Érase una vez una religión que comulgaba abiertamente con la poligamia. La ironía es que, en la actual pugna por la candidatura de la derecha norteamericana –investidura sumergida en imperativos religiosos - el mormón Mitt Rommey es el único que sólo ha tenido una esposa, quien sólo participa en las decisiones del hogar. En contraste, los candidatos de la izquierda norteamericana brindan un papel protagónico a sus parejas. Frank Luntz sugiere que esto se debe a que “los Demócratas son de mentalidad colectiva, y los Republicanos individualistas”.
Otra diferencia que marca el debate político, es la guerra del Irak. Las imágenes de muerte se han vuelto intolerables, y el próximo presidente deberá alejarse de la doctrina de la Guerra Fría, que sugería que la paz solo se logra a través de la fuerza. La lección es que – debido precisamente a la tecnología que permite la más sofisticada maquinaria de guerra - la estabilidad del mundo ahora también depende de políticas coherentes con la voluntad de la humanidad.
Ese avance tecnológico ha permitido también salvarle la vida a Amillia. Al nacer de 21 semanas, Amillia pesaba 284 gramos, suficiente materia viva, sin embargo, para hacernos reflexionar sobre el otro gran debate: el aborto. En EE.UU. el aborto es un derecho reproductivo, y su limite es la “viabilidad” del feto, hasta hace poco unas 24 semanas. Para la derecha norteamericana, el aborto es un pecado, y el mormón aludido pretende hacer suya la posición conservadora oponiéndose incluso a la muerte de un embrión de 14 días. A los 14 días un embrión no tiene cerebro, ni conciencia, o manera de sentir dolor. Sin embargo, las células madres extraídas son cultivadas para cosechar tejidos a ser utilizados en pacientes con condiciones hasta ahora incurables. Para quienes se oponen a todo aborto, el utilizar vida humana para salvar a vida humana lleva demasiado lejos la intención de jugar a Dios.
Pero es a Dios a lo que juega ahora Bush en su intención de modernizar al fundamentalismo islámico, y es a Dios que juega la ciencia al intentar cultivar vida humana en una cápsula de Petri. Y aunque no todas las guerras se pelean contra Adolfo Hiltler, ni todos los abortos se deben a la salud de la madre, no podemos simplemente abolir ambas por decreto. La muerte siempre será parte del equilibrio, una conclusión ambigua, relativa, hasta incomprensible, pero por ello no deja de ser verdad.
La gran ironía es que para los “individualistas” de la derecha, merecen morir cientos de miles en nombre de un bien mayor, y los “comunitarios” de la izquierda no tiene inconveniente con la muerte de más de cuarenta millones - cuyas vidas son sofocadas en el vientre cada año - en nombre del bienestar “individual”. Tal vez exista alguien que se opone a todo uso de violencia, incluso para someter a un asesino, que se opone al aborto, y ni siquiera come huevos de gallina. Todos los demás debemos lidiar con un mundo en el cual no existen posiciones absolutas - por lo menos no sin encontrar una contradicción.
La culpa la tiene la arquitectura de la materia gris, cuyo diseño se basa en rápidamente identificar el peligro, y eludirlo o eliminarlo inmediatamente. Para ello, el ser humano no podía darse el lujo de entender los grises que adornan el equilibrio entre la vida y la muerte, y debía pintar su mundo en blanco y negro. Pero gracias a nuestra evolución social, el debate ha dejado de ser cuestión de “en cuál lado” uno se encuentre”, sino cómo se construye la realidad.
En medio de estas contradicciones, hay quienes están satisfechos con sentirse del lado que creen correcto, sin importar si en el proceso pequen del mismo absolutismo, reduccionismo, intolerancia y lógica lineal de la que peca el “enemigo”. El gran avance cultural del siglo XXI, sin embargo, yace en perfeccionar la metodología aplicada en el proceso de entender y cambiar el mundo, y no solo obstinarse en definir lo que éste mundo debe ser. El proceso de crear - y dejar simplemente de creer - implica utilizar toda la materia gris, no solo el lado izquierdo del cerebro. Ya no será suficiente defender las causas que suponemos correctas, sino entender que en el proceso debemos dejar de ser absolutistas al forjar verdades, y nuestra realidad. No me opongo, ni genéricamente apoyo, ni al aborto, ni a la guerra, ni al capitalismo ni al socialismo. Pero en el desquiciado propósito de evolucionar, trascender y transformar el paradigma binario, dualista y de imperativos absolutistas que gobierna hace miles de años nuestra manera de entender y construir la realidad - tanto en la izquierda, como en la derecha - entiendo perfectamente de qué lado estoy.
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