Tal vez sea el frío, o la deshidratación ante la sed de justicia, pero las defensas andan bajas, y los virus se están dejando sentir. Un amigo, ante el sufrimiento que le causa así vernos, nos ha mandado un buen jarabe para la tos. Durante cuatro décadas, este vecino ha concentrado sus esfuerzos precisamente en elaborar remedios – sobre todo contra la desigualdad - y a un precio menor: haciendo a todos igualmente pobres. En su casa nadie muere de tos, y a cambio sus hijos solo debe renunciar su libertad. Lastima que, siendo que vive en una isla en el caribe, y no en las frígidas tierras andinas, no entiende que aquí tal vez el jarabe solo logre ocultar los síntomas, y que corremos el riesgo de contraer una pulmonía.
Hay que celebrar el que en este mundo del Señor, haya surgido una sociedad que puede declarar orgullosamente que logró forjar un espíritu de solidaridad revolucionario, que le permite ser de las pocas nación del mundo donde ni un solo niño duerme en la calle. Indudablemente, el comandante Castro, con mano firme y despiadada, ha logrado imponer el más noble de todos los incentivos, morir por la igualdad. De alguna manera, en su capacidad de sacrifico personal - y el de toda una sociedad - Fidel resulta ser la versión latina del espíritu taliban. Pero era otro el entorno que permitió forjar tal “milagro social”, no el menor de ellos una Guerra Fría que fusionó las voluntades (con ayudita del paredón) en un proyecto digno de cantarle alabanzas.
Fidel ahora manda miles de doctores cubanos, con la mejor intención de brindarle al pueblo boliviano jarabe de palo. Nadie duda que sus intenciones son excelentes. Pero ¿qué pasa con la joven recién egresada del colegio? Ella debe elegir qué estudiar, pero si decide ser doctora, deberá sacrificar 10 años de su vida, para luego ganar un sueldo promedio de Bs. 1,200. Puede que ella no comulgue con el capitalismo salvaje, pero les aseguro que utilizará dos preceptos de mercado: el costo de oportunidad, y los incentivos. El primer concepto es el monto que dejará de ganar durante 10 años por estudiar medicina, suponiendo que sus estudios son gratis. Si dejara de ganar solo Bs. 500 al mes, en 10 años esa estudiante habría renunciado a un ingreso de Bs. 60,000 (sin contar intereses). Una vez egresada, y a un sueldo de médico de Bs. 1,200 mensuales, le tomaría más de cuatro años recuperar el tiempo invertido.
La justicia social requiere que todos tengamos igualdad de oportunidades para estudiar y trabajar, y el Estado debe ayudar a crear las condiciones. Se ha discriminado a la mayoría de la población en este sentido, y no se le haya brindado la oportunidad a que desarrolle sus capacidades y conocimientos, y ello es un crimen. Pero la solución es ahora crear igualad de oportunidades, y desarrollar los recursos humanos con los cuales apalancar nuestro desarrollo, ya que no solo el gas puede cumplir ese objetivo. Tenemos ahora la oportunidad de redimir errores pasados con políticas justas y prácticas. Pero parece ser que preferimos respirar por la herida, eliminando cualquier indicio “capitalista” del incentivo personal, para llevar a cabo la ingeniería social que imponga la solidaridad comunitaria. Yo se que es frío y calculador ponerle precio al voto hipocrático. Pero la realidad es que, en total ignorancia de la consecuencia que tendrán el crear desincentivos para quienes desean estudiar medicina, estamos hipotecando las siguientes generaciones de médicos. Quienes hoy contemplan dicha profesión – estupefactos – deben sentir que no solo les espera diez años de estudio, sino que deben hacerlo para ganar el sueldo de médico más bajo de Sudamérica, para que encima les cambien las reglas de juego al ejercer su profesión. Parece ser que en la “patria grande” tendremos que tragarnos la medicina que acaba con toda garantía e incentivo para que sea el individuo quien decida invertir en su futuro y desarrollo personal, ya que los recursos humanos - junto a la iniciativa individual - deberán dejar de ser la base sobre la cual se cimiente la riqueza, salud y soberanía nacional.
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