La mirada de los que “tienen” es esquiva, y refleja total desinterés en encontrarse con la mía. Saben que no tengo nada de lo que buscan, y su cordialidad está reservada para quienes agregan valor a su estatus, u ofrecen complicidad en la frívola búsqueda de encuentros carnales. Los que se dignan cruzar palabras, lo hacen para indagar a qué me dedico. Consciente de las consecuencias, y buscando el desprecio que me libere de su insípida curiosidad, contesto “a nada”. Me divierte cerrar puertas enchapadas en mediocre cotidianeidad y privilegio, porque la civilidad que guardan tampoco tiene para mí valor alguno.
La mirada de los que “no tienen” es también evasiva, y refleja fracaso. Su amabilidad está reservada para quienes puedan ofrecerles algo, su espíritu presto a sonreír cuando se cruzan con aquellos dotados de importancia. Buscan un empleo, mejorar su estatus, y tener las mismas satisfacciones que suponen tienen los demás. Quieren abrirse puertas, y aunque por dentro sienten el mismo desprecio, fingen cortesía. La ciudad arde de frustración y amargura, y la maldita necesidad de ser alguien se tropieza con la falta de empleos, mellando lo que queda de su frágil dignidad. Mientras, los que ahora degustan el seductor sabor del poder, piden a la gente que encuentre sentido a sus vidas con cada vez menos, y que desistan por siempre del egoísta deseo de “vivir mejor”.
Saboreo el desprecio, porque permite expresarme sin temor al castigo de los dueños del circo. Desapercibido camino más libre, ignorando sus ladridos silenciosos, y con estas líneas espero eliminar el riego de despertar su hipocresía. Prefiero inducir el mismo anonimato que me depara cuando dejo la patria en búsqueda del sustento que nuestra fértil tierra ha dejado de sembrar. Comparten mi destino los millones los bolivianos que prefieren las miradas evasivas de gringos o españoles, quienes también los desprecian por no ser uno de ellos.
“¡No los queremos!”, “¡No los necesitamos!”, espetaba Fidel cuando salieron los “marielitos” de Cuba. Al menospreciar el éxodo masivo de bolivianos que se cansaron de las miradas evasivas que desprecian su ambición de ser y vivir sin depender de la caridad del Estado, el gobierno silenciosamente comparte el mismo sentimiento. Ignorados en su patria, y sujetos a la inepta esquizofrenia política de los nuevos dueños del poder, son demasiadas las familias que salen del país en búsqueda de empleo, encontrando con frecuencia abusos y gran desdicha debido a su estatus de ilegal.
El gobierno tal vez no piense igual que “los que tienen”, pero su desprecio es el mismo. Los que migran son menos bocas que el Estado debe alimentar, y más remesas que inyectar a la economía. Con idéntica indiferencia, el gobierno vuelca la mirada a quienes no añaden valor a su ingeniería social. Deben suponer que pueden mejor subvencionar una sociedad donde queden menos para “no hacer nada”. Lo mío es un ardid, parecido al que a menudo nos juega el Canciller. La política de “arcas llenas sin empleo” ahora obligará al pueblo aprender a darse el mismo lujo, o intentar fugar.
Flavio Machicado Teran
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