No me pidan un nombre o me pregunten si de veras sucedió, lo que importa es que cosas así suceden todo el tiempo. Se trata de un ser querido cuya paz y equilibrio han sido despedazados al sentirse culpable por la muerte de su padre. Indudablemente la deuda que cada uno de nosotros tiene con nuestros progenitores es grande, y muchos quisiéramos poder mejor retribuir el sacrificio y cariño dispensado. Pero el caer prisionero de una abstracción cósmica, de una fuerza divina que mantiene registros de nuestros actos - cual escribano del karma - y que supuestamente puede llegar a quitarnos un ser querido para castigar nuestra conducta, no solo es una fantasía medieval, sino que peca de un ignorante egocentrismo. La vida, debemos aceptar, no gira alrededor de nosotros. Y si la vida decide dar una vuelta más en el ciclo interminable de renovación – que sucede todos los días – es porque la vida tiene su propia agenda, y es reconstruir mediante la muerte el subsistir de todo lo que vuelve a nacer.
Un político - ya no tan querido - se ha ausentado del país después de crear con su arrogante manejo del poder un caos que acabó costándole la vida a decenas de personas. El dolor que dejó en estas familias es grande, y el vacío se extiende a toda una población que hoy mira con amargura y desasosiego el hecho que dicho individuo se encuentre prófugo de la ley. Durante un almuerzo familiar - refiriéndose a este “mal líder” - en su dulzura-convertida-en-impotencia, una prima exclamó, “pero algún día ha de recibir su merecido castigo”. Sin mayor ánimo de ofender, ni mucho menos, y sobre todo atormentado por las consecuencias que dicha lógica cobra en el ser querido anteriormente mencionado, impute la ineficiencia de dicha fuerza cósmica que dispende castigos. Reconozco cierta dosis de ironía cuando procedí yo a invocar los 50 millones de individuos que tuvieron que morir antes de que se le de fin a la vida de Hitler, responsable directo de cada una de esas tragedias personales. Pero si hubiésemos aceptamos el monopolio de las fuerzas-que-castigan, en lugar de la voluntad de los soldados aliados que irrumpieron en Berlín, tal vez estas palabras estarían hoy escritas en alemán.
Al igual que aquellos pueblos olvidados por la ley, que cuando son ultrajados por ladrones deben implementar su propia versión de justicia comunitaria, es razonable sentirse descorazonado por la impunidad y el abandono de la justicia divina. Y cuando no podemos cercar al malhechor y dispensar justicia – con o sin el brazo de la ley - nos ayuda a sentirnos mejor sentir en lo profundo de nuestro ser, creer que existe un Ser Supremo que vela por nuestra seguridad, y sobre todo que dispensa dicha justicia. En ésta época de fundamentalismos religiosos, cuando una caricatura mal concebida puede resultar en muertes, probablemente me cueste el odio de mi prójimo decir que considero existen peligros en estos placebos mentales. Es decir, puede ser “inocente” decirle a una niña que su hermanita “está en el cielo”. Es una manera de aplacar su dolor y darle fe que algún día volverá a verla. Pero vivir toda una vida delegando a fuerza externas la responsabilidad de construir condiciones de vida, es una estrategia existencial que temo empieza a encontrar serias limitaciones prácticas.
Yo creo fervientemente en Dios. Pero mi Dios es un Dios cuya energía y conciencia se enfoca en crear (entre otras condiciones de vida), seres diminutos – hormigas - que instintivamente cortan hojas para luego enterrarlas debajo de las sabanas africanas. Estas hojas se convierten en hongos, que a su vez alterna el pH del suelo, y lo fertilizan, permitiendo que broten nutritivos pastos que luego habrán de alimentar a cebras, que terminarán en el estomago de un adorable cachorrito de león. Ese Dios es igual de misterioso y magnificente que el Dios que castiga. Ese Dios es igual de bondadoso e impenetrable que el Dios que mantiene una bitácora de cada uno de nuestros actos, una bitácora para cada uno de los seres humanos que habitan sobre el planeta. Ese Dios es igual de milagroso que el Dios que se ofende cuando no lo adoramos como lo demanda nuestra tribu. La diferencia es que mi Dios no es en imagen y semejanza del ser humano, y es un Dios que trasciende el ego, la maldad y la ignorancia, porque tiene todo un Universo – y no solo este planeta - para verter vida en sus entrañas.
Sin embargo, mi querida prima lo tomó personal, y reclamó que “le estaba faltando el respeto a Dios”. Es decir, si no me suscribo al dogma de un Dios que castiga, estoy siendo irrespetuoso, porque el único Dios que existe es todopoderoso, y parte de sus poderes seguramente deben ser castigar a quienes engañan a su prójimo. Yo no creo en un Dios que castigue, pero si creo en la inocencia del ser humano. Y la diferencia es notable. El individuo que ocasionó el sufrimiento irremediable de decenas de familias bolivianas un octubre negro, puede tener un remordimiento de conciencia, o puede que no. Las personas que perdieron a sus seres queridos ahora pueden haber perdido también su inocencia, o puede que no. Quien me quita la vida, se lleva algo efímero y transitorio. Quien me arrebata la inocencia, se lleva también mi espíritu.
Pero no hay que confundir inocencia con irresponsabilidad, o falta de prudencia. La inocencia a la que me refiero es la capacidad de confiar en el prójimo, pero como dicen, “confía en Dios, pero ponle un candado bien grande a tu puerta”. El delegar la responsabilidad sobre nuestra integridad física y moral, el pretender que alguna fuerza divina mantiene una permanente vigilia sobre nuestros actos, y sobre los actos de los demás, temo atenta contra esa inocencia, ya que del amor al odio hay un solo paso, y de la fe al cinismo parece ser igual. Ahora bien, yo no hice más que expresar mi parecer, sin embargo hubo quien luego me acusó de querer imponer sobre otros mi verdad. ¡Que ironía! Yo tan solo solicité de esta fuerza divina – parte de una abstracta “ley universal” – castigar con mayor eficiencia, y resulta que soy yo el desubicado. Tan solo expresé mi diferencia conceptual en cuanto al camino que sigo para alimentar mi espiritualidad y fe, y resulta que la percepción en los demás en cuanto a mi intención es que quiero imponer mi verdad. Tal vez esté loco, pero considero que quienes imponen su verdad son quienes no aceptan siquiera escuchar una versión que contradiga la suya. El fundamentalismo religioso parece no ser monopolio del Islam.
En la medicina existe la figura del placebo, y está perfectamente comprobado que funciona en quienes creen que funciona. Para que un placebo funcione, sin embargo, la persona que lo toma no puede saber que es un placebo, y debe creer que es un remedio que ha de resolver su mal. No tengo nada contra el placebo. Mi preocupación es que – por defender al placebo - se desvirtúe e obstruya la capacidad de desarrollar remedios avanzados para enfermedades avanzadas. El ser humano hoy acusa un mal existencial que le resta vitalidad y sobre todo responsabilidad en sus actos. El apostar nuestro desarrollo personal en una deidad-a-nuestra-imagen y semejanza, que castiga y toma partidos, que favorece a los cristianos y condena a los musulmanes – o viceversa – es proyectar un ego maltrecho a una batalla tribal inventada por un pasado medieval. Hoy los retos son onerosos, y tenemos que luchar contra el hambre y la injusticia. La energía, sin embargo, pareciera estar enfocada en defender a la fuerza superior que elegimos – o que nos ha elegido - en lugar de avanzar medicinas espirituales que le den sentido a la vida y a la muerte, sin necesidad de apelar al universo de un más allá desconocido e inculcado dogmáticamente - ya sea por nuestra iglesia, o nuestra imaginación. Yo la quiero mucho a mi prima, pero no creo que sea tolerante o misericordioso de su parte el negarme el derecho a decirle – con el más grande amor - que ni Dios, ni las fuerzas y leyes universales que ha creado, pierden el tiempo en castigar la ignorancia o maldad humana.
Si queremos entereza, empecemos por perfeccionar nuestro sistema jurídico. Si queremos paz, empecemos por ser más concientes de nuestros actos y sus consecuencias. Si queremos evolucionar como sociedad, enfoquémonos en crear el marco constitucional que defienda nuestros derechos, y exija a los demás cumplir con su responsabilidad de no afectar o perjudicar a los demás. Si queremos justicia, dejemos de derrochar energía en abstracciones divinas, dejemos a “Dios” seguir creando vida, y asumamos la responsabilidad de crear condiciones para la justicia aquí en la tierra.
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