Un padre que despoja a sus hijos de la capacidad de entender y asumir las consecuencias de sus actos puede incurrir en un “riesgo moral”. Acostumbrado a que papá pague las facturas, el hijo puede nunca desarrollar un sentido de responsabilidad personal. Adam Smith había utilizado el concepto para criticar los riesgos que asumen directores de sociedades accionarias, que administran e invierten dineros de terceras personas con mayor imprudencia de la que utilizarían si jugasen con su propio dinero. Durante el siglo XX la acepción moderna de “riesgo moral” se enfocó en el mundo de los seguros, para denotar la conducta de aquellos que –bajo la lógica que una empresa aseguradora paga los platos rotos – asumen riesgos imprudentes. Hoy “riesgo moral” asume un sentido mucho más sistémico y apocalíptico, para referirse al riesgo a toda la economía global suscitado – por ejemplo – por la codicia de banqueros de Wall Street, que con sus derivados financieros pusieron al planeta al filo del abismo.
En el mundo de la política también existe “riesgo moral”, en la forma de un instinto básico: el de supervivencia. Si bien el instinto de subsistencia puede ser personal, por lo general es el poder del partido el que debe ser conservado. De esta manera, es toda la cúpula gobernante que – cuando se incurre en un riesgo moral - desarrolla políticas irresponsables, con tal de ganar votos. En el corto plazo los riesgos asumidos brindan resultados electorales, lo cual permite al partido permanecer en el poder. En el largo plazo, una vez afincado el poder, el riesgo moral representa el llamado “problema de agencia”, un problema difícil de evitar cuando delegamos a otros nuestro propio bienestar. En términos técnicos, el “principal” (ciudadano común o accionista de una empresa) delega a un representante (o “agente”) el poder de decisión. Este agente luego utiliza el poder delegado para preservar el patrimonio, diseñar políticas de desarrollo, cumplir compromisos contractuales, etc., sea de la sociedad anónima o para toda una nación. El “problema de agencia” surge cuando el partido político en poder (o los directores de la empresa) toman decisiones en beneficio de unos cuantos, en detrimento del conjunto al cual representan.
Regresemos a la economía: cuando se rescata financieramente a entidades, empresas o naciones, aquellos que actuaron con imprudencia pueden no aprender la lección y seguir manifestando su ímpetu de asumir riesgos innecesarios. Un caso paradigmático es la banca, otro es Grecia. El déficit presupuestario de la nación helénica alcanzo el 13% del PIB y la deuda pública por déficits públicos acumulados el 113% del PIB. El Tratado de Maastricht prohíbe explícitamente el rescate financiero de naciones, una clausula que fue sugerida por Alemania. Ahora Alemania debe ser el prestamista de última instancia para salvar a Grecia, al Euro y economía local. Si la UE socapa la irresponsabilidad fiscal de Grecia, el riesgo moral consiste en que otras naciones sigan comportándose irresponsablemente a sabiendas que Europa vendrá a rescatarlos.
En un mundo ideal, Bolivia debería ser libre de expropiar cuanta empresa se nos antoje, en beneficio de todos. El mundo, sin embargo, está lejos de ser ideal, razón por la cual tenemos un Ministerio de Defensa Legal; que estará muy ocupado en cortes internacionales. Nuestra esperanza yace en que el resto del mundo no vea un riesgo moral en las acciones unilaterales que, con inmejorable voluntad de que vivamos bien, asume nuestro Gobierno. Lo ideal sería destruir de un plumazo el sistema, para liberarnos en base a voluntad política de la interdependencia económica y legal. Pero, en nuestra lenta marcha hacia la destrucción del capitalismo, existe la posibilidad que tengamos éxito en desquiciar una economía: la nuestra. Ese es un riesgo que a nadie aún le queda claro.
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