El espíritu humano iba a trascender de forma masiva en el siglo XXI. Lejos de habernos iluminado, somos un caldo de emociones negativas. La tecnología transformó el entorno material, perfeccionando la posibilidad de comunicarnos. El uno al otro como nunca antes ahora estamos conectados; ya nadie se queda sin la herramienta con la que puede hablar. Pero en lugar de dialogar, buscamos ablandar la resistencia del otro, obligándolo a aceptar que su “entendimiento” de cómo vivir la vida es erróneo.
Dar la otra mejilla no quiere decir aceptar humillaciones, sino escuchar y entender al otro en sus propios términos. ¿Qué tanto mejor serían nuestras relaciones si nos detuviésemos un segundo a ponernos en el lugar de los demás? Lejos de habernos liberado de nuestro egoísmo, somos un enjambre de inseguridades que se aferra a la capacidad - o poder - de controlar nuestros más íntimos amores. La democracia transformó el entorno humano, confiriendo al pueblo libertad de expresión. Pero el uno del otro seguimos desconectados, encerrados en una jaula de narcisos que pretenden que sean los demás los que escuchen y se pongan en su lugar. De idéntica manera, en lugar de coincidencias políticas o ideológicas, el proyecto de ambos bandos es ablandar la posición del otro, para imponer su control sobre el destino de una nación – o fracción - insufriblemente dividida.
Me pregunto si algún camba se pregunta cómo debe sentirse un kolla que considera que el sistema racista lo ha humillado y relegado a condición de ciudadano de segunda clase. Me pregunto si algún kolla se pregunta cómo debe sentirse un camba que considera que su fuente de empleo y bienestar de su familia corre peligro debido a políticas que espantan la inversión y desincentivan las exportaciones. Nadie escucha al otro, ni lo ve. Cada quien se enfoca en su propio dolor o angustia. Nuestros líderes, sin embargo, deberían obligarse a meditar sobre lo que sienten los otros, aunque sea tan solo con la intención académica de realizar el ancestral ejercicio budista de observar la otredad.
Aunque tan solo con el objetivo político de avanzar su propio argumento, ¿no podría la media luna lanzar una rama de olivo comprometiéndose a ayudar remediar la lacra histórica del racismo? A su vez, ¿no podría el gobierno lanzar una rama de olivo exponiendo su voluntad de contribuir a la estrategia de expandir el mercado internacional para productos bolivianos? Tal vez para ambas partes realizar el argumento sea difícil, porque espetar “indio” parece ser aceptable sustituto de un argumento racional, a la vez que el dogma neo-nacionalista parece favorecer la geopolítica por encima de crear empleos.
Aunque tan solo con el maquiavélico propósito de avanzar la agenda de autonomía, es prudente aplacar la estrategia de atizar el racismo. A su vez, incluso si el mercado es quien realmente manda y los políticos son apenas empleados del sistema, tampoco tiene sentido “liberar” al pueblo de su tiranía destruyendo la economía. ¿O es que estamos todos dementes?
Es predicar al viento sugerir mínimos puntos de coincidencia. No existe voluntad de aceptar dos principios irrefutables: debemos subsanar el racismo y subsanar el mercado. La descentralización ha de crear desarrollo, el desarrollo empleos, y ello permitirá eliminar la peor consecuencia del racismo: la pobreza. Pero esa lógica se ha perdido, lo mismo que el espíritu de hablar. En el siglo XXI, en Bolivia se imponen las ganas de ablandar al otro.
Flavio Machicado Teran
No hay comentarios.:
Publicar un comentario