lunes, 23 de febrero de 2015

Socialismo de Doble Vía

El polizón viaja sin pagar. En Teoría de Juegos el “polizón” (free-rider) es aquel que disfruta del esfuerzo de la comunidad sin aportar el suyo propio. Para evitar al polizón, el ayllu implementa normas sociales bajo la lógica “Ama Quella” (no seas haragán). En la economía comunitaria todos deben aportar al buen vivir. En la economía rentista del paternalismo de Estado sucede lo contrario: el ciudadano se acostumbra a recibir una entrada a cambio de nada.

La corrupción moral de quienes gobernaron durante siglos ha contagiado al pueblo. Tal vez no puedan robar millones y llevárselos a Miami. Pero el pueblo se contenta con dadivas que entran a su bolsillo cortesía del tesoro nacional, sin aportar a cambio su granito de arena. Ejemplos de ello hay miles; desde lo banal (botar basura en la calle), hasta lo estructural (no acabar la fachada para no pagar más impuestos). El contribuir al buen vivir, por ende, encuentra muchas limitantes, algunas de ella producto de un vacío conceptual.

Acabar fachadas, botar la basura en su lugar y pagar impuestos implica un costo (en dinero o energía). El dictamen del polizón es minimizar su esfuerzo personal y maximizar su beneficio del trabajo del otro. Si los demás pintan sus paredes y mantienen las alcantarillas libres de basura, el polizón puede disfrutar de una ciudad limpia y sin riadas asesinas (producto de escombros en bocas de tormenta) sin haber contribuido con su parte.

Los incentivos para cooperar usualmente vienen de la mano de normas. De nada sirve pintar una fachada si el Estado, en vez de premiar el esfuerzo individual, lo castiga con mayores impuestos. De nada sirve embellecer su casa, si las pandillas expresan impunemente su instinto tribal en la pared del otro. El aparato del Estado, enfocado en exprimir tributos a los que participan de la economía formal, no pierde tiempo y recursos castigando a los que ensucian y destruyen el ornamento público y privado.

Pero algo extraño sucedió en el camino al socialismo del Siglo XXI. En la doble vía a Oruro el Gobierno ha decretado que aquel que usa la carretera debe pagar parte del costo del mantenimiento. La nueva carreta a Oruro permite mayor seguridad, eficacia y dinamismo económico. Los viajeros ganarán tiempo, los comerciantes moverán mejor sus mercancías y los transportistas verán su inversión protegida. Menos tiempo, menos amortiguadores, menos gasolina. La inversión en infraestructura trae desarrollo.

Resulta igualmente extraño que, en vez de celebrar que el Gobierno intente inculcar valores de una economía de mercado, donde el que usa paga, algunos en la oposición pretende atizar el descontento, argumentando que el costo será pasado en aumentos de pasaje al pobre usuario. En vez de felicitar al Gobierno por menguar la mentalidad rentista de polizón siquiera en la doble vía a Oruro, unos callan, mientras otros buscan canalizar el descontento en el sector transporte hacia sus propios intereses partidistas.

La vía al socialismo del Siglo XXI tiene un carril de ida hacia la demagogia paternalista, y otro carril de regreso a la lógica de una economía de mercado. Prueba de ello es la adulación del Ministro Arce hacia el poder de la demanda interna, un eufemismo para el gasto en consumo discrecional; un tipo de consumismo frívolo que a la vez que crea un efecto multiplicador, nos aleja del ideal de “no seas vanidoso”.  

En la doble vía del pragmatismo dialéctico, el Gobierno afina su política económica con pinceladas “liberales”. Si bien seguirá subvencionando a diestra y siniestra, por lo menos demuestra voluntad de implementar una pequeña dosis de disciplina fiscal. En vez de lanzar escarnios por subir el precio del peaje, deberíamos aplaudir el concepto que el desarrollo es responsabilidad de todos.

Pagar por usar un bien común parecerá un concepto “neoliberal”. Pero aportar al buen vivir es también un concepto “comunitario”. En el actual vacío conceptual, sin embargo, solo en los “opinólogos” se preocupan por los fondos que salen a borbotones de las arcas del Estado, mientras que el pueblo queda deslumbrado por lo magistral que fue la Entrada. 

viernes, 13 de febrero de 2015

Pragmatismo Dialectico

“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general”. 

Según Marx, las relaciones que reproducen la vida en sociedad son independientes de la voluntad humana y corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.  Es decir, nuestros valores, instituciones y creencias están determinados por factores externos, sujetos a la manera como se producen las condiciones básicas para subsistir.

La concepción materialista de la historia siempre fue considerada uno de los grandes logros del marxismo. Sus más entusiastas seguidores decían que lo que Darwin hizo con la evolución orgánica, Marx logró con la evolución de la sociedad. Según Marx, los procesos de cambio en la sociedad no se suscitan cuando así lo dicta la consciencia del individuo, sino cuando las contradicciones en el método de producción se acumulan hasta el punto de hacer inevitable una revolución.

El materialismo dialectico desarrollado posteriormente por Lenin postulaba que, una vez corregidas las condiciones económicas, el resto de la superestructura social se adaptaría en un proceso liberador del hombre, por el hombre. En la medida que el marxismo se ha ido adaptando a las condiciones reales de la historia, sus reglas de la evolución social han ido cambiando. Es por ello que el marxismo ha venido sufriendo revisión tras revisión, la última de ellas una retroceso del ateísmo (“Dios es el opio del pueblo”, Marx) a una nueva encontrada admiración (“Por Cristo, el más grande socialista de la historia”, Chávez).

Revisionismos anteriores fueron la alternativa no violenta y gradual para reformar al capitalismo de Bernstein y Jaurès, la visión anti-gradualista de revolución permanente de Trosky y el socialismo de mercado de Bukharin. Pero fue Herbert Marcuse quien primero atentó contra la integridad el carácter “científico” del marxismo, al regresar a la mesa revolucionaria factores diferentes a los medios de producción, específicamente a la energía vital de Eros.

Según Marcuse, Eros se manifiesta en la forma de una consciencia capaz de utilizar el Principio del Placer para transformar una sociedad, en vez de destruirla (ver: dualidad entre Eros y Tánatos). Freud había condenado a ser reprimida en nombre de la estabilidad de la civilización a la energía que emana de la libido (energía sexual). Mientras que el individuo busca su libertad personal, la civilización requiere conformismo y una represión casi instintiva. Por ende, la paradoja de la civilización es que, para protegernos del caos e infelicidad, requiere de una represión neurótica de los instintos.

Si Freud fue un conservador al servicio de la autoridad patriarcal, o un revolucionario siempre ha sido causa de debate. Lo cierto es que el descontento al cual se refiere es que la civilización demanda que sus miembros circunventen el erotismo natural que yace en la base del amor. Si bien Eros contiene un instinto amoroso que une a los individuos, también contiene instintos agresivos que deben ser reprimidos. Los horrores de la Primera Guerra Mundial establecieron para Freud con claridad su lamentable hipótesis.

En la medida que Freud fue siendo cada vez más acepado por el “establishment”, intelectuales dieron un giro a sus teorías, para encontrar en ellas la piedra filosofal del conformismo democrático. Una sociedad capitalista, después de todo, depende de la productividad de su clase trabajadora. Si los obreros son permitidos a permanecer en un estado de gratificación continua, ello significaría un descenso en la productividad laboral.

La represión de Eros por parte del sistema, según Marcuse, es tan sutil que logra someter al individuo con su propio consentimiento. Es decir, en vez de un aparato de inteligencia policial, que imponga los valores y conductas necesarias para el óptimo funcionamiento del sistema, el individuo incorpora dentro de su propia psique los requerimientos del Principio de la Realidad (como ser la Ley y el Orden) y “los transmite a la siguiente generación". El ser humano sometido por su propia mente es la pesadilla orwelliana convertida en realidad.

Marcuse concluye que sin una represión básica, la sociedad entraría en una vorágine de hedonismo “carente de sentido” y dicha entrega al erotismo pondría en peligro la producción de recursos básicos. Lo que se debe eliminar es la “Represión Excedente”, que el capitalismo (sistema) impone para reproducir trabajadores más productivos. La contradicción entre el "Principio del Placer" y "Principio de la Realidad" se elimina, según Marcuse,  dominando la esfera de la necesidad, eliminando esta represión excedente y convirtiendo en juego al trabajo, para disponer de mayor cantidad y calidad de tiempo y energía, que son sacrificados en nombre de la productividad.

El revisionismo contemporáneo al materialismo histórico de Marx es obra del Partido Comunista Chino. Siguiendo de una manera pragmática la necesidad de equilibrar Eros y Tanatos, los chinos han recurrido al hedonismo de la gratificación inmediata que ofrece el consumismo.  Lejos de incorporar la variable ecológica a la ecuación, para reapropiar recursos naturales en nombre de la supervivencia del planeta (en lugar del proletariado), los chinos y rusos contaminan a granel y  descubren el efecto multiplicador de la vanidad y permanente búsqueda de estatus social.

Guardando las distancias, en Bolivia sucede algo similar que en China. Con su silencio cómplice los ideólogos marxistas bolivianos permiten celosamente que las bondades del consumo y dinámica del mercado mantengan satisfechas a una parte de la población (mientras otra parte se beneficia del gasto público). Es decir, los marxistas criollos han intercambiado el materialismo dialéctico por la dialéctica del poder, donde lo importante no controlar el aparato productivo, sino tener un pueblo satisfecho, en el más puro sentido burgués.


Si los marxistas aún hablan de eliminar la subordinación de todos los aspectos de la vida “a una maquinaria de acumulación de ganancias”, o de que el papel de un revolucionario “no es la de administrar el Estado”, es solo para ser consecuentes con su utopía indianista en la dimensión de la palabra. En la dimensión de los hechos, se impone el pragmatismo, que en Bolivia está determinado por nuestro modo de producción, que seguirá apegado al lucro, hedonismo consumista y efecto multiplicador de una demanda interna que reproduce comerciantes antes que revolucionarios.

martes, 10 de febrero de 2015

Clase de Ingeniería

No toda ingeniería social es creada igual, ni todo ímpetu de transformar la conducta es un lavado de cerebro. En el conductismo orwelliano el Estado dicta lo que todo ciudadano debe aceptar como el “bien superior”. En el imperio de la ley se impone la supuesta racionalidad de la sociedad, fruto de la sabiduría colectiva. En ambos casos el esfuerzo es por controlar, castigar o transformar la conducta humana. No obstante, a la hora de implementar una ley (o voluntad del Estado), el demonio está en el detalle.

Una ley fruto de la sabiduría colectiva es la Ley 45, Contra el racismo y Toda Forma de Discriminación. En medio de controversias sobre nuestro patrimonio cultural, enmarcado en fiestas “religiosas”, y justo cuando la pureza ideológica del proyecto revolucionario parecía contaminarse por la cotidianidad en el ejercicio del poder, aparece una noble causa que obliga a reconsiderar el escepticismo que reinaba antes de la última versión del carnaval.

La defensa de nuestra tradición artístico/cultural se concentra en los danzas del carnaval. Una de estas tradiciones es la danza de tundiqui o Negritos, que muestra a afro-bolivianos encadenados. Según Félix Cárdenas, “El tundiqui no expresa la identidad cultural del pueblo afro por el contrario lo deforma, lo degenera, haciendo gala de la humillación y el sufrimiento de afrodescendientes”.

La campaña mediática para prohibir el tunduqui tiene el apoyo del Concejo Nacional Afroboliviano. El hecho que en su mayoría sus líderes pertenezcan al poder oficialista no justifica una “respuesta-reflejo” por parte de detractores de la revolución cultural. Automáticamente suponer que la campaña no puede ser sincera, efectiva o ética es pecar del mismo dogmatismo ideológico de la que acusa al otro.

El maniqueísmo afecta a moros y cristianos y todos solo pueden ver la paja en el ojo ajeno. Por ende, un ejercicio algo más productivo sería evaluar la efectividad de las herramientas utilizadas para promover valores de convivencia, sin racismo, violencia y discriminación. Una campaña mediática, después de todo, a veces puede estar del lado correcto de la historia.

Prohibir una danza racista me parece un objetivo loable. No obstante, el acertar en unos de los designios de una ingeniería social no quiere decir que debamos tragarnos enterita toda una agenda política, incluyendo cambiar de nombre a la Plaza Murillo. Tampoco quiere decir que una campaña mediática de concientización y correspondiente ramillete de leyes necesariamente avance sus nobles objetivos.

Una campaña loable es aquella contra la violencia intrafamiliar. Pero por grande el consenso y recursos lanzados contra el mal, los incidentes de la violencia contra las mujeres han incrementado notablemente. Ni castigos ejemplares, ni programas de concientización parecen menguar el apetito patriarcal de sometimiento y vejación. ¿Dónde queda entonces la efectividad de la revolución cultural?

Prohibir, castigar e intentar concientizar no necesaria o automáticamente transforma la conducta. A su vez, bajo el manto de “usos y costumbres”, defendemos  nuestras formas y maneras como si fuesen patrimonio patriarcal. La Asociación de Conjuntos del Folklore de Oruro, por ejemplo, saca a relucir la naturaleza “religiosa” de las danzas folklóricas (supongo se refiere a Levítico 25:44) para argumentar que prohibir una de ellas (tundiqui) pone en peligro la declaración de nuestras danzas como patrimonio universal por parte de la UNESCO.


Sentir repulsión por una caracterización de la esclavitud es lo natural. Idealmente no hace falta campaña mediática o ley para fomentar/obligar esa sensibilidad básica. Lo que preocupa es que bajo el manto de prohibir la violencia intrafamiliar, racismo o corrupción moral, el Estado se convenza que puede moldear la conducta del pueblo mediante leyes, propagandas y discursos. Lo “marxista”, después de todo, no es deambular en el ámbito de la consciencia, sino transformar las estructuras que determinan los valores; que en Bolivia reproducen una cultura hedonista, frívola y consumista.