos de gallina. Todos los demás debemos lidiar con un mundo en el cual no existen posiciones absolutas - por lo menos no sin encontrar una contradicción.

La culpa la tiene la arquitectura de la materia gris, cuyo diseño se basa en rápidamente identificar el peligro, y eludirlo o eliminarlo inmediatamente. Para ello, el ser humano no podía darse el lujo de entender los grises que adornan el equilibrio entre la vida y la muerte, y debía pintar su mundo en blanco y negro. Pero gracias a nuestra evolución social, el debate ha dejado de ser cuestión de “en cuál lado” uno se encuentre”, sino cómo se construye la realidad.

En medio de estas contradicciones, hay quienes están satisfechos con sentirse del lado que creen correcto, sin importar si en el proceso pequen del mismo absolutismo, reduccionismo, intolerancia y lógica lineal de la que peca el “enemigo”. El gran avance cultural del siglo XXI, sin embargo, yace en perfeccionar la metodología aplicada en el proceso de entender y cambiar el mundo, y no solo obstinarse en definir lo que éste mundo debe ser. El proceso de crear - y dejar simplemente de creer - implica utilizar toda la materia gris, no solo el lado izquierdo del cerebro. Ya no será suficiente defender las causas que suponemos correctas, sino entender que en el proceso debemos dejar de ser absolutistas al forjar verdades, y nuestra realidad. No me opongo, ni genéricamente apoyo, ni al aborto, ni a la guerra, ni al capitalismo ni al socialismo. Pero en el desquiciado propósito de evolucionar, trascender y transformar el paradigma binario, dualista y de imperativos absolutistas que gobierna hace miles de años nuestra manera de entender y construir la realidad - tanto en la izquierda, como en la derecha - entiendo perfectamente de qué lado estoy.

jueves, 8 de febrero de 2007

Plan B

Es absurdo asumir que el asedio a las Prefecturas resulta del desbordamiento espontáneo de los movimientos sociales. Es inocente, a su vez, suponer que el gobierno tiene una convicción clara respecto a principios elementales de alteración de poder, no sin contradicciones y cabildos. Después de todo, no podemos olvidar que lo “histórico” hace que la imposición sea ahora una legitima manifestación y reversión de 500 años de discriminación e injusticia. Por ende, llegará también el momento en el cual será insensato seguir defendiendo lo “indefendible”, es decir, las más básicas reglas de juego que permiten una convivencia democrática.

Dudo que los prefectos Paredes y Reyes Villa tengan vocación de mártir, y por grande su amor a la patria, democracia y libertad, parece que tendrán que elegir entre ‘defender lo indefendible’, o su integridad física, y la de sus familias. Ese momento – cuando el capricho y prepotencia de la turba desgaste por fin la democracia - no quedará otra opción que empezar a desarrollar un “Plan B”. Empecemos entonces.

En primer lugar, aun cargando credencial del partido oficialista, hay que despreocuparse por participar en la administración del Estado. Los puestos ya están comprometidos, y ello debería brindar el primer respiro. En segundo lugar, la salud del Estado está muy bien resguardada, debido a que los precios del gas, estaño y acero se mantendrán elevados, y durante muchos años por venir llenarán las arcas. Por ende no caeremos al nivel de Haití o Zimbabwe, y ello también debería brindar tranquilidad. Por ultimo, se debe encontrar algún bastión inexpugnable, un espacio tan elemental, que permita proteger los derechos básicos de las grandes mayorías, para evitar una caída aun mayor en la calidad de vida.

Uno de los elementos unificadores implícitos de las organizaciones sociales – eufemismo de grupos de choque de la nueva ‘involución a cuotas’ – es el resentimiento hacia quienes se aprovecharon del poder político para hacer fortuna. Unos cuantos se aprovecharon, y ahora la sociedad entera debe pagar la factura. Pero para poder pagarla, debemos convertirnos rápidamente en auténticos expertos del arte de construir una sociedad mas justa y equitativa, y para ello debemos entender “por qué” una economía basada en la libertad, es más eficiente y justa que una economía basada en la represión y el control político.

Es ‘indefendible’ defender la libertad, cuando no ha representado para el conjunto un mecanismo para avanzar de igual manera la condición de todos los que se esfuerzan y trabajan con dignidad. La libertad solo tiene sentido cuando las reglas permiten premiar su esfuerzo y capacidad. En este sentido, el pasado de nuestra patria es oscuro, y ahora debemos rectificar el daño cometido, sobre todo la arrogancia y racismo de quienes se beneficiaron de no ser iguales.

El bastión inexpugnable, ese espacio elemental desde el cual empieza la resistencia pasiva, es el ámbito privado de nuestra conciencia individual. Debemos ser concientes y convencidos que somos iguales ante Dios y las leyes. Si somos capaces de profundizar ese concepto básico, si empezamos a practicarlo, cual protesta pacifica, defenderemos así lo poco que por el momento es defendible: nuestro propio sentido de justicia.

Peleado en las calles no encontraremos respiro al asedio en el que se encuentra la sociedad, y tal vez pronto debamos incluso ceder todo el control político a la “involución a cuotas” del extremismo social. Entonces, el único respiro vendrá de la convicción que debemos avanzar la igualdad, aunque nos cueste dar la otra mejilla. La igualdad puede lograrse confiscando la propiedad privada, o avanzando un sistema justo, en el cual se premie la educación, la honestidad y el esfuerzo. Para avanzar el segundo escenario, primero debemos ser honestos en cuanto a nuestra visión, educarnos en cuanto al alcance de la libertad, y esforzarnos por ser más justos. El Plan B, entonces, es salvarnos de nosotros mismos, de nuestro racismo y arrogancia, y empezar a sentar en nuestra propia mente y corazón las bases de un mejor destino. La idea no es solo dejar que pase la tormenta, sino que cada uno empiece a educarse sobre la importancia de la libertad e igualdad, para que pronto y para todos salga el sol.

Pecado Cívico

Encomiendo respetuosamente a los poderes celestiales correspondientes considerar como pecado el “suponer”. Sugiero dicha medida, porque de lo contrario uno podría suponer– a esta altura de nuestro desarrollo democrático e institucional – que por lo menos en Copacabana se darían las condiciones para conductas racionales enmarcadas en el diálogo, que conduzcan a óptimos acuerdos cívicos mediados por las autoridades electas. El vacío de poder y de racionalidad en el proceso de resolución del conflicto es alarmante, debido a que uno supondría que la proximidad entre las comunidades del Lago Titicaca haría entender a quienes hoy bloquean el turismo y desarrollo económico, que los métodos que están siendo utilizados tan solo pueden rezagar el progreso de todos.

Aprovechando que aun no es pecado, procedo a “suponer” que el conflicto entre regiones, clases y partidos que se ha encendido cual fuego forestal, aun puede ser apagado mediante la aplicación de cierta racionalidad a las posturas radicales asumidas por ambos bandos. La consideración más elemental del bien común debería ser suficiente para encaminar el conflicto hacia un terreno en el cual prime la cordura y el dialogo. Sin embargo, el lenguaje maniqueo que está siendo utilizado está determinando todo lo contrario, y pareciera que nos enfilamos hacia un abismo en el cual todos hemos de perder.

Cuando el proceder político se centra en deslegitimar la posición de otro, el encontrar un sendero democrático y pacífico que permita resolver las diferencias se torna arduo he innecesariamente laborioso. Pero es tal la polarización de la sociedad, que me cuesta suponer que aun existen ciudadanos cuya postura no esté alimentada ya sea por un racismo denigrante que tanto mal ha hecho a nuestra nación, o por un resentimiento social que está también creando nefastas condiciones para nuestro devenir. Razones para oponerse al otro siempre existen, pero la racionalidad del proceso deliberativo se pierde cuando la estrategia se basa en satanizar las intenciones y esbozar una caricatura que permita reducir al otro a la condición de enemigo.

No entiendo como se supone que hemos de entrar en un proceso deliberativo en la Asamblea Constituyente, cuando las posiciones ya han sido encontradas, y sobre todo cuando el juego político ha entrado en dinámicas de suma cero, en la cual una mitad debe ganar lo que la otra pierde. Si esa es la madurez política de nuestros líderes, si no podemos suponer la más mínima capacidad de forjar condiciones para la estabilidad de nuestra sociedad, y si el futuro está enmarcado en una lucha intransigente entre dos bandos que continuarán reduciendo y desligitimando la posición del otro, Copacabana es y seguirá siendo el modelo de nuestra capacidad política. Los ciudadanos que pronto estaremos entre fuego cruzado tenemos la responsabilidad cívica de hacer por lo menos un llamado a que las partes utilicen argumentos, basen sus posiciones en principios, y dejen de utilizar tácticas medievales de confrontación entre grupos sociales cuyos futuros están intrínsicamente relacionados. No debemos suponer que es obvio que la actual estrategia tan solo puede llevar a Bolivia al derrotero de la infamia común. Pero si suponemos que se entiende que el reducir nuestra deliberación a “ellos” contra “nosotros” tan solo puede desembocar en un estancamiento nacional, y por ende será una estrategia evitada por nuestro lideres, seguiremos pecando de inocentes y seremos merecedores del infierno que nos depara.