lunes, 20 de octubre de 2008

Juego de Números

Porque nos obliga prestarle atención a detalles que no parecían tener gran importancia, una buena crisis afina nuestros sentidos. Cuando está a punto de caer al vacío la nación, observamos con mayor detalle las idiosincrasias de aquellos que conducen la nave del Estado; para personalmente verificar si realmente actúan con desapego de posturas partidistas y mezquina politiquería. Lamentablemente, a veces reaccionamos tarde, cuando de nada sirve comprender las serias limitaciones de quienes deciden el futuro de nuestros hijos; limitaciones a veces fruto de su tipo de formación, a veces debido a que carecen de ella. Quisiéramos creer que cualquiera es capaz de hacer a un lado su rencor o tendencia al conflicto, por lo menos en tiempos de crisis, cuando actuar irresponsablemente puede costarle la vida a aquellos que sirven de carne de cañón. Lamento informar que aunque cualquier pelafustán puede ser jefe, ser líder requiere un perfil psicológico y ética personal algo especial. En momentos de crisis, únicamente un verdadero líder sabe cómo mantener la cabeza fría, a la vez de actuar con humildad y sabiduría cuando debe contemplar ideas que no comparte. Un nuevo líder está a punto de ser elegido, en un momento cuando el planeta está sumergido en una gravísima crisis ecológica, financiera y militar. Es por ello que entender exactamente “cómo” disparan los trillones de neuronas que conforman el cerebro del próximo presidente de EE.UU. se ha convertido en tema electoral. En particular cuando se trata del cerebro de Mc Cain.

Cual mancha de sangre en las sabanas, una prueba de probidad en la cultura política norteamericana ha sido actuar según el dictado de los instintos. Es curioso observar cómo una proposición tan dudosa como la anterior pudo haberse convertido en parte del léxico político “aceptable” norteamericano. Dicho sentido común se reduce a la premisa, “no importa si el cacique está equivocado, lo importante es que demuestre por la patria su incondicional y apasionado amor”. Ronald Reagan fue el último gran intérprete del bravado que inmortalizó John Wayne. Inculcar respeto actuando con irresponsable temeridad tal vez sea la resaca de un Viejo Oeste sin leyes; herencia de la Ley del Garrote con la que los norteamericanos forjaron su hegemonía. Pero una cosa es tener un carácter bien formado, convicción en valores medulares y cumplir con amenazas. Otra muy diferente es tirar gasolina al fuego. Por ende, cuando de “maverick” (disidente) – un sobrenombre que se supone captura la esencia inconformista y rebelde del piloto de guerra – el líder pasa a “intempestivo”, el planeta entero se angustia ante el peligro de continuidad en la diplomacia de cowboy que actualmente ejerce el imperio.

John Mc Cain se ha convertido en el adversario político. Aun así, me cuesta descarnarlo de su humanidad, para convertirlo en una caricatura a la cual lanzar dardos envenenados de sarcasmo. A sus setenta y dos años me recuerda a mi padre, que aún siendo más joven que Mc Cain, tal vez no tenga la misma energía que en su momento gozó Bill Clinton, pero a quien le sobra tacto y sabiduría. Cuando asumió el poder en 1993, Clinton tenía 47 años, comía pizzas a la media noche mientras hablaba con un aliado al otro lado del planeta; Mónica Lewinsky tomando dictado. Al igual que Mc Cain, mi padre tal vez no tenga la misma energía que tiene a sus 46 años Barak Obama. Sin embargo, estoy convencido que mi padre sabría exactamente “cómo” impedir que factores viscerales e intempestivos nublen su vista. La pregunta que se hacen en EE.UU. es si puede decirse lo mismo del candidato John Mc Cain.

¿Exactamente cuál es el perfil psicológico de aquel con el poder de destruir el mundo? De pronto, cara a cara con una gravísima crisis financiera, entender exactamente qué tan visceral es un potencial “cuarto ángel del apocalipsis” parece ser una pregunta relevante. En mayor medida que otras naciones con arsenales nucleares, el destino y auto- profecía le otorgan al Presidente de los EE.UU. la capacidad de hacer mucho bien, o mucho daño. Por ende, la hipótesis que Mc Cain reacciona impulsivamente, con una personalidad que ha sido extirpada de la capacidad de controlar su intempestiva tendencia a perder el control, se convierte en arma estratégica que el campo de Obama empieza a arrojarle, en medio de un fuego cruzado repleto de agrios ataques personales.

De los trillones de neuronas “tejidas en el intrincado tapiz de la mente”, a los miles de millones de dólares necesarios para rescatar a Wall Street– posiblemente un millón de millones para ser imprecisos – la elección norteamericana es un juego de números. El número más importante parece ser el número de ciudadanos que han de votar – no por el próximo presidente – sino por el representante al Congreso de cada distrito electoral. El asiento que ocupan en el Congreso los honorables diputados pertenece a los constituyentes. Aquellos en las regiones más conservadoras no ven con buenos ojos la práctica denominada “socialista” de utilizar dinero de los contribuyentes para rescatar a individuos irresponsables y empresas codiciosas e ineficientes. El dogma fundamentalista del segmento de la población visceralmente capitalista es permitir que el mercado destruya a aquellos que no cumplen con un básico dictado evolutivo: sobrevivir.

Quienes se opusieron al proyecto de ley elaborado por el Congreso durante largas sesiones de emergencia que duraron todo el último fin de semana de septiembre, fueron los propios aliados de Bush y Mc Cain: los Republicanos. Ciento treinta y tres Republicanos en el Congreso se opusieron al rescate del “sistema financiero” – en principio – debido a que plan carecía de mecanismos idóneos para proteger recursos aportados por el pueblo. En los hechos, reconocieron que se opusieron en venganza al infantilismo visceral de la líder Nancy Pelosi, quien no pudo aguantarse las ganas de refregarles en la cara el error “ideológico” de la derecha de impulsar la desregulación del mercado financiero. Es decir, con el bienestar de cientos de millones de individuos en sus manos, con gran temeridad jugaron a “ojo por ojo”, para darle al mercado la última palabra.

Afortunadamente el mercado reaccionó bien, momentáneamente dándole la razón al 78% de norteamericanos que rechazaron apoyar el rescate financiero; un pueblo que con inimaginable temeridad rehusó subvencionar aquellos que - por codicia o ignorancia - arriesgó demasiado. La derecha norteamericana amargamente cuestionó la injusticia de castigar a quienes sí pagan puntualmente su hipoteca, y premiar a quienes mordieron más de lo que podían masticar. Por ende, al pueblo no le importó si de “libre mercado” tenían que aguantar la repercusión de una “libre caída”, con tal de no financiar la codicia de Wall Street, y los errores de aquellos que compraron una casa sin contar con suficiente solidez. Con un presidente Bush sin capacidad de convocatoria política, y un Congreso partidista sin líderes capaces de dirigir al pueblo lejos del abismo financiero, congresistas en ambos bandos obedecieron primero al fundamentalismo capitalista de quienes los eligieron, que a su propia conciencia y bien común. Son estos momentos que hacen dudar si un pueblo cansado de la codicia y corrupción de la clase gobernante tiene sobre todo sed de venganza, y no así la intención racional de encontrar una solución.

Momentos de crisis demuestran la importancia de conferir poder únicamente a líderes que, además de la adecuada formación y experiencia, tengan una mínima capacidad de enfrentar los embates psicológicos que inevitablemente surgen al lidiar con adversarios. Momentos de crisis demuestran la importancia de saber dirigir las facciones agriamente divididas hacia puerto seguro, para que adversarios políticos puedan trabajar juntos y evitar naufragar. En medio de un embate económico que pudo haber causado muchísimo dolor a familias en todo el planeta, Nancy Pelosi - líder Demócrata del Congreso - utilizó la crisis para asignar culpas y envenenar el proyecto de ley. A su vez, Mc Cain aprovechó para sacar partida política de la crisis, pintándose como un líder dedicado a lograr consensos en el Congreso. Prisioneros del imperativo de defender su viabilidad electoral, los congresistas de ambos partidos prefirieron correr el riesgo de una debacle financiero. Con tal de agraciarse con sus constituyentes, incurrieron en peligrosas negociaciones que demoraron la aprobación del proyecto de ley.

El mundo está cansado de líderes que se escudan bajo la bandera de su amor a la patria y buenas intenciones, incapaces de ocultar su fundamentalismo, odio y desprecio por rivales políticos, a quienes reducen al estatus de enemigos. El siglo XXI ya ha tenido su dosis de crisis globales. Esperemos que el próximo que ocupe la Casa Blanca sepa esta vez dirigir a su nación con la sabiduría que brinda un método ecuánime y reflexivo. El simple pasar de los años no es garantía de dicho perfil. Existe demasiado infantilismo en la política, algo que el pueblo norteamericano, y sus líderes, han demostrado tampoco poder evitar. John McCain no supo hacer a un lado su ambición presidencial y – según había prometido –dirigir a su propio partido a actuar con madurez política. Su bravucona personalidad ya fue demostrada durante la guerra de Vietnam, en la temeridad con la cual bombardeaba al enemigo; recientemente en su decisión de designar su sucesora a Sarah Palin. Su ascenso a la presidencia representaría la continuidad de tácticas de enfrentamiento, de palabras disparadas con la intención de asesinar la buena voluntad. Si McCain es el próximo líder de EE.UU. incrementa la posibilidad de una nueva Guerra Fría, y una política exterior caracterizada por su impetuosidad y mano dura, en un mundo que ahora quiere paz. El mercado financiero tal vez no cayó precipitosamente, dándole tiempo al proyecto de ley para que siga evolucionando. Pero el agua está hasta el cuello, con una crisis económica, ecológica y militar aún lejos de su final. Es hora, por lo tanto, de observar con mayor detalle lo que está pasando, y hacer caso al dictado evolutivo de no elegir líderes viscerales e intempestivos. Ni uno más.

Flavio Machicado Teran

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