domingo, 29 de julio de 2007

Cavar Trincheras

En el diario de la juventud cubana, Fidel reconoce la existencia de los derechos inalienables, y concuerda con la Declaración de Independencia de Thomas Jefferson sobre el derecho del pueblo de luchar contra la tiranía. La Constitución norteamericana está basada en los derechos naturales – concepto original de Aristóteles y Platón, y adaptado luego por Hobbes, Locke y Rousseau – y es uno de los documentos más representativos de la existencia de valores universales. Al igual que los derechos humanos, un derecho natural es inalienable porque no depende del capricho de la ley, consenso histórico, o siquiera la voluntad de la mayoría, siendo inherente a la naturaleza de nuestro ser.

Donde se equivocan Jefferson y Fidel, es en el idealismo de asignarle un estatus privilegiado a la “felicidad”: “Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales se cuentan la vida, la libertad y la consecución de la felicidad”. La traducción es del mismísimo Fidel, y la palabra que aquí confunde es “consecución”. En ingles el concepto es “pursuit of happiness”, donde “pursuit” puede traducirse como “búsqueda” o “persecución”. Pero perseguir parece ser lo único que les queda a los yanquis, ya que por mucha riqueza que han logrado acumular, no parecen estar satisfechos con lo que tienen, ni dispuestos a declarar que por fin han alcanzado la felicidad.

Nadie tiene derecho a ser feliz. La felicidad – definida como un estado o condición al cual se arriba un día – temo tampoco existe. Lo que puede existir es la capacidad de crear las condiciones materiales para solventar necesidades básicas, y desarrollar una conciencia que permita navegar las vicisitudes y exaltaciones que marcan los ciclos de la vida. La vida, después de todo, es solo posible debido a la muerte, una tristeza de la cual no se escaparán Bill Gates, Angelina Jolie, ni el mismísimo Fidel.

Igual que la felicidad, el derecho al trabajo no puede legislarse. Una cosa es tener acceso a recursos excavando el subsuelo, o recibiendo subvenciones de PDVSA o Moscú. Otra es crear las condiciones – garantizando derechos e incentivos - para que la economía sea dinámica, creando así empleo productivo. Pero si se establece que - además de responsable - el Estado debe ser único protagonista en crear las condiciones, esa es una fórmula para la ineficiencia, estagnación y pobreza, además de infelicidad.

En “La Tiranía Mundial”, Fidel discute cómo fracasó la CIA en su intento de asesinarlo, y relata la opinión que Nixon tenía de él. Para nada menciona cómo Cuba garantiza los derechos inalienables que aplaude. Será porque la suya no es tiranía, y es solo que todo empieza y termina con él. Reconoce, sin embargo, que la economía no es su fuerte: “Tan consciente estaba yo de esa ignorancia, que matriculé tres carreras universitarias para obtener una beca que me permitiera estudiar Economía en Harvard”. Lamentablemente, dice Fidel, tuvo que enfocarse en “luchar con estrategia y táctica adecuada”. A eso se reduce su legado. Consecuentemente, nuestros “fundadores” minimizan la importancia de los derechos inalienables, y se enfocan en excavar meticulosamente la trinchera. A su lado están cavando la tumba del empleo productivo también.

Flavio Machicado Teran

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