martes, 18 de septiembre de 2012

Gran Misterio


Desde el enamoramiento narcisista del hombre que lo entiende únicamente como un fenómeno humano,  hasta el romántico animismo que celebra un ser que impregna el vaivén entre el cosmos y la pachamama, no existe enigma más profundo que el misterio del “ser”.

En los albores de la civilización, nuestro pensamiento encontró en el movimiento de los astros evidencia del diseño e infinitas posibilidades del “ser”. En la astrología (de cuna egipcia y formación helénica), el ser humano depositó su fe en un orden que escapa el caos terrenal. Gran alivio proviene del bálsamo de lo eterno, una luz de esperanza en medio de oscuros instintos que supuestamente conducen las causes del mal.

En vísperas de una nueva era y ante el daño ocasionado por una mezcla de nihilismo moderno y maniqueísmo medieval, observar la dualidad de la existencia de una manera más sofisticada es cuestión de supervivencia. Seguir viendo el misterio más grande utilizando una cosmología obsoleta, equivale a intimar los secretos de las galaxias con el telescopio que usaba Galileo.

Entrever el misterio del ser requiere celebrar sus múltiples dimensiones. La dimensión material del ser – reducida a la mecánica de un cuerpo inerte tanto por la ciencia y religión - posee múltiples esencias; partículas en vibración que se agregan para formar seres cada vez más complejos.  El más complejo de todos los cuerpos son estrellas, coquetas formas materiales en perfecta sincronización, surcando los cielos bajo un principio ordenador universal.

El movimiento errático del nivel atómico se traduce misteriosamente en movimientos predecibles de la tierra alrededor del sol. Pero el orden matemático planetario es contradicho por electrones se comportan como onda y partícula a la vez, una paradoja que refleja la complejidad del ser. Si existe esperanza para una reconciliación entre la fe y la razón, será a través de la reconciliación de las diversas dimensiones del ser: átomo y planeta, materia y espíritu, masculino y femenino, ying-yang.

Si el misterio del mundo sub-atómico promete ayudar a integrar nuestra fragmentada cosmovisión, los astros siempre fueron agentes de fe y certeza. En su libro Cosmos y Psique, Richard Tarnas observa una transición entre una astrología enfocada en “intuir la voluntad de los dioses celestiales y responder a ella mediante el ritual adecuado, a la sistemática observación de las regularidades geométricas de regularidades en los movimientos astronómico y aplicación de principios universales de interpretación”. Es decir, un encuentro entre física y metafísica, esta vez libre de supersticiones y determinismos.

El gran misterio del “ser” (materia, psique, biología, cultura, lenguaje, espíritu), al igual que el interior atómico de la materia (onda y partícula), son paradojas que apuntan a las múltiples dimensiones e interrelación entre las diferentes manifestaciones. Solamente cuando abandonemos abstracciones binarias (blanco y negro) de antaño, para mirar a través del lente integral que ilumina el arcoíris de un ser que es realidad y potencialidad a la vez, podremos trascender nuestro ser primitivo, para por fin ser humanos.

La nueva era de Acuario no llegará gracias a rituales vacuos o voluntarismos; tampoco por dictamen de los astros, por muy bien alineados que ellos ahora estén. Una nueva era está llegando gracias a una transformación en nuestra cosmovisión, que algún día celebrará la multiplicidad del misterio más hermoso, sin discriminar ni satanizar la otredad.