lunes, 23 de junio de 2008

No Tiene Precio

Solía amargarme calcular el precio de mi conciencia. Un acceso diario a mi interior ha ido creando una mejor comprensión de las pugnas internas entre los bajos apetitos que debilitan mi voluntad y el sublime deseo de tratar justamente al prójimo. Aceptar la complejidad del mayor milagro de la existencia – la conciencia humana – lejos de imprimir en mí ser el monopolio de una inclinación o instinto, evita la hegemonía de un solo partido. Mi apetito por el sexo, estatus social o poder político compite a diario con mis ansias de paz, sentido de justicia y maldita obsesión por independencia. Tengo un precio; pero meditarlo, aceptarlo y calcularlo con mayor sabiduría permite vender cara mi capacidad de ser libre y solidario. Obligarme a decidir por una de las facetas de mi ser es una falsa dicotomía, que se interpone ante mi capacidad de forjar un “contrato social” entre mis flaquezas humanas y destellos de nobleza.

El precio para yo suponer que el ser humano es una tabla rasa perfectamente maleable en la cual – como diría Mao – se pueden escribir “los más hermosos poemas” es 5 millones de dólares. La realidad es que el cerebro humano está equipado para avanzar simultáneamente el interés de sus seres más cercanos y una conducta moral que permanentemente perfecciona el sistema de convivencia social. Por el monto anunciado, sin embargo, soy capaz de ignorar la evidencia de miles de años de experiencia humana, estudios del cerebro y de mi propio ser, para colaborar en convencer que lo único que se requiere para crear cooperación pura (eliminando todo egoísmo y competencia) es destruir el sistema capitalista de reproducción social.

Por 5 millones de dólares estoy dispuesto a contribuir al sueño erótico social que se puede – mediante una ingeniería social –crear un ser humano perfectamente desinteresado de su propio bienestar y abnegadamente entregado al poder racional del Estado. Por ese monto sería capaz de intercambiar la paz que me abraza en las noches antes de dormir, por el fantasma de saber que he colaborado con una errónea premisa que ya ha costado la vida a millones de inadaptados “egoístas”, y que sigue costándole a unos cuantos pueblos su bienestar y libertad.

El amor conquista cualquier obstáculo reza el refrán. El cerebro de Romeo saturado de oxitocinas hace racional incluso sacrificar la vida. El altruismo reciproco que el proceso evolutivo ha impreso en nuestro psique equilibra el interés personal, con la inclinación a cooperar con quienes avanzan nuestra propia supervivencia. Las aparentes contradicciones conviven en armonía, permitiendo que florezca la solidaridad y altruismo entre egoísmos y lujurias de poder. Esta complejidad es ignorada por revolucionarios del papel en blanco que - cuales amartelados quinceañeros - suponen ser capaces de conquistar incluso la naturaleza humana.

Tener “precio” obliga una permanente vigilancia y reflexión que enriquece el dictamen “conócete a ti mismo”. Por el contrario, suponer que el espíritu de la revolución puede destruir todo interés personal representa un amor de adolecente, que impide observar serenamente la multitud de intereses que compiten dentro cada ser. Enceguecidos por la adulación que despierta su idílica imaginación, los nuevos poderosos se aferraran a falsas premisas; una tozudez que para ellos – trágicamente - no tiene precio.
Flavio Machicado Teran

Minoría Genética

Existen minorías que son patologías de la mente. La más dramática es aquella compuesta de individuos - psicópatas - que carece sentimiento de culpa o remordimiento, y que actúan sin un sentido de comunidad. Sin conciencia del impacto que tienen sus actos sobre la fibra social, deambulan con infinita paciencia esperando el momento para aprovechar la buena voluntad de los demás. Los narcisos y ultra-egoístas pertenecen a esta coalición de facto de truhanes accidentales que no son culpables que la lotería genética los haya hecho tan mezquinos.

Sin el contexto de la solidaridad social esta “minoría genética” no tendría acceso a las riquezas del poder, un poder contingente en que todos (menos ellos) actúen de buena fe. Su abuso del sistema, sin embargo, no debe o puede ser corregido en centros de readaptación social, y el diseño constitucional debe ser favorecido a la ingeniería social. El ultra-egoísmo y narcisismo debe tratarse mediante reglas de juego que minimicen los impactos nocivos de una minoría que no ha elegido su inclinación. Un equilibrio entre libertad y justicia permitirá también regular la reproducción “cultural” de la patología.

En EE.UU., por ejemplo, la coalición de psicópatas, narcisos y ultra-egoístas en la derecha han colaborado para utilizar el marco constitucional en promover al “yo”. Toda acción tiene reacción, y las fuerzas tienden a encontrar su equilibrio. El individualismo exacerbado necesita un contrapeso en la capacidad de la comunidad de definir horizontes y enfrentar crisis. Es así que el individualismo salvaje del “yo” una vez más está siendo enfrentado por un paladín del poder de “nosotros”, y en la victoria de Barak Obama estaremos frente a una revolución democrática que - comparada con la “bolivariana”- ofrece un contraste similar al que existe entre la imprenta de Gutenberg y el Internet.

La posibilidad de este golpe de timón en el imperio se debe a que el orden social norteamericano está garantizado por un contrato social que permite dirimir diferencias políticas dentro de un pacto social implícito, posible gracias a un diseño constitucional práctico, sencillo y funcional. La iniciativa personal y los derechos del individuo no serán arrollados por el delirio de justicia de una colectividad desafectada. El equilibrio es movimiento permanente, no la destrucción de la otroidad.

La mejor defensa contra la minoría de egoístas es incorporar su energía, a la vez de proteger a la sociedad de su incontrolable ímpetu de acumulación, alimentado por un patológico sentimiento de insuficiencia. Un sistema bien diseñado permitirá un equilibrio entre egoístas y altruistas, los que asumen riesgos y los cobardes, los que trabajan 12 horas y los que solo saben protestar, entre el “yo” y el “nosotros”. En EE.UU. la izquierda debe ganar para avanzar este equilibrio.

Las emociones entran ahora en juego en el proceso electoral; y el odio de algunos asesores de Obama hacia Hillary puede afectar negativamente la unidad del partido. No hay que ser derechista para pertenecer a la minoría genética de narcisos y egoístas. La victoria de los demócratas - con o sin Hillary - parece un hecho. En la vida, sin embargo, no hay tal cosa como una victoria asegurada y la elección del “mejor” calificado para vicepresidente deberá ser tomada con prudencia, y no por el ego de las garrapatas del poder.

Flavio Machicado Teran

lunes, 9 de junio de 2008

El Ultimátum de Hillary Clinton

En la diplomacia un “ultimátum” es un pronunciamiento que amenaza con una severa consecuencia en caso de no aceptar los términos que han sido propuestos. El martes pasado vio el fin a las primarias del partido Demócrata con la sorpresiva declaración de Hillary Clinton de estar dispuesta a aceptar la vicepresidencia norteamericana. Su inocente comentario no otra cosa que un ultimátum a Barak Obama: “Aceptas el binomio Obama-Clinton y compartes conmigo el poder, o corres el riesgo de perder las próximas elecciones”.

Por primera vez en la historia de EE.UU. dos candidatos reciben 35 millones de votos en la elección interna de un partido, y por primera vez la diferencia es tan cerrada. El hecho que la pugna sea entre representantes de grupos sociales que hace apenas unas cuantas generaciones no tenían siquiera el derecho al voto hace que la contienda sea tanto más excepcional. La elección primaria ha llegado a su fin y Barak Obama es el candidato a la presidencia por el partido Demócrata. Todo indica que Obama será el primero de una minoría étnica a ser electo líder de una potencia mundial.[1]

El 17 de junio de 1988, el New York Times daba al candidato demócrata Michale Dukakis 15 puntos de ventaja sobre George H. W. Bush, padre del actual presidente norteamericano y entonces vicepresidente de Ronald Reagan. Al final, el vicepresidente Bush ganó las elecciones 411 votos electorales a apenas 111 votos para Dukakis (el voto popular fue 53.4% a 45.6% respectivamente). La terrible derrota de los demócratas se debió a que en EE.UU. el colegio electoral es quien elige al presidente y, cuando un candidato gana un estado, recibe todos los votos del colegio electoral que corresponden a ese estado. Estados como Ohio, Pennsylvania, Florida y Michigan tienen 23, 25, 21 y 20 votos respectivamente, mientras que estados como Oregón, Montana, Dakota del Sur y Nuevo México solo tienen 7, 4, 3 y 5. Ganar estados con muchos votos en el colegio electoral será clave en la próxima elección.

El partido Republicano parece estar destinado a perder estas elecciones. El presidente Bush tiene un índice de aprobación aún más bajo del que tenía el presidente Johnson en el punto más bajo de la guerra de Vietnam. Para el colmo, John McCain casi abandona al partido en 2001 para convertirse en independiente. Su posición política de centro ha desilusionado a las bases conservadoras del partido, que han aceptado a regañadientes su candidatura, una frialdad que puede inducir muchos abstenerse de votar.

Las opción política el 2008 es entre un flemático candidato de la guerra del oficialismo, y el candidato del cambio, un carismático líder adorado por las multitudes. El resultado parecería obvio. No obstante, aun con lo impopularidad de Bush, aun con la oposición generalizada a la guerra de Irak y una economía en serios problemas, existe la probabilidad que gane el candidato del partido que - hoy por hoy - es despreciado por la mayoría del pueblo norteamericano. El partido demócrata se convirtió en el partido de la igualdad étnica y derechos civiles en la década de 1960, y a partir de entonces los “racistas” votan por el partido republicano. Una victoria de Mc Cain, por ende, será porque simpatizantes de Hillary (sobre todo mujeres) sintieron que su líder fue tratada injustamente por su propio partido.

Si Obama opta por otra mujer que no sea Clinton, un segmento de la población verá esta decisión como una gran injusticia, ya que ninguna mujer puede ser una mejor candidata que aquella que ha arrasado en la votación. Si Obama opta por un hombre y rechaza la “oferta” de Clinton, igual las bases de Hillary se sentirán insultadas. Si una minoría de simpatizantes de Clinton, cualquiera su género, condición social o etnia, se siente desafectada porque a Hillary se la hizo a un lado, es posible que incluso cometan la irracionalidad de votar por el oponente. Un voto demócrata que pasa a ser republicano vale por dos, y en una elección cerrada esa puede ser la diferencia.

En un experimento llamado el Juego del Ultimátum los participantes deben dividir una suma de dinero con las siguientes condiciones: uno de ellos debe decidir cualquier distribución (el papel que juega Obama), y el segundo debe aceptar o rechazar la propuesta (el papel que juega Clinton). Si el segundo rechaza la oferta, ambos reciben cero. De lo contrario, se reparten el dinero según lo que el primero considera es “justo”. La premisa de “racionalidad” presupone que el segundo participante ha de aceptar cualquier propuesta, debido a que “algo” es mejor que “nada”. El resultado, sin embargo, demuestra que las decisiones no siempre son racionales, y que existe un componente emocional. Ofertas muy bajas fueron por lo general rechazadas. El investigador Sanfey concluye que “un trato injusto… puede conducir al individuo a sacrificar una considerable ganancia para castigar al otro por lo que percibe es una ofensa”.

El juego del ultimátum pertenece a una nueva disciplina llamada neuroeconomía, que investiga el papel de la emotividad dentro del proceso de toma de decisiones. Utilizando imágenes de resonancia magnética, Alan Sanfrey y su grupo de investigadores observaron que ofertas injustas despertaban actividad en áreas del cerebro asociadas con emociones como ser rabia o disgusto (ínsula anterior) y cognición (corteza prefrontal dorsolateral), sugiriendo el importante papel que juegan las emociones en el proceso de toma de decisiones. ¿Qué tiene esto que ver con Hillary y Obama? ¿Acaso no es Hillary la que hace una oferta y quien ofende a Obama por obligarlo a decidir si es justa?

Lo racional es que los demócratas se unan estas elecciones, para evitar que John McCain sea elegido al “tercer mandato de George W. Bush”. Lo racional es que la izquierda norteamericana unifique esfuerzos para enfrentar a un enemigo común, un enemigo que ha utilizado el miedo y el patriotismo para justificar una estrategia que está llevando a su país a la bancarrota, logrando tan solo atizar en tierras lejanas regionalismo y conflicto étnico. Pero la emotividad puede secuestrar la racionalidad, y aunque la mayoría prefiere no seguir por el mismo camino que ha llevado al desastre, si unos pocos hillaristas se sienten injuriados por un mal trato y no votan (o usan el voto castigo), o los obamistas se sienten tan ofendidos que rechazan el binomio de ensueño, estas emociones pueden lograr que la menos favorable opción salga elegida. ¿Suena familiar?

La derecha norteamericana sabe cómo utilizar reacciones emotivas, en particular el miedo. De promover la división interna pintando a Hillary como víctima, han pasado a la estrategia de echar sal sobre las heridas causadas por ácidas palabras de crítica que tuvo su marido Bill hacia Barak. No hay que ser parte de una vasta conspiración para entender que hay mala sangre entre los bandos, y ver que Hillary ha planteado un matrimonio apuntando el barril de una escopeta. La biografía de Goodwin sobre Abraham Lincoln, “Equipo de Rivales”, permite otra interpretación: no es signo de debilidad hacer a un lado enemistades personales para juntos hacer frente a una extraordinaria crisis, sino muestra de gran valor moral. Pero si las emociones ganan y Obama no elije a Clinton, existe el peligro que se repita la historia de George Mc Govern, cuya oposición a la guerra en Vietnam en 1972 no fue suficiente para evitar que Richard Nixon salga elegido.

Evidentemente Hillary está jugando su mano magistralmente y en una noche que las luces debieron brillar sobre Obama, logró que el reflector nuevamente se enfoque en ella. En las semanas que vienen Obama puede reaccionar emotivamente ante el ultimátum de Clinton y borrarla de su lista. Pero si Obama quiere ganar en los estados columpio en los que Clinton ganó cómodamente, deberá hacer a un lado la comprensible molestia de ser forzado a compartir el escenario. El cambio que el mundo añora aún no está asegurado, y lograr que triunfe una visión diferente a la que ha gobernado EE.UU. los últimos ocho años requerirá unidad y sacrificio personal. El pueblo prefiere A por encima de B, y a B por encima de C. Por ende, lo racional sería elegir A en vez de C. Pero los políticos saben manipular nuestro proceso de toma de decisiones. Prisioneros de nuestras emociones, en la política a veces acabamos con un C. ¿Suena familiar?

Flavio Machicado Teran

[1] Para los que están confundidos, los chinos son mayoría étnica en China, y los indios mayoría étnica en India