Sin pronunciar palabra alguna, una jauría de lobos impone su jerarquía. Armados de mecanismos mucho más complejos, las jerarquías humanas suelen ser menos eficientes. Existe una gran diferencia, y es que los objetivos de los lobos son compartidos, y su unidad orgánica. Los humanos, en contraste, debemos integrar una gran diversidad de intereses y actividades que hacen a nuestra manada mucho más interesante, prolífica y agraciada, aún cuando más violenta. Consecuentemente, nuestras jerarquías suelen distorsionar nuestros propósitos, corromperlos y agraviarlos. Ello no quiere decir que debamos, o podamos, prescindir de la odiosa necesidad de estructurar la sociedad.
Sin legislar palabra alguna, el hombre impone sobre la mujer su jerarquía. No existe Constitución o Decreto alguno que especifique el valor de una mujer divorciada. Sin embargo, deben actuar con gran cautela aquellas mujeres hoy libres de un marido inservible, o correr el riesgo de ser estigmatizadas. Ello impone sobre la sociedad una gran ineficiencia, ya que hombres buenos, también divorciados, no pueden conocer a sus contrapartes femeninas, por estar ellas encerradas en casa cuidándose del “qué dirán”.
Algo similar puede llegar a suceder con nuestros empresarios. Habiéndose creado una jerarquía constituida por quienes fueron parásitos del Estado, la consigna ideológica de un sector radicalizado parece ser “estrangular” a todo quien digne llamarse “emprededor”. Tal vez sea una sutileza semántica pero, ¿no sería más productivo plantearse el objetivo de desmantelar al feudalismo empresarial y agrícola que corruptamente se benefició del Estado? Por culpa de unos cuantos, estigmatizar a toda una clase que no tiene etnia, religión, ni propósito otro que no sea hacer empresa, me parece un gran desacierto histórico. Empresarios, después de todo, son también algunos comerciantes de la Sagarnaga que – al margen de sus propias “matufias” en la forma de evasión fiscal – hoy aportan al desarrollo nacional, al permitir que sus familias hagan empresa.
Ser empresario requiere de habilidades que no todos poseemos. Al margen de las buenas intenciones enmarcadas en nuestra nueva Constitución, y atizado el fuego por grupos radicales, corremos el riesgo de destruir nuestra capacidad productiva, en nombre de revertir la jerarquía anterior. Crear una sociedad más justa, donde aquellos que poseen la habilidad y conocimiento necesario – y no los señores feudales – hagan empresa, es un proyecto mucho más coherente, que simplemente eliminar toda desigualdad. Las jerarquías pueden ser odiosas, pero cuando bien articuladas, y cuando obedecen a una meritocracia, también pueden ser conducentes al bien común.
A su vez, pretender imponer la ley orgánica de la naturaleza, en nombre de eliminar la diversidad y complemento de funciones propia de ella, me parece una aberración conceptual. Debemos superar esta falsa dicotomía, y comprender que la dialéctica de nuestra evolución, gracias a la capacidad intelectual y libertad humana, permite un complemento entre competencia y cooperación. De lo contrario, el empresario boliviano – aquel que trabaja 14 horas diarias creando empleos y desarrollo - se verá bajo el fuego cruzado de una derecha sin ideología, que pretende recuperar sus privilegios, y una izquierda que sustenta la ideología del bien y el mal.
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