La cultura mexicana tiene un lenguaje colorido y multidimensional, y algunas palabras adquieren, según su uso, varios y diversos significados. La “Cadena T” de televisión, interesada en entender un poco mejor este fenómeno, y compartirlo con su audiencia, me encargó ir a México a investigar. Una palabra en particular atrajo mi atención, y decidí enfocarme en ella: el vocablo naco. Después de varias semanas entrevistando a mexicanos, empecé a darme cuenta que tal vez había elegido un término demasiado sensible y controversial. Pero ya era demasiado tarde.
Encontré que la etimología de la expresión naco tiene por lo menos tres dimensiones, que se entrelazan en una danza que invoca desde lo “colonial”, hasta lo “coloquial”, penetrando el imaginario colectivo a momentos con humor y sutileza, y otras con desprecio. Existe, por ejemplo, una connotación, que aunque mínima y casi en desuso, hace la voz un tanto “racista”, y aunque naco no está identificado con un grupo étnico, quien lo utiliza expresa un cierto dejo de superioridad. Por otra parte, naco sugiere también una diferencia social. Me alegra reportar, sin embargo, que no obstante la distribución de la riqueza aún es pésima, el mexicano hace estragos por ser más igualitario, y tal vez por la herencia patriótica y revolucionaria de Villa y Zapata, tratan de no utilizar naco para mellar la dignidad y profundizar el dolor de quienes son más pobres. Por último, el uso más común y generalizado del vernáculo lingüístico, es de “mal gusto”, y un mexicano puede ser rubio de ojos azules, manejar un Mercedes Benz último modelo, pero si el coche trae dados de peluche en el parabrisa, un Garfield pegado a la ventana trasera, está pintado el auto con los colores de la bandera mexicana, y trae un bocina al ritmo de “La Cucaracha”, ese mexicano corre el riego que alguien lo considere un naco.
Al regresar a Bolivia fui recibido con la censura del Supremo Consejo de Buenos Usos y Costumbres Nacional (SUBUCONA), institución autárquica encargada de preservar la integridad de nuestra asediada nación. Según el Supremo Consejo, la discusión pública de las connotaciones culturales del vocablo naco en México, “alentaba la reconstrucción de terminología racista y clasista, y era contraproducente al imperativo revolucionario de construir un nuevo hombre”. Me dio mucha pena gastar tiempo y esfuerzo en vano, y me fui resignado pensando que ahí terminaba la cosa. Pero aparentemente el vicepresidente de SUBUCONA escucho algo en el programa Sin Letra Chica, y fui nuevamente llamado a declarar. Me sentaron en una habitación oscura, con un foco brillante directamente enfocado a mi cara, y empezaron a preguntarme sobre mi “agenda”. Varias hipótesis fueron expuestas para que confiese, entre otras que yo había sido encargado la misión de desestabilizar al Gobierno y avivar el fuego racistas entre mis hermanos burgueses por la embajada norteamericana, y que “estaban utilizando mi inteligencia” para justificar su dominio global.
Les expliqué que “mis hermanos burgueses”, después de mis casi treinta años de exilio, nunca me habían siquiera tratado, no me conocían, y en base a sus prejuicios me hacían un bohemio bien naco y comunista. También confesé no tener ninguna afiliación partidista, he incluso haber votado las pasadas elecciones en contra de la corrupta partidocracia nacional. Protesté que mi única “agenda” era la curiosidad periodística, humana y natural de entender el “por qué” de las cosas (digo, sin obsesionarse con disecar la realidad con el ímpetu reduccionista científico de reducirla en componentes desagregados). No del todo satisfechos con mi explicación, a regañadientes decidieron dejarme en libertad, amenazando que estarían vigilando cuidadosamente los reportajes emitidos “en Cadena T”.
La libertad de expresión conlleva ciertas responsabilidades, y uno no puede difamar o inventarse hechos. Sin embargo, creo que el Supremo Consejo también comete un atropello al derecho de libre pensamiento y expresión, al acusar impunemente y sin pruebas a los demás de tener una “agenda” o “conspirar”, y luego no ofrecer razones ni explicaciones para apoyar su convicción. En mi caso, el que estudie y brinde un reportaje sobre el vocablo naco puede parecerle a alguien – y sobre todo a SUBUCONA - un ejercicio estúpido, inconsecuente, mediocre, ridículo o de mal gusto, y por ende pueden objetar mi estilo y profesionalismo, eso lo puedo aceptar. Pero que me juzguen de tener una “agenda” y luego no se den la molestia de explicar de qué se trata dicha agenda, o quienes estamos conspirando, y cual es nuestro macabro objetivo, me parece un abuso del poder de la censura. Yo entiendo la necesidad de que nos proteja de elementos subversivos que quieren dividir a nuestra nación, y de quienes pretenden perpetuar las injusticias y desigualdades. Pero la investidura de SUBUCONA, creo, obliga – precisamente velando por su legitimidad – de que se delimiten sus competencias y facultades, porque de lo contrario el ejercicio de la censura, o el llamado a la auto-censura, puede convertirse en una instrumento político que viola las garantías y derechos ciudadanos en nombre del poder. Tal vez sea naco de mi parte estudiar, especialmente bajo el gobierno de Vicente Fox, la jerga lingüística en la cultura mexicana. Pero créanme que no tenía ninguna otra agenda que la curiosidad intelectual.
Es por esto que no puedo esperar a sea democráticamente elegido el asambleísta que va a representarme en mi distrito. No importa quién sea este individuo, o de que partido venga, porque nos representará a todos. A esta persona le voy a escribir una carta, pidiéndole por favor luche en la Asamblea Constituyente para que sea una Ley de la Nación, que quienes ejercen el poder, reconozcan que éste es un poder Supremo del pueblo, y que por lo tanto su ejercicio debe regirse por ciertas competencias y facultades, aunque quienes gobiernen no entiendan, acepten o respeten su valor. Y ojalá el día de mañana, quienes gobiernen no se sientan con la potestad de utilizar el poder investido en su cargo para utilizar de manera discrecional sus facultades, porque de otra manera el ejercicio de escribir un Nuevo Acuerdo será una inmensa farsa, y una grandísima perdida de tiempo. El Supremo Consejo de Buenos Usos y Costumbres Nacional tal vez tenga el derecho de cuestionar mi profesionalismo, y determinar si lo que escribo o reporto es “bueno” o “malo”, profesional o no, pero no tiene derecho a decidir de qué lado pertenezco en la eterna lucha entre el bien y el mal. De lo contrario, el “Supremo Consejo” no solo estará restándole credibilidad, dignidad y lustre a su investidura, sino que estará manifestando su prepotencia, mal gusto e ignorancia.
* La anterior nota es una recuento ficticio para un nuevo género, la “novela-realidad”, idea que por razones de “auto-regulación” ha
sido rechazada por UNITEL
No hay comentarios.:
Publicar un comentario