El momento exacto cuando empezó el tercer milenio fue alguna vez tema de discusión. Ahora, en lugar de discutir cuando empieza y cuando termina una era, unos intentan aferrarse a rezagos del poder que alguna vez gozaron, mientras otros pretenden ser – de la nueva era - únicos dueños. Con el espíritu de agradecer bendiciones recibidas, prefiero celebrar la era estrenada por nuestro actual presidente constitucional.
Celebro su contribución a la auto-estima de toda una generación. Los racistas solían pasear abiertamente su ignorancia, envenenando impunemente las aguas de las que beben hoy sus hijos. Ahora se ven obligados a utilizar argumentos y proponer alternativas cuando critican la ignorancia de los demás; una ignorancia que no respeta edad, educación o condición social. Ignorantes también resultaron ser aquellos que en universidades norteamericanas aprendieron avergonzarse de ser bolivianos. Gracias a que el racismo ha sido desenmascarado, hemos descubierto que los ignorantes vienen de todo tamaño, ideología y color.
Juzgar a toda una nación por las políticas de sus antepasados, es ignorar que son seres de carne y hueso los que hacen las políticas, implementan estrategias y obedecen (o no) al derecho internacional. Celebro, por lo tanto, la madurez con la cual el presidente Morales ha desarrollado una relación respetuosa con nuestro enemigo mortal al sur del Sajama. Es muy fácil condenar - retroactivamente - a todos los hijos de los usurpadores del guano. Lo difícil es crear condiciones de intercambio comercial y cultural que beneficie a todos. Seguimos sin salida al mar. Ello, sin embargo, no ha impedido una actitud madura y pragmática, en búsqueda de lazos políticos, sociales y comerciales que beneficien en un futuro cercano a dos hijas de la gran cordillera de los Andes. Estamos dejando de ser victimas, para crear condiciones de desarrollo. ¡Bravo!
A diferencia de beatos enriquecidos por negociados y privilegios del poder, que con dar dadivas unas cuantas veces creen auto-reivindicarse con los pobres, Evo decidió vivir con lo necesario y dignidad. Esos mismos miserables desprecian la convicción ecologista de “mediocres” que rehúsan invertir toda su energía en mal acumular tesoros aquí en la tierra. Es por ende reconfortante que nuestro primer dignatario prefiera trabajar por el bienestar de todos los bolivianos, en lugar de acumular objetos inanimados. Reconfortante también es comprobar que se ha rodeado de individuos intachables como él. Prueba de cuan “probos” son todos y cada uno de los militantes del MAS es que se dan el lujo de designar como Contralor a un lobo para cuidar las ovejas. Un Herbas ahora será quien fumigue las malas hierbas, todas y cada una de ellas servidores públicos durante administraciones pasadas.
El tercer milenio trajo a Bolivia una nueva era. En medio de grandes desaciertos, importantes pasos se han dado, en particular para eliminar el analfabetismo. El saber leer, sin embargo, no es garantía que superemos colectivamente nuestra brutal ignorancia, arma favorita de sometimiento popular. Los desaciertos del imperio norteamericano demuestran que – por mucha inteligencia colectiva y sofisticada su capacidad de procesar la información - si el aparato cognitivo es alimentado por basura, el resultado será pura basura. Ese fue el caso durante la gestión de Dick Cheney – hombre culto – quien rodeó a su presidente Bush de arrogantes soldados de una verdad absoluta. El concepto - GIGO - siglas en inglés de “Basura Entra, Basura Sale”, permite entrever que no se trata únicamente de manipular la información, sino que hay que saber idóneamente procesarla. En Bolivia estamos aprendiendo lentamente la lección; una factura (perdón, quise decir “experiencia”) histórica que todos juntos tendremos que aprender a celebrar.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
jueves, 18 de diciembre de 2008
Zarpazos Relativos
La capacidad de reflexionar, en lugar de lanzar fogosamente calificativos, es una habilidad que no heredé de mi padre. Anótenme en la lista de impulsivos. Cuales traumas colectivos, algunos intempestivos berrinches quedan impresos en la psique de toda una generación. Tal fue el caso cuando Nikita Khrushchev, premier soviético, dejó entrever al filipino Lorenzo Sumulong que lo consideraba un lacayo del imperialismo azotando, en plena sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, sobre la mesa su zapato. Ahora le corresponde a un periodista iraquí, Muntader al-Zaidi, utilizar ambos zapatos para enfáticamente declarar su desprecio hacia el presidente Bush.
Que todo un rey de España se haya dejado vencer por el impulso plebeyo de mandar alguien a callar es consuelo de tontos para mi impetuosidad. Mucho más temperado, el presidente de Venezuela luego vertió su saña contra la periodista Patricia Junot, acusándola de descontextualizar, manipular, y ser lacaya “tarifada” de CNN. El periodista Raphael Ramírez acaba de experimentar similar solicitud de callar. En contraste con Junot, el periodista de La Prensa no tuvo siquiera derecho a réplica, haciendo más profunda su humillación pública. Hay que encomendarle al presidente Chávez haber siquiera permitido a Junot expresar - en su defensa -unas cuantas palabras.
Supuestos crímenes del presidente Saddam Hussein son ajenos a nuestras vidas, un hipotético genocidio que - al no haber sucedido en nuestro barrio - le confiere al entonces “soberano “iraquí derecho de mandar callar a muerte. Las mentiras por petróleo del “soberbio” presidente Bush, a su vez, deslegitima incluso la voluntad del parlamento iraquí de expresar su voz mayoritaria para que las tropas invasoras un ratito más se queden. El ciego y visceral desprecio que inspira aquel que con sus mentiras estrenó un nuevo capítulo de la tradición de intercambiar actos barbáricos entre suníes y chiitas, le hará casi imposible a muchos apreciar la ironía que hoy un periodista en Iraq se atreva a expresarse con tanta vehemencia y libertad, delante de su presidente, sin temer morir torturado. Cómplice de que se escape la ironía es el delirio de quienes quieren creer que las bombas suicidas jamás fueron detonadas por manos de iraquíes para matar a niños iraquíes en mercados, escuelas y hospitales.
Al igual que Irak, la actual tragedia griega es tan distante a nuestra realidad personal, que seguramente no sabemos con certeza si los “soberbios” son los que tomaron el canal de televisión del Estado en Grecia; o si la víctima es el primer “soberano “de la nación. En un acto temerario, aquellos que protestaban la muerte de un estudiante a manos de la policía griega, irrumpieron en los estudios de NET - el canal 7 de Grecia - interrumpiendo el discurso del Primer Ministro Costas Karamanlis con una pancarta transmitida en vivo a toda la nación: “Paren de ver, salgan a las calles”.
Una idéntica injuria hubiese costado en Rusia años de cárcel a los intrépidos protestantes. El Primer Ministro Vladimir Putin acaba de apoyar un proyecto de ley que permite declarar traidor a todo aquel se atreva criticar su gobierno, con una pena de hasta 20 años. Si esa misma ley fuese presentada por el presidente Bush, arrojaríamos más que zapatos. Pero como Putin es uno de los “nuestros”, seguramente le reservaremos el derecho de proteger al pueblo de aquellos que - con tantas preguntas - sólo buscan desestabilizar. Los zarpazos que arrojamos – después de todo - son relativos; y entre soberbia y soberanía yace la línea que divide a los que están de nuestro lado, y aquellos que tenemos que mandar a callar.
Flavio Machicado Teran
Que todo un rey de España se haya dejado vencer por el impulso plebeyo de mandar alguien a callar es consuelo de tontos para mi impetuosidad. Mucho más temperado, el presidente de Venezuela luego vertió su saña contra la periodista Patricia Junot, acusándola de descontextualizar, manipular, y ser lacaya “tarifada” de CNN. El periodista Raphael Ramírez acaba de experimentar similar solicitud de callar. En contraste con Junot, el periodista de La Prensa no tuvo siquiera derecho a réplica, haciendo más profunda su humillación pública. Hay que encomendarle al presidente Chávez haber siquiera permitido a Junot expresar - en su defensa -unas cuantas palabras.
Supuestos crímenes del presidente Saddam Hussein son ajenos a nuestras vidas, un hipotético genocidio que - al no haber sucedido en nuestro barrio - le confiere al entonces “soberano “iraquí derecho de mandar callar a muerte. Las mentiras por petróleo del “soberbio” presidente Bush, a su vez, deslegitima incluso la voluntad del parlamento iraquí de expresar su voz mayoritaria para que las tropas invasoras un ratito más se queden. El ciego y visceral desprecio que inspira aquel que con sus mentiras estrenó un nuevo capítulo de la tradición de intercambiar actos barbáricos entre suníes y chiitas, le hará casi imposible a muchos apreciar la ironía que hoy un periodista en Iraq se atreva a expresarse con tanta vehemencia y libertad, delante de su presidente, sin temer morir torturado. Cómplice de que se escape la ironía es el delirio de quienes quieren creer que las bombas suicidas jamás fueron detonadas por manos de iraquíes para matar a niños iraquíes en mercados, escuelas y hospitales.
Al igual que Irak, la actual tragedia griega es tan distante a nuestra realidad personal, que seguramente no sabemos con certeza si los “soberbios” son los que tomaron el canal de televisión del Estado en Grecia; o si la víctima es el primer “soberano “de la nación. En un acto temerario, aquellos que protestaban la muerte de un estudiante a manos de la policía griega, irrumpieron en los estudios de NET - el canal 7 de Grecia - interrumpiendo el discurso del Primer Ministro Costas Karamanlis con una pancarta transmitida en vivo a toda la nación: “Paren de ver, salgan a las calles”.
Una idéntica injuria hubiese costado en Rusia años de cárcel a los intrépidos protestantes. El Primer Ministro Vladimir Putin acaba de apoyar un proyecto de ley que permite declarar traidor a todo aquel se atreva criticar su gobierno, con una pena de hasta 20 años. Si esa misma ley fuese presentada por el presidente Bush, arrojaríamos más que zapatos. Pero como Putin es uno de los “nuestros”, seguramente le reservaremos el derecho de proteger al pueblo de aquellos que - con tantas preguntas - sólo buscan desestabilizar. Los zarpazos que arrojamos – después de todo - son relativos; y entre soberbia y soberanía yace la línea que divide a los que están de nuestro lado, y aquellos que tenemos que mandar a callar.
Flavio Machicado Teran
sábado, 13 de diciembre de 2008
Ruleta Rusa
Coloso entre empresas detallistas, de todas las empresas del planeta, Walmart es una de sus más peligrosa. Cual pulpo genéticamente alterado, extiende sus tentáculos por cuatro continentes, ofreciendo precios inmejorables. El éxito de su modelo de negocios significa empleo para 2.1 millones de chinos, argentinos, japoneses, canadienses, brasileros y mexicanos. Si aquellos que compran en Walmart gastan en sus tiendas un promedio de 387 dólares al año, entonces mil millones de personas brindan - en el “falso” plebiscito del mercado - su visto bueno a este monstro minorista. Su eficiencia es de libros de ciencia ficción; su capacidad de negociar con proveedores de la mafia siciliana. Incapaces de competir con sus grandiosos músculos capitalistas, los grandes ahorros de Walmart representan bancarrota para pequeñas empresas. A su vez, para satisfacer exigencias de precios bajos, empresas se ven obligadas a mudar operaciones a China, sus trabajadores obligados a comprar su propia seguridad médica, y los sindicatos prohibidos la entrada. El poder de Walmart cruza fronteras, penetra todo mercado y su ímpetu de lograr cada vez mayor eficiencia es un ímpetu diabólico. Si el consumismo es la droga más peligrosa del siglo XXI, entonces Walmart es su mayor traficante.
El producto más pernicioso para la ecología - y a la vez más necesario para la economía - es fabricado por General Motors. Los millones de automóviles que escupen desperdicios tóxicos al medioambiente hacen de la libertad de moverse a través de las venas de la infraestructura de transporte, una detestable victoria democrática, avanzada a gran velocidad. En la era moderna, todos velozmente envenenan al medioambiente por igual. En contraste al impecable modelo de negocios de Walmart, en GM se cometieron fatales errores. Debido que a los niños norteamericanos les gusta jugar con caballitos de fuerza, en nombre de satisfacer el gustito de autos musculosos, General Motors se dedicó a diseñar el nuevo Camaro y varios modelos del Hummer. Todas estas “herramientas” de trabajo de la modernidad, lamentablemente, son juguetes golosos por gasolina.
Se solía decir que lo que es “bueno para General Motors, es bueno para los Estados Unidos”. Eso era en aquel entonces, cuando sus fábricas se transformaban rápidamente en el brazo productivo del ejército norteamericano que, para derrotar a los Nazis, necesitaban producir tanques de guerra cada 40 minutos. El enemigo ahora es un puñado de suicidas, cegados por su convicción ideológica que las leyes de su Dios deben prevalecer; un ímpetu que encuentra reflejo en la voluntad dogmática de permitir que únicamente las leyes del Mercado decidan cuales empresas salen a flote, y cuales deben desaparecer. Este dogmatismo de libre mercado ha colocado a la columna vertebral de la manufactura norteamericana en una autopista que conduce a su propia muerte.
General Motors no supo adaptarse a la demanda del mercado de coches de calidad, ecológicos y eficientes, como ser el Toyota Prius, un vehículo “hibrido” que comparte la responsabilidad de movilizar con un motor eléctrico. Walmart, por el contrario, tiene tecnología que le permite satisfacer perfectamente la demanda de un producto determinado. La información de cada compra es centralizada en gigantescos servidores, que utilizan esta información para surtir a cada tienda exactamente lo que se acaba de vender. También en contraste con Walmart, más que ninguna otra empresa, GM avanzó derechos laborales, ofreciendo a sus trabajadores una jubilación digna y seguro médico; reivindicaciones sociales que no fueron imitadas o extendidas a la población en general. Al perseguir la infantil imagen de rebeldía hollywoodense, GM no supo adaptarse e hizo las cosas mal. Pero a sus trabajadores supo darles un pedazo del sueño norteamericano y - al brindarles un lugar privilegiado dentro de la empresa - también fabricó haciendo por los suyos lo correcto.
La lucha de clases fue resucitada en el senado norteamericano el jueves 11 de diciembre de 2008. La “guerra cultural” había hecho compañero de trinchera a cuellos blancos y azules, bajo la bandera de oponerse al aborto y matrimonio gay. El debacle de la economía norteamericana ha creado nuevos frentes de batalla; con los sindicatos en la mira telescópica de la derecha recalcitrante. Habiendo pasado apenas semanas desde el cuantioso rescate financiero para Wall Street por parte del congreso, sin chistar sobre los paquetes de compensación que reciben los ejecutivos que juegan con los ahorros e impuestos del pueblo, los senadores republicanos rehusaron darles a los “tres grandes” de Detroit el equivalente a dos meses del costo de la guerra en Irak. ¿Por qué? Porque los sindicatos rehusaron establecer una fecha exacta para que su paquete de compensación salarial – incluyendo beneficios sociales – sea reducido al nivel de lo que ganan los trabajadores en las plantas de Nissan y Toyota en Kentucky y Tennessee.
Los ocho senadores republicanos de Kentucky, Tennessee, Georgia y Alabama rechazaron con su voto el préstamo puente para la industria automotriz norteamericana. Casualmente, la industria automotriz japonesa, alemana y sud coreana se encuentra concentrada en el sur de EE.UU. Esta desafortunada coincidencia da la impresión que los senadores republicanos del sur – una región profundamente republicana - han optado por defender las fábricas extranjeras, pilares de sus economías locales, en detrimento de la ineficiente industria automotriz norteamericana concentrada en el centro de la producción industrial, el norte. Lo que parece ser una brecha entre norte y sur es, en realidad, un deseo de ciertos republicanos de herir de muerte a su odiado némesis – los grandes sindicatos – aliados políticos de los demócratas y, en parte, artífices de la victoria de Barack Obama.
General Motors está teniendo éxito – irónicamente – en la tierra de los dos grandes enemigos de los EE.UU. durante la Guerra Fría: China y Rusia. Una nueva planta de GM acaba de ser inaugurada en San Petersburgo. En Liuzhou, GM construyó el 2007 una planta con capacidad de 300,000 motores al año. El Sindicato de Trabajadores Automotrices (UAW) no recibió la noticia de nuevas plantas de GM en el extranjero con mucha algarabía. Hoy el sindicato se da cuenta que tal vez sus propios empleos dependa del éxito de GM en tierras asiáticas, aquellas donde alguna vez el dogma fue comunista. Para rusos y chinos por igual, es imperativo que la economía norteamericana salga a flote, por lo que deben estar rezando a su Dios materialista que el presidente Bush se imponga al Senado, y ordene un paquete financiero para los grandes tres de Detroit
Pero, ¿Es democrático que el presidente ignore el voto del senado en contra del rescate financiero de la industria automotriz Made in USA? El voto final fue 52 a favor y 35 en contra del préstamo puente. Es decir, el 59.7% de los senadores presentes votaron a favor. La ley indica que el 60% de todos los senadores (100) deben aprobar una ley. La voluntad de la mayoría, por ende, es difícil de determinar, sobre todo cuando las encuestas muestran que el pueblo norteamericano está “fatigado” con tanto rescate financiero por parte del gobierno. De nada parece servir la advertencia de casi todo experto en la materia, que sugieren que dejar morir – en nombre de las leyes del mercado – al bastión militar, económico y laboral de la nación, es cometer suicidio colectivo en nombre del Dios de la modernidad: la eficiencia, posible solo mediante las leyes del mercado.
La eficiencia de Walmart está siendo imitada por Arabia Saudita, que posee grandes servidores con la capacidad de rastrear cada gota de petróleo extraído del subsuelo. En la OPEC, Arabia Saudita ha frenado el ímpetu suicida de Irán y Venezuela de utilizar el petróleo como arma de guerra contra los EE.UU. Esa estrategia la utilizaron en 1973, para castigar al imperio por proporcionar a Israel armas durante la guerra de Yom Kippur. La venganza árabe, sin embargo, causó gran perjuicio a todos por igual. Las leyes del mercado deben ser utilizadas – reza el pragmatismo saudí – para lograr mejores precios, y no para distorsionar y asesinar al ganso de los huevo de oro. Si la contracción económica en EE.UU. persiste, la demanda por petróleo podría ser gravemente afectada, ejerciendo presión hacia abajo a precios del petróleo. Los precios ya han llegado a niveles peligrosamente bajos para las economías de OPEC. Los saudís entienden que jugar a la ruleta rusa con la economía global, podría envenenar el agua de todos los pozos. Irónicamente, el bienestar del pueblo venezolano también depende de que occidente empiece nuevamente a comprar porquerías de plástico. Por ende, si el petróleo es la droga más dañina del siglo XXI, entonces Venezuela es unos de sus más grandes traficantes.
Venezuela, país soberano, debe proteger a su pueblo. Digamos que Venezuela decidiese invertir su dinero en desarrollar motores a gasolina muchísimo más eficientes, para así reducir los actuales incentivos para desarrollar tecnologías alternativas, protegiendo así su mercado. ¿De desarrollar mejores motores a gasolina, estaría Venezuela obrando maléficamente? Después de todo, su petróleo seguiría siendo cómplice en alimentar el consumismo y calentamiento global. Temo que no hay nada intrínsecamente maléfico de desarrollar tecnologías verdes, que utilicen eficientemente combustibles fósiles; lo mismo que no hay nada intrínsecamente maléfico en ahorrarle al pueblo unos pesos al suministrar bienes de consumo de una manera más eficiente, ni tampoco nada intrínsecamente maléfico en ofrecer a la fuerza laboral seguridad médica y una jubilación digna.
Los rusos y chinos privatizaron sus economías. En lugar de la utopía comunista de Marx, ambas naciones crearon una sociedad de castas, con unos cuantos oligarcas dueños de sus respectivas riquezas nacionales. Los rusos ahora quieren nacionalizarlo todo de nuevo. Los chinos prefieren poner en su lugar a su nuevo lacayo, obligando a los norteamericanos abandonar sus malas costumbres de alimentar su consumo con deuda, una deuda subvencionada por el Yuan. El planeta ha quedado desconcertados con la radical transformación de los ex -comunistas colosos de Asia. ¿Cuál es el modelo de desarrollo “chino”, o “ruso”? Todavía inquietados por la interrogante, la pregunta ahora se convierte, ¿cuál es intrínsecamente más “norteamericano”? ¿El derecho del trabajador de organizarse para defender sus derechos? ¿O la eficiencia económica, posible únicamente si se permiten actuar a las fuerzas del mercado? Es irónico que tenga que ser el último gran maniqueo del siglo XXI, George W. Bush, quien se vea obligado a hacer lo “patriótico”, no matando supuestos terroristas en tierras extranjeras, sino salvando a los tres grandes y - de paso - a su coloso sindicato.
El último legado de George W. Bush será haber herido de muerte a la oposición ideológica a la intervención del Estado. Nuestros tribalista harían bien en darse estas navidades unos minutitos para reflexionar sobre los peligros del fundamentalismo ideológico, y observar sin prejuicios la naturaleza fluida de la vida, que demanda adaptación para satisfacer su condición de supervivencia. Pero, al igual que los senadores republicanos, tal vez su naturaleza esté más inclinada a jugar– en nombre de sus dioses - a la ruleta rusa con el destino de la nación. El dogmatismo ideológico – y no la eficiencia - es la empresa más peligrosa.
Flavio Machicado Teran
El producto más pernicioso para la ecología - y a la vez más necesario para la economía - es fabricado por General Motors. Los millones de automóviles que escupen desperdicios tóxicos al medioambiente hacen de la libertad de moverse a través de las venas de la infraestructura de transporte, una detestable victoria democrática, avanzada a gran velocidad. En la era moderna, todos velozmente envenenan al medioambiente por igual. En contraste al impecable modelo de negocios de Walmart, en GM se cometieron fatales errores. Debido que a los niños norteamericanos les gusta jugar con caballitos de fuerza, en nombre de satisfacer el gustito de autos musculosos, General Motors se dedicó a diseñar el nuevo Camaro y varios modelos del Hummer. Todas estas “herramientas” de trabajo de la modernidad, lamentablemente, son juguetes golosos por gasolina.
Se solía decir que lo que es “bueno para General Motors, es bueno para los Estados Unidos”. Eso era en aquel entonces, cuando sus fábricas se transformaban rápidamente en el brazo productivo del ejército norteamericano que, para derrotar a los Nazis, necesitaban producir tanques de guerra cada 40 minutos. El enemigo ahora es un puñado de suicidas, cegados por su convicción ideológica que las leyes de su Dios deben prevalecer; un ímpetu que encuentra reflejo en la voluntad dogmática de permitir que únicamente las leyes del Mercado decidan cuales empresas salen a flote, y cuales deben desaparecer. Este dogmatismo de libre mercado ha colocado a la columna vertebral de la manufactura norteamericana en una autopista que conduce a su propia muerte.
General Motors no supo adaptarse a la demanda del mercado de coches de calidad, ecológicos y eficientes, como ser el Toyota Prius, un vehículo “hibrido” que comparte la responsabilidad de movilizar con un motor eléctrico. Walmart, por el contrario, tiene tecnología que le permite satisfacer perfectamente la demanda de un producto determinado. La información de cada compra es centralizada en gigantescos servidores, que utilizan esta información para surtir a cada tienda exactamente lo que se acaba de vender. También en contraste con Walmart, más que ninguna otra empresa, GM avanzó derechos laborales, ofreciendo a sus trabajadores una jubilación digna y seguro médico; reivindicaciones sociales que no fueron imitadas o extendidas a la población en general. Al perseguir la infantil imagen de rebeldía hollywoodense, GM no supo adaptarse e hizo las cosas mal. Pero a sus trabajadores supo darles un pedazo del sueño norteamericano y - al brindarles un lugar privilegiado dentro de la empresa - también fabricó haciendo por los suyos lo correcto.
La lucha de clases fue resucitada en el senado norteamericano el jueves 11 de diciembre de 2008. La “guerra cultural” había hecho compañero de trinchera a cuellos blancos y azules, bajo la bandera de oponerse al aborto y matrimonio gay. El debacle de la economía norteamericana ha creado nuevos frentes de batalla; con los sindicatos en la mira telescópica de la derecha recalcitrante. Habiendo pasado apenas semanas desde el cuantioso rescate financiero para Wall Street por parte del congreso, sin chistar sobre los paquetes de compensación que reciben los ejecutivos que juegan con los ahorros e impuestos del pueblo, los senadores republicanos rehusaron darles a los “tres grandes” de Detroit el equivalente a dos meses del costo de la guerra en Irak. ¿Por qué? Porque los sindicatos rehusaron establecer una fecha exacta para que su paquete de compensación salarial – incluyendo beneficios sociales – sea reducido al nivel de lo que ganan los trabajadores en las plantas de Nissan y Toyota en Kentucky y Tennessee.
Los ocho senadores republicanos de Kentucky, Tennessee, Georgia y Alabama rechazaron con su voto el préstamo puente para la industria automotriz norteamericana. Casualmente, la industria automotriz japonesa, alemana y sud coreana se encuentra concentrada en el sur de EE.UU. Esta desafortunada coincidencia da la impresión que los senadores republicanos del sur – una región profundamente republicana - han optado por defender las fábricas extranjeras, pilares de sus economías locales, en detrimento de la ineficiente industria automotriz norteamericana concentrada en el centro de la producción industrial, el norte. Lo que parece ser una brecha entre norte y sur es, en realidad, un deseo de ciertos republicanos de herir de muerte a su odiado némesis – los grandes sindicatos – aliados políticos de los demócratas y, en parte, artífices de la victoria de Barack Obama.
General Motors está teniendo éxito – irónicamente – en la tierra de los dos grandes enemigos de los EE.UU. durante la Guerra Fría: China y Rusia. Una nueva planta de GM acaba de ser inaugurada en San Petersburgo. En Liuzhou, GM construyó el 2007 una planta con capacidad de 300,000 motores al año. El Sindicato de Trabajadores Automotrices (UAW) no recibió la noticia de nuevas plantas de GM en el extranjero con mucha algarabía. Hoy el sindicato se da cuenta que tal vez sus propios empleos dependa del éxito de GM en tierras asiáticas, aquellas donde alguna vez el dogma fue comunista. Para rusos y chinos por igual, es imperativo que la economía norteamericana salga a flote, por lo que deben estar rezando a su Dios materialista que el presidente Bush se imponga al Senado, y ordene un paquete financiero para los grandes tres de Detroit
Pero, ¿Es democrático que el presidente ignore el voto del senado en contra del rescate financiero de la industria automotriz Made in USA? El voto final fue 52 a favor y 35 en contra del préstamo puente. Es decir, el 59.7% de los senadores presentes votaron a favor. La ley indica que el 60% de todos los senadores (100) deben aprobar una ley. La voluntad de la mayoría, por ende, es difícil de determinar, sobre todo cuando las encuestas muestran que el pueblo norteamericano está “fatigado” con tanto rescate financiero por parte del gobierno. De nada parece servir la advertencia de casi todo experto en la materia, que sugieren que dejar morir – en nombre de las leyes del mercado – al bastión militar, económico y laboral de la nación, es cometer suicidio colectivo en nombre del Dios de la modernidad: la eficiencia, posible solo mediante las leyes del mercado.
La eficiencia de Walmart está siendo imitada por Arabia Saudita, que posee grandes servidores con la capacidad de rastrear cada gota de petróleo extraído del subsuelo. En la OPEC, Arabia Saudita ha frenado el ímpetu suicida de Irán y Venezuela de utilizar el petróleo como arma de guerra contra los EE.UU. Esa estrategia la utilizaron en 1973, para castigar al imperio por proporcionar a Israel armas durante la guerra de Yom Kippur. La venganza árabe, sin embargo, causó gran perjuicio a todos por igual. Las leyes del mercado deben ser utilizadas – reza el pragmatismo saudí – para lograr mejores precios, y no para distorsionar y asesinar al ganso de los huevo de oro. Si la contracción económica en EE.UU. persiste, la demanda por petróleo podría ser gravemente afectada, ejerciendo presión hacia abajo a precios del petróleo. Los precios ya han llegado a niveles peligrosamente bajos para las economías de OPEC. Los saudís entienden que jugar a la ruleta rusa con la economía global, podría envenenar el agua de todos los pozos. Irónicamente, el bienestar del pueblo venezolano también depende de que occidente empiece nuevamente a comprar porquerías de plástico. Por ende, si el petróleo es la droga más dañina del siglo XXI, entonces Venezuela es unos de sus más grandes traficantes.
Venezuela, país soberano, debe proteger a su pueblo. Digamos que Venezuela decidiese invertir su dinero en desarrollar motores a gasolina muchísimo más eficientes, para así reducir los actuales incentivos para desarrollar tecnologías alternativas, protegiendo así su mercado. ¿De desarrollar mejores motores a gasolina, estaría Venezuela obrando maléficamente? Después de todo, su petróleo seguiría siendo cómplice en alimentar el consumismo y calentamiento global. Temo que no hay nada intrínsecamente maléfico de desarrollar tecnologías verdes, que utilicen eficientemente combustibles fósiles; lo mismo que no hay nada intrínsecamente maléfico en ahorrarle al pueblo unos pesos al suministrar bienes de consumo de una manera más eficiente, ni tampoco nada intrínsecamente maléfico en ofrecer a la fuerza laboral seguridad médica y una jubilación digna.
Los rusos y chinos privatizaron sus economías. En lugar de la utopía comunista de Marx, ambas naciones crearon una sociedad de castas, con unos cuantos oligarcas dueños de sus respectivas riquezas nacionales. Los rusos ahora quieren nacionalizarlo todo de nuevo. Los chinos prefieren poner en su lugar a su nuevo lacayo, obligando a los norteamericanos abandonar sus malas costumbres de alimentar su consumo con deuda, una deuda subvencionada por el Yuan. El planeta ha quedado desconcertados con la radical transformación de los ex -comunistas colosos de Asia. ¿Cuál es el modelo de desarrollo “chino”, o “ruso”? Todavía inquietados por la interrogante, la pregunta ahora se convierte, ¿cuál es intrínsecamente más “norteamericano”? ¿El derecho del trabajador de organizarse para defender sus derechos? ¿O la eficiencia económica, posible únicamente si se permiten actuar a las fuerzas del mercado? Es irónico que tenga que ser el último gran maniqueo del siglo XXI, George W. Bush, quien se vea obligado a hacer lo “patriótico”, no matando supuestos terroristas en tierras extranjeras, sino salvando a los tres grandes y - de paso - a su coloso sindicato.
El último legado de George W. Bush será haber herido de muerte a la oposición ideológica a la intervención del Estado. Nuestros tribalista harían bien en darse estas navidades unos minutitos para reflexionar sobre los peligros del fundamentalismo ideológico, y observar sin prejuicios la naturaleza fluida de la vida, que demanda adaptación para satisfacer su condición de supervivencia. Pero, al igual que los senadores republicanos, tal vez su naturaleza esté más inclinada a jugar– en nombre de sus dioses - a la ruleta rusa con el destino de la nación. El dogmatismo ideológico – y no la eficiencia - es la empresa más peligrosa.
Flavio Machicado Teran
domingo, 30 de noviembre de 2008
Cerdo Libre
Al cuerpo el cerebro le da lo que al cerebro el cuerpo pide. Su principal mandato es comer; sobre todo muchas grasas y azúcares. Nuestra dieta es una dictadura populista del cerebro, que da rienda suelta a los insaciables apetitos de la piel. Hace diez mil años, dejarse llevar por impulsos primales era la mejor estrategia de supervivencia. La cantidad de comida chatarra ahora disponible hace al cerebro primitivo nuestro peor enemigo.
No todos los cultivos son iguales. Uno reciben subvenciones, otros una implícita bendición. Si somos lo que ingerimos, entonces unos se convierten en maíz y soya, mientras otros se transforman en hojas de coca. Las altas fructuosas del almíbar de maíz son utilizadas en refrescos, galletas, kétchup y aderezos de ensalada. El aceite vegetal de soya en margarina, pan, mayonesa y cremas para café. Pero en Bolivia, en lugar de la alta presión arterial, diabetes y obesidad de naciones industrializadas, celebramos el alto contenido de calcio proveniente de la hoja sagrada. No es mi intención impugnar la magra nutrición, que permite a Bolivia superar en expectativa de vida únicamente a Guyana. Al que siento en el banquillo de acusados es al cerebro humano. En particular, al que acuso es al cerebro norteamericano, que reproduce cerdos consumistas, más obesos cada vez.
El clamor populista de los cerdos capitalistas es ¡consumir fritos y dejar morir! Su cerebro detesta la troica maldita: grandes empresas, gobiernos y sindicatos. El problema, reza su fundamentalismo, es que cuando estos tres crecen demasiado, distorsionan el libre mercado. El gobierno no debería intervenir en el rescate financiero de la columna vertebral de la manufactura industrial norteamericana, reclama el cerebro populista capitalista. Sin importar el precio en empleos en EE.UU., China, Brasil, México, Canadá y Europa, la ley de la selva debe predominar; si GM, Ford y Chrysler no pudieron sobrevivir por cuenta propia, lo mejor que puede pasar es que desaparezcan, junto con sus inmensos y odiados sindicatos.
El mandato del presidente electo Obama es sacar a su nación, y al resto del planeta, de una peligrosa recesión. Durante las elecciones se dio de bofetadas con Hillary Clinton. Ahora su ego herido cede ante el imperativo de formar un equipo de rivales. El cerebro primitivo funciona diferente, pretendiendo primero ser “razonable”, para luego eliminar al enemigo y así aferrarse al poder. Mientras que eliminar al enemigo político era la única estrategia de supervivencia en las pampas africanas de hace diez mil años, la complejidad de los problemas modernos hace al cerebro primitivo un grave peligro.
Dar rienda suelta a los odios y apetitos es mandato del cerdo primitivo. Más de sesenta por ciento del pueblo norteamericano han manifestado su voluntad de dejar morir GM, Ford y Chrysler, justificado su posición con el desprecio que les ocasiona la “injusta” intervención del Estado; la otra “mitad” prefiere elevar las tarifas para coches extranjeros, iniciando así una nueva era de proteccionismo y ruina del comercio internacional. Permitir al cerebro populista expresar libremente sus prejuicios, odios y apetitos es una receta suicida, que eleva los índices de obesidad y desempleo, atentando incluso contra la estabilidad global. Queda claro que la tiranía de la mayoría es capaz del suicidio colectivo en nombre del libre mercado, y también en nombre de su destrucción. La dieta del cerdo libre ha perdido su utilidad evolutiva, para convertirse en una dieta de muerte.
Flavio Machicado Teran
No todos los cultivos son iguales. Uno reciben subvenciones, otros una implícita bendición. Si somos lo que ingerimos, entonces unos se convierten en maíz y soya, mientras otros se transforman en hojas de coca. Las altas fructuosas del almíbar de maíz son utilizadas en refrescos, galletas, kétchup y aderezos de ensalada. El aceite vegetal de soya en margarina, pan, mayonesa y cremas para café. Pero en Bolivia, en lugar de la alta presión arterial, diabetes y obesidad de naciones industrializadas, celebramos el alto contenido de calcio proveniente de la hoja sagrada. No es mi intención impugnar la magra nutrición, que permite a Bolivia superar en expectativa de vida únicamente a Guyana. Al que siento en el banquillo de acusados es al cerebro humano. En particular, al que acuso es al cerebro norteamericano, que reproduce cerdos consumistas, más obesos cada vez.
El clamor populista de los cerdos capitalistas es ¡consumir fritos y dejar morir! Su cerebro detesta la troica maldita: grandes empresas, gobiernos y sindicatos. El problema, reza su fundamentalismo, es que cuando estos tres crecen demasiado, distorsionan el libre mercado. El gobierno no debería intervenir en el rescate financiero de la columna vertebral de la manufactura industrial norteamericana, reclama el cerebro populista capitalista. Sin importar el precio en empleos en EE.UU., China, Brasil, México, Canadá y Europa, la ley de la selva debe predominar; si GM, Ford y Chrysler no pudieron sobrevivir por cuenta propia, lo mejor que puede pasar es que desaparezcan, junto con sus inmensos y odiados sindicatos.
El mandato del presidente electo Obama es sacar a su nación, y al resto del planeta, de una peligrosa recesión. Durante las elecciones se dio de bofetadas con Hillary Clinton. Ahora su ego herido cede ante el imperativo de formar un equipo de rivales. El cerebro primitivo funciona diferente, pretendiendo primero ser “razonable”, para luego eliminar al enemigo y así aferrarse al poder. Mientras que eliminar al enemigo político era la única estrategia de supervivencia en las pampas africanas de hace diez mil años, la complejidad de los problemas modernos hace al cerebro primitivo un grave peligro.
Dar rienda suelta a los odios y apetitos es mandato del cerdo primitivo. Más de sesenta por ciento del pueblo norteamericano han manifestado su voluntad de dejar morir GM, Ford y Chrysler, justificado su posición con el desprecio que les ocasiona la “injusta” intervención del Estado; la otra “mitad” prefiere elevar las tarifas para coches extranjeros, iniciando así una nueva era de proteccionismo y ruina del comercio internacional. Permitir al cerebro populista expresar libremente sus prejuicios, odios y apetitos es una receta suicida, que eleva los índices de obesidad y desempleo, atentando incluso contra la estabilidad global. Queda claro que la tiranía de la mayoría es capaz del suicidio colectivo en nombre del libre mercado, y también en nombre de su destrucción. La dieta del cerdo libre ha perdido su utilidad evolutiva, para convertirse en una dieta de muerte.
Flavio Machicado Teran
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jueves, 13 de noviembre de 2008
Hechos de Hectáreas
En Estados Unidos, los periodistas abiertamente conspiraron contra el presidente Bush, ridiculizando su intelecto, resaltando sus múltiples errores. Los periodistas hicieron público el fracaso de sus políticas económicas y la irracionalidad de su política exterior. Los periodistas atentaron contra la investidura presidencial, por lo que debieron ser callados, para permitir que el presidente de la nación continúe impunemente con su estúpida agenda.
En Bolivia, los sacerdotes organizaron su congregación y – en lugar de postas de salud o escuelas – construyeron en el barrio un templo sagrado; extraviándose de su misión terrenal de construir la infraestructura social básica, perdiendo su tiempo en abstractas búsquedas espirituales. Los abogados se apropiaron del derecho de interpretar la ley, maléficamente invirtiendo media década de sus vidas en la universidad, para entender las normas que manipulan nuestra convivencia. Por último, los militares se entrenaron para utilizar sus armas en el sometimiento del pueblo en opresivas dictaduras.
Cuando reportan los hechos, los periodistas bolivianos también tienen una agenda política. Debajo de sus reportajes yacen las miles de hectáreas de los dueños de los medios de comunicación. El mandato del presidente Morales, según parece, se ha convertido en redactar una larga lista de culpables que – en su mente - justifican su pobre desempeño. No miente el presidente cuando señala la corrupción que suele embargar al espíritu humano. Actos de egoísmo, inspirados por ganancias monetarias, lujuria de poder, o fervor religioso, se han manifestados sistemáticamente a lo largo de nuestra historia. La evidencia de nuestra mediocridad ahora le sirve al mandatario para justificar la propia.
La tribuna que aquí utilizó para verter mi sarcasmo no ha de transformar a siquiera uno de los cegados por el canto de su propio prejuicio ideológico. Ellos sólo encontrarán consuelo en sirenas que justifiquen su derrotero a la mezquindad. Ese nefasto capítulo lo escriben – libres del peso del discernimiento - todos los días. Si logran apoderarse del gobierno por veinte años, al igual que Fidel, necesitarán de otros veinte para seguir presentando excusas. No escribo para iluminar o convertir aquellos que - en lugar de construir un país - pierden el tiempo buscando molinos de viento. Mi intención es predicar al coro, porque el coro debe despertar.
Debemos cumplir con la ley, porque es la única esperanza de implementar la sabiduría colectiva. Si la ley sigue siendo manipulada para satisfacer agendas personales, hemos de contribuir a la actual infamia. Debemos entender que existe un solo Dios, pero también la libertad de adorarlo según nuestra conciencia, y no por imposición ajena. Debemos proteger las libertades democráticas, para evitar dictaduras militares o populistas. Debemos ser imparciales al presentar los hechos, dejando en claro cuando el reportaje intenta ser objetivo, y cuando es un comentario editorial. Pero todo esto requiere de una nueva ética ciudadana, una nueva convicción personal de hacer mejor las cosas, que luego se traduzca en un ejemplo que guie a nuestros hijos por mejor camino.
Son épocas de sequia social, enceguecidos todos por una falsa promesa de cambio. Lejos de sentirnos derrotados, debemos convertirnos en el cambio necesario. Si tan solo reprochamos la ignorancia, estaremos manifestando un vicio peor: predicar aquello que no practicamos. Debemos hacer mejor nuestro trabajo: reporteros, sacerdotes, abogados y militares, todos por igual. Solo así haremos justicia a Dios, la ley y nuestras sagradas instituciones. Es hora de sembrar virtudes y verter mejores ideas y argumentos sobre el terreno político, para que - hectárea por hectárea - generaciones futuras cosechen un futuro mejor.
CONTEXTO DEL ARTICULO: http://www.la-razon.com/versiones/20081113_006455/nota_250_709712.htm
En Bolivia, los sacerdotes organizaron su congregación y – en lugar de postas de salud o escuelas – construyeron en el barrio un templo sagrado; extraviándose de su misión terrenal de construir la infraestructura social básica, perdiendo su tiempo en abstractas búsquedas espirituales. Los abogados se apropiaron del derecho de interpretar la ley, maléficamente invirtiendo media década de sus vidas en la universidad, para entender las normas que manipulan nuestra convivencia. Por último, los militares se entrenaron para utilizar sus armas en el sometimiento del pueblo en opresivas dictaduras.
Cuando reportan los hechos, los periodistas bolivianos también tienen una agenda política. Debajo de sus reportajes yacen las miles de hectáreas de los dueños de los medios de comunicación. El mandato del presidente Morales, según parece, se ha convertido en redactar una larga lista de culpables que – en su mente - justifican su pobre desempeño. No miente el presidente cuando señala la corrupción que suele embargar al espíritu humano. Actos de egoísmo, inspirados por ganancias monetarias, lujuria de poder, o fervor religioso, se han manifestados sistemáticamente a lo largo de nuestra historia. La evidencia de nuestra mediocridad ahora le sirve al mandatario para justificar la propia.
La tribuna que aquí utilizó para verter mi sarcasmo no ha de transformar a siquiera uno de los cegados por el canto de su propio prejuicio ideológico. Ellos sólo encontrarán consuelo en sirenas que justifiquen su derrotero a la mezquindad. Ese nefasto capítulo lo escriben – libres del peso del discernimiento - todos los días. Si logran apoderarse del gobierno por veinte años, al igual que Fidel, necesitarán de otros veinte para seguir presentando excusas. No escribo para iluminar o convertir aquellos que - en lugar de construir un país - pierden el tiempo buscando molinos de viento. Mi intención es predicar al coro, porque el coro debe despertar.
Debemos cumplir con la ley, porque es la única esperanza de implementar la sabiduría colectiva. Si la ley sigue siendo manipulada para satisfacer agendas personales, hemos de contribuir a la actual infamia. Debemos entender que existe un solo Dios, pero también la libertad de adorarlo según nuestra conciencia, y no por imposición ajena. Debemos proteger las libertades democráticas, para evitar dictaduras militares o populistas. Debemos ser imparciales al presentar los hechos, dejando en claro cuando el reportaje intenta ser objetivo, y cuando es un comentario editorial. Pero todo esto requiere de una nueva ética ciudadana, una nueva convicción personal de hacer mejor las cosas, que luego se traduzca en un ejemplo que guie a nuestros hijos por mejor camino.
Son épocas de sequia social, enceguecidos todos por una falsa promesa de cambio. Lejos de sentirnos derrotados, debemos convertirnos en el cambio necesario. Si tan solo reprochamos la ignorancia, estaremos manifestando un vicio peor: predicar aquello que no practicamos. Debemos hacer mejor nuestro trabajo: reporteros, sacerdotes, abogados y militares, todos por igual. Solo así haremos justicia a Dios, la ley y nuestras sagradas instituciones. Es hora de sembrar virtudes y verter mejores ideas y argumentos sobre el terreno político, para que - hectárea por hectárea - generaciones futuras cosechen un futuro mejor.
CONTEXTO DEL ARTICULO: http://www.la-razon.com/versiones/20081113_006455/nota_250_709712.htm
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Sálvanos de Ídolos
La idolatría es una herramienta legítima, únicamente cuando la crisis es mortal. La concentración del poder, por lo general, es peligrosa. En ciertas coyunturas, parece ser imprescindible. Cuando el pellejo de todos demanda que obedezca ciegamente, seré el primero en renunciar mi libertad. En circunstancias normales, detesto la manipulación. Pero si entrar en un trance hipnótico garantiza que la energía colectiva será efectivamente enfocada en vencer la muerte, estoy dispuesto a convertirme en uno más del rebaño.
La Creación nos brinda todo tipo de instrumentos. Los mezquinos somos los humanos, que cedemos ante la tentación del fundamentalismo ideológico, consintiendo a su ignorante mandato de arrojar al basurero de la historia aquellas armas que no tienen lugar en el prejuicio de su altar. Toda herramienta tiene su lugar en el tiempo y el espacio, coyunturas que hacen útil incluso alfileres. Los ignorantes, sin embargo, pretenden obligarnos elevar a calidad de falsos ídolos sus herramientas favoritas.
La herramienta “idolatría” me tiene preocupado. Si pudiese elegir, preferiría arrojar mi energía detrás de la agenda del cambio, y no detrás del chasqui que llega para anunciarlo. Cuando el mensajero del cambio asume la calidad de Zeus, acaparando pasiones en el imaginario colectivo, suele ser tentado a trepar solito el Monte Olimpo. El mundo entero encarna en Obama un nuevo mesías; aquel esperado redentor de los pecados de la modernidad. Tal énfasis en una persona - en lugar de la agenda compartida - tiene el potencial de hundirnos en la mayor de las amarguras, o elevarnos por encima de nuestra triste condición actual.
La elección de Obama ha tocado la fibra más intima de mi ser. Con el inconfundible contraste de la noche de telón de fondo, la aurora destella sus primeros rayos de esperanza. En el rostro moreno de Obama, el planeta entero encuentra su reflejo. Si un negro llamado Hussein es el elegido, los más básicos valores humanos podrán también ser redimidos del amargo matrimonio con la agenda geopolítica de unos cuantos. Ahora podremos creer nuevamente en la igualdad y la libertad, sin despertar el reproche de los que sufren de neurosis ideológica y otras demagógicas patologías. Pero no puedo, en medio de tanta algarabía, evitar cuestionar la maldita predisposición humana de hacer incluso de la salvación una agenda personal.
La crisis planetaria es demasiado profunda como para cuestionar la manera como la energía ha sido creada. La necesidad de unificar las voluntades es tan grande, que justifica incluso adorar ciegamente al mensajero accidental. Bajo condiciones normales, prefiero glorificar la agenda del cambio y transformación, y no al ídolo que nos conduzca a ella. Pero la profundidad de la crisis planetaria nos obliga utilizar toda herramienta que provee la Providencia, incluyendo un juvenil acaloramiento global.
Obama no eliminará los pesos y contrapesos que equilibran la supremacía del poder Ejecutivo. Tampoco ha de vulnerar la independencia del poder Legislativo, o intimidar a la cúpula del poder Judicial, una separación de poderes que ha sido corrompida por presidentes mediocres y dogmáticos, como George W. Bush. Pero aunque Obama no busque monopolizar la voluntad del pueblo, y difícilmente sea corrompido por el poder, toda esperanza ahora descansa en sus hombros. Que Dios lo proteja e ilumine; y que nunca más debamos depender de un ídolo para alcanzar nuestra colectiva salvación.
Anónimo
La Creación nos brinda todo tipo de instrumentos. Los mezquinos somos los humanos, que cedemos ante la tentación del fundamentalismo ideológico, consintiendo a su ignorante mandato de arrojar al basurero de la historia aquellas armas que no tienen lugar en el prejuicio de su altar. Toda herramienta tiene su lugar en el tiempo y el espacio, coyunturas que hacen útil incluso alfileres. Los ignorantes, sin embargo, pretenden obligarnos elevar a calidad de falsos ídolos sus herramientas favoritas.
La herramienta “idolatría” me tiene preocupado. Si pudiese elegir, preferiría arrojar mi energía detrás de la agenda del cambio, y no detrás del chasqui que llega para anunciarlo. Cuando el mensajero del cambio asume la calidad de Zeus, acaparando pasiones en el imaginario colectivo, suele ser tentado a trepar solito el Monte Olimpo. El mundo entero encarna en Obama un nuevo mesías; aquel esperado redentor de los pecados de la modernidad. Tal énfasis en una persona - en lugar de la agenda compartida - tiene el potencial de hundirnos en la mayor de las amarguras, o elevarnos por encima de nuestra triste condición actual.
La elección de Obama ha tocado la fibra más intima de mi ser. Con el inconfundible contraste de la noche de telón de fondo, la aurora destella sus primeros rayos de esperanza. En el rostro moreno de Obama, el planeta entero encuentra su reflejo. Si un negro llamado Hussein es el elegido, los más básicos valores humanos podrán también ser redimidos del amargo matrimonio con la agenda geopolítica de unos cuantos. Ahora podremos creer nuevamente en la igualdad y la libertad, sin despertar el reproche de los que sufren de neurosis ideológica y otras demagógicas patologías. Pero no puedo, en medio de tanta algarabía, evitar cuestionar la maldita predisposición humana de hacer incluso de la salvación una agenda personal.
La crisis planetaria es demasiado profunda como para cuestionar la manera como la energía ha sido creada. La necesidad de unificar las voluntades es tan grande, que justifica incluso adorar ciegamente al mensajero accidental. Bajo condiciones normales, prefiero glorificar la agenda del cambio y transformación, y no al ídolo que nos conduzca a ella. Pero la profundidad de la crisis planetaria nos obliga utilizar toda herramienta que provee la Providencia, incluyendo un juvenil acaloramiento global.
Obama no eliminará los pesos y contrapesos que equilibran la supremacía del poder Ejecutivo. Tampoco ha de vulnerar la independencia del poder Legislativo, o intimidar a la cúpula del poder Judicial, una separación de poderes que ha sido corrompida por presidentes mediocres y dogmáticos, como George W. Bush. Pero aunque Obama no busque monopolizar la voluntad del pueblo, y difícilmente sea corrompido por el poder, toda esperanza ahora descansa en sus hombros. Que Dios lo proteja e ilumine; y que nunca más debamos depender de un ídolo para alcanzar nuestra colectiva salvación.
Anónimo
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lunes, 3 de noviembre de 2008
Velo al Ignorante
La ignorancia - por lo general - es atrevida. La justicia social no podría tener mejor aliado. Cuando la sociedad decide empezar de foja cero, mediante un nuevo contrato social que enmiende los abusos del pasado, la ignorancia es una herramienta sumamente útil. Cuando un nuevo amanecer destella rayos de esperanza, una manera de construir un orden equitativo es colocar a los legisladores detrás del “velo de la ignorancia, una herramienta conceptual que utiliza John Rawls en su teoría de la justicia. Lo que el legislador debe ignorar - si pretende ser justo - es si el nuevo contrato social ha de beneficiar desproporcionalmente a los suyos. El arte de momentáneamente abandonar la investidura de la identidad, en nombre de la justicia, es una ignorancia que únicamente pueden asumir aquellos que realmente creen en la igualdad.
En su teoría de la justicia, Rawls asume que el poderoso siempre intenta someter al más débil. Esa inclinación natural del ser humano queda claramente enmarcada en los comentarios del presidente del Comité Cívico Popular, Édgar Mora, cuando le confiesa al periodista John Arandia de la red Uno que, en su forma de pensar, “la mayoría manda, la minoría acata”. En el espiral de violencia que consume al ser humano desde épocas remotas, la tortilla del poder se ha dado la vuelta varias veces. Seguir subordinando a la sociedad a los permanentes ciclos de enfrentamiento, es obligar a toda la población aprender - sobre todas las cosas - sacudir el yugo del más fuerte, en lugar de prepararse para contribuir a un bien mayor. Cuando los poderosos legislan para favorecer a los suyos, es inevitable subyugar a la sociedad a los ciclos que encadenan, en turnos sucesivos.
Los ciclos son inevitables. El ciclo más largo en Bolivia es también el más violento, y ha durado más de quinientos años. Los más fuertes sometieron a los demás, utilizando la etnia como su herramienta favorita. Se supone hemos roto las cadenas del racismo. Otros ciclos son mucho más cortos. El ciclo en Estados Unidos de un libre mercado desenfrenado, con mínima regulación por parte de Estado – que empezó con Ronald Reagan en 1980 – llega también a su fin con la elección de Barack Obama. Los ciclos económicos típicos del capitalismo, una montaña rusa de burbujas de crecimiento especulativo, seguido de una caída al abismo financiero, vuelcan el estómago del más arriesgado. El planeta entero ahora debe corregir y superar el detestable ciclo de la recesión. Los ciclos sociales y económicos, sin embargo, son muy diferentes. Contrastarlos tal vez ayude iluminar la rocosa pendiente que pretende trepar la sociedad boliviana.
El mandato de un contrato social es crear un terreno equitativo para los actores económicos, políticos y sociales. En la medida que las reglas de juego son justas, la sociedad desarrolla un espíritu de tolerancia, que permite encontrar en la diversidad una fuente de riqueza, en lugar de una razón para discriminar. En contraste a un mandato constitucional que obliga la igualdad ante la ley y garantiza igualdad de oportunidades, las medidas fiscales y monetarias son herramientas que utiliza el gobierno para contrarrestar fuerzas inflacionarias, superar recesiones económicas, y promover empleo. Las primeras son inamovibles y crean condiciones para mayor justicia; las segundas son discrecionales y fomentan condiciones para mayor desarrollo, corrigen deficiencias propias del mercado y ayudan a mejor redistribuir la riqueza. Normas que ayuden a poner fin a los ciclos del sometimiento e injusticia pueden ser eternamente enmarcadas en un contrato social. Pretender ponerle un fin “por decreto” a los ciclos económicos que periódicamente azotan al mercado, es manifestar de todas las posibles ignorancias, la que más daño nos hace.
El velo de la ignorancia ayuda a escapar del instinto primitivo de someter al más débil, porque obliga al individuo a definir aquello que es justo en términos universales. Es decir, detrás del velo de la ignorancia el individuo no sabe si ha de nacer varón o hembra, si ha de ostentar mayoría en el congreso, si su etnia es la dominante, o cual será su condición social. Esta ignorancia es buena, porque si el individuo no sabe a cual grupo ha de pertenecer, entonces no puede favorecer a un grupo en particular. Al ignorar el legislador si será rico o pobre, ateo o beato, hombre o mujer, la norma no incorpora en su espíritu el instinto natural de favorecer a los que hacen norma. Un contrato social que es suscrito bajo la premisa del velo de la ignorancia, garantiza que las normas constitucionales sean elaboradas sin los prejuicios que nacen de ejercer el poder en beneficio de aquellos que momentáneamente ejercen mayor fuerza.
El hijo de Mora tal vez demore su voluntad de -cuando sea grande -ser quien quiere ser, incluyendo un poeta o empresario. Su libertad de elegir entre las miles de diferentes actividades humanas forma parte de las libertades que hacen de la diversidad una herramienta útil para la sociedad. No tendría ningún sentido legislar que todos debamos elegir entre ser agricultor con menos de 10 mil hectáreas, profesor, médico o burócrata. Detrás del velo de la ignorancia, el legislador tampoco sabe si nacerá con el don de la vista, inclinación conservadora, o atraído sexualmente hacia los de su mismo género. Detrás del velo de la ignorancia la justicia requiere proteger los derechos por igual. Aquellos que actúan demasiado conscientes de su identidad, para luego crear normas ofuscadas por sus intereses particulares, pueden robarles a los demás la iniciativa o derechos que le permitan hacer de sus vidas algo diferente, sea dinero o inservible poesía.
En cuanto a las políticas fiscales y monetarias, el gobierno debe tener la flexibilidad de elegir entre un ramillete de posibles medidas que incentiven y regulen la actividad económica. La actividad económica a veces requiere de menores impuestos que incentiven la inversión; otras veces requieren de mayores impuestos que ayuden a reducir el déficit fiscal. Aquel que gobierna debe tener acceso a diferentes instrumentos que permitan regular no solamente la actividad empresarial, sino también los ciclos del mercado que afectan – entre otros – el nivel de empleo. Utilizando políticas fiscales y monetarias, el gobierno puede incentivar la creación de empleo. Lo que no puede hacer es crear empleos por decreto. En una economía normal el nivel de desempleo fluctúa entre un 4- 6%. Lograr “total empleo” es imposible, para empezar porque implicaría que nadie renuncia o jamás cambia de trabajo. El fundamentalismo político, sin embargo, quiere hacernos creer que la pobreza y el desempleo son una aberración.
¿Puede legislarse el empleo y la riqueza? El empleo y la riqueza la crean los individuos, mediante su esfuerzo y sacrificio. El gobierno puede ayudar, mediante políticas que resuelven y se dirigen a problemas coyunturales, propios de la dinámica del mercado. Suponer que es posible – o deseable – establecer pilares estructurales que controlen toda fluctuación del mercado, es levantar castillos de arena cerca al mar. Los mercados están en permanente movimiento. Mientras que construir una represa permite generar electricidad, atajar todo riachuelo es una receta para convertir en desierto lo que antes fue un vergel. Los mercados, al igual que el agua, deben ser libres también de cambiar de curso y dirección, ajustándose al terreno. Pretender controlar la economía es pretender que el agua solo debe fluir hacia la represa del centralismo Estatal. El fundamentalismo económico es la verdadera aberración, y su necesidad de lograr arrodillar el flujo del mercado es un mandato para asfixiarlo.
El “socialismo” de Europa, y la nueva versión de Barack Obama, utilizan políticas fiscales y monetarias para crear riqueza y distribuirla equitativamente. Las políticas fiscales, por ejemplo, se ajustan a la coyuntura. A veces la coyuntura demanda obligar a los más ricos aportar más al desarrollo de la infraestructura necesaria. En el gobierno de Obama, los más ricos aportarán más a la transición hacia una economía ecológica e independencia energética. El invertir en proyectos de infraestructura – neokeynesianismo – ha de crear una demanda agregada, que a su vez creará mayor empleo. Cuando el ciclo de recesión pase, tal vez lo aconsejable sea reducir el gasto público y déficit fiscal. En este sentido, un contrato social que obligue al Estado utilizar únicamente algunas cuantas herramientas de la economía moderna, tan solo limita las opciones disponibles y necesaria adaptabilidad. Es decir, una economía moderna debe tener la flexibilidad de contar entre sus herramientas con martillos, alicates, hachas, bisturís y serruchos. De lo contrario, si triunfa el fundamentalismo intelectual, obligando al gobierno utilizar únicamente martillos, entonces todos los problemas económicos tendrán cara de clavo. Si en otros 50 años el Estado crece desproporcionalmente, creando otros nocivos desequilibrios, la sociedad debe tener la capacidad ajustar sus políticas. Si el nuevo entorno así lo demanda, la sociedad debe tener la libertad de optar por reducir la intervención gubernamental, en nombre de la iniciativa privada. Robar flexibilidad en nombre de un dogma, es fundamentalismo suicida.
Ignorar las diferencias entre ciclos de sometimiento social y ciclos económicos es una receta para la estéril sequia de la lucha de clases. Erradicar por siempre los ciclos de dominación social por parte de los más poderosos es un mandato que puede ser avanzado mediante normas racionales. Los ciclos en la economía deben ser controlados mediante mejores políticas gubernamentales. Para ello se requiere de todo tipo de herramientas, incluyendo la intervención del Estado. Pero intentar obligar por decreto que desaparezca el flujo en el mercado, bajo la ilusión de una “planificación racional”, es pura ignorancia, de las que avanzan el hambre, en lugar de la justicia.
Flavio Machicado Teran
En su teoría de la justicia, Rawls asume que el poderoso siempre intenta someter al más débil. Esa inclinación natural del ser humano queda claramente enmarcada en los comentarios del presidente del Comité Cívico Popular, Édgar Mora, cuando le confiesa al periodista John Arandia de la red Uno que, en su forma de pensar, “la mayoría manda, la minoría acata”. En el espiral de violencia que consume al ser humano desde épocas remotas, la tortilla del poder se ha dado la vuelta varias veces. Seguir subordinando a la sociedad a los permanentes ciclos de enfrentamiento, es obligar a toda la población aprender - sobre todas las cosas - sacudir el yugo del más fuerte, en lugar de prepararse para contribuir a un bien mayor. Cuando los poderosos legislan para favorecer a los suyos, es inevitable subyugar a la sociedad a los ciclos que encadenan, en turnos sucesivos.
Los ciclos son inevitables. El ciclo más largo en Bolivia es también el más violento, y ha durado más de quinientos años. Los más fuertes sometieron a los demás, utilizando la etnia como su herramienta favorita. Se supone hemos roto las cadenas del racismo. Otros ciclos son mucho más cortos. El ciclo en Estados Unidos de un libre mercado desenfrenado, con mínima regulación por parte de Estado – que empezó con Ronald Reagan en 1980 – llega también a su fin con la elección de Barack Obama. Los ciclos económicos típicos del capitalismo, una montaña rusa de burbujas de crecimiento especulativo, seguido de una caída al abismo financiero, vuelcan el estómago del más arriesgado. El planeta entero ahora debe corregir y superar el detestable ciclo de la recesión. Los ciclos sociales y económicos, sin embargo, son muy diferentes. Contrastarlos tal vez ayude iluminar la rocosa pendiente que pretende trepar la sociedad boliviana.
El mandato de un contrato social es crear un terreno equitativo para los actores económicos, políticos y sociales. En la medida que las reglas de juego son justas, la sociedad desarrolla un espíritu de tolerancia, que permite encontrar en la diversidad una fuente de riqueza, en lugar de una razón para discriminar. En contraste a un mandato constitucional que obliga la igualdad ante la ley y garantiza igualdad de oportunidades, las medidas fiscales y monetarias son herramientas que utiliza el gobierno para contrarrestar fuerzas inflacionarias, superar recesiones económicas, y promover empleo. Las primeras son inamovibles y crean condiciones para mayor justicia; las segundas son discrecionales y fomentan condiciones para mayor desarrollo, corrigen deficiencias propias del mercado y ayudan a mejor redistribuir la riqueza. Normas que ayuden a poner fin a los ciclos del sometimiento e injusticia pueden ser eternamente enmarcadas en un contrato social. Pretender ponerle un fin “por decreto” a los ciclos económicos que periódicamente azotan al mercado, es manifestar de todas las posibles ignorancias, la que más daño nos hace.
El velo de la ignorancia ayuda a escapar del instinto primitivo de someter al más débil, porque obliga al individuo a definir aquello que es justo en términos universales. Es decir, detrás del velo de la ignorancia el individuo no sabe si ha de nacer varón o hembra, si ha de ostentar mayoría en el congreso, si su etnia es la dominante, o cual será su condición social. Esta ignorancia es buena, porque si el individuo no sabe a cual grupo ha de pertenecer, entonces no puede favorecer a un grupo en particular. Al ignorar el legislador si será rico o pobre, ateo o beato, hombre o mujer, la norma no incorpora en su espíritu el instinto natural de favorecer a los que hacen norma. Un contrato social que es suscrito bajo la premisa del velo de la ignorancia, garantiza que las normas constitucionales sean elaboradas sin los prejuicios que nacen de ejercer el poder en beneficio de aquellos que momentáneamente ejercen mayor fuerza.
El hijo de Mora tal vez demore su voluntad de -cuando sea grande -ser quien quiere ser, incluyendo un poeta o empresario. Su libertad de elegir entre las miles de diferentes actividades humanas forma parte de las libertades que hacen de la diversidad una herramienta útil para la sociedad. No tendría ningún sentido legislar que todos debamos elegir entre ser agricultor con menos de 10 mil hectáreas, profesor, médico o burócrata. Detrás del velo de la ignorancia, el legislador tampoco sabe si nacerá con el don de la vista, inclinación conservadora, o atraído sexualmente hacia los de su mismo género. Detrás del velo de la ignorancia la justicia requiere proteger los derechos por igual. Aquellos que actúan demasiado conscientes de su identidad, para luego crear normas ofuscadas por sus intereses particulares, pueden robarles a los demás la iniciativa o derechos que le permitan hacer de sus vidas algo diferente, sea dinero o inservible poesía.
En cuanto a las políticas fiscales y monetarias, el gobierno debe tener la flexibilidad de elegir entre un ramillete de posibles medidas que incentiven y regulen la actividad económica. La actividad económica a veces requiere de menores impuestos que incentiven la inversión; otras veces requieren de mayores impuestos que ayuden a reducir el déficit fiscal. Aquel que gobierna debe tener acceso a diferentes instrumentos que permitan regular no solamente la actividad empresarial, sino también los ciclos del mercado que afectan – entre otros – el nivel de empleo. Utilizando políticas fiscales y monetarias, el gobierno puede incentivar la creación de empleo. Lo que no puede hacer es crear empleos por decreto. En una economía normal el nivel de desempleo fluctúa entre un 4- 6%. Lograr “total empleo” es imposible, para empezar porque implicaría que nadie renuncia o jamás cambia de trabajo. El fundamentalismo político, sin embargo, quiere hacernos creer que la pobreza y el desempleo son una aberración.
¿Puede legislarse el empleo y la riqueza? El empleo y la riqueza la crean los individuos, mediante su esfuerzo y sacrificio. El gobierno puede ayudar, mediante políticas que resuelven y se dirigen a problemas coyunturales, propios de la dinámica del mercado. Suponer que es posible – o deseable – establecer pilares estructurales que controlen toda fluctuación del mercado, es levantar castillos de arena cerca al mar. Los mercados están en permanente movimiento. Mientras que construir una represa permite generar electricidad, atajar todo riachuelo es una receta para convertir en desierto lo que antes fue un vergel. Los mercados, al igual que el agua, deben ser libres también de cambiar de curso y dirección, ajustándose al terreno. Pretender controlar la economía es pretender que el agua solo debe fluir hacia la represa del centralismo Estatal. El fundamentalismo económico es la verdadera aberración, y su necesidad de lograr arrodillar el flujo del mercado es un mandato para asfixiarlo.
El “socialismo” de Europa, y la nueva versión de Barack Obama, utilizan políticas fiscales y monetarias para crear riqueza y distribuirla equitativamente. Las políticas fiscales, por ejemplo, se ajustan a la coyuntura. A veces la coyuntura demanda obligar a los más ricos aportar más al desarrollo de la infraestructura necesaria. En el gobierno de Obama, los más ricos aportarán más a la transición hacia una economía ecológica e independencia energética. El invertir en proyectos de infraestructura – neokeynesianismo – ha de crear una demanda agregada, que a su vez creará mayor empleo. Cuando el ciclo de recesión pase, tal vez lo aconsejable sea reducir el gasto público y déficit fiscal. En este sentido, un contrato social que obligue al Estado utilizar únicamente algunas cuantas herramientas de la economía moderna, tan solo limita las opciones disponibles y necesaria adaptabilidad. Es decir, una economía moderna debe tener la flexibilidad de contar entre sus herramientas con martillos, alicates, hachas, bisturís y serruchos. De lo contrario, si triunfa el fundamentalismo intelectual, obligando al gobierno utilizar únicamente martillos, entonces todos los problemas económicos tendrán cara de clavo. Si en otros 50 años el Estado crece desproporcionalmente, creando otros nocivos desequilibrios, la sociedad debe tener la capacidad ajustar sus políticas. Si el nuevo entorno así lo demanda, la sociedad debe tener la libertad de optar por reducir la intervención gubernamental, en nombre de la iniciativa privada. Robar flexibilidad en nombre de un dogma, es fundamentalismo suicida.
Ignorar las diferencias entre ciclos de sometimiento social y ciclos económicos es una receta para la estéril sequia de la lucha de clases. Erradicar por siempre los ciclos de dominación social por parte de los más poderosos es un mandato que puede ser avanzado mediante normas racionales. Los ciclos en la economía deben ser controlados mediante mejores políticas gubernamentales. Para ello se requiere de todo tipo de herramientas, incluyendo la intervención del Estado. Pero intentar obligar por decreto que desaparezca el flujo en el mercado, bajo la ilusión de una “planificación racional”, es pura ignorancia, de las que avanzan el hambre, en lugar de la justicia.
Flavio Machicado Teran
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lunes, 20 de octubre de 2008
Post Racial
Decidimos todo el tiempo por opciones que no cambian absolutamente nada. Una que otra nos marca de por vida. Vivimos una era tecnológica, que hace facilísimo llevar un mínimo registro de aquello que elegimos. Con gran indiferencia, sin embargo, ignoramos la eficacia con la cual construimos nuestro mundo personal. No registramos cómo influye el ejemplo de nuestra frivolidad sobre nuestros hijos; no guardamos evidencia de como el abuso del alcohol empobrece nuestro espíritu; y la historia ignora el impacto social de haber prohibido alguna vez a originarios de África partir pan con el presidente en la misma mesa. Ese fue el caso en la segregada Casa Blanca de antaño. Un afroamericano ahora se sentará en la cabecera. Nos llena de orgullo a los bolivianos haber pagado la factura histórica del racismo el 2005 en democracia. Ahora es un originario quien decide nuestro destino. Pero en lugar de una verdadera transformación, el cambio de liderazgo tan solo ha atizado el odio entre hermanos. Dudo, por ende, que un afroamericano presidente de Estados Unidos logre mágicamente crear una sociedad post-racial.
Sin identidad no existe el individuo, por lo que debe ser protegida de cualquier intento de discriminación. La identidad celebra la diversidad, por lo que no es deseable intentar eliminarla. Ello no justifica subsanar injusticias construyendo derechos exclusivos que privilegian una de ellas, o manipular al pueblo para que decida caminos ciegamente por solidaridad con su gremio, sea género o identidad étnica. No ayudaría a que la sociedad trabaje en equipo si – por ejemplo – esa fuese la agenda feminista. El principio de igualdad ante la ley requiere defender y proteger los derechos inalienables de toda minoría, no únicamente de aquellas con las que compartimos un mismo curul.
Barack Obama está por ser coronado como el gran salvador. Urge un cambio de dirección en la nación que impera últimamente con demasiados desaciertos. Simplemente ir al otro lado, sin embargo, no garantiza que la crisis será resuelta. Esa lección la aprendí a la mala, un mea culpa que aun no acabo de redimir. En las elecciones presidenciales de 2005 yo vote por el cambio, por el fin de la corrupción y arrogancia de una elite racista e incompetente. Mi acto es minúsculamente cómplice en reemplazar a la incompetencia, arrogancia y racismo de unos, por la nueva versión del populismo indigenista. Mi decisión es en parte responsable de colocar al presidente Evo Morales a la cabecera de lo que – hasta la fecha – parecía ser tan solo un pacto suicida. El presidente Morales ahora intenta revertir el camino al derrotero, un cambio en su liderazgo que tal vez permita encontrar coincidencias y conciliación.
Cuando Obama asuma la presidencia de EE.UU. no lo hará como suajili, aunque la sangre suajili corre por sus venas. Tampoco lo hará como anglosajón, por mucho que sea su herencia cultural, vestimenta y lengua materna. Lo hará como ciudadano. De Obama haber nacido en Bolivia, no pertenecer a un pueblo originario lo haría un ciudadano de segunda clase. La igualdad étnica es legado, entre otros, de Martin Luther King; un legado enmarcado en su gran visión: “Sueño algún día vivir en una nación en la que mis hijos sean juzgados por el contenido de su carácter, y no por el color de su piel”. El racismo en Bolivia ha sido herido de muerte. Nadie derrama lágrimas por su lenta agonía. Pero resulta curiosa la agenda política de hacer más difícil soñar convivir algún día en una sociedad post-racial.
Flavio Machicado Teran
Sin identidad no existe el individuo, por lo que debe ser protegida de cualquier intento de discriminación. La identidad celebra la diversidad, por lo que no es deseable intentar eliminarla. Ello no justifica subsanar injusticias construyendo derechos exclusivos que privilegian una de ellas, o manipular al pueblo para que decida caminos ciegamente por solidaridad con su gremio, sea género o identidad étnica. No ayudaría a que la sociedad trabaje en equipo si – por ejemplo – esa fuese la agenda feminista. El principio de igualdad ante la ley requiere defender y proteger los derechos inalienables de toda minoría, no únicamente de aquellas con las que compartimos un mismo curul.
Barack Obama está por ser coronado como el gran salvador. Urge un cambio de dirección en la nación que impera últimamente con demasiados desaciertos. Simplemente ir al otro lado, sin embargo, no garantiza que la crisis será resuelta. Esa lección la aprendí a la mala, un mea culpa que aun no acabo de redimir. En las elecciones presidenciales de 2005 yo vote por el cambio, por el fin de la corrupción y arrogancia de una elite racista e incompetente. Mi acto es minúsculamente cómplice en reemplazar a la incompetencia, arrogancia y racismo de unos, por la nueva versión del populismo indigenista. Mi decisión es en parte responsable de colocar al presidente Evo Morales a la cabecera de lo que – hasta la fecha – parecía ser tan solo un pacto suicida. El presidente Morales ahora intenta revertir el camino al derrotero, un cambio en su liderazgo que tal vez permita encontrar coincidencias y conciliación.
Cuando Obama asuma la presidencia de EE.UU. no lo hará como suajili, aunque la sangre suajili corre por sus venas. Tampoco lo hará como anglosajón, por mucho que sea su herencia cultural, vestimenta y lengua materna. Lo hará como ciudadano. De Obama haber nacido en Bolivia, no pertenecer a un pueblo originario lo haría un ciudadano de segunda clase. La igualdad étnica es legado, entre otros, de Martin Luther King; un legado enmarcado en su gran visión: “Sueño algún día vivir en una nación en la que mis hijos sean juzgados por el contenido de su carácter, y no por el color de su piel”. El racismo en Bolivia ha sido herido de muerte. Nadie derrama lágrimas por su lenta agonía. Pero resulta curiosa la agenda política de hacer más difícil soñar convivir algún día en una sociedad post-racial.
Flavio Machicado Teran
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Juego de Números
Porque nos obliga prestarle atención a detalles que no parecían tener gran importancia, una buena crisis afina nuestros sentidos. Cuando está a punto de caer al vacío la nación, observamos con mayor detalle las idiosincrasias de aquellos que conducen la nave del Estado; para personalmente verificar si realmente actúan con desapego de posturas partidistas y mezquina politiquería. Lamentablemente, a veces reaccionamos tarde, cuando de nada sirve comprender las serias limitaciones de quienes deciden el futuro de nuestros hijos; limitaciones a veces fruto de su tipo de formación, a veces debido a que carecen de ella. Quisiéramos creer que cualquiera es capaz de hacer a un lado su rencor o tendencia al conflicto, por lo menos en tiempos de crisis, cuando actuar irresponsablemente puede costarle la vida a aquellos que sirven de carne de cañón. Lamento informar que aunque cualquier pelafustán puede ser jefe, ser líder requiere un perfil psicológico y ética personal algo especial. En momentos de crisis, únicamente un verdadero líder sabe cómo mantener la cabeza fría, a la vez de actuar con humildad y sabiduría cuando debe contemplar ideas que no comparte. Un nuevo líder está a punto de ser elegido, en un momento cuando el planeta está sumergido en una gravísima crisis ecológica, financiera y militar. Es por ello que entender exactamente “cómo” disparan los trillones de neuronas que conforman el cerebro del próximo presidente de EE.UU. se ha convertido en tema electoral. En particular cuando se trata del cerebro de Mc Cain.
Cual mancha de sangre en las sabanas, una prueba de probidad en la cultura política norteamericana ha sido actuar según el dictado de los instintos. Es curioso observar cómo una proposición tan dudosa como la anterior pudo haberse convertido en parte del léxico político “aceptable” norteamericano. Dicho sentido común se reduce a la premisa, “no importa si el cacique está equivocado, lo importante es que demuestre por la patria su incondicional y apasionado amor”. Ronald Reagan fue el último gran intérprete del bravado que inmortalizó John Wayne. Inculcar respeto actuando con irresponsable temeridad tal vez sea la resaca de un Viejo Oeste sin leyes; herencia de la Ley del Garrote con la que los norteamericanos forjaron su hegemonía. Pero una cosa es tener un carácter bien formado, convicción en valores medulares y cumplir con amenazas. Otra muy diferente es tirar gasolina al fuego. Por ende, cuando de “maverick” (disidente) – un sobrenombre que se supone captura la esencia inconformista y rebelde del piloto de guerra – el líder pasa a “intempestivo”, el planeta entero se angustia ante el peligro de continuidad en la diplomacia de cowboy que actualmente ejerce el imperio.
John Mc Cain se ha convertido en el adversario político. Aun así, me cuesta descarnarlo de su humanidad, para convertirlo en una caricatura a la cual lanzar dardos envenenados de sarcasmo. A sus setenta y dos años me recuerda a mi padre, que aún siendo más joven que Mc Cain, tal vez no tenga la misma energía que en su momento gozó Bill Clinton, pero a quien le sobra tacto y sabiduría. Cuando asumió el poder en 1993, Clinton tenía 47 años, comía pizzas a la media noche mientras hablaba con un aliado al otro lado del planeta; Mónica Lewinsky tomando dictado. Al igual que Mc Cain, mi padre tal vez no tenga la misma energía que tiene a sus 46 años Barak Obama. Sin embargo, estoy convencido que mi padre sabría exactamente “cómo” impedir que factores viscerales e intempestivos nublen su vista. La pregunta que se hacen en EE.UU. es si puede decirse lo mismo del candidato John Mc Cain.
¿Exactamente cuál es el perfil psicológico de aquel con el poder de destruir el mundo? De pronto, cara a cara con una gravísima crisis financiera, entender exactamente qué tan visceral es un potencial “cuarto ángel del apocalipsis” parece ser una pregunta relevante. En mayor medida que otras naciones con arsenales nucleares, el destino y auto- profecía le otorgan al Presidente de los EE.UU. la capacidad de hacer mucho bien, o mucho daño. Por ende, la hipótesis que Mc Cain reacciona impulsivamente, con una personalidad que ha sido extirpada de la capacidad de controlar su intempestiva tendencia a perder el control, se convierte en arma estratégica que el campo de Obama empieza a arrojarle, en medio de un fuego cruzado repleto de agrios ataques personales.
De los trillones de neuronas “tejidas en el intrincado tapiz de la mente”, a los miles de millones de dólares necesarios para rescatar a Wall Street– posiblemente un millón de millones para ser imprecisos – la elección norteamericana es un juego de números. El número más importante parece ser el número de ciudadanos que han de votar – no por el próximo presidente – sino por el representante al Congreso de cada distrito electoral. El asiento que ocupan en el Congreso los honorables diputados pertenece a los constituyentes. Aquellos en las regiones más conservadoras no ven con buenos ojos la práctica denominada “socialista” de utilizar dinero de los contribuyentes para rescatar a individuos irresponsables y empresas codiciosas e ineficientes. El dogma fundamentalista del segmento de la población visceralmente capitalista es permitir que el mercado destruya a aquellos que no cumplen con un básico dictado evolutivo: sobrevivir.
Quienes se opusieron al proyecto de ley elaborado por el Congreso durante largas sesiones de emergencia que duraron todo el último fin de semana de septiembre, fueron los propios aliados de Bush y Mc Cain: los Republicanos. Ciento treinta y tres Republicanos en el Congreso se opusieron al rescate del “sistema financiero” – en principio – debido a que plan carecía de mecanismos idóneos para proteger recursos aportados por el pueblo. En los hechos, reconocieron que se opusieron en venganza al infantilismo visceral de la líder Nancy Pelosi, quien no pudo aguantarse las ganas de refregarles en la cara el error “ideológico” de la derecha de impulsar la desregulación del mercado financiero. Es decir, con el bienestar de cientos de millones de individuos en sus manos, con gran temeridad jugaron a “ojo por ojo”, para darle al mercado la última palabra.
Afortunadamente el mercado reaccionó bien, momentáneamente dándole la razón al 78% de norteamericanos que rechazaron apoyar el rescate financiero; un pueblo que con inimaginable temeridad rehusó subvencionar aquellos que - por codicia o ignorancia - arriesgó demasiado. La derecha norteamericana amargamente cuestionó la injusticia de castigar a quienes sí pagan puntualmente su hipoteca, y premiar a quienes mordieron más de lo que podían masticar. Por ende, al pueblo no le importó si de “libre mercado” tenían que aguantar la repercusión de una “libre caída”, con tal de no financiar la codicia de Wall Street, y los errores de aquellos que compraron una casa sin contar con suficiente solidez. Con un presidente Bush sin capacidad de convocatoria política, y un Congreso partidista sin líderes capaces de dirigir al pueblo lejos del abismo financiero, congresistas en ambos bandos obedecieron primero al fundamentalismo capitalista de quienes los eligieron, que a su propia conciencia y bien común. Son estos momentos que hacen dudar si un pueblo cansado de la codicia y corrupción de la clase gobernante tiene sobre todo sed de venganza, y no así la intención racional de encontrar una solución.
Momentos de crisis demuestran la importancia de conferir poder únicamente a líderes que, además de la adecuada formación y experiencia, tengan una mínima capacidad de enfrentar los embates psicológicos que inevitablemente surgen al lidiar con adversarios. Momentos de crisis demuestran la importancia de saber dirigir las facciones agriamente divididas hacia puerto seguro, para que adversarios políticos puedan trabajar juntos y evitar naufragar. En medio de un embate económico que pudo haber causado muchísimo dolor a familias en todo el planeta, Nancy Pelosi - líder Demócrata del Congreso - utilizó la crisis para asignar culpas y envenenar el proyecto de ley. A su vez, Mc Cain aprovechó para sacar partida política de la crisis, pintándose como un líder dedicado a lograr consensos en el Congreso. Prisioneros del imperativo de defender su viabilidad electoral, los congresistas de ambos partidos prefirieron correr el riesgo de una debacle financiero. Con tal de agraciarse con sus constituyentes, incurrieron en peligrosas negociaciones que demoraron la aprobación del proyecto de ley.
El mundo está cansado de líderes que se escudan bajo la bandera de su amor a la patria y buenas intenciones, incapaces de ocultar su fundamentalismo, odio y desprecio por rivales políticos, a quienes reducen al estatus de enemigos. El siglo XXI ya ha tenido su dosis de crisis globales. Esperemos que el próximo que ocupe la Casa Blanca sepa esta vez dirigir a su nación con la sabiduría que brinda un método ecuánime y reflexivo. El simple pasar de los años no es garantía de dicho perfil. Existe demasiado infantilismo en la política, algo que el pueblo norteamericano, y sus líderes, han demostrado tampoco poder evitar. John McCain no supo hacer a un lado su ambición presidencial y – según había prometido –dirigir a su propio partido a actuar con madurez política. Su bravucona personalidad ya fue demostrada durante la guerra de Vietnam, en la temeridad con la cual bombardeaba al enemigo; recientemente en su decisión de designar su sucesora a Sarah Palin. Su ascenso a la presidencia representaría la continuidad de tácticas de enfrentamiento, de palabras disparadas con la intención de asesinar la buena voluntad. Si McCain es el próximo líder de EE.UU. incrementa la posibilidad de una nueva Guerra Fría, y una política exterior caracterizada por su impetuosidad y mano dura, en un mundo que ahora quiere paz. El mercado financiero tal vez no cayó precipitosamente, dándole tiempo al proyecto de ley para que siga evolucionando. Pero el agua está hasta el cuello, con una crisis económica, ecológica y militar aún lejos de su final. Es hora, por lo tanto, de observar con mayor detalle lo que está pasando, y hacer caso al dictado evolutivo de no elegir líderes viscerales e intempestivos. Ni uno más.
Flavio Machicado Teran
Cual mancha de sangre en las sabanas, una prueba de probidad en la cultura política norteamericana ha sido actuar según el dictado de los instintos. Es curioso observar cómo una proposición tan dudosa como la anterior pudo haberse convertido en parte del léxico político “aceptable” norteamericano. Dicho sentido común se reduce a la premisa, “no importa si el cacique está equivocado, lo importante es que demuestre por la patria su incondicional y apasionado amor”. Ronald Reagan fue el último gran intérprete del bravado que inmortalizó John Wayne. Inculcar respeto actuando con irresponsable temeridad tal vez sea la resaca de un Viejo Oeste sin leyes; herencia de la Ley del Garrote con la que los norteamericanos forjaron su hegemonía. Pero una cosa es tener un carácter bien formado, convicción en valores medulares y cumplir con amenazas. Otra muy diferente es tirar gasolina al fuego. Por ende, cuando de “maverick” (disidente) – un sobrenombre que se supone captura la esencia inconformista y rebelde del piloto de guerra – el líder pasa a “intempestivo”, el planeta entero se angustia ante el peligro de continuidad en la diplomacia de cowboy que actualmente ejerce el imperio.
John Mc Cain se ha convertido en el adversario político. Aun así, me cuesta descarnarlo de su humanidad, para convertirlo en una caricatura a la cual lanzar dardos envenenados de sarcasmo. A sus setenta y dos años me recuerda a mi padre, que aún siendo más joven que Mc Cain, tal vez no tenga la misma energía que en su momento gozó Bill Clinton, pero a quien le sobra tacto y sabiduría. Cuando asumió el poder en 1993, Clinton tenía 47 años, comía pizzas a la media noche mientras hablaba con un aliado al otro lado del planeta; Mónica Lewinsky tomando dictado. Al igual que Mc Cain, mi padre tal vez no tenga la misma energía que tiene a sus 46 años Barak Obama. Sin embargo, estoy convencido que mi padre sabría exactamente “cómo” impedir que factores viscerales e intempestivos nublen su vista. La pregunta que se hacen en EE.UU. es si puede decirse lo mismo del candidato John Mc Cain.
¿Exactamente cuál es el perfil psicológico de aquel con el poder de destruir el mundo? De pronto, cara a cara con una gravísima crisis financiera, entender exactamente qué tan visceral es un potencial “cuarto ángel del apocalipsis” parece ser una pregunta relevante. En mayor medida que otras naciones con arsenales nucleares, el destino y auto- profecía le otorgan al Presidente de los EE.UU. la capacidad de hacer mucho bien, o mucho daño. Por ende, la hipótesis que Mc Cain reacciona impulsivamente, con una personalidad que ha sido extirpada de la capacidad de controlar su intempestiva tendencia a perder el control, se convierte en arma estratégica que el campo de Obama empieza a arrojarle, en medio de un fuego cruzado repleto de agrios ataques personales.
De los trillones de neuronas “tejidas en el intrincado tapiz de la mente”, a los miles de millones de dólares necesarios para rescatar a Wall Street– posiblemente un millón de millones para ser imprecisos – la elección norteamericana es un juego de números. El número más importante parece ser el número de ciudadanos que han de votar – no por el próximo presidente – sino por el representante al Congreso de cada distrito electoral. El asiento que ocupan en el Congreso los honorables diputados pertenece a los constituyentes. Aquellos en las regiones más conservadoras no ven con buenos ojos la práctica denominada “socialista” de utilizar dinero de los contribuyentes para rescatar a individuos irresponsables y empresas codiciosas e ineficientes. El dogma fundamentalista del segmento de la población visceralmente capitalista es permitir que el mercado destruya a aquellos que no cumplen con un básico dictado evolutivo: sobrevivir.
Quienes se opusieron al proyecto de ley elaborado por el Congreso durante largas sesiones de emergencia que duraron todo el último fin de semana de septiembre, fueron los propios aliados de Bush y Mc Cain: los Republicanos. Ciento treinta y tres Republicanos en el Congreso se opusieron al rescate del “sistema financiero” – en principio – debido a que plan carecía de mecanismos idóneos para proteger recursos aportados por el pueblo. En los hechos, reconocieron que se opusieron en venganza al infantilismo visceral de la líder Nancy Pelosi, quien no pudo aguantarse las ganas de refregarles en la cara el error “ideológico” de la derecha de impulsar la desregulación del mercado financiero. Es decir, con el bienestar de cientos de millones de individuos en sus manos, con gran temeridad jugaron a “ojo por ojo”, para darle al mercado la última palabra.
Afortunadamente el mercado reaccionó bien, momentáneamente dándole la razón al 78% de norteamericanos que rechazaron apoyar el rescate financiero; un pueblo que con inimaginable temeridad rehusó subvencionar aquellos que - por codicia o ignorancia - arriesgó demasiado. La derecha norteamericana amargamente cuestionó la injusticia de castigar a quienes sí pagan puntualmente su hipoteca, y premiar a quienes mordieron más de lo que podían masticar. Por ende, al pueblo no le importó si de “libre mercado” tenían que aguantar la repercusión de una “libre caída”, con tal de no financiar la codicia de Wall Street, y los errores de aquellos que compraron una casa sin contar con suficiente solidez. Con un presidente Bush sin capacidad de convocatoria política, y un Congreso partidista sin líderes capaces de dirigir al pueblo lejos del abismo financiero, congresistas en ambos bandos obedecieron primero al fundamentalismo capitalista de quienes los eligieron, que a su propia conciencia y bien común. Son estos momentos que hacen dudar si un pueblo cansado de la codicia y corrupción de la clase gobernante tiene sobre todo sed de venganza, y no así la intención racional de encontrar una solución.
Momentos de crisis demuestran la importancia de conferir poder únicamente a líderes que, además de la adecuada formación y experiencia, tengan una mínima capacidad de enfrentar los embates psicológicos que inevitablemente surgen al lidiar con adversarios. Momentos de crisis demuestran la importancia de saber dirigir las facciones agriamente divididas hacia puerto seguro, para que adversarios políticos puedan trabajar juntos y evitar naufragar. En medio de un embate económico que pudo haber causado muchísimo dolor a familias en todo el planeta, Nancy Pelosi - líder Demócrata del Congreso - utilizó la crisis para asignar culpas y envenenar el proyecto de ley. A su vez, Mc Cain aprovechó para sacar partida política de la crisis, pintándose como un líder dedicado a lograr consensos en el Congreso. Prisioneros del imperativo de defender su viabilidad electoral, los congresistas de ambos partidos prefirieron correr el riesgo de una debacle financiero. Con tal de agraciarse con sus constituyentes, incurrieron en peligrosas negociaciones que demoraron la aprobación del proyecto de ley.
El mundo está cansado de líderes que se escudan bajo la bandera de su amor a la patria y buenas intenciones, incapaces de ocultar su fundamentalismo, odio y desprecio por rivales políticos, a quienes reducen al estatus de enemigos. El siglo XXI ya ha tenido su dosis de crisis globales. Esperemos que el próximo que ocupe la Casa Blanca sepa esta vez dirigir a su nación con la sabiduría que brinda un método ecuánime y reflexivo. El simple pasar de los años no es garantía de dicho perfil. Existe demasiado infantilismo en la política, algo que el pueblo norteamericano, y sus líderes, han demostrado tampoco poder evitar. John McCain no supo hacer a un lado su ambición presidencial y – según había prometido –dirigir a su propio partido a actuar con madurez política. Su bravucona personalidad ya fue demostrada durante la guerra de Vietnam, en la temeridad con la cual bombardeaba al enemigo; recientemente en su decisión de designar su sucesora a Sarah Palin. Su ascenso a la presidencia representaría la continuidad de tácticas de enfrentamiento, de palabras disparadas con la intención de asesinar la buena voluntad. Si McCain es el próximo líder de EE.UU. incrementa la posibilidad de una nueva Guerra Fría, y una política exterior caracterizada por su impetuosidad y mano dura, en un mundo que ahora quiere paz. El mercado financiero tal vez no cayó precipitosamente, dándole tiempo al proyecto de ley para que siga evolucionando. Pero el agua está hasta el cuello, con una crisis económica, ecológica y militar aún lejos de su final. Es hora, por lo tanto, de observar con mayor detalle lo que está pasando, y hacer caso al dictado evolutivo de no elegir líderes viscerales e intempestivos. Ni uno más.
Flavio Machicado Teran
Nacido En Sangre
Nacido en Sangre
“Un recién nacido nace al mundo bañado en sangre”, observa Félix Rojas, senador del MAS. La metáfora – parece - se refiere al mínimo consenso que recién ha nacido entre bolivianos sobre el grave perjuicio al entorno socioeconómico y fibra moral de la nación de un rancio racismo provincial y un poder político centralizado. El cerebro del neonato ahora deberá forjarse mediante un proceso “dialéctico” que le permita armonizar y coordinar los diversos módulos que conforman su mente; un desarrollo que enriquece su destreza lingüística, matemática y musical. El cerebro aprende a integrar su facultad de olfato, con su capacidad de identificar tipo de texturas utilizando únicamente el reflejo de la luz. La arquitectura del cerebro permitirá al bebé equilibrar berrinches y desenfrenadas emociones con la capacidad de dialogar con los demás; un don que permite concordia entre su capacidad racional y su celebración del milagro de la existencia. Para alcanzar una conciencia superior, el recién nacido deberá ser capaz de crear una síntesis momentánea entre aparentes opuestos, una visión integral que le permita más lejos avanzar.
El cerebro de una recién nacida tiene muchas facetas que deben ser nutridas. En el seno de su mente existe un ser analítico, capaz de abstraer complejas relaciones físicas y geométricas, que coexiste con un ser emotivo, capaz de amar y odiar con gran convicción. El bebé también tiene una esencia pragmática, enfocada en el “arte de lo posible”, que convive con su naturaleza utópica, un noble espíritu que le permite avanzar de la mano de sus hermanos hacia objetivos compartidos. Sin la iluminación que confiere imaginar un mundo mejor, el bebé quedaría estancado en el pasado. La recién nacida empieza su vida sobreprotegida, desconectados entre sí los componentes de su milagrosa mente. Tarde o temprano deberá levantarse de su cuna, aceptar su dualidad, para enfrentar un mundo complejo, lleno de contradicciones.
Profundas transformaciones son necesarias en el cerebro del recién nacido. La premisa anterior no le confiere a su incipiente mente poderes sobrenaturales o infalibilidad. La actual propuesta de CPE, por ejemplo, está lejos de ser consensuada, porque nunca fue realmente deliberada entre las partes que conforman su ser. Lo que pretende una de las parte de la recién nacida es transformarse por decreto, metafísicamente conjurando reivindicaciones etno-comunitarias, sin importarle si en el proceso asfixia su capacidad de crear empleos, avanzar justicia o fomentar condiciones para que se invierta en su continuo crecimiento. Algunos bebés nacen a este mundo con grandes deficiencias, volviéndose mentirosos patológicos. Otros nacen esquizofrénicos o inclinados a la depresión. El hecho que un bebé nazca bañado en sangre no garantiza que aprenda a evitar aquellos vicios que pueden llevarla a su trágico ATPDEA suicidio.
La coyuntura actual ofrece grandes oportunidades de crear una Bolivia más justa, equitativa y productiva. Existen mínimos consensos. Pero el bebé del que habla Rojas no es un ser unidimensional, monolítico, producto de un estéril dogmatismo, que pueda darse el lujo de por siempre subsistir gracias a las dadivas de un padre generoso. Ese bebé deberá crecer fuerte y sano. Pero si se convierte en un niño caprichoso, cuya ignorancia lo conduce a bloquear “a la mala” su crecimiento, en nombre de decretar reivindicaciones que - en los hechos - “posiblemente deba contar con dedos que le sobran”, temo que logrará – en los hechos - alcanzar madurez política y económica únicamente en el ALBA de su vívida imaginación.
Flavio Machicado Teran
“Un recién nacido nace al mundo bañado en sangre”, observa Félix Rojas, senador del MAS. La metáfora – parece - se refiere al mínimo consenso que recién ha nacido entre bolivianos sobre el grave perjuicio al entorno socioeconómico y fibra moral de la nación de un rancio racismo provincial y un poder político centralizado. El cerebro del neonato ahora deberá forjarse mediante un proceso “dialéctico” que le permita armonizar y coordinar los diversos módulos que conforman su mente; un desarrollo que enriquece su destreza lingüística, matemática y musical. El cerebro aprende a integrar su facultad de olfato, con su capacidad de identificar tipo de texturas utilizando únicamente el reflejo de la luz. La arquitectura del cerebro permitirá al bebé equilibrar berrinches y desenfrenadas emociones con la capacidad de dialogar con los demás; un don que permite concordia entre su capacidad racional y su celebración del milagro de la existencia. Para alcanzar una conciencia superior, el recién nacido deberá ser capaz de crear una síntesis momentánea entre aparentes opuestos, una visión integral que le permita más lejos avanzar.
El cerebro de una recién nacida tiene muchas facetas que deben ser nutridas. En el seno de su mente existe un ser analítico, capaz de abstraer complejas relaciones físicas y geométricas, que coexiste con un ser emotivo, capaz de amar y odiar con gran convicción. El bebé también tiene una esencia pragmática, enfocada en el “arte de lo posible”, que convive con su naturaleza utópica, un noble espíritu que le permite avanzar de la mano de sus hermanos hacia objetivos compartidos. Sin la iluminación que confiere imaginar un mundo mejor, el bebé quedaría estancado en el pasado. La recién nacida empieza su vida sobreprotegida, desconectados entre sí los componentes de su milagrosa mente. Tarde o temprano deberá levantarse de su cuna, aceptar su dualidad, para enfrentar un mundo complejo, lleno de contradicciones.
Profundas transformaciones son necesarias en el cerebro del recién nacido. La premisa anterior no le confiere a su incipiente mente poderes sobrenaturales o infalibilidad. La actual propuesta de CPE, por ejemplo, está lejos de ser consensuada, porque nunca fue realmente deliberada entre las partes que conforman su ser. Lo que pretende una de las parte de la recién nacida es transformarse por decreto, metafísicamente conjurando reivindicaciones etno-comunitarias, sin importarle si en el proceso asfixia su capacidad de crear empleos, avanzar justicia o fomentar condiciones para que se invierta en su continuo crecimiento. Algunos bebés nacen a este mundo con grandes deficiencias, volviéndose mentirosos patológicos. Otros nacen esquizofrénicos o inclinados a la depresión. El hecho que un bebé nazca bañado en sangre no garantiza que aprenda a evitar aquellos vicios que pueden llevarla a su trágico ATPDEA suicidio.
La coyuntura actual ofrece grandes oportunidades de crear una Bolivia más justa, equitativa y productiva. Existen mínimos consensos. Pero el bebé del que habla Rojas no es un ser unidimensional, monolítico, producto de un estéril dogmatismo, que pueda darse el lujo de por siempre subsistir gracias a las dadivas de un padre generoso. Ese bebé deberá crecer fuerte y sano. Pero si se convierte en un niño caprichoso, cuya ignorancia lo conduce a bloquear “a la mala” su crecimiento, en nombre de decretar reivindicaciones que - en los hechos - “posiblemente deba contar con dedos que le sobran”, temo que logrará – en los hechos - alcanzar madurez política y económica únicamente en el ALBA de su vívida imaginación.
Flavio Machicado Teran
miércoles, 15 de octubre de 2008
CapiHolismo Global
Hermosa y simétrica, la telaraña de lazos afectivos se teje mejor en la oscuridad de estaciones subterráneas; aviones de la Luftwaffe escupiendo muerte sobre el cielo londinense. Algunos de los sobrevivientes del asedio militar cálidamente rememoran las sirenas que durante 57 días consecutivos anunciaron en 1940 el arribo de la destrucción, cortesía de Adolf Hitler. Forman parte de una rara estirpe humana aquellos que gozan de los cataclismos, en cuya psique el terror despierta un exagerado sentido de pertenencia. Cuando divisan buitres en el horizonte, estos individuos se transforman. De arrojar su acostumbrado desprecio al prójimo, el detestable vecino de pronto se convierte en cómplice de trinchera. Parece que el olor a muerte despierta una lucida demencia que – cual embrujo – se afina bajo las sombras que el instinto de supervivencia nos obliga observar. El espíritu de cooperación, piedra angular del desarrollo humano, se detona cual orgasmo cuando representa la única salida. Pero el instinto solidario no requiere de una guerra mundial para convertirse en mentalidad de turba. Evidencia es la desesperación de quienes - atormentados por su vacío existencial - buscan apechugarse cuales pollitos mojados. Su grito de guerra, ¡Mi reino por una causa!
Una causa en común, por suicida que sea, hilvana un tapiz de voluntades urgidas de una razón de ser. Mi menos favorita es aquella que amalgama masas de ofuscados feligreses, congregados alrededor de los apóstoles del apocalipsis financiero. En un frenesí invocado por una retórica anarquista, danzan alrededor de la hoguera ideológica, un fuego de pasiones en el cual pretenden sacrificar al sistema capitalista. Suponen que la sed de venganza de los dioses únicamente puede satisfacerse si son capaces de infligir muchísimo dolor. El concepto “exterminismo” - original del historiador inglés E.P. Thompson - captura la esencia de este ímpetu destructivo, un instinto que aparentemente ha guiado la evolución de nuestra especie. La voluntad de incurrir en un suicidio colectivo, señala Thompson, es “la última disfuncionalidad de la humanidad, su total auto-destrucción”. Este ímpetu de arrojarse al vacio ha jugado el papel de fuego purificador en varias coyunturas históricas. Desde remotas épocas el ser humano ha entendido que – para ayudar a germinar las semillas – algunas veces el bosque debe arder. En este caso, pareciera ser que las llamas que nos abrazan provienen del infierno financiero.
Nadie se ha inmolado en nombre del espíritu femenino. Muchos, sin embargo, han sufrido por la ignorancia humana y su necesidad de rígidas categorías. Las categorías “masculino” y “femenino” solían erigir murallas impenetrables que establecían claramente las conductas permisibles; a su vez del alcance legítimo de cada ser humano. Lo humano estaba nítidamente divido en polos opuestos: cuerpo y espíritu, instintivo y racional. Hoy esas categorías se derriten, se expanden, para incluir módulos del cerebro que abstraen e intuyen información utilizando la emotividad, sin necesitar el cuerpo que carga con esa materia gris portar bragas y sostén. De igual manera, “capitalista” y “socialista” empiezan a convertirse en estuches de herramientas que puede utilizar el ser humano para perfeccionar el sistema. El socialismo que surge en China y Europa utiliza mecanismos de mercado para asignar recursos y promover el desarrollo. El capitalismo que surge en EE.UU. obliga abandonar el fundamentalismo del libre mercado, para una vez más permitir que el gobierno – representante del pueblo – intervenga cuando la codicia y anarquía infligen daño a la economía. El capitalismo que surge de esta crisis viene gestándose hace muchos años, una nueva danza coordinada cuya coreografía fue perfeccionada en la reunión que hace poco sostuvieron las 20 naciones que representan el 90% del motor económico y eje de desarrollo del planeta.
Para los europeos el Estado representa a la sociedad, no así el mercado. Para los norteamericanos el libre mercado es su única herencia cultural. El péndulo empieza a girar hacia el otro lado del Atlántico. Ello no quiere decir que sea deseable, o siquiera posible, sustituir al mercado por burócratas a sueldo fijo. Si el sistema fracasó en su intento de colocar un techo barato sobre los más pobres, debido a la codicia de quienes pensaron poder seguir multiplicando - cuales panes - derivados de hipotecas , arrodillar al mercado ante los intereses políticos de los “empuja papeles” de escritorio acabaría de enterrar la economía. Habiendo denigrado el aporte de los funcionarios que manejan el aparato estatal, no queda duda que ellos tendrán que asumir la gran responsabilidad de intervenir en la regulación de los mercados financieros. Intervenir es fácil. Lo que tal vez resulte más difícil es sostener la cooperación y coordinación internacional, sobre todo cuando no existen mecanismos que obliguen a las naciones ajustar sus políticas económicas a una estrategia integral que proteja a los mercados de este tipo de ajustes.
El cambio más dramático, sin embargo, será el fin del burdo consumismo. Los últimos acontecimientos han unido en una causa común a los pueblos de Europa, Asia y EE.UU., un proceso que será profundizado cuando el presidente Obama avance un Plan Marshall para construir una economía verde. En lugar de joyas y liposucciones, los ricos deberán aportar más al desarrollo de una nueva matriz energética, con todo y sistema de aislamiento térmico que impida se escape durante el invierno el precioso y costoso calor. En lugar de invertir en una mayor capacidad militar de someter al mundo, los recursos serán utilizados para crear trabajos en la nueva eco-ecología. Esta transformación resultará de una mejor coordinación y cooperación entre mercado y Estado, un contrato social que debe ser perfeccionado. Lamento informar a quienes auguraban el fin del libre mercado que – con mayor dosis de regulación – seguirá siendo el mejor mecanismo para asignar recursos y premiar el sacrificio y esfuerzo personal.
El holismo es la antítesis del reduccionismo, una metodología caduca que pretende resolver problemas eliminando componentes del sistema, en lugar de ver al sistema como un todo integral. El holismo entiende a la realidad – toda realidad – como un todo orgánico o unificado compuesto de varias partes; una totalidad que es mayor a la simple suma de ellas. Un sistema complejo no puede ser comprendido – ni creado - desagregando sus componentes. El proceso dialéctico del cual emerge un capiholismo global es mayor que simplemente la voluntad política de aquellos más desafectados por su crisis existencial. El sistema requiere de la iniciativa que únicamente puede brindar un individuo motivado para crear su propia empresa. Cuando esa empresa crece a una magnitud que distorsiona el esfuerzo común, se debe aplicar un bisturí – y no un hacha – para subsanar pequeños tumores. Eliminar el dinamismo de la empresa privada en nombre de una abstracción que ha funcionado únicamente en libros de antaño es la peor forma de exterminismo que acecha a nuestra sociedad. La síntesis entre capitalismo y socialismo viene dándose hace mucho tiempo. La diferencia es que recién ahora el olor a sangre envuelve el psique radical en la excitación del apocalipsis. Ante la música del caos financiero, danzan en sus recamaras los trogloditas, pensando que se avecina la supremacía de su culto a la mediocridad, cuando en realidad lo que emerge de la crisis es un equilibrio.
Flavio Machicado Teran
Una causa en común, por suicida que sea, hilvana un tapiz de voluntades urgidas de una razón de ser. Mi menos favorita es aquella que amalgama masas de ofuscados feligreses, congregados alrededor de los apóstoles del apocalipsis financiero. En un frenesí invocado por una retórica anarquista, danzan alrededor de la hoguera ideológica, un fuego de pasiones en el cual pretenden sacrificar al sistema capitalista. Suponen que la sed de venganza de los dioses únicamente puede satisfacerse si son capaces de infligir muchísimo dolor. El concepto “exterminismo” - original del historiador inglés E.P. Thompson - captura la esencia de este ímpetu destructivo, un instinto que aparentemente ha guiado la evolución de nuestra especie. La voluntad de incurrir en un suicidio colectivo, señala Thompson, es “la última disfuncionalidad de la humanidad, su total auto-destrucción”. Este ímpetu de arrojarse al vacio ha jugado el papel de fuego purificador en varias coyunturas históricas. Desde remotas épocas el ser humano ha entendido que – para ayudar a germinar las semillas – algunas veces el bosque debe arder. En este caso, pareciera ser que las llamas que nos abrazan provienen del infierno financiero.
Nadie se ha inmolado en nombre del espíritu femenino. Muchos, sin embargo, han sufrido por la ignorancia humana y su necesidad de rígidas categorías. Las categorías “masculino” y “femenino” solían erigir murallas impenetrables que establecían claramente las conductas permisibles; a su vez del alcance legítimo de cada ser humano. Lo humano estaba nítidamente divido en polos opuestos: cuerpo y espíritu, instintivo y racional. Hoy esas categorías se derriten, se expanden, para incluir módulos del cerebro que abstraen e intuyen información utilizando la emotividad, sin necesitar el cuerpo que carga con esa materia gris portar bragas y sostén. De igual manera, “capitalista” y “socialista” empiezan a convertirse en estuches de herramientas que puede utilizar el ser humano para perfeccionar el sistema. El socialismo que surge en China y Europa utiliza mecanismos de mercado para asignar recursos y promover el desarrollo. El capitalismo que surge en EE.UU. obliga abandonar el fundamentalismo del libre mercado, para una vez más permitir que el gobierno – representante del pueblo – intervenga cuando la codicia y anarquía infligen daño a la economía. El capitalismo que surge de esta crisis viene gestándose hace muchos años, una nueva danza coordinada cuya coreografía fue perfeccionada en la reunión que hace poco sostuvieron las 20 naciones que representan el 90% del motor económico y eje de desarrollo del planeta.
Para los europeos el Estado representa a la sociedad, no así el mercado. Para los norteamericanos el libre mercado es su única herencia cultural. El péndulo empieza a girar hacia el otro lado del Atlántico. Ello no quiere decir que sea deseable, o siquiera posible, sustituir al mercado por burócratas a sueldo fijo. Si el sistema fracasó en su intento de colocar un techo barato sobre los más pobres, debido a la codicia de quienes pensaron poder seguir multiplicando - cuales panes - derivados de hipotecas , arrodillar al mercado ante los intereses políticos de los “empuja papeles” de escritorio acabaría de enterrar la economía. Habiendo denigrado el aporte de los funcionarios que manejan el aparato estatal, no queda duda que ellos tendrán que asumir la gran responsabilidad de intervenir en la regulación de los mercados financieros. Intervenir es fácil. Lo que tal vez resulte más difícil es sostener la cooperación y coordinación internacional, sobre todo cuando no existen mecanismos que obliguen a las naciones ajustar sus políticas económicas a una estrategia integral que proteja a los mercados de este tipo de ajustes.
El cambio más dramático, sin embargo, será el fin del burdo consumismo. Los últimos acontecimientos han unido en una causa común a los pueblos de Europa, Asia y EE.UU., un proceso que será profundizado cuando el presidente Obama avance un Plan Marshall para construir una economía verde. En lugar de joyas y liposucciones, los ricos deberán aportar más al desarrollo de una nueva matriz energética, con todo y sistema de aislamiento térmico que impida se escape durante el invierno el precioso y costoso calor. En lugar de invertir en una mayor capacidad militar de someter al mundo, los recursos serán utilizados para crear trabajos en la nueva eco-ecología. Esta transformación resultará de una mejor coordinación y cooperación entre mercado y Estado, un contrato social que debe ser perfeccionado. Lamento informar a quienes auguraban el fin del libre mercado que – con mayor dosis de regulación – seguirá siendo el mejor mecanismo para asignar recursos y premiar el sacrificio y esfuerzo personal.
El holismo es la antítesis del reduccionismo, una metodología caduca que pretende resolver problemas eliminando componentes del sistema, en lugar de ver al sistema como un todo integral. El holismo entiende a la realidad – toda realidad – como un todo orgánico o unificado compuesto de varias partes; una totalidad que es mayor a la simple suma de ellas. Un sistema complejo no puede ser comprendido – ni creado - desagregando sus componentes. El proceso dialéctico del cual emerge un capiholismo global es mayor que simplemente la voluntad política de aquellos más desafectados por su crisis existencial. El sistema requiere de la iniciativa que únicamente puede brindar un individuo motivado para crear su propia empresa. Cuando esa empresa crece a una magnitud que distorsiona el esfuerzo común, se debe aplicar un bisturí – y no un hacha – para subsanar pequeños tumores. Eliminar el dinamismo de la empresa privada en nombre de una abstracción que ha funcionado únicamente en libros de antaño es la peor forma de exterminismo que acecha a nuestra sociedad. La síntesis entre capitalismo y socialismo viene dándose hace mucho tiempo. La diferencia es que recién ahora el olor a sangre envuelve el psique radical en la excitación del apocalipsis. Ante la música del caos financiero, danzan en sus recamaras los trogloditas, pensando que se avecina la supremacía de su culto a la mediocridad, cuando en realidad lo que emerge de la crisis es un equilibrio.
Flavio Machicado Teran
lunes, 22 de septiembre de 2008
Ablando al Otro
El espíritu humano iba a trascender de forma masiva en el siglo XXI. Lejos de habernos iluminado, somos un caldo de emociones negativas. La tecnología transformó el entorno material, perfeccionando la posibilidad de comunicarnos. El uno al otro como nunca antes ahora estamos conectados; ya nadie se queda sin la herramienta con la que puede hablar. Pero en lugar de dialogar, buscamos ablandar la resistencia del otro, obligándolo a aceptar que su “entendimiento” de cómo vivir la vida es erróneo.
Dar la otra mejilla no quiere decir aceptar humillaciones, sino escuchar y entender al otro en sus propios términos. ¿Qué tanto mejor serían nuestras relaciones si nos detuviésemos un segundo a ponernos en el lugar de los demás? Lejos de habernos liberado de nuestro egoísmo, somos un enjambre de inseguridades que se aferra a la capacidad - o poder - de controlar nuestros más íntimos amores. La democracia transformó el entorno humano, confiriendo al pueblo libertad de expresión. Pero el uno del otro seguimos desconectados, encerrados en una jaula de narcisos que pretenden que sean los demás los que escuchen y se pongan en su lugar. De idéntica manera, en lugar de coincidencias políticas o ideológicas, el proyecto de ambos bandos es ablandar la posición del otro, para imponer su control sobre el destino de una nación – o fracción - insufriblemente dividida.
Me pregunto si algún camba se pregunta cómo debe sentirse un kolla que considera que el sistema racista lo ha humillado y relegado a condición de ciudadano de segunda clase. Me pregunto si algún kolla se pregunta cómo debe sentirse un camba que considera que su fuente de empleo y bienestar de su familia corre peligro debido a políticas que espantan la inversión y desincentivan las exportaciones. Nadie escucha al otro, ni lo ve. Cada quien se enfoca en su propio dolor o angustia. Nuestros líderes, sin embargo, deberían obligarse a meditar sobre lo que sienten los otros, aunque sea tan solo con la intención académica de realizar el ancestral ejercicio budista de observar la otredad.
Aunque tan solo con el objetivo político de avanzar su propio argumento, ¿no podría la media luna lanzar una rama de olivo comprometiéndose a ayudar remediar la lacra histórica del racismo? A su vez, ¿no podría el gobierno lanzar una rama de olivo exponiendo su voluntad de contribuir a la estrategia de expandir el mercado internacional para productos bolivianos? Tal vez para ambas partes realizar el argumento sea difícil, porque espetar “indio” parece ser aceptable sustituto de un argumento racional, a la vez que el dogma neo-nacionalista parece favorecer la geopolítica por encima de crear empleos.
Aunque tan solo con el maquiavélico propósito de avanzar la agenda de autonomía, es prudente aplacar la estrategia de atizar el racismo. A su vez, incluso si el mercado es quien realmente manda y los políticos son apenas empleados del sistema, tampoco tiene sentido “liberar” al pueblo de su tiranía destruyendo la economía. ¿O es que estamos todos dementes?
Es predicar al viento sugerir mínimos puntos de coincidencia. No existe voluntad de aceptar dos principios irrefutables: debemos subsanar el racismo y subsanar el mercado. La descentralización ha de crear desarrollo, el desarrollo empleos, y ello permitirá eliminar la peor consecuencia del racismo: la pobreza. Pero esa lógica se ha perdido, lo mismo que el espíritu de hablar. En el siglo XXI, en Bolivia se imponen las ganas de ablandar al otro.
Flavio Machicado Teran
Dar la otra mejilla no quiere decir aceptar humillaciones, sino escuchar y entender al otro en sus propios términos. ¿Qué tanto mejor serían nuestras relaciones si nos detuviésemos un segundo a ponernos en el lugar de los demás? Lejos de habernos liberado de nuestro egoísmo, somos un enjambre de inseguridades que se aferra a la capacidad - o poder - de controlar nuestros más íntimos amores. La democracia transformó el entorno humano, confiriendo al pueblo libertad de expresión. Pero el uno del otro seguimos desconectados, encerrados en una jaula de narcisos que pretenden que sean los demás los que escuchen y se pongan en su lugar. De idéntica manera, en lugar de coincidencias políticas o ideológicas, el proyecto de ambos bandos es ablandar la posición del otro, para imponer su control sobre el destino de una nación – o fracción - insufriblemente dividida.
Me pregunto si algún camba se pregunta cómo debe sentirse un kolla que considera que el sistema racista lo ha humillado y relegado a condición de ciudadano de segunda clase. Me pregunto si algún kolla se pregunta cómo debe sentirse un camba que considera que su fuente de empleo y bienestar de su familia corre peligro debido a políticas que espantan la inversión y desincentivan las exportaciones. Nadie escucha al otro, ni lo ve. Cada quien se enfoca en su propio dolor o angustia. Nuestros líderes, sin embargo, deberían obligarse a meditar sobre lo que sienten los otros, aunque sea tan solo con la intención académica de realizar el ancestral ejercicio budista de observar la otredad.
Aunque tan solo con el objetivo político de avanzar su propio argumento, ¿no podría la media luna lanzar una rama de olivo comprometiéndose a ayudar remediar la lacra histórica del racismo? A su vez, ¿no podría el gobierno lanzar una rama de olivo exponiendo su voluntad de contribuir a la estrategia de expandir el mercado internacional para productos bolivianos? Tal vez para ambas partes realizar el argumento sea difícil, porque espetar “indio” parece ser aceptable sustituto de un argumento racional, a la vez que el dogma neo-nacionalista parece favorecer la geopolítica por encima de crear empleos.
Aunque tan solo con el maquiavélico propósito de avanzar la agenda de autonomía, es prudente aplacar la estrategia de atizar el racismo. A su vez, incluso si el mercado es quien realmente manda y los políticos son apenas empleados del sistema, tampoco tiene sentido “liberar” al pueblo de su tiranía destruyendo la economía. ¿O es que estamos todos dementes?
Es predicar al viento sugerir mínimos puntos de coincidencia. No existe voluntad de aceptar dos principios irrefutables: debemos subsanar el racismo y subsanar el mercado. La descentralización ha de crear desarrollo, el desarrollo empleos, y ello permitirá eliminar la peor consecuencia del racismo: la pobreza. Pero esa lógica se ha perdido, lo mismo que el espíritu de hablar. En el siglo XXI, en Bolivia se imponen las ganas de ablandar al otro.
Flavio Machicado Teran
jueves, 11 de septiembre de 2008
Sin Gracia
El ex-presidente Sánchez de Losada empezó su mandato utilizando su rodillo parlamentario para ejecutar vendettas personales. Nadie protestó, porque a nadie afectaba su abuso del poder. Luego, enfurecidos vecinos arrebataron las armas de soldados que circulaban en las afueras de Cota Cota, quemando su camión militar. Una vez más nadie protestó, porque todos estábamos aterrorizados. La arrogancia de Goni fue exacerbando al pueblo, un derrotero que fue alimentando la violencia. Como último recurso, el presidente constitucional utilizó las Fuerzas Armadas para detener un “golpe cívico- sindical”.
En lugar de un “monopolio” de la violencia, ahora tenemos varias sucursales, en un mercado libre de caos y terrorismo patrocinado por cívicos y Estado por igual. La sociedad civil – sin excepción - ha conferido legitimidad a la estrategia de enfrentamiento y violencia hacia el orden impuesto. Cuando el MAS era protagonista de dicha violencia, la estrategia era legítima. Ahora acusa a las masas de pretender asestar un golpe “cívico- prefectural”. La arrogancia del actual Gobierno es idéntica a la que ejerció Goni; la estrategia de los cívicos es idéntica a la que utilizó la que entonces era oposición. La diferencia es que las Fuerzas Armadas han sido acusadas de complicidad en un supuesto genocidio, reducida su misión a la ambigua orden de utilizar sus armas con templanza.
Después de octubre negro nadie se molestó en discutir las competencias de las FF.AA. El debate político se redujo a revanchismo político y demagogia, creando mayor ambigüedad en el deber de nuestro Ejército de proteger nuestro orden constitucional. Un vacío normativo es peligroso, porque ata las manos o permite cometer actos detestables. Tal fue el caso con la tortura durante el Gobierno de Bush. Irónicamente, su posible sucesor, John Mc Cain, fue torturado en Hanoi. El candidato a la presidencia norteamericana ahora reconoce que, al legitimar la tortura, su nación fue arrastrada a idéntica falta de decencia básica que su adversario.
La semana pasada el debate electoral en EE.UU. fue sobre lápiz labial en un cerdo. Una vez el polvo electoral se asiente, sus líderes definirán leyes y competencias que han de regir la conducta institucional, incluyendo la ilegalidad de la tortura. En contraste, aquí nadie se atreve siquiera opinar sobre las competencias de nuestra última línea de protección institucional: las FF.AA. En lugar de lineamientos que normen el ejercicio de su deber, la demagogia populista ha creado antecedentes que obligan a nuestros soldados observar una huelga de brazos caídos, sin entender exactamente cuál es su sagrada misión. La nueva orden de disparar a matar carece de un marco normativo que defina cómo o cuando utilizar fuerza mortal.
Bajo la carpa del permanente circo se pretende imponer “transformaciones profundas” en autocracia; a la vez de crear mercados expulsando; a la vez de dialogar provocando; a la vez de confundir el deber de los únicos capaces de protegernos del caos. La demagogia e infantil voluntarismo han alcanzado nuevos niveles de bufonería; los vacios políticos, constitucionales e institucionales han dejado al pueblo sin un orden legal. Utilizar el juguete del Estado para jugar a reivindicaciones por decreto despertó mucha esperanza y causó mucha gracia, especialmente en el extranjero. Pero el precio de seguir payaseando se ha vuelto demasiado alto; insistir en resolver la crisis pintándose la cara de rojo, amarillo y verde un patriotismo sin gracia y lleno de dolor.
Flavio Machicado Teran
En lugar de un “monopolio” de la violencia, ahora tenemos varias sucursales, en un mercado libre de caos y terrorismo patrocinado por cívicos y Estado por igual. La sociedad civil – sin excepción - ha conferido legitimidad a la estrategia de enfrentamiento y violencia hacia el orden impuesto. Cuando el MAS era protagonista de dicha violencia, la estrategia era legítima. Ahora acusa a las masas de pretender asestar un golpe “cívico- prefectural”. La arrogancia del actual Gobierno es idéntica a la que ejerció Goni; la estrategia de los cívicos es idéntica a la que utilizó la que entonces era oposición. La diferencia es que las Fuerzas Armadas han sido acusadas de complicidad en un supuesto genocidio, reducida su misión a la ambigua orden de utilizar sus armas con templanza.
Después de octubre negro nadie se molestó en discutir las competencias de las FF.AA. El debate político se redujo a revanchismo político y demagogia, creando mayor ambigüedad en el deber de nuestro Ejército de proteger nuestro orden constitucional. Un vacío normativo es peligroso, porque ata las manos o permite cometer actos detestables. Tal fue el caso con la tortura durante el Gobierno de Bush. Irónicamente, su posible sucesor, John Mc Cain, fue torturado en Hanoi. El candidato a la presidencia norteamericana ahora reconoce que, al legitimar la tortura, su nación fue arrastrada a idéntica falta de decencia básica que su adversario.
La semana pasada el debate electoral en EE.UU. fue sobre lápiz labial en un cerdo. Una vez el polvo electoral se asiente, sus líderes definirán leyes y competencias que han de regir la conducta institucional, incluyendo la ilegalidad de la tortura. En contraste, aquí nadie se atreve siquiera opinar sobre las competencias de nuestra última línea de protección institucional: las FF.AA. En lugar de lineamientos que normen el ejercicio de su deber, la demagogia populista ha creado antecedentes que obligan a nuestros soldados observar una huelga de brazos caídos, sin entender exactamente cuál es su sagrada misión. La nueva orden de disparar a matar carece de un marco normativo que defina cómo o cuando utilizar fuerza mortal.
Bajo la carpa del permanente circo se pretende imponer “transformaciones profundas” en autocracia; a la vez de crear mercados expulsando; a la vez de dialogar provocando; a la vez de confundir el deber de los únicos capaces de protegernos del caos. La demagogia e infantil voluntarismo han alcanzado nuevos niveles de bufonería; los vacios políticos, constitucionales e institucionales han dejado al pueblo sin un orden legal. Utilizar el juguete del Estado para jugar a reivindicaciones por decreto despertó mucha esperanza y causó mucha gracia, especialmente en el extranjero. Pero el precio de seguir payaseando se ha vuelto demasiado alto; insistir en resolver la crisis pintándose la cara de rojo, amarillo y verde un patriotismo sin gracia y lleno de dolor.
Flavio Machicado Teran
lunes, 8 de septiembre de 2008
Estúpida Ecología
Al padre del actual presidente Bush lo llamó “estúpido” y ganó la presidencia de EE.UU. Carismático y con gran don de la palabra, Bill Clinton entró a la Casa Blanca haciendo énfasis en la economía. Dieciséis años más tarde, por hacerse la burla de su sugerencia que inflar bien las llantas de un vehículo reduce su consumo de gasolina en 3%, Barak Obama llama a sus oponentes “ignorantes”. Otro tema electoral que evoca a “estúpido” - adjetivo protagonista del presente artículo - son aquellos que llevan a cabo la labor de pasillo para avanzar intereses particulares, conocidos como “lobbyists”. Estos cabilderos ejercen un derecho fundamental de la democracia: El derecho que tiene todo ciudadano, grupo de interés o corporación de solicitar al Gobierno una compensación por habérsele negado un derecho legal o causado una injusticia. Este derecho no es absoluto y el Gobierno no está obligado a conceder una audiencia a todo aquel que pretenda reclamar se rectifique una ilegalidad. Como suele suceder en todo tipo de diseño constitucional, los que ostentan el poder acaban teniendo más derechos que otros.
En Bolivia el poder que confiere favoritismos es un poder político. En EE.UU. el que resulta ser muy elocuente en ese sentido, su voz la más cristalina, es el dinero. Los cabilderos más efectivos, por ende, son aquellos que representan a grandes corporaciones. Sus profundas billeteras y donaciones a las campañas políticas de diputados y senadores abren puertas y afinan el oído de los que fueron elegidos para defender los intereses del pueblo. El pueblo norteamericano, sin embargo, está harto que su voz sea opacada por los intereses particulares de los capitanes de la industria. Ambos candidatos a la presidencia de EE.UU. han prometido limitar la influencia de los cabilderos privados. “Sus días están numerados”, exclama convencido John Mc Cain. Su contrincante en la izquierda, Barack Obama, le contesta señalando que el jefe de campaña de Mc Cain y varios en su equipo son los más grandes cabilderos de Washington. “¿John Mc Cain les va a decir a aquellos que manejan su campaña electoral que sus días en Washington están contados?”, pregunta retóricamente Obama. Agrega con gran saña, “¡Deben creer que ustedes son unos estúpidos!” La que resultó ser la estúpida, sin embargo, es la ecología.
Cuando Karl Marx pronosticaba el fin del capitalismo, nunca se imaginó que el desarrollo industrial pondría en peligro la existencia humana. Tampoco imaginó que el éxito económico del capitalismo engendraría una crisis existencial con el potencial de avanzar el designio humano de romper las cadenas de una embrutecedora sociedad de consumo mucho mejor que el conflicto de clases. La posibilidad de un nefasto y catastrófico destino compartido, después de todo, es mucho más efectiva en amalgamar a los diferentes grupos sociales, que apelar a una conciencia sectorial. En la medida que el imperativo del permanente crecimiento industrial del capitalismo requiere reproducir autómatas con insaciable apetito de juguetes electrónicos, ciegamente dirigidos al abismo del calentamiento global, los días del capitalismo también están numerados. Es decir, Marx no pudo anticipar el potencial revolucionario de una conciencia humana – no de “clase” – que impulse al ser humano a tomar control del aparato productivo, eliminando la propiedad privada industrial no en nombre de la justicia social, sino de la supervivencia física del planeta. Una vez que el imperativo ecológico haya derrotado el aparato industrial militar, nuestra especie podrá por fin marchar jubilosa hacia un mundo sin jerarquías, en perfecta armonía con la madre Tierra. Pero en lugar de ser cómplice de la liberación humana, resulta que la ecología se está convirtiendo en la mejor aliada de la economía de mercado.
El olor del desarrollo industrial del siglo XX es a carbono quemado, ya sea en las eternas carreteras de asfalto, o los desechos que escupe el mayor objeto del deseo de consumo y nuestra más cotizada pertenencia. El automóvil - y las redes viales que fueron a la vez conductos de sangre y sistema nervioso de la sociedad - son el icono de la modernidad y su más trascendental mercancía. Sin el vehículo el milagro económico de la post guerra jamás hubiese sido posible. Alemanes y japoneses mantuvieron intactas estructuras fascistas en sus economías, una complicidad entre Estado y empresas estratégicas fabricantes de automóviles, para invertir en investigación y desarrollo de tecnologías que permitieron avanzar sus aparatos industriales, importando acero para luego exportarlo con gran valor agregado.
Los EE.UU. son los que más combustibles fósiles han quemado en la historia. Sus grandes Hummers son símbolo de opulencia y total indiferencia a la “huella fósil” que dejan sobre el planeta aquellos que tienen más poder y menos conciencia. Parecía que la madre Tierra, mediante su hija favorita, la ecología, por fin castigaría a la codicia y lujuria de consumo desenfrenada de los cerdos capitalistas. La industria norteamericana de Detroit parecía destinada a seguir el mismo destino que los microorganismos que proporcionaron hace millones de años la materia prima con el cual se impulsa estos monstros cuadrados de metal. El precio de la gasolina subió abruptamente, poniendo nervioso a los mercados y ciudadanos por igual. Debido a que los grandes vehículos consumen este precioso bien cual alcohólico de vacaciones en el Caribe, se ha precipitado la crisis más profunda jamás experimentada por la industria automotriz norteamericana. ¡Dulce venganza!
Pero algo sucedió en camino a la redención humana. La ecología, en lugar de aliarse a nosotros los desafectados por la metalizada modernidad, prefirió apostar a las leyes del mercado. Con el conocimiento básico hecho público en Google y armados de poderosas computadoras, en lugar de ingenieros en Toyota y Volkswagen desarrollando cada vez mejores automóviles, ahora existen cientos de miles de individuos que afanadamente intentan desarrollar las tecnologías y motores del futuro. Teorías de conspiración de “quién mató al coche eléctrico” a un lado, la seguridad nacional de los EE.UU. ahora depende de su seguridad energética. Lo peor de todo es que independizarse del yugo de Irán y Venezuela ahora no sólo es una manera de proteger su economía, sino que resulta también ser el alba de la nueva revolución industrial: La era de la tecnología energética.
Los chinos se quejan amargamente que los norteamericanos tuvieron 120 años para contaminar el planeta, por lo que ahora les corresponde el turno. Thomas Friedman se jacta de encrespar primero al intérprete y luego al interlocutor cuando les contesta, “ensucien todo lo que quieran. En menos de una década les venderemos la tecnología que les permita nuevamente respirar”. Una de las características de una economía de mercado es que asigna recursos en respuesta a incentivos reales, y no a la gran imaginación o poderes clarividentes de los gobernantes. Las nuevas tecnologías ecológicas están siendo desarrolladas en este preciso instante. En un abrir y cerrar de ojos – evolutivamente hablando – tendremos motores a los que deberán añadirles ruido (similar a añadir olor para identificar escapes de gas) para evitar que los ciegos sean atropellados intentando cruzar la calle.
Transformar la flotilla actual de vehículos a coches inteligentes que utilicen las fuentes de energía del futuro representa un gran negocio. Aquella nación que primero desarrolle motores de hidrogeno, eléctricos, energía solar o de viento eficientes, a la vez de mejores reactores nucleares para vendérselos (entre otros) a Irán, será líder de la nueva revolución industrial. En lugar del apocalipsis del capitalismo, con una gloriosa transición a una economía provincial y autárquica que elimine no sólo la sociedad de consumo, sino miles de millones de seres humanos que han plagado inútilmente el planeta, tendremos una nueva post guerra, sin fundamentalismos religiosos, terrorismo o hambruna generalizada. En lugar de destruir el capitalismo, la ecología se ha de encargar de encontrar un equilibrio entre mercado y Estado, con los gobiernos de naciones industrializadas colaborando con el sector privado para desarrollar energías verdes. En lugar de una utopía centralizada que nos libere de nuestros bajos apetitos, tendremos una era de crecimiento económico y prosperidad jamás vista en la historia de la humanidad. En lugar de cabilderos en Washington luchando por el coche eléctrico, la ecología ha de utilizar las fuerzas del mercado para desatar una verde revolución. ¡Estúpida ecología!
Flavio Machicado Teran
En Bolivia el poder que confiere favoritismos es un poder político. En EE.UU. el que resulta ser muy elocuente en ese sentido, su voz la más cristalina, es el dinero. Los cabilderos más efectivos, por ende, son aquellos que representan a grandes corporaciones. Sus profundas billeteras y donaciones a las campañas políticas de diputados y senadores abren puertas y afinan el oído de los que fueron elegidos para defender los intereses del pueblo. El pueblo norteamericano, sin embargo, está harto que su voz sea opacada por los intereses particulares de los capitanes de la industria. Ambos candidatos a la presidencia de EE.UU. han prometido limitar la influencia de los cabilderos privados. “Sus días están numerados”, exclama convencido John Mc Cain. Su contrincante en la izquierda, Barack Obama, le contesta señalando que el jefe de campaña de Mc Cain y varios en su equipo son los más grandes cabilderos de Washington. “¿John Mc Cain les va a decir a aquellos que manejan su campaña electoral que sus días en Washington están contados?”, pregunta retóricamente Obama. Agrega con gran saña, “¡Deben creer que ustedes son unos estúpidos!” La que resultó ser la estúpida, sin embargo, es la ecología.
Cuando Karl Marx pronosticaba el fin del capitalismo, nunca se imaginó que el desarrollo industrial pondría en peligro la existencia humana. Tampoco imaginó que el éxito económico del capitalismo engendraría una crisis existencial con el potencial de avanzar el designio humano de romper las cadenas de una embrutecedora sociedad de consumo mucho mejor que el conflicto de clases. La posibilidad de un nefasto y catastrófico destino compartido, después de todo, es mucho más efectiva en amalgamar a los diferentes grupos sociales, que apelar a una conciencia sectorial. En la medida que el imperativo del permanente crecimiento industrial del capitalismo requiere reproducir autómatas con insaciable apetito de juguetes electrónicos, ciegamente dirigidos al abismo del calentamiento global, los días del capitalismo también están numerados. Es decir, Marx no pudo anticipar el potencial revolucionario de una conciencia humana – no de “clase” – que impulse al ser humano a tomar control del aparato productivo, eliminando la propiedad privada industrial no en nombre de la justicia social, sino de la supervivencia física del planeta. Una vez que el imperativo ecológico haya derrotado el aparato industrial militar, nuestra especie podrá por fin marchar jubilosa hacia un mundo sin jerarquías, en perfecta armonía con la madre Tierra. Pero en lugar de ser cómplice de la liberación humana, resulta que la ecología se está convirtiendo en la mejor aliada de la economía de mercado.
El olor del desarrollo industrial del siglo XX es a carbono quemado, ya sea en las eternas carreteras de asfalto, o los desechos que escupe el mayor objeto del deseo de consumo y nuestra más cotizada pertenencia. El automóvil - y las redes viales que fueron a la vez conductos de sangre y sistema nervioso de la sociedad - son el icono de la modernidad y su más trascendental mercancía. Sin el vehículo el milagro económico de la post guerra jamás hubiese sido posible. Alemanes y japoneses mantuvieron intactas estructuras fascistas en sus economías, una complicidad entre Estado y empresas estratégicas fabricantes de automóviles, para invertir en investigación y desarrollo de tecnologías que permitieron avanzar sus aparatos industriales, importando acero para luego exportarlo con gran valor agregado.
Los EE.UU. son los que más combustibles fósiles han quemado en la historia. Sus grandes Hummers son símbolo de opulencia y total indiferencia a la “huella fósil” que dejan sobre el planeta aquellos que tienen más poder y menos conciencia. Parecía que la madre Tierra, mediante su hija favorita, la ecología, por fin castigaría a la codicia y lujuria de consumo desenfrenada de los cerdos capitalistas. La industria norteamericana de Detroit parecía destinada a seguir el mismo destino que los microorganismos que proporcionaron hace millones de años la materia prima con el cual se impulsa estos monstros cuadrados de metal. El precio de la gasolina subió abruptamente, poniendo nervioso a los mercados y ciudadanos por igual. Debido a que los grandes vehículos consumen este precioso bien cual alcohólico de vacaciones en el Caribe, se ha precipitado la crisis más profunda jamás experimentada por la industria automotriz norteamericana. ¡Dulce venganza!
Pero algo sucedió en camino a la redención humana. La ecología, en lugar de aliarse a nosotros los desafectados por la metalizada modernidad, prefirió apostar a las leyes del mercado. Con el conocimiento básico hecho público en Google y armados de poderosas computadoras, en lugar de ingenieros en Toyota y Volkswagen desarrollando cada vez mejores automóviles, ahora existen cientos de miles de individuos que afanadamente intentan desarrollar las tecnologías y motores del futuro. Teorías de conspiración de “quién mató al coche eléctrico” a un lado, la seguridad nacional de los EE.UU. ahora depende de su seguridad energética. Lo peor de todo es que independizarse del yugo de Irán y Venezuela ahora no sólo es una manera de proteger su economía, sino que resulta también ser el alba de la nueva revolución industrial: La era de la tecnología energética.
Los chinos se quejan amargamente que los norteamericanos tuvieron 120 años para contaminar el planeta, por lo que ahora les corresponde el turno. Thomas Friedman se jacta de encrespar primero al intérprete y luego al interlocutor cuando les contesta, “ensucien todo lo que quieran. En menos de una década les venderemos la tecnología que les permita nuevamente respirar”. Una de las características de una economía de mercado es que asigna recursos en respuesta a incentivos reales, y no a la gran imaginación o poderes clarividentes de los gobernantes. Las nuevas tecnologías ecológicas están siendo desarrolladas en este preciso instante. En un abrir y cerrar de ojos – evolutivamente hablando – tendremos motores a los que deberán añadirles ruido (similar a añadir olor para identificar escapes de gas) para evitar que los ciegos sean atropellados intentando cruzar la calle.
Transformar la flotilla actual de vehículos a coches inteligentes que utilicen las fuentes de energía del futuro representa un gran negocio. Aquella nación que primero desarrolle motores de hidrogeno, eléctricos, energía solar o de viento eficientes, a la vez de mejores reactores nucleares para vendérselos (entre otros) a Irán, será líder de la nueva revolución industrial. En lugar del apocalipsis del capitalismo, con una gloriosa transición a una economía provincial y autárquica que elimine no sólo la sociedad de consumo, sino miles de millones de seres humanos que han plagado inútilmente el planeta, tendremos una nueva post guerra, sin fundamentalismos religiosos, terrorismo o hambruna generalizada. En lugar de destruir el capitalismo, la ecología se ha de encargar de encontrar un equilibrio entre mercado y Estado, con los gobiernos de naciones industrializadas colaborando con el sector privado para desarrollar energías verdes. En lugar de una utopía centralizada que nos libere de nuestros bajos apetitos, tendremos una era de crecimiento económico y prosperidad jamás vista en la historia de la humanidad. En lugar de cabilderos en Washington luchando por el coche eléctrico, la ecología ha de utilizar las fuerzas del mercado para desatar una verde revolución. ¡Estúpida ecología!
Flavio Machicado Teran
jueves, 4 de septiembre de 2008
Atajo al Desarrollo
Incapaz de ubicar a París en el mapa, el Presidente Melgarejo envió en 1870 un importante contingente del ejército boliviano para defenderla de un ataque alemán. Cuando un general le recordó que tomaría demasiado tiempo llegar y que habría que cruzar el océano Atlántico, Melgarejo espetó, “No sea estúpido, tomaremos un atajo”. La incompetencia y arrogancia de Melgarejo ahora tiene competencia en los anales de la historia, con la guerra que nuestro comandante en jefe acaba de declararle a las leyes del mercado.
El colapso del sistema económico mundial está siendo anunciado por los profetas del apocalipsis financiero. Su preocupación es sana y comprensible, a la vez que representa una fuerza vital del ser humano; un espíritu que desde tiempos inmemorables impulsa transformaciones necesarias para crear un sistema más justo y benevolente. El objetivo de los viudos del comunismo es loable y compartido por todo ser humano con la más mínima conciencia social. Ello no convierte automáticamente sus recetas en las apropiadas para superar la actual crisis (o mejorar la condición del pueblo), sobre todo cuando la receta no es otra cosa que una visceral manifestación de frustración que no dice (o hace) absolutamente nada. Su dolor existencial - convertido en panfletos de ignorancia - pretende reducir la complejidad de una economía globalizada a la falacia del hombre de paja que han creado con la caricatura del “neoliberalismo”.
Una pregunta sencilla puede ayudar a resolver el dilema. Si el culpable del descalabre mundial es el neoliberalismo, ¿es también culpable el liberalismo? Si existe una diferencia entre ambos ¿existen elementos rescatables del modelo liberal? ¿Cuáles? Lejos de establecer una discusión semi-sofisticada del problema, no existe la más mínima decencia y honestidad intelectual de definir al supuesto enemigo de la humanidad. El sofismo es tan sencillo como efectivo. Han logrado crear una abstracción que captura toda la frustración hacia el sistema de libre mercado, pero en vez de llamarlo “comercio internacional”, “inversión privada”, “ley de la oferta y demanda”, lo llaman “neoliberalismo”, para así arengar un odio basado en miedo e ignorancia. Muy astuta la estrategia, a la vez de absolutamente deshonesta.
La astucia política y oportunismo histórico de los nuevos poderosos ha sabido brillantemente capturar el desgaste de un pueblo cansado de racismo, exclusión y humillación. Su gran logro político lamentablemente viene acompañado de total falta de criterio económico. Sería interesante, por ejemplo, escuchar por parte de nuestros gobernantes su opinión sobre las diferencias que existen entre el neoliberalismo y el liberalismo “a secas”. El debate nacional, sin embargo, es sobre la legitimidad del poder y sobre las reglas de juego que serán próximamente impuestas a la fuerza. Por ende, si el MAS no fue capaz de discutir la lógica de su proyecto económico (más allá de vacías consignas “anti” A, B y C) antes de ser elegido gobierno, mucho menos explicará cual es el proyecto (más allá de recuperar los recursos nacionales) ahora que tiene el mazo del poder. La historia de la humanidad – afortunadamente – se encargará de traer Mahoma al altiplano.
Dos factores serán imposibles de ignorar por el triangulo bolivariano anti-liberal: el éxito del capitalismo en China y el triunfo del liberalismo de la izquierda de Obama. El primero es liberalismo sin libertad, el segundo es capitalismo sin prostituido mercado. Por una parte, los chinos han adoptado un modelo de desarrollo que atrae inversión extranjera para crear una economía dinámica capaz de alimentar a muchísimas bocas. Con lo que los chinos no quieren complicarse la vida es con el concepto occidental de libertades individuales y democracia. Por otra parte, el liberalismo de Obama tendrá como norte ideológico redistribuir la riqueza y cerrar las piernas del libre comercio, por lo menos lo suficiente como para evitar que las empresas norteamericanas, como Ford y General Motors, se globalicen al punto de convertirse en Chinas. El liberalismo de Obama intentará proteger los empleos de la clase trabajadora norteamericana, mientras que el capitalismo Chino intentará importar los empleos norteamericanos. Esta redistribución de riqueza dentro de EE.UU., y entre Este y Oeste será ejecutado bajo principios de libre mercado, con estricto respeto de la ley de oferta y demanda, y bajo una dinámica de desarrollo económico posible gracias a la inversión privada.
No obstante el continuado éxito del modelo de desarrollo liberal, la crisis hipotecaria, alimentaria y energética es utilizada como prueba del descalabro del modelo “neoliberal”. Empecemos por la crisis hipotecaria. Con el objetivo de permitir a familias de bajos ingresos se conviertan en propietarios de su hogar, el Ministerio de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE.UU. requirió a dos empresas “patrocinadas” por el gobierno adquirir préstamos más atractivos para el público. Es decir, a través de estas dos empresas las familias de bajos ingresos reciben un tipo de subsidio gubernamental para obtener un techo más barato. Estas dos empresas son Freddie Mac y Fannie Mae, que aunque pertenecen a accionista privados (con una cartera de 1.4 millones de millones de dólares), reciben un “patrocinio” del gobierno (con privilegios que no tienen empresas privadas) con la condición que avancen un propósito público. Es así que estas dos empresas patrocinadas por el gobierno reciben un subsidio estimado en 6.5 mil millones de dólares al año. El subsidio consiste en que están exentas de pagar impuestos y el privilegio de prestarse dinero más barato. Para ponerlo en perspectiva, estas dos empresas tienen una cartera equivalente a más de 300 veces lo que Bolivia exportaba en un año, y reciben un subsidio equivalente una cuarta parte de todo lo que producimos.
Freddie Mac y Fannie Mae son la mayor fuente de préstamos hipotecarios en EE.UU., y prestan a familias en regiones pobres del país. Por muy reguladas que sean estas empresas, es muy difícil evitar la especulación por parte de ciudadanos que abusan del sistema, que se prestan dinero para especular con casas que alquilan a terceros, bajo el supuesto que su precio seguirá subiendo. A su vez, el mercado tiene un mecanismo de auto-regulación que hace que el precio de bienes sobrevaluados sufra un proceso de reajuste, que ha visto el precio de los inmuebles caer precipitosamente. Las familias no son culpables, ni deben sufrir por esta rectificación. Por ende, un proyecto de ley patrocinado por los liberales en el congreso de EE.UU., aprobado por la cámara baja y el senado, ha sido diseñado para que la Administración de Vivienda Federal (ADV) garantice hasta 300 mil millones de dólares en refinanciamiento de hipotecas. El objetivo es evitar que familias pierdan su hogar, y estabilizar el mercado de viviendas para evitar el colapso de bancos e instituciones financieras. En caso de existir perdidas por préstamos respaldados por la ADV, estas pérdidas serian asumidas por el gobierno, y no por los bancos. El presidente Bush ha autorizado al congreso aprobar un paquete de rescate financiero que autoriza al gobierno comprar miles de millones de dólares en acciones de Fannie Mae y Freddie Mac y una línea de crédito del Tesoro para hacer frente a sus necesidades de financiamiento de corto plazo. La intervención del Estado permitirá que especuladores (padres de familia que asumieron riesgos demasiado elevados con tal de ponerles techo a sus hijos) no pierdan su hogar.
Otros que especulan son los inversionistas en el mercado de futuros de petróleo, que compran hoy el petróleo que será producido en (digamos) seis meses, para vender estos futuros a empresas que consumen grandes cantidades de combustible. Mediante la compra de futuros, las empresas pueden garantizar un precio al consumidor. Es un negocio arriesgado, donde se hacen y pierden fortunas. Con el actual enfrentamiento entre Israel, EE.UU. e Irán, además de la presión del incremento en la demanda mundial - en gran parte gracias a China e India - sobre el precio del petróleo, estos inversionistas están poniendo presión adicional. No debemos olvidar, sin embargo, que la mayor parte de las ganancias van a los productores de petróleo, cuya producción está en manos de gobiernos nacionales. En otras palabras, el petróleo del mundo ya ha sido nacionalizado. A menos que la propuesta sea eliminar el mercado de futuros, junto a la ley de oferta y demanda, pretender que “nacionalizar” la economía global (y crear un mecanismo mundial para establecer precios) ha de evitar una mayor escalada en los mercados aquí discutidos, es tan razonable como suponer que eliminar los colegios mixtos ha de eliminar el sexo entre adolecentes.
Por último, el sector agrícola es el sector que mayor subsidio gubernamental recibe en el planeta. Es decir, los tres mercados en problemas, lejos de estar estrictamente en manos privadas, ya sea reciben subvenciones, o están en manos de gobiernos nacionales. Con esta mención no quiero sugerir que estos mercados no deban ser regulados, intervenidos, o sus “dueños” exonerados de su responsabilidad social. Pero argumentar que las políticas “neoliberales” son las culpables del proceso de reajuste en la economía global es pura retorica sofista. Lo que los profetas de la crisis financiera no aceptaron en 1929, y tampoco aceptarán en 2009, es que la economía de libre mercado tiene la gran virtud de reasignar recursos en épocas de recesión, de manera de permitir crecer industrias con nuevo potencial (p.e. ecológico), y eliminar industrias cuyo ciclo de vida ha llegado a su fin. Suena cruel, y gente sufre en el proceso. Por ende, el gobierno debe intervenir para ayudar a quienes pagan un precio mayor que los cerdos capitalistas que pierden sus industrias, pero siguen teniendo millones. Mucho más cruel, sin embrago, sería que la economía global colapse y, en vez de un pequeño porcentaje de la población sin empleo, sean las grandes mayorías las que pasen hambre.
El gobierno boliviano no puede controlar los precios dentro de una economía de 10 millones de individuos, pero se siente con el deber moral de dar lecciones a los gobernantes de China, que han optado por el libre mercado y comercio exterior para sacar a sus miles de millones de ciudadanos de la pobreza. Vincent Lo, uno de los cerdos capitalistas detrás del éxito de la China en salir del subdesarrollo dice, “la única manera de lograr que una economía del tamaño de la China se mueva velozmente es a través del sector empresarial”. La Sociedad Armoniosa del presidente Hu Jintao, por ende, representa la armonía entre crecimiento económico y desarrollo social. Los chinos entienden que los dos son necesarios, y hablan de Francia y Alemania como las nuevas naciones socialistas de siglo XXI, que ofrecen seguridad social a la vez que utilizan la ley de oferta y demanda para asignar recursos. China, en contraste, aun no puede ofrecer esa seguridad social, y se ha convertido en la nación más pro-empresarial del planeta. El nuevo eje del mal “liberal” contra el cual nuestro gobierno pretende pelear una guerra, por ende, deberá incluir al ex-Dragón Rojo del Este.
Si vamos a la guerra, a nuestro pueblo debe quedarle muy claro que el nuevo enemigo ya no es “neoliberal”, sino el modelo “liberal” a secas, que incluye el comercio exterior y la ley de oferta y demanda. Al igual que en la guerra contra el terrorismo de EE.UU., Bolivia ahora perseguirá a su propio Hussein. Pero nuestro Hussein es Hussein Obama, quien junto a China y Francia forma parte del eje de mal “liberal”, a quienes se supone venceremos tomando (al desarrollo) un nuevo atajo.
Flavio Machicado Teran
El colapso del sistema económico mundial está siendo anunciado por los profetas del apocalipsis financiero. Su preocupación es sana y comprensible, a la vez que representa una fuerza vital del ser humano; un espíritu que desde tiempos inmemorables impulsa transformaciones necesarias para crear un sistema más justo y benevolente. El objetivo de los viudos del comunismo es loable y compartido por todo ser humano con la más mínima conciencia social. Ello no convierte automáticamente sus recetas en las apropiadas para superar la actual crisis (o mejorar la condición del pueblo), sobre todo cuando la receta no es otra cosa que una visceral manifestación de frustración que no dice (o hace) absolutamente nada. Su dolor existencial - convertido en panfletos de ignorancia - pretende reducir la complejidad de una economía globalizada a la falacia del hombre de paja que han creado con la caricatura del “neoliberalismo”.
Una pregunta sencilla puede ayudar a resolver el dilema. Si el culpable del descalabre mundial es el neoliberalismo, ¿es también culpable el liberalismo? Si existe una diferencia entre ambos ¿existen elementos rescatables del modelo liberal? ¿Cuáles? Lejos de establecer una discusión semi-sofisticada del problema, no existe la más mínima decencia y honestidad intelectual de definir al supuesto enemigo de la humanidad. El sofismo es tan sencillo como efectivo. Han logrado crear una abstracción que captura toda la frustración hacia el sistema de libre mercado, pero en vez de llamarlo “comercio internacional”, “inversión privada”, “ley de la oferta y demanda”, lo llaman “neoliberalismo”, para así arengar un odio basado en miedo e ignorancia. Muy astuta la estrategia, a la vez de absolutamente deshonesta.
La astucia política y oportunismo histórico de los nuevos poderosos ha sabido brillantemente capturar el desgaste de un pueblo cansado de racismo, exclusión y humillación. Su gran logro político lamentablemente viene acompañado de total falta de criterio económico. Sería interesante, por ejemplo, escuchar por parte de nuestros gobernantes su opinión sobre las diferencias que existen entre el neoliberalismo y el liberalismo “a secas”. El debate nacional, sin embargo, es sobre la legitimidad del poder y sobre las reglas de juego que serán próximamente impuestas a la fuerza. Por ende, si el MAS no fue capaz de discutir la lógica de su proyecto económico (más allá de vacías consignas “anti” A, B y C) antes de ser elegido gobierno, mucho menos explicará cual es el proyecto (más allá de recuperar los recursos nacionales) ahora que tiene el mazo del poder. La historia de la humanidad – afortunadamente – se encargará de traer Mahoma al altiplano.
Dos factores serán imposibles de ignorar por el triangulo bolivariano anti-liberal: el éxito del capitalismo en China y el triunfo del liberalismo de la izquierda de Obama. El primero es liberalismo sin libertad, el segundo es capitalismo sin prostituido mercado. Por una parte, los chinos han adoptado un modelo de desarrollo que atrae inversión extranjera para crear una economía dinámica capaz de alimentar a muchísimas bocas. Con lo que los chinos no quieren complicarse la vida es con el concepto occidental de libertades individuales y democracia. Por otra parte, el liberalismo de Obama tendrá como norte ideológico redistribuir la riqueza y cerrar las piernas del libre comercio, por lo menos lo suficiente como para evitar que las empresas norteamericanas, como Ford y General Motors, se globalicen al punto de convertirse en Chinas. El liberalismo de Obama intentará proteger los empleos de la clase trabajadora norteamericana, mientras que el capitalismo Chino intentará importar los empleos norteamericanos. Esta redistribución de riqueza dentro de EE.UU., y entre Este y Oeste será ejecutado bajo principios de libre mercado, con estricto respeto de la ley de oferta y demanda, y bajo una dinámica de desarrollo económico posible gracias a la inversión privada.
No obstante el continuado éxito del modelo de desarrollo liberal, la crisis hipotecaria, alimentaria y energética es utilizada como prueba del descalabro del modelo “neoliberal”. Empecemos por la crisis hipotecaria. Con el objetivo de permitir a familias de bajos ingresos se conviertan en propietarios de su hogar, el Ministerio de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE.UU. requirió a dos empresas “patrocinadas” por el gobierno adquirir préstamos más atractivos para el público. Es decir, a través de estas dos empresas las familias de bajos ingresos reciben un tipo de subsidio gubernamental para obtener un techo más barato. Estas dos empresas son Freddie Mac y Fannie Mae, que aunque pertenecen a accionista privados (con una cartera de 1.4 millones de millones de dólares), reciben un “patrocinio” del gobierno (con privilegios que no tienen empresas privadas) con la condición que avancen un propósito público. Es así que estas dos empresas patrocinadas por el gobierno reciben un subsidio estimado en 6.5 mil millones de dólares al año. El subsidio consiste en que están exentas de pagar impuestos y el privilegio de prestarse dinero más barato. Para ponerlo en perspectiva, estas dos empresas tienen una cartera equivalente a más de 300 veces lo que Bolivia exportaba en un año, y reciben un subsidio equivalente una cuarta parte de todo lo que producimos.
Freddie Mac y Fannie Mae son la mayor fuente de préstamos hipotecarios en EE.UU., y prestan a familias en regiones pobres del país. Por muy reguladas que sean estas empresas, es muy difícil evitar la especulación por parte de ciudadanos que abusan del sistema, que se prestan dinero para especular con casas que alquilan a terceros, bajo el supuesto que su precio seguirá subiendo. A su vez, el mercado tiene un mecanismo de auto-regulación que hace que el precio de bienes sobrevaluados sufra un proceso de reajuste, que ha visto el precio de los inmuebles caer precipitosamente. Las familias no son culpables, ni deben sufrir por esta rectificación. Por ende, un proyecto de ley patrocinado por los liberales en el congreso de EE.UU., aprobado por la cámara baja y el senado, ha sido diseñado para que la Administración de Vivienda Federal (ADV) garantice hasta 300 mil millones de dólares en refinanciamiento de hipotecas. El objetivo es evitar que familias pierdan su hogar, y estabilizar el mercado de viviendas para evitar el colapso de bancos e instituciones financieras. En caso de existir perdidas por préstamos respaldados por la ADV, estas pérdidas serian asumidas por el gobierno, y no por los bancos. El presidente Bush ha autorizado al congreso aprobar un paquete de rescate financiero que autoriza al gobierno comprar miles de millones de dólares en acciones de Fannie Mae y Freddie Mac y una línea de crédito del Tesoro para hacer frente a sus necesidades de financiamiento de corto plazo. La intervención del Estado permitirá que especuladores (padres de familia que asumieron riesgos demasiado elevados con tal de ponerles techo a sus hijos) no pierdan su hogar.
Otros que especulan son los inversionistas en el mercado de futuros de petróleo, que compran hoy el petróleo que será producido en (digamos) seis meses, para vender estos futuros a empresas que consumen grandes cantidades de combustible. Mediante la compra de futuros, las empresas pueden garantizar un precio al consumidor. Es un negocio arriesgado, donde se hacen y pierden fortunas. Con el actual enfrentamiento entre Israel, EE.UU. e Irán, además de la presión del incremento en la demanda mundial - en gran parte gracias a China e India - sobre el precio del petróleo, estos inversionistas están poniendo presión adicional. No debemos olvidar, sin embargo, que la mayor parte de las ganancias van a los productores de petróleo, cuya producción está en manos de gobiernos nacionales. En otras palabras, el petróleo del mundo ya ha sido nacionalizado. A menos que la propuesta sea eliminar el mercado de futuros, junto a la ley de oferta y demanda, pretender que “nacionalizar” la economía global (y crear un mecanismo mundial para establecer precios) ha de evitar una mayor escalada en los mercados aquí discutidos, es tan razonable como suponer que eliminar los colegios mixtos ha de eliminar el sexo entre adolecentes.
Por último, el sector agrícola es el sector que mayor subsidio gubernamental recibe en el planeta. Es decir, los tres mercados en problemas, lejos de estar estrictamente en manos privadas, ya sea reciben subvenciones, o están en manos de gobiernos nacionales. Con esta mención no quiero sugerir que estos mercados no deban ser regulados, intervenidos, o sus “dueños” exonerados de su responsabilidad social. Pero argumentar que las políticas “neoliberales” son las culpables del proceso de reajuste en la economía global es pura retorica sofista. Lo que los profetas de la crisis financiera no aceptaron en 1929, y tampoco aceptarán en 2009, es que la economía de libre mercado tiene la gran virtud de reasignar recursos en épocas de recesión, de manera de permitir crecer industrias con nuevo potencial (p.e. ecológico), y eliminar industrias cuyo ciclo de vida ha llegado a su fin. Suena cruel, y gente sufre en el proceso. Por ende, el gobierno debe intervenir para ayudar a quienes pagan un precio mayor que los cerdos capitalistas que pierden sus industrias, pero siguen teniendo millones. Mucho más cruel, sin embrago, sería que la economía global colapse y, en vez de un pequeño porcentaje de la población sin empleo, sean las grandes mayorías las que pasen hambre.
El gobierno boliviano no puede controlar los precios dentro de una economía de 10 millones de individuos, pero se siente con el deber moral de dar lecciones a los gobernantes de China, que han optado por el libre mercado y comercio exterior para sacar a sus miles de millones de ciudadanos de la pobreza. Vincent Lo, uno de los cerdos capitalistas detrás del éxito de la China en salir del subdesarrollo dice, “la única manera de lograr que una economía del tamaño de la China se mueva velozmente es a través del sector empresarial”. La Sociedad Armoniosa del presidente Hu Jintao, por ende, representa la armonía entre crecimiento económico y desarrollo social. Los chinos entienden que los dos son necesarios, y hablan de Francia y Alemania como las nuevas naciones socialistas de siglo XXI, que ofrecen seguridad social a la vez que utilizan la ley de oferta y demanda para asignar recursos. China, en contraste, aun no puede ofrecer esa seguridad social, y se ha convertido en la nación más pro-empresarial del planeta. El nuevo eje del mal “liberal” contra el cual nuestro gobierno pretende pelear una guerra, por ende, deberá incluir al ex-Dragón Rojo del Este.
Si vamos a la guerra, a nuestro pueblo debe quedarle muy claro que el nuevo enemigo ya no es “neoliberal”, sino el modelo “liberal” a secas, que incluye el comercio exterior y la ley de oferta y demanda. Al igual que en la guerra contra el terrorismo de EE.UU., Bolivia ahora perseguirá a su propio Hussein. Pero nuestro Hussein es Hussein Obama, quien junto a China y Francia forma parte del eje de mal “liberal”, a quienes se supone venceremos tomando (al desarrollo) un nuevo atajo.
Flavio Machicado Teran
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martes, 19 de agosto de 2008
Calentamiento Mental
No tengo evidencia que compruebe mi hipótesis. Si la historia comprueba que estoy equivocado, me hará feliz. De lo contrario, mi perturbada interpretación de los sucesos comprobará que– con tal de defender la hegemonía – en la política todo vale, incluso mentir. El gobierno de EE.UU. se ufana de lo que la guerra fría terminó sin disparar una sola bala y que la historia ha comprobado su “ideología” superior. Suficiente entonces para su aliada Georgia enarbolar su estrategia militar bajo la bandera de la libertad y democracia, para verse justificada en intentar resucitar la guerra fría.
Detesto las teorías de conspiración. Esta aversión personal hace tanto más difícil el ejercicio intelectual que los todavía nebulosos hechos me obligan a llevar a cabo. ¿Quién lanzo la primera piedra? Muchos conflictos regionales están supeditados a interminables interpretaciones embarradas en prejuicio personales que pretenden no solamente comprobar que fue el otro, sino también demonizar al oponente como cómplice en la agenda del mal. En agosto de 2008, mientras el mundo celebraba la paz y fraternidad entre naciones a través del deporte, alguien empezó un brutal ataque militar. No me dirán que - en plena era de avanzados satélites y permanente vigilancia militar – no podemos determinar a ciencia cierta si fueron los rusos o georgianos los primeros en violar en Osetia del Sur el acuerdo de cese al fuego.
Los medios de comunicación callan, y si no callan cuenta solo un lado de la historia. Saakashvili, presidente de Georgia, acababa de anunciar una resolución pacífica al conflicto con la población de Osetia del Sur – 90% con pasaporte ruso – cuando su ejército lanzó un feroz ataque sobre el pequeño contingente militar ruso estacionado en la periferia de la ciudad de Tskhinvali. La población de Osetia, cultural y étnicamente identificada con Rusia, sufrió un masivo e indiscriminado ataque por parte de las fuerzas “democráticas y amantes de la libertad” de Georgia. Cual mafioso que utiliza a sus lacayos como carne de cañón, el presidente Saakashvili seguramente se regocija ante la brutalidad con la que respondieron los rusos. Su macabro plan de convertir a su nación la victima de agresión rusa valió sacrificar, primero miles de separatistas, luego miles de compatriotas, todo en nombre de la geopolítica y poder político personal.
Los norteamericanos se han tragado el anzuelo, con plomo y carnada, para luego salir en incondicional defensa de su aliado militar. Ahora aprovechan para sacar a relucir sus propias teorías de conspiración, acusando a Rusia de utilizar a Georgia para castigar el acercamiento de Polonia y Ucrania al occidente. El trasfondo geopolítico incluye la intención de incorporar una serie de naciones del ex - bloque soviético a la OTAN, incluyendo Georgia. Este drama no exonera al presidente Saakashvili de ser un hábil y cínico mentiroso, que quiere hacernos creer que “estaba de vacaciones” cuando se desató el conflicto. Puede ser que la inteligencia militar norteamericana una vez más peca de incompetencia. Tal vez existe un intento deliberado de tergiversar los hechos para justificar a Saakashvili y avanzar la hegemonía política de EE.UU. en una región rica en petróleo. Pero ya no estamos en 1968, menos aun en 2003. Intentar calentarnos la cabeza con falsas dicotomías entre el “inocente” demócrata de Tbilisi y los malvados osos de Moscú es insultar nuestra inteligencia. Espero estar equivocado.
Flavio Machicado Teran
Detesto las teorías de conspiración. Esta aversión personal hace tanto más difícil el ejercicio intelectual que los todavía nebulosos hechos me obligan a llevar a cabo. ¿Quién lanzo la primera piedra? Muchos conflictos regionales están supeditados a interminables interpretaciones embarradas en prejuicio personales que pretenden no solamente comprobar que fue el otro, sino también demonizar al oponente como cómplice en la agenda del mal. En agosto de 2008, mientras el mundo celebraba la paz y fraternidad entre naciones a través del deporte, alguien empezó un brutal ataque militar. No me dirán que - en plena era de avanzados satélites y permanente vigilancia militar – no podemos determinar a ciencia cierta si fueron los rusos o georgianos los primeros en violar en Osetia del Sur el acuerdo de cese al fuego.
Los medios de comunicación callan, y si no callan cuenta solo un lado de la historia. Saakashvili, presidente de Georgia, acababa de anunciar una resolución pacífica al conflicto con la población de Osetia del Sur – 90% con pasaporte ruso – cuando su ejército lanzó un feroz ataque sobre el pequeño contingente militar ruso estacionado en la periferia de la ciudad de Tskhinvali. La población de Osetia, cultural y étnicamente identificada con Rusia, sufrió un masivo e indiscriminado ataque por parte de las fuerzas “democráticas y amantes de la libertad” de Georgia. Cual mafioso que utiliza a sus lacayos como carne de cañón, el presidente Saakashvili seguramente se regocija ante la brutalidad con la que respondieron los rusos. Su macabro plan de convertir a su nación la victima de agresión rusa valió sacrificar, primero miles de separatistas, luego miles de compatriotas, todo en nombre de la geopolítica y poder político personal.
Los norteamericanos se han tragado el anzuelo, con plomo y carnada, para luego salir en incondicional defensa de su aliado militar. Ahora aprovechan para sacar a relucir sus propias teorías de conspiración, acusando a Rusia de utilizar a Georgia para castigar el acercamiento de Polonia y Ucrania al occidente. El trasfondo geopolítico incluye la intención de incorporar una serie de naciones del ex - bloque soviético a la OTAN, incluyendo Georgia. Este drama no exonera al presidente Saakashvili de ser un hábil y cínico mentiroso, que quiere hacernos creer que “estaba de vacaciones” cuando se desató el conflicto. Puede ser que la inteligencia militar norteamericana una vez más peca de incompetencia. Tal vez existe un intento deliberado de tergiversar los hechos para justificar a Saakashvili y avanzar la hegemonía política de EE.UU. en una región rica en petróleo. Pero ya no estamos en 1968, menos aun en 2003. Intentar calentarnos la cabeza con falsas dicotomías entre el “inocente” demócrata de Tbilisi y los malvados osos de Moscú es insultar nuestra inteligencia. Espero estar equivocado.
Flavio Machicado Teran
viernes, 11 de julio de 2008
Frente sin Frente
La libertad de prensa no pudo penetrar el ocultismo detrás de su mortal estrategia. Bajo el velo de “tiempos de crisis”, se justificó el hermetismo detrás de decisiones secretas y el poder se concentró en manos de quien controla el monopolio de la violencia. En el momento que ocurren, no hay entrevista capaz de delatar las verdaderas intenciones detrás de decisiones, porque la verdad yace únicamente en las neuronas que disparan dentro del cráneo del autor. Los periodistas hicieron las preguntas, pero bajo el manto de “seguridad nacional” ellas fueron vilmente ignoradas por el ejecutor de la guerra en Irak. Con un dedo de frente, el cerebro de Bush no permitió entrever cuáles eran sus verdaderas intenciones.
La prensa norteamericana ha sido fustigada por su complicidad en brindarle impunidad a los actos violentos de la administración de George W. Bush. La premisa que un enemigo acechaba dio lugar a la posibilidad de un hermetismo que la prensa no tenia forma de penetrar. En tiempos de guerra, después de todo, es imprudente sentar en el banquillo de los acusados al que controla el gatillo que (se supone) protege al pueblo. El enemigo, sin embargo, resulto ser más una abstracción, que ejércitos suicidas. En retrospectiva, el poder del presidente Bush debió haber sido regulado con mayor recelo por la opinión pública, el congreso y el cuarto poder.
El gobierno de Bolivia ha declarado la guerra al neoliberalismo, una abstracción igual de terrible y mortal que el terrorismo de Al Qaeda. La privatización, austeridad fiscal y liberación del comercio son los tres ejes del mal, que suponen que el liberalismo económico es la mejor manera de promover el desarrollo económico y libertad política. Su fundamentalista énfasis en sacar completamente al gobierno de la economía ha comprobado ser un error, y los últimos ataques economicistas sucedieron en década de 1990. No hemos vueltos a ser atacados, y hoy nadie persigue un ímpetu privatizador. Es el comercio internacional el que ahora está en la mira de los quijotes de la anti-globalización.
El precio del petróleo y materias primas se han ido por los cielos, rápidamente seguidos por el precio de los alimentos. A su vez, el mercado financiero está siendo afectado por la crisis hipotecaria del sector inmobiliario. Los herederos de profetas del apocalipsis financiero de antaño, que arengaban el fin del libre mercado en 1929, hoy visten de negro - cuales buitres de la crisis mundial – para treparse al altar y convertirse en sacerdotes de nuestra salvación. A quien ellos acusan, y que quede muy claro, es al mecanismo que utiliza el planeta entero para asignar precios y recursos, también conocido como la ley de la oferta y la demanda.
La demanda de China e India pone presión sobre la oferta. Ningún gobierno puede controlar este desfase. Al igual que con las crisis rusa de 1998, la crisis asiática de 1997 y la crisis mexicana de 1994, el mercado mundial una vez más se reajustara. La oferta y demanda seguirá asignando eficientemente recursos, mientras que en Bolivia se destruyen los mecanismos de mercado. La intención – que no les quepa duda - es reprobar la ley más básica de la economía, y extender el frente de batalla a la ideología liberal. Estamos cerca de derrotar al comercio internacional ¿Qué mecanismo de precios utilizará Bolivia cuando por fin revoque la oferta y demanda? Si le preguntamos a su Excelencia, dudo siquiera entienda que debe planear la siguiente fase en su bestial estrategia.
Flavio Machicado Teran
La prensa norteamericana ha sido fustigada por su complicidad en brindarle impunidad a los actos violentos de la administración de George W. Bush. La premisa que un enemigo acechaba dio lugar a la posibilidad de un hermetismo que la prensa no tenia forma de penetrar. En tiempos de guerra, después de todo, es imprudente sentar en el banquillo de los acusados al que controla el gatillo que (se supone) protege al pueblo. El enemigo, sin embargo, resulto ser más una abstracción, que ejércitos suicidas. En retrospectiva, el poder del presidente Bush debió haber sido regulado con mayor recelo por la opinión pública, el congreso y el cuarto poder.
El gobierno de Bolivia ha declarado la guerra al neoliberalismo, una abstracción igual de terrible y mortal que el terrorismo de Al Qaeda. La privatización, austeridad fiscal y liberación del comercio son los tres ejes del mal, que suponen que el liberalismo económico es la mejor manera de promover el desarrollo económico y libertad política. Su fundamentalista énfasis en sacar completamente al gobierno de la economía ha comprobado ser un error, y los últimos ataques economicistas sucedieron en década de 1990. No hemos vueltos a ser atacados, y hoy nadie persigue un ímpetu privatizador. Es el comercio internacional el que ahora está en la mira de los quijotes de la anti-globalización.
El precio del petróleo y materias primas se han ido por los cielos, rápidamente seguidos por el precio de los alimentos. A su vez, el mercado financiero está siendo afectado por la crisis hipotecaria del sector inmobiliario. Los herederos de profetas del apocalipsis financiero de antaño, que arengaban el fin del libre mercado en 1929, hoy visten de negro - cuales buitres de la crisis mundial – para treparse al altar y convertirse en sacerdotes de nuestra salvación. A quien ellos acusan, y que quede muy claro, es al mecanismo que utiliza el planeta entero para asignar precios y recursos, también conocido como la ley de la oferta y la demanda.
La demanda de China e India pone presión sobre la oferta. Ningún gobierno puede controlar este desfase. Al igual que con las crisis rusa de 1998, la crisis asiática de 1997 y la crisis mexicana de 1994, el mercado mundial una vez más se reajustara. La oferta y demanda seguirá asignando eficientemente recursos, mientras que en Bolivia se destruyen los mecanismos de mercado. La intención – que no les quepa duda - es reprobar la ley más básica de la economía, y extender el frente de batalla a la ideología liberal. Estamos cerca de derrotar al comercio internacional ¿Qué mecanismo de precios utilizará Bolivia cuando por fin revoque la oferta y demanda? Si le preguntamos a su Excelencia, dudo siquiera entienda que debe planear la siguiente fase en su bestial estrategia.
Flavio Machicado Teran
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