Al cuerpo el cerebro le da lo que al cerebro el cuerpo pide. Su principal mandato es comer; sobre todo muchas grasas y azúcares. Nuestra dieta es una dictadura populista del cerebro, que da rienda suelta a los insaciables apetitos de la piel. Hace diez mil años, dejarse llevar por impulsos primales era la mejor estrategia de supervivencia. La cantidad de comida chatarra ahora disponible hace al cerebro primitivo nuestro peor enemigo.
No todos los cultivos son iguales. Uno reciben subvenciones, otros una implícita bendición. Si somos lo que ingerimos, entonces unos se convierten en maíz y soya, mientras otros se transforman en hojas de coca. Las altas fructuosas del almíbar de maíz son utilizadas en refrescos, galletas, kétchup y aderezos de ensalada. El aceite vegetal de soya en margarina, pan, mayonesa y cremas para café. Pero en Bolivia, en lugar de la alta presión arterial, diabetes y obesidad de naciones industrializadas, celebramos el alto contenido de calcio proveniente de la hoja sagrada. No es mi intención impugnar la magra nutrición, que permite a Bolivia superar en expectativa de vida únicamente a Guyana. Al que siento en el banquillo de acusados es al cerebro humano. En particular, al que acuso es al cerebro norteamericano, que reproduce cerdos consumistas, más obesos cada vez.
El clamor populista de los cerdos capitalistas es ¡consumir fritos y dejar morir! Su cerebro detesta la troica maldita: grandes empresas, gobiernos y sindicatos. El problema, reza su fundamentalismo, es que cuando estos tres crecen demasiado, distorsionan el libre mercado. El gobierno no debería intervenir en el rescate financiero de la columna vertebral de la manufactura industrial norteamericana, reclama el cerebro populista capitalista. Sin importar el precio en empleos en EE.UU., China, Brasil, México, Canadá y Europa, la ley de la selva debe predominar; si GM, Ford y Chrysler no pudieron sobrevivir por cuenta propia, lo mejor que puede pasar es que desaparezcan, junto con sus inmensos y odiados sindicatos.
El mandato del presidente electo Obama es sacar a su nación, y al resto del planeta, de una peligrosa recesión. Durante las elecciones se dio de bofetadas con Hillary Clinton. Ahora su ego herido cede ante el imperativo de formar un equipo de rivales. El cerebro primitivo funciona diferente, pretendiendo primero ser “razonable”, para luego eliminar al enemigo y así aferrarse al poder. Mientras que eliminar al enemigo político era la única estrategia de supervivencia en las pampas africanas de hace diez mil años, la complejidad de los problemas modernos hace al cerebro primitivo un grave peligro.
Dar rienda suelta a los odios y apetitos es mandato del cerdo primitivo. Más de sesenta por ciento del pueblo norteamericano han manifestado su voluntad de dejar morir GM, Ford y Chrysler, justificado su posición con el desprecio que les ocasiona la “injusta” intervención del Estado; la otra “mitad” prefiere elevar las tarifas para coches extranjeros, iniciando así una nueva era de proteccionismo y ruina del comercio internacional. Permitir al cerebro populista expresar libremente sus prejuicios, odios y apetitos es una receta suicida, que eleva los índices de obesidad y desempleo, atentando incluso contra la estabilidad global. Queda claro que la tiranía de la mayoría es capaz del suicidio colectivo en nombre del libre mercado, y también en nombre de su destrucción. La dieta del cerdo libre ha perdido su utilidad evolutiva, para convertirse en una dieta de muerte.
Flavio Machicado Teran
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