Aquellos de discreta naturaleza no hacen alarde de sus pasiones, y cortésmente ignoran a quienes necesitan demostrar lo ardiente que es su forma de sentir. Los fogosos hinchas, en cambio, a veces pretenden imponer la calurosa forma de expresar su devoción. En el pasado partido amistoso de preparación para eliminatorias Mundialistas, las apenas conmovidas masas optaron por casi vaciar el estadio 10 minutos antes que Bolivia anote el gol de la victoria, ejerciendo así su libertad de expresión.
No deja de ser curiosos, sin embargo, que siendo Bolivia un país dechado de virtudes musicales y folklore, seamos tan mediocres a la hora de alentar nuestra selección. Tal vez, por el bien común, sea mejor diluir nuestro patriotismo, dando lugar así a las virtudes comunitarias que habrán de derrotar el “mono-nacionalismo”. Tal vez la mayoría se dio cuenta que sentir pasión por la patria es el “opio del pueblo”, parecido al oprobioso consumismo. El “patriotismo” y “consumismo”, después de todo, son ímpetus “burgueses” por excelencia.
Casi idénticas las palabras “comunista” y “consumista”; al igual que los prejuicios que suelen despertar. Por albergar principios igualitarios y contrarios al racismo, solían acusarme de ser un “comunista”. Por ahora comprender que el mercado puede ayudar alcanzar la igualdad y justicia, se me acusa de ser un “consumista”. Ambos prejuicios pecan de ignorante intolerancia.
La igualdad y desarrollo difícilmente pueden ser alcanzados sin el consumo típico de Alasitas; la compra y venta de “lujos” encontrados en la Uyustus; o los múltiples feriados que inducen a visitar otros pueblos y ciudades. Sin este “frívolo” consumo, el gobierno tendría que inventarse el Bono Turismo y el Bono Comerciante para activar nuestra deprimida economía “nacional”.
Si algún “poder” lograse se consuma sólo lo “básico”, y que todos abandonemos la urbe por el campo, el daño al medio ambiente sería el de una plaga de langostas que lo arrasa todo. El delicado equilibrio ecológico necesita de economías de escala; el equilibrio económico de una dosis de consumo; y el equilibrio social de una identidad compartida.
La unidad tal vez requiera de más que estribillos, y el espacio aquí es demasiado corto para armonizarlos. Sólo sugiero, entonces, subvencionar músicos - con bombos y trompetas - para que amenicen los partidos de la selección boliviana. No seremos mayoría, pero muchos quisiéramos corear con mayor entusiasmo nuestro orgullo nacional. Si han de ejercer ingeniería social, que el gran poder del Estado invierta en el talento de músicos profesionales, para que innoven nuestro monótono, cansado e intermitente cántico de apoyo a la selección.
Que nos ayude la pesada y visible mano del Estado a ser libres de ventilar en el estadio Hernando Siles – con mayor pasión - nuestras frustraciones. Que no las limiten a corear contra el consumo (que crea empleos), o ventilarlas mediante resentimientos contra cambas, chuquis y chapacos, naciones que se supone hacen una.
“¡Eso es pan y circo!” gritarán los anarco-reaccionarios. Dudo que su nacio-nihilismo, que nos está segregando en etnias y regiones, sea una mejor opción.
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