“Vamos a encerrar a nuestros ministros en un cuarto hasta llegar a un acuerdo”, bromeaba el Presidente Bush refiriéndose a acuerdos bilaterales entre Brasil y EE.UU. Las dos naciones están negociando tarifas que faciliten el intercambio comercial, con miras a proyectos que les permita cooperar en la extracción de combustible a base de la caña de azúcar. La sensual mente de Lula debe haber sido estimulada por la imagen que invocó su - por lo usual - eróticamente temperada contraparte, llevándolo a replicar, “Yo pienso que estamos avanzando con mucha solidez para encontrar el punto G para lograr un acuerdo”.
Las criticas no se han dejado esperar, y curiosamente los argumentos son muy parecidos a los vertidos contra la hoja de coca: un nocivo incremento en la explotación de menores, peligros asociados con monocultivos, degradación ecológica, uso de pesticidas, etc. El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra argumenta que el proyecto ha de incrementar el hambre y la pobreza, y para condenar el incremento en la producción de caña de azúcar utiliza conceptos de “soberanía, subordinación, desigualdad y consumo”. En una de ellas hay peso, y es en el predicamento de la desigual distribución de las ganancias. Afortunadamente Lula tiene una conciencia social muy desarrollada, y los beneficios seguramente no se detendrán en reducir la emisión de venenos a la atmósfera, y se traducirán en mayores empleos y recursos para que el Estado pueda mejor cuidar de los más necesitados.
Fidel Castro, quien no desperdicia oportunidad para reducir todo a su lente ideológico, protestó la idea de “poner los alimentos a producir combustibles”, llamando esta iniciativa “trágica” y “dramática”. Seguramente no ha escuchado de la jetrofa, un arbusto que puede ser cultivado en tierras marginales no aptas para cultivos tradicionales, y que promete convertirse en fuente inagotable de biodiesel. El fruto de la jetrofa produce cuatro veces más aceite que el maíz, crece en terrenos desérticos y baldíos, y en catorce años produce 10 centímetro de sedimentos – creando una capa de manto fértil - regenerando suelos saturados por pesticidas. La tierra por si sola necesitaría mil años para lograr el mismo resultado.
Si en la Asamblea legislamos para que los nuevos edificios aporten a crear igualdad de oportunidades para que la minoría ignorada - los discapacitados – estaremos actuando con visión del futuro. Adaptar la infraestructura existente de manera que una persona ciega, o en silla de ruedas, disfrute del mismo derecho de moverse libremente que asumimos los demás, tal vez cueste más de lo que tenemos. Pero construir incorporando preceptos básicos de ingeniería que consideren los derechos de individuos con discapacidades sólo requiere cambiar de lente, y entender que un discapacitado tiene el mismo derecho de ser productivo, sin importar su ideología, raza o religión.
El etanol tal vez empañe la esperanza que la mamadera de gas nos alimente por siempre. Sin embargo, los avances tecnológicos no deberían darnos miedo. Miedo debe darnos no construir condiciones para crear riqueza y su más justa distribución. A su vez, la soberanía surge de la autosuficiencia, y ésta surge de la capacidad de innovar y competir. Si una visión colectivista nos lleva a arrinconar a la iniciativa privada y al empresario, cualquier sea su raza o religión, estaremos cayendo en una trampa ideológica que pretende revertir la subordinación discriminando. El gas no va a durar para siempre, pero los prejuicios ideológicos con los que se contagia a la población serán más difícil de sacudir. Gracias a los paladines de la reivindicación “anti-consumista”, estamos discriminando contra nuestra propia capacidad de construir, y limitamos nuestra visión y horizontes. Indudablemente Castro y Chávez también nos tienen el dedo bien metido, pero no es en el punto G.
Flavio Machicado Teran
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