Luz pura y celestial, surca el cosmos con la esperanza de transformarse en neuronas, proteínas, oxígeno, y así celebrar enaltecidamente el milagro de existir. Mientras no encuentre la luz aquellas condicione ambientales – como las que brinda éste planeta azul – para luego brotar agua y vida, su fuerza vital seguirá siendo tan solo una ilusión. Es difícil establecer cuál nutriente o elemento es superior, pero podemos concluir que la luz por sí sola, es simplemente la voluntad divina de lo que puede ser.
En el planeta tierra existe otro nutriente imprescindible, por lo menos por ahora, que moviliza la industria, aceita la economía, cuya existencia permite a los pueblos obtener el pan de cada día, y permite al ser humano trascender. Sin hidrocarburos viviríamos la utopía ecologista, pero nuestro espíritu jamás hubiese alcanzado el nivel evolutivo actual, y aunque tal vez seríamos más felices en nuestra inocencia, nuestra apacibilidad sería como la de otros primates, al igual que nuestro desarrollo social. Pero no fue así, y la industrialización y el comercio – tan perniciosos para el clima – escupen bienes de consumos que, a la vez de hacer nuestra vida más cómoda, nos reduce a autómatas que gozan de tener más que el vecino, mientras que gente muere de hambre, desdichados millones que han sido olvidados por el progreso y la justicia terrenal.
Mientras nos vanagloriamos de los alcances de la libertad y el individualismo, el ser orgánico que conforma a la sociedad sufre debido a que existen hermanos que no pueden brindar a sus familias las necesidades básicas. El sistema que se ha globalizado impone como elementos vitales a la educación, la iniciativa, la disciplina económica, el ahorro y la inversión. De esta manera, millones de personas mueren de hambre cada año, mientras otras tantas mejoran su capacidad de generar riqueza, y superar su condición. Es un enigma complejo, pero esas son las reglas de juego del capital. Para el colmo, Dios ha complicado aún más el péndulo entre el libre mercado y la autocracia estatista, al darle a naciones con tendencias autocráticas y organicistas el poder de controlar el destino de la humanidad. El control de la energía mundial está en manos de Rusia, Arabia Saudita, Irán, Nigeria, y Venezuela, todas naciones que exaltan el valor del Estado paternalista, y otros fundamentalismos que coartan la iniciativa individualista y la libertad.
Pero la libertad, el libre comercio, la competencia, el ahorro, la meritocracia y otros instrumentos imperialistas sirven para hacer jardines allí donde solo hay tierra árida, condiciones que nosotros los países que heredamos nuestras fortunas no necesitamos crear. Somos los afortunados que podemos darnos el lujo de construir un Estado paternalista que alimente nuestras familias, y al esfuerzo e iniciativa individual los podemos por fin enterrar. De aquí a cincuenta años, cuando la tecnología desarrolle otra fuente de energía, bueno, ese día, que se preocupen nuestros nietos de hacer de Bolivia una nación ingeniosa y competitiva, ese día que se preocupen ellos por competir por inversiones y penetrar mercados con productos del maldito individualismo privado demencial. Nosotros no tenemos que preocuparnos por la sobre-valorada libertad e iniciativa privada, herramientas diabólicas de la opresión burguesa. ¡Tenemos gas! Y aunque no les guste a los gringos, vamos a crear un jardín utópico donde impere la solidaridad y la armonía. Mientras tanto debemos utilizar el doble discurso, y dejar entrever que apoyamos a la empresa privada. Después de todo, en el corto plazo necesitamos de los empleos que ellos crean. Pero a la larga, cuando el Estado sea una vez más fuerte y protagonista de la economía, solo apoyaremos a nuestros “patriotas”, y arrinconaremos ideológicamente a quienes su única bandera es la ganancia y la recompensa individual. Así, gota a gota aislaremos a los egoístas, para que se evaporen las aguas del empresariado vende patria, y regaremos nuestros sueños con el rocío bendito de nuestro sagrado gas.
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