Muy poco probable la próxima cabeza del “imperio”, Hillary Clinton tiene un dilema con el cual me identifico. Nacida en Illinois, pero senadora por otro estado, admite no saber si apoyaría en una final a los Cachorros de Chicago, o a los Yankees de Nueva York. Su predicamento ha alimentado los ataques de la derecha, que utiliza su “ambivalencia tribal” para acusarla de ser incapaz de tener una firme y clara posición. Aparentemente, aun en países supuestamente tolerantes de la diversidad, todo individuo debe arraigarse a una identidad que lo defina. Por ende, quienes no somos viscerales defensores de un color, somos acusados de padecer la vergonzosa enfermedad del postmodernismo.
Desarraigado de mis raíces culturales, y criado en el Caribe, en lugar del futbol, yo soy fanático del basquetbol. A su vez, me he (o me han) “intersubjetivizado” al proyecto de la NBA, que pretende globalizar la liga, promoviendo estrellas de todo el mundo. La estética, profesionalismo y nivel de la NBA es del más alto. No es suficiente para mí, sin embargo, observar un gran partido, y para disfrutar del campeonato necesito invertirme emocionalmente con un equipo, el cual elijo después de observar su dinámica, ética de trabajo, garra y espíritu. Los equipos cada año cambian, se renuevan, o se deteriora su capacidad de trabajar juntos. Después de todo, son seres humanos los involucrados, y ello garantiza drama, sudor y lágrimas. En todo caso, puedo darme el lujo de tener como favoritos a seres humanos, y ser “fan” de la dinámica que los acompaña, y no así ser prisionero del fetiche y obligación de tener que rendirle culto y tributo a una camiseta.
En la liga profesional de futbol boliviano hay un gran proyecto, y consiste en transformar en empresa a lo que fue un club. La proyección de negocio es grande, y obedece a un plan de hacer al Bolivar una empresa rentable y competitiva. Los demás equipos ahora deberán tomar una decisión: seguir haciendo las cosas según nuestros usos y costumbres, o adaptarse a una nueva manera de elevar el nivel competitivo de nuestro deporte. Yo, originario estronguista, y rayado de por vida, tal vez no pueda darme el mismo lujo que me doy con los diferentes equipos de la NBA, a los cuales - porque en su momento allí jugaban aquellos seres humanos a quien he admirado por su estilo y pundonor - he brindado mi amor postmodernista. Ello no quiere decir que no considere positivo que el Bolivar alcance un nivel superior de competitividad, y que no celebre el que ahora obligue a todos los demás a superarse.
En el futbol español, la rivalidad entre el Real Madrid y Barcelona raya en un odio tribal. Existe un gran resentimiento, que tiene como antecedentes los vanos intentos de Franco de borrar por siempre el idioma catalán. El lujo de odiarse tal vez pueden dárselo ellos, que tienen la liga más importante del planeta y un mercado europeo, lo cual permite subvencionar su regionalismo. Nosotros no. Y si a Hillary Clinton se le fustiga su carencia de fundamentalismo originario, mis compañeros estronguistas seguramente cuestionarán que le desee al Bolivar fortuna y éxito en su nuevo proyecto. Que me disculpen ellos, pero espero que el Bolivar haga una gran empresa, una revolución bolivariana “Hecha en Bolivia” que yo si puedo celebrar.
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