Más nos acercamos a la luna, y la ley de gravedad parece transformarse, o incluso desaparecer. La ley sigue siendo la misma. Solo que en la luna gobierna los cuerpos diferente a lo que estamos aquí acostumbrados. Mientras permanezcamos bajo el manto atmosférico de la tierra, sin embargo, nos caemos todos exactamente igual.
Otro principio que pasa desapercibido es el de la inercia. Un objeto permanece en movimiento hasta que una fuerza externa actúa sobre el, y logra completamente detenerlo. Trágicamente, es el parabrisas quien muchas veces frena la ensangrentada cabeza del desafortunado pasajero, que no supo colocarse su cinturón de seguridad.
Los cinturones de seguridad salvan vidas. Es un aparato sencillo, pero eficiente, y cientos de miles las personas se arrepienten por no haberlo utilizado. Pero cuando nuestros usos y costumbres decretan que todo taxi y minibús debe ser destripado de cualquier mecanismo que ponga en duda la infalibilidad y pericia de quien conduce, no importa la experiencia colectiva acumulada, ni cuantas campañas o leyes se promulguen. Nuestra conducta seguirá siendo precaria e irracional.
Otro derecho extirpado de las silenciosas minorías es el derecho a trabajar en un lugar libre de sustancias nocivas. Una reciente ley intenta regular el consumo de cigarrillos en lugares públicos, una muy contaminante costumbre que las grandes mayorías han impuesto sobre el resto de la población. Se supone que la ley ha de proteger a quienes no fuman. Podemos apostar, sin embargo, que nuestra acostumbrada discrecionalidad hará que se respete dicha disposición únicamente en oficinas públicas en las que el jefe no sea un fumador empedernido.
La ley se manifiesta de manera diferente mientras más nos acercamos a los círculos de poder. Mientras más poderosa sea la figura que afecta nuestra orbita gravitacional, mayor será su capacidad de ejercer sobre nosotros su dominio. Para entender la discrecionalidad que reina en Bolivia, no necesitamos referirnos a los entretelones en corredores palaciegos. El banal ejemplo aquí expuesto es del individuo que no puede ejercer su derecho a frenar su inercia sin ser lastimado, simplemente porque “aquí no se acostumbra” a utilizar cinturón. Parecerá trivial que cuando uno sube a un transporte público, cuyo dispositivo de seguridad ha sido extraído, o debe trabajar en un ambiente impregnado por un manto de nicotina, pierde todo derecho a proteger su vida. No es inconsecuente, sin embargo, que debamos acostumbrarnos al peligro que las grandes mayorías nos imponen, y que para no ser acusados de “chantaje” debamos hacerlo sin chistar.
El gobierno pretende crear un Estado “fuerte”, que asuma por nosotros iniciativas, y controle, entre otras cosas, la economía. Debido al imperativo político de hacer superior su razón de ser, en lugar de buscar equilibrar y limitar los poderes - delineando específicamente atribuciones y competencias - su agenda se enfoca en subordinar, y en controlar nuestros recursos. Por ende, mientras su consigna sea imponer un Estado todopoderoso, ningún debate, ley, mecanismo constitucional, o contrapeso, conseguirá - en la práctica -frenar su dominante inercia, y permaneceremos sometidos a su arrastre gravitacional
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