lunes, 6 de octubre de 2014

Misa Crítica

Cuando un mono lavó su camote en una isla japonesa, dio lugar a una revolución cultural. Sucedió en 1958, durante un experimento científico que consistía en arrojar camotes en la arena. De pronto, a un macaco se le ocurrió lavar el tubérculo. Su conducta fue imitada por otro mono, luego por otro, hasta llegar a la masa crítica. Cuando varios macacos de la isla de Koshima entendieron que lavar el camote era una forma más sabrosa de engullir calorías, la conducta pasó a formar parte de su arsenal cultural.

Después del centésimo macaco que lavo su comida, todos empezaron a degustar camotes dulces sin retrogusto a trocitos rocosos de sal. En el caso de los seres humanos, repetimos conductas destructivas sin importar el resultado. Para nuestra especie, la “masa crítica” funciona bien en el mercado de consumo, donde aprendemos rápidamente a degustar de la última moda. Pero cuando se trata de conductas que contribuyan al bien común, nuestra cultura milenaria se convierte fácilmente en individualista, egoísta e irresponsable.

¿Cooperar no botando basura? Para qué, ¡si es solo un pedacito de papel! Cuando millones tiran un pequeño papelito, se transforma en un gran tapón que, de darse una tormenta de granizo como la del 2002, puede causar otra tragedia. Tal vez sea un residuo del neoliberalismo pero, sin importar las consecuencias, el citadino se niega a cooperar con los demás. De boca para afuera es un ser comunitario. Su conducta, sin embargo, demuestra que se avoca a su interés personal.

En la isla de la zona sur de La Paz, barrio de todo estrato social, la Alcaldía ha creado (sin pensar) su propio experimento. Debido al reordenamiento vehicular recientemente implementado, una de las salidas de Achumani es a través de la calle 20 de Calacoto, donde se instaló un semáforo para que el tráfico pueda cruzar de Este a Oeste la avenida Ballivian.

Los transportistas protestaron que el semáforo de la calle 20 les perjudica. Cediendo al chantaje sindical, la regulación tecnológica del tráfico fue cancelada. No obstante la actual libertad de transitar por esa intersección de manera irrestricta, se observa choferes que disminuyen la velocidad, permitiendo que los que vienen de Achumani crucen delante de ellos.

Al igual que los macacos aprendieron a lavar sus camotes, es posible que los conductores aprendan a cooperar, para así agilizar el tráfico. Reemplazar el semáforo de la calle 20 con la cortesía de permitir que fluya el tráfico, es una manera de aportar al bien común. Porque cuando se bloquea una intersección para ganar 20 segundos, aquellos coches que pretenden cruzar dicha intersección pierden minutos. Y cuando vamos sumando los minutos, el bloquear intersecciones causa un círculo vicioso.

La “ventajita” de bloquear la intersección hace creer que ganamos 20 segundos. La mezquindad, sin embargo, resulta inútil. Al igual que el pedacito de papel que tiramos se acumula, cuando todos bloquean su respectiva intersección, construimos un tapón en todas las calles, lo cual nos hace a todos perder horas.

Bloquear una intersección es egoísmo; un acto mezquino, irracional y cortoplacista. No bloquear una intersección es un acto de interés personal, porque promueve la cooperación y aporta al bien común. Muchos hablan en contra el egoísmo, como si estuviesen en una cruzada medieval. A la hora de ejercer su “patriotismo”, sin embargo, tiran basura a la calle y bloquean intersecciones. Con seguridad no entienden la diferencia entre egoísmo e interés personal.   


Muchos fieles del poder disfrutan la moda del “comunitarismo”. Pero cuando actúan, piensan solo en ellos. Afortunadamente la necesidad es la madre de la colaboración. Cuando la urbe crece, se necesita de más que rituales cristianos o demagogia socialista; se requiere ejercer las bondades de la cooperación. Lo fácil es llenarse la boca de votos de hermandad y solidaridad; lo difícil es ejercer en las calles (y por interés personal) el compromiso de colaborar con los demás.