Las naciones crean mitos que guían su accionar, muchas veces con nefastas consecuencias.
La soberanía sobre sagrados territorios ancestrales ha sido manzana de la discordia que entorpece la evolución de la armonía. Su legítima propiedad fue reclamada durante las Cruzadas por moros y cristianos, y ahora por Palestina e Israel. El mismísimo Dios supuestamente otorgó a israelitas aquella tierra prometida, creencia que ha convertido a quienes solían ser perseguidos y discriminados, en un imperio “accidental”. El mito de “los elegidos” ha radicalizado a varios, que testarudamente se interponen al proceso de paz.
La unidad indisociable entre la tierra, cultura y etnia es parte de los usos y costumbres del pueblo alemán. Bajo la consigna ancestral de Blut und Boden, los nazis desarrollaron un nacionalismo totalitario que suponía que la raza aria era única y legítima heredera del destino germano, justificando así el genocidio y atropello de aquellos considerados moralmente inferiores.
Otro mito imperialista es el Destino Manifiesto, la creencia que los EE.UU. estaba destinado a expandir su territorio desde las costas del Atlántico hasta el Pacifico. Este mito no solamente ha justificado la obtención de territorios más allá de los originales límites continentales, sino que ha alimentado la ideología que los norteamericanos tienen la misión de promover y defender la democracia en el planeta entero.
En el preámbulo al proyecto de constitución se pretende crear el mito de “tiempos inmemoriales”, cuando nuestros pueblos “comprendían” la pluralidad y diversidad. Tal vez comprendíamos, pero jamás pusimos en práctica dichos principios. En aquel entonces, “unos” sometían a “otros”, y los vencidos eran a veces sacrificados. Si nuestros antepasados celebraron la pluralidad, lo hicieron derramando muchísima sangre.
Quienes quieren hacernos creer que las razas originarias bolivianas han sido eximidas de cruentas prácticas propias de la evolución humana, pecan de ignorancia o deshonestidad intelectual. Si intentan convencer que el imperio Inca se construyó con piedad y benevolencia, sin discriminar o subyugar a quienes eran conquistados, es porque ahora pretenden victimizar, dividir, y conquistar al pueblo boliviano.
Más que “comprender” la pluralidad y diversidad, debemos crear condiciones para ella. Imaginar que jamás comprendimos el racismo “hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia”, no ayuda al proceso. El racismo es la escoria de la humanidad, y construir un Estado moderno requiere eliminar todo tipo de discriminación. Sin embargo, absolver a nuestras razas de la primitiva necesidad de diferenciar a quienes pertenecían a otros grupos, es pretender que fuimos - y somos - moralmente superior a los demás.
En tiempos inmemoriales no existían naciones, derechos civiles, o estado de derecho. Existía un permanente estado de guerra y - para diferenciarse de otros pueblos – el ser humano tatuaba su cara, deformaba labios, nariz u orejas, creando dioses y rituales. Hemos evolucionado, y queremos seguir perfeccionando la sociedad. Pero si consiguen imponernos mitos que niegan nuestro violento pasado, a la vez que cuestionan la moral de otras razas, habrán logrado atizar un alienante resentimiento, exaltando la autoridad moral de unos cuantos neo-racistas, para así perpetuarse en el poder.
Flavio Machicado Teran
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