Coloso entre empresas detallistas, de todas las empresas del planeta, Walmart es una de sus más peligrosa. Cual pulpo genéticamente alterado, extiende sus tentáculos por cuatro continentes, ofreciendo precios inmejorables. El éxito de su modelo de negocios significa empleo para 2.1 millones de chinos, argentinos, japoneses, canadienses, brasileros y mexicanos. Si aquellos que compran en Walmart gastan en sus tiendas un promedio de 387 dólares al año, entonces mil millones de personas brindan - en el “falso” plebiscito del mercado - su visto bueno a este monstro minorista. Su eficiencia es de libros de ciencia ficción; su capacidad de negociar con proveedores de la mafia siciliana. Incapaces de competir con sus grandiosos músculos capitalistas, los grandes ahorros de Walmart representan bancarrota para pequeñas empresas. A su vez, para satisfacer exigencias de precios bajos, empresas se ven obligadas a mudar operaciones a China, sus trabajadores obligados a comprar su propia seguridad médica, y los sindicatos prohibidos la entrada. El poder de Walmart cruza fronteras, penetra todo mercado y su ímpetu de lograr cada vez mayor eficiencia es un ímpetu diabólico. Si el consumismo es la droga más peligrosa del siglo XXI, entonces Walmart es su mayor traficante.
El producto más pernicioso para la ecología - y a la vez más necesario para la economía - es fabricado por General Motors. Los millones de automóviles que escupen desperdicios tóxicos al medioambiente hacen de la libertad de moverse a través de las venas de la infraestructura de transporte, una detestable victoria democrática, avanzada a gran velocidad. En la era moderna, todos velozmente envenenan al medioambiente por igual. En contraste al impecable modelo de negocios de Walmart, en GM se cometieron fatales errores. Debido que a los niños norteamericanos les gusta jugar con caballitos de fuerza, en nombre de satisfacer el gustito de autos musculosos, General Motors se dedicó a diseñar el nuevo Camaro y varios modelos del Hummer. Todas estas “herramientas” de trabajo de la modernidad, lamentablemente, son juguetes golosos por gasolina.
Se solía decir que lo que es “bueno para General Motors, es bueno para los Estados Unidos”. Eso era en aquel entonces, cuando sus fábricas se transformaban rápidamente en el brazo productivo del ejército norteamericano que, para derrotar a los Nazis, necesitaban producir tanques de guerra cada 40 minutos. El enemigo ahora es un puñado de suicidas, cegados por su convicción ideológica que las leyes de su Dios deben prevalecer; un ímpetu que encuentra reflejo en la voluntad dogmática de permitir que únicamente las leyes del Mercado decidan cuales empresas salen a flote, y cuales deben desaparecer. Este dogmatismo de libre mercado ha colocado a la columna vertebral de la manufactura norteamericana en una autopista que conduce a su propia muerte.
General Motors no supo adaptarse a la demanda del mercado de coches de calidad, ecológicos y eficientes, como ser el Toyota Prius, un vehículo “hibrido” que comparte la responsabilidad de movilizar con un motor eléctrico. Walmart, por el contrario, tiene tecnología que le permite satisfacer perfectamente la demanda de un producto determinado. La información de cada compra es centralizada en gigantescos servidores, que utilizan esta información para surtir a cada tienda exactamente lo que se acaba de vender. También en contraste con Walmart, más que ninguna otra empresa, GM avanzó derechos laborales, ofreciendo a sus trabajadores una jubilación digna y seguro médico; reivindicaciones sociales que no fueron imitadas o extendidas a la población en general. Al perseguir la infantil imagen de rebeldía hollywoodense, GM no supo adaptarse e hizo las cosas mal. Pero a sus trabajadores supo darles un pedazo del sueño norteamericano y - al brindarles un lugar privilegiado dentro de la empresa - también fabricó haciendo por los suyos lo correcto.
La lucha de clases fue resucitada en el senado norteamericano el jueves 11 de diciembre de 2008. La “guerra cultural” había hecho compañero de trinchera a cuellos blancos y azules, bajo la bandera de oponerse al aborto y matrimonio gay. El debacle de la economía norteamericana ha creado nuevos frentes de batalla; con los sindicatos en la mira telescópica de la derecha recalcitrante. Habiendo pasado apenas semanas desde el cuantioso rescate financiero para Wall Street por parte del congreso, sin chistar sobre los paquetes de compensación que reciben los ejecutivos que juegan con los ahorros e impuestos del pueblo, los senadores republicanos rehusaron darles a los “tres grandes” de Detroit el equivalente a dos meses del costo de la guerra en Irak. ¿Por qué? Porque los sindicatos rehusaron establecer una fecha exacta para que su paquete de compensación salarial – incluyendo beneficios sociales – sea reducido al nivel de lo que ganan los trabajadores en las plantas de Nissan y Toyota en Kentucky y Tennessee.
Los ocho senadores republicanos de Kentucky, Tennessee, Georgia y Alabama rechazaron con su voto el préstamo puente para la industria automotriz norteamericana. Casualmente, la industria automotriz japonesa, alemana y sud coreana se encuentra concentrada en el sur de EE.UU. Esta desafortunada coincidencia da la impresión que los senadores republicanos del sur – una región profundamente republicana - han optado por defender las fábricas extranjeras, pilares de sus economías locales, en detrimento de la ineficiente industria automotriz norteamericana concentrada en el centro de la producción industrial, el norte. Lo que parece ser una brecha entre norte y sur es, en realidad, un deseo de ciertos republicanos de herir de muerte a su odiado némesis – los grandes sindicatos – aliados políticos de los demócratas y, en parte, artífices de la victoria de Barack Obama.
General Motors está teniendo éxito – irónicamente – en la tierra de los dos grandes enemigos de los EE.UU. durante la Guerra Fría: China y Rusia. Una nueva planta de GM acaba de ser inaugurada en San Petersburgo. En Liuzhou, GM construyó el 2007 una planta con capacidad de 300,000 motores al año. El Sindicato de Trabajadores Automotrices (UAW) no recibió la noticia de nuevas plantas de GM en el extranjero con mucha algarabía. Hoy el sindicato se da cuenta que tal vez sus propios empleos dependa del éxito de GM en tierras asiáticas, aquellas donde alguna vez el dogma fue comunista. Para rusos y chinos por igual, es imperativo que la economía norteamericana salga a flote, por lo que deben estar rezando a su Dios materialista que el presidente Bush se imponga al Senado, y ordene un paquete financiero para los grandes tres de Detroit
Pero, ¿Es democrático que el presidente ignore el voto del senado en contra del rescate financiero de la industria automotriz Made in USA? El voto final fue 52 a favor y 35 en contra del préstamo puente. Es decir, el 59.7% de los senadores presentes votaron a favor. La ley indica que el 60% de todos los senadores (100) deben aprobar una ley. La voluntad de la mayoría, por ende, es difícil de determinar, sobre todo cuando las encuestas muestran que el pueblo norteamericano está “fatigado” con tanto rescate financiero por parte del gobierno. De nada parece servir la advertencia de casi todo experto en la materia, que sugieren que dejar morir – en nombre de las leyes del mercado – al bastión militar, económico y laboral de la nación, es cometer suicidio colectivo en nombre del Dios de la modernidad: la eficiencia, posible solo mediante las leyes del mercado.
La eficiencia de Walmart está siendo imitada por Arabia Saudita, que posee grandes servidores con la capacidad de rastrear cada gota de petróleo extraído del subsuelo. En la OPEC, Arabia Saudita ha frenado el ímpetu suicida de Irán y Venezuela de utilizar el petróleo como arma de guerra contra los EE.UU. Esa estrategia la utilizaron en 1973, para castigar al imperio por proporcionar a Israel armas durante la guerra de Yom Kippur. La venganza árabe, sin embargo, causó gran perjuicio a todos por igual. Las leyes del mercado deben ser utilizadas – reza el pragmatismo saudí – para lograr mejores precios, y no para distorsionar y asesinar al ganso de los huevo de oro. Si la contracción económica en EE.UU. persiste, la demanda por petróleo podría ser gravemente afectada, ejerciendo presión hacia abajo a precios del petróleo. Los precios ya han llegado a niveles peligrosamente bajos para las economías de OPEC. Los saudís entienden que jugar a la ruleta rusa con la economía global, podría envenenar el agua de todos los pozos. Irónicamente, el bienestar del pueblo venezolano también depende de que occidente empiece nuevamente a comprar porquerías de plástico. Por ende, si el petróleo es la droga más dañina del siglo XXI, entonces Venezuela es unos de sus más grandes traficantes.
Venezuela, país soberano, debe proteger a su pueblo. Digamos que Venezuela decidiese invertir su dinero en desarrollar motores a gasolina muchísimo más eficientes, para así reducir los actuales incentivos para desarrollar tecnologías alternativas, protegiendo así su mercado. ¿De desarrollar mejores motores a gasolina, estaría Venezuela obrando maléficamente? Después de todo, su petróleo seguiría siendo cómplice en alimentar el consumismo y calentamiento global. Temo que no hay nada intrínsecamente maléfico de desarrollar tecnologías verdes, que utilicen eficientemente combustibles fósiles; lo mismo que no hay nada intrínsecamente maléfico en ahorrarle al pueblo unos pesos al suministrar bienes de consumo de una manera más eficiente, ni tampoco nada intrínsecamente maléfico en ofrecer a la fuerza laboral seguridad médica y una jubilación digna.
Los rusos y chinos privatizaron sus economías. En lugar de la utopía comunista de Marx, ambas naciones crearon una sociedad de castas, con unos cuantos oligarcas dueños de sus respectivas riquezas nacionales. Los rusos ahora quieren nacionalizarlo todo de nuevo. Los chinos prefieren poner en su lugar a su nuevo lacayo, obligando a los norteamericanos abandonar sus malas costumbres de alimentar su consumo con deuda, una deuda subvencionada por el Yuan. El planeta ha quedado desconcertados con la radical transformación de los ex -comunistas colosos de Asia. ¿Cuál es el modelo de desarrollo “chino”, o “ruso”? Todavía inquietados por la interrogante, la pregunta ahora se convierte, ¿cuál es intrínsecamente más “norteamericano”? ¿El derecho del trabajador de organizarse para defender sus derechos? ¿O la eficiencia económica, posible únicamente si se permiten actuar a las fuerzas del mercado? Es irónico que tenga que ser el último gran maniqueo del siglo XXI, George W. Bush, quien se vea obligado a hacer lo “patriótico”, no matando supuestos terroristas en tierras extranjeras, sino salvando a los tres grandes y - de paso - a su coloso sindicato.
El último legado de George W. Bush será haber herido de muerte a la oposición ideológica a la intervención del Estado. Nuestros tribalista harían bien en darse estas navidades unos minutitos para reflexionar sobre los peligros del fundamentalismo ideológico, y observar sin prejuicios la naturaleza fluida de la vida, que demanda adaptación para satisfacer su condición de supervivencia. Pero, al igual que los senadores republicanos, tal vez su naturaleza esté más inclinada a jugar– en nombre de sus dioses - a la ruleta rusa con el destino de la nación. El dogmatismo ideológico – y no la eficiencia - es la empresa más peligrosa.
Flavio Machicado Teran
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