lunes, 20 de octubre de 2008

Post Racial

Decidimos todo el tiempo por opciones que no cambian absolutamente nada. Una que otra nos marca de por vida. Vivimos una era tecnológica, que hace facilísimo llevar un mínimo registro de aquello que elegimos. Con gran indiferencia, sin embargo, ignoramos la eficacia con la cual construimos nuestro mundo personal. No registramos cómo influye el ejemplo de nuestra frivolidad sobre nuestros hijos; no guardamos evidencia de como el abuso del alcohol empobrece nuestro espíritu; y la historia ignora el impacto social de haber prohibido alguna vez a originarios de África partir pan con el presidente en la misma mesa. Ese fue el caso en la segregada Casa Blanca de antaño. Un afroamericano ahora se sentará en la cabecera. Nos llena de orgullo a los bolivianos haber pagado la factura histórica del racismo el 2005 en democracia. Ahora es un originario quien decide nuestro destino. Pero en lugar de una verdadera transformación, el cambio de liderazgo tan solo ha atizado el odio entre hermanos. Dudo, por ende, que un afroamericano presidente de Estados Unidos logre mágicamente crear una sociedad post-racial.

Sin identidad no existe el individuo, por lo que debe ser protegida de cualquier intento de discriminación. La identidad celebra la diversidad, por lo que no es deseable intentar eliminarla. Ello no justifica subsanar injusticias construyendo derechos exclusivos que privilegian una de ellas, o manipular al pueblo para que decida caminos ciegamente por solidaridad con su gremio, sea género o identidad étnica. No ayudaría a que la sociedad trabaje en equipo si – por ejemplo – esa fuese la agenda feminista. El principio de igualdad ante la ley requiere defender y proteger los derechos inalienables de toda minoría, no únicamente de aquellas con las que compartimos un mismo curul.

Barack Obama está por ser coronado como el gran salvador. Urge un cambio de dirección en la nación que impera últimamente con demasiados desaciertos. Simplemente ir al otro lado, sin embargo, no garantiza que la crisis será resuelta. Esa lección la aprendí a la mala, un mea culpa que aun no acabo de redimir. En las elecciones presidenciales de 2005 yo vote por el cambio, por el fin de la corrupción y arrogancia de una elite racista e incompetente. Mi acto es minúsculamente cómplice en reemplazar a la incompetencia, arrogancia y racismo de unos, por la nueva versión del populismo indigenista. Mi decisión es en parte responsable de colocar al presidente Evo Morales a la cabecera de lo que – hasta la fecha – parecía ser tan solo un pacto suicida. El presidente Morales ahora intenta revertir el camino al derrotero, un cambio en su liderazgo que tal vez permita encontrar coincidencias y conciliación.

Cuando Obama asuma la presidencia de EE.UU. no lo hará como suajili, aunque la sangre suajili corre por sus venas. Tampoco lo hará como anglosajón, por mucho que sea su herencia cultural, vestimenta y lengua materna. Lo hará como ciudadano. De Obama haber nacido en Bolivia, no pertenecer a un pueblo originario lo haría un ciudadano de segunda clase. La igualdad étnica es legado, entre otros, de Martin Luther King; un legado enmarcado en su gran visión: “Sueño algún día vivir en una nación en la que mis hijos sean juzgados por el contenido de su carácter, y no por el color de su piel”. El racismo en Bolivia ha sido herido de muerte. Nadie derrama lágrimas por su lenta agonía. Pero resulta curiosa la agenda política de hacer más difícil soñar convivir algún día en una sociedad post-racial.

Flavio Machicado Teran

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