La ignorancia - por lo general - es atrevida. La justicia social no podría tener mejor aliado. Cuando la sociedad decide empezar de foja cero, mediante un nuevo contrato social que enmiende los abusos del pasado, la ignorancia es una herramienta sumamente útil. Cuando un nuevo amanecer destella rayos de esperanza, una manera de construir un orden equitativo es colocar a los legisladores detrás del “velo de la ignorancia, una herramienta conceptual que utiliza John Rawls en su teoría de la justicia. Lo que el legislador debe ignorar - si pretende ser justo - es si el nuevo contrato social ha de beneficiar desproporcionalmente a los suyos. El arte de momentáneamente abandonar la investidura de la identidad, en nombre de la justicia, es una ignorancia que únicamente pueden asumir aquellos que realmente creen en la igualdad.
En su teoría de la justicia, Rawls asume que el poderoso siempre intenta someter al más débil. Esa inclinación natural del ser humano queda claramente enmarcada en los comentarios del presidente del Comité Cívico Popular, Édgar Mora, cuando le confiesa al periodista John Arandia de la red Uno que, en su forma de pensar, “la mayoría manda, la minoría acata”. En el espiral de violencia que consume al ser humano desde épocas remotas, la tortilla del poder se ha dado la vuelta varias veces. Seguir subordinando a la sociedad a los permanentes ciclos de enfrentamiento, es obligar a toda la población aprender - sobre todas las cosas - sacudir el yugo del más fuerte, en lugar de prepararse para contribuir a un bien mayor. Cuando los poderosos legislan para favorecer a los suyos, es inevitable subyugar a la sociedad a los ciclos que encadenan, en turnos sucesivos.
Los ciclos son inevitables. El ciclo más largo en Bolivia es también el más violento, y ha durado más de quinientos años. Los más fuertes sometieron a los demás, utilizando la etnia como su herramienta favorita. Se supone hemos roto las cadenas del racismo. Otros ciclos son mucho más cortos. El ciclo en Estados Unidos de un libre mercado desenfrenado, con mínima regulación por parte de Estado – que empezó con Ronald Reagan en 1980 – llega también a su fin con la elección de Barack Obama. Los ciclos económicos típicos del capitalismo, una montaña rusa de burbujas de crecimiento especulativo, seguido de una caída al abismo financiero, vuelcan el estómago del más arriesgado. El planeta entero ahora debe corregir y superar el detestable ciclo de la recesión. Los ciclos sociales y económicos, sin embargo, son muy diferentes. Contrastarlos tal vez ayude iluminar la rocosa pendiente que pretende trepar la sociedad boliviana.
El mandato de un contrato social es crear un terreno equitativo para los actores económicos, políticos y sociales. En la medida que las reglas de juego son justas, la sociedad desarrolla un espíritu de tolerancia, que permite encontrar en la diversidad una fuente de riqueza, en lugar de una razón para discriminar. En contraste a un mandato constitucional que obliga la igualdad ante la ley y garantiza igualdad de oportunidades, las medidas fiscales y monetarias son herramientas que utiliza el gobierno para contrarrestar fuerzas inflacionarias, superar recesiones económicas, y promover empleo. Las primeras son inamovibles y crean condiciones para mayor justicia; las segundas son discrecionales y fomentan condiciones para mayor desarrollo, corrigen deficiencias propias del mercado y ayudan a mejor redistribuir la riqueza. Normas que ayuden a poner fin a los ciclos del sometimiento e injusticia pueden ser eternamente enmarcadas en un contrato social. Pretender ponerle un fin “por decreto” a los ciclos económicos que periódicamente azotan al mercado, es manifestar de todas las posibles ignorancias, la que más daño nos hace.
El velo de la ignorancia ayuda a escapar del instinto primitivo de someter al más débil, porque obliga al individuo a definir aquello que es justo en términos universales. Es decir, detrás del velo de la ignorancia el individuo no sabe si ha de nacer varón o hembra, si ha de ostentar mayoría en el congreso, si su etnia es la dominante, o cual será su condición social. Esta ignorancia es buena, porque si el individuo no sabe a cual grupo ha de pertenecer, entonces no puede favorecer a un grupo en particular. Al ignorar el legislador si será rico o pobre, ateo o beato, hombre o mujer, la norma no incorpora en su espíritu el instinto natural de favorecer a los que hacen norma. Un contrato social que es suscrito bajo la premisa del velo de la ignorancia, garantiza que las normas constitucionales sean elaboradas sin los prejuicios que nacen de ejercer el poder en beneficio de aquellos que momentáneamente ejercen mayor fuerza.
El hijo de Mora tal vez demore su voluntad de -cuando sea grande -ser quien quiere ser, incluyendo un poeta o empresario. Su libertad de elegir entre las miles de diferentes actividades humanas forma parte de las libertades que hacen de la diversidad una herramienta útil para la sociedad. No tendría ningún sentido legislar que todos debamos elegir entre ser agricultor con menos de 10 mil hectáreas, profesor, médico o burócrata. Detrás del velo de la ignorancia, el legislador tampoco sabe si nacerá con el don de la vista, inclinación conservadora, o atraído sexualmente hacia los de su mismo género. Detrás del velo de la ignorancia la justicia requiere proteger los derechos por igual. Aquellos que actúan demasiado conscientes de su identidad, para luego crear normas ofuscadas por sus intereses particulares, pueden robarles a los demás la iniciativa o derechos que le permitan hacer de sus vidas algo diferente, sea dinero o inservible poesía.
En cuanto a las políticas fiscales y monetarias, el gobierno debe tener la flexibilidad de elegir entre un ramillete de posibles medidas que incentiven y regulen la actividad económica. La actividad económica a veces requiere de menores impuestos que incentiven la inversión; otras veces requieren de mayores impuestos que ayuden a reducir el déficit fiscal. Aquel que gobierna debe tener acceso a diferentes instrumentos que permitan regular no solamente la actividad empresarial, sino también los ciclos del mercado que afectan – entre otros – el nivel de empleo. Utilizando políticas fiscales y monetarias, el gobierno puede incentivar la creación de empleo. Lo que no puede hacer es crear empleos por decreto. En una economía normal el nivel de desempleo fluctúa entre un 4- 6%. Lograr “total empleo” es imposible, para empezar porque implicaría que nadie renuncia o jamás cambia de trabajo. El fundamentalismo político, sin embargo, quiere hacernos creer que la pobreza y el desempleo son una aberración.
¿Puede legislarse el empleo y la riqueza? El empleo y la riqueza la crean los individuos, mediante su esfuerzo y sacrificio. El gobierno puede ayudar, mediante políticas que resuelven y se dirigen a problemas coyunturales, propios de la dinámica del mercado. Suponer que es posible – o deseable – establecer pilares estructurales que controlen toda fluctuación del mercado, es levantar castillos de arena cerca al mar. Los mercados están en permanente movimiento. Mientras que construir una represa permite generar electricidad, atajar todo riachuelo es una receta para convertir en desierto lo que antes fue un vergel. Los mercados, al igual que el agua, deben ser libres también de cambiar de curso y dirección, ajustándose al terreno. Pretender controlar la economía es pretender que el agua solo debe fluir hacia la represa del centralismo Estatal. El fundamentalismo económico es la verdadera aberración, y su necesidad de lograr arrodillar el flujo del mercado es un mandato para asfixiarlo.
El “socialismo” de Europa, y la nueva versión de Barack Obama, utilizan políticas fiscales y monetarias para crear riqueza y distribuirla equitativamente. Las políticas fiscales, por ejemplo, se ajustan a la coyuntura. A veces la coyuntura demanda obligar a los más ricos aportar más al desarrollo de la infraestructura necesaria. En el gobierno de Obama, los más ricos aportarán más a la transición hacia una economía ecológica e independencia energética. El invertir en proyectos de infraestructura – neokeynesianismo – ha de crear una demanda agregada, que a su vez creará mayor empleo. Cuando el ciclo de recesión pase, tal vez lo aconsejable sea reducir el gasto público y déficit fiscal. En este sentido, un contrato social que obligue al Estado utilizar únicamente algunas cuantas herramientas de la economía moderna, tan solo limita las opciones disponibles y necesaria adaptabilidad. Es decir, una economía moderna debe tener la flexibilidad de contar entre sus herramientas con martillos, alicates, hachas, bisturís y serruchos. De lo contrario, si triunfa el fundamentalismo intelectual, obligando al gobierno utilizar únicamente martillos, entonces todos los problemas económicos tendrán cara de clavo. Si en otros 50 años el Estado crece desproporcionalmente, creando otros nocivos desequilibrios, la sociedad debe tener la capacidad ajustar sus políticas. Si el nuevo entorno así lo demanda, la sociedad debe tener la libertad de optar por reducir la intervención gubernamental, en nombre de la iniciativa privada. Robar flexibilidad en nombre de un dogma, es fundamentalismo suicida.
Ignorar las diferencias entre ciclos de sometimiento social y ciclos económicos es una receta para la estéril sequia de la lucha de clases. Erradicar por siempre los ciclos de dominación social por parte de los más poderosos es un mandato que puede ser avanzado mediante normas racionales. Los ciclos en la economía deben ser controlados mediante mejores políticas gubernamentales. Para ello se requiere de todo tipo de herramientas, incluyendo la intervención del Estado. Pero intentar obligar por decreto que desaparezca el flujo en el mercado, bajo la ilusión de una “planificación racional”, es pura ignorancia, de las que avanzan el hambre, en lugar de la justicia.
Flavio Machicado Teran
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