domingo, 30 de mayo de 2010

Ama Llulla

Washington critica el acuerdo firmado entre Turquía, Brasil e Irán para enriquecer uranio. Menos Hillary Clinton, todos aman a Lula. Lo aman porque ha avanzado justicia social en términos reales, apoyando al sector privado. Lo aman porque sus políticas incentivan la inversión e intercambio comercial, con reglas de juego muy claras, lo cual promete duplicar los ingresos de la clase trabajadora en apenas una generación. Lo aman porque sus reivindicaciones sociales son reales y serán duraderas.

Lula es una paradoja. Su estirpe de obrero sindicalista no lo convirtió en estatista; lo convirtió en admirado estadista. Curiosamente, el marxismo permite entender “por qué”. Según la tesis del materialismo histórico, son las características específicas de la base económica brasilera las que determinan el pensamiento de Lula. Es decir, las nuevas relaciones de producción que avanza y defiende Lula (superestructura) son moldeadas por las características de las fuerzas de producción (base tecno-económica). Si Lula promueve la inversión extranjera directa e intercambio comercial, es porque la estabilidad y vitalidad de Brasil depende una apertura económica.

Según la teoría marxista, no fueron los 20 años en la oposición que forjaron la conciencia de Lula; fueron los grandes avances en la infraestructura industrial. En contraste con Brasil, la clase empresarial boliviana vivió de la teta del Estado. En consecuencia, nuestra “base” tecno-económica es una infraestructura fantasma. Ahora, nuestros estadistas creen estar revolucionando el modelo macroeconómico. En realidad, la actual estabilidad se debe a que - por ahora – Bolivia vende caro insumos que extraemos del suelo (coca) y subsuelo (gas), para subvencionar una pequeña economía con coca y gas. Existen más de 20 ciudades en América cuya población es mayor que toda nuestra nación, o equivale por lo menos al 50% de todos los bolivianos. La población boliviana seguirá creciendo. Lo mismo no puede decirse de nuestras fuentes de ingresos.

Nuestros estadistas pretenden avanzar el desarrollo económico enviando señales muy confusas a la inversión privada. Pero no es posible estar “medio” preñado. Lula, en cambio, establece y respeta reglas de juego muy claras, lo cual hace que su pueblo lo ame; porque aman sobre todo los resultados. En contraste, aquí estamos enamorados de retórica caudillista. Pero por rimbombante la voluntad de lograr por fin “vivir bien”, el tiempo apremia y los resultados no se dejarán seguir esperando. El pueblo necesita seguir soñando y - sobre todo - seguir poniendo comida en el plato. Entonces surge la pregunta, ¿podrá una nueva generación de líderes aprender lo que aprendió Lula; sin tener la ventaja de un sector industrial que ayude iluminarlos?

Entender que el modelo de desarrollo de Brasil es superior al de Cuba, pero reducir el intercambio de Bolivia a cumbres climáticas, narcotráfico y gas, sería equivalente a mentir. Nuestro actual caudillo posee una nobleza que raya en ingenuidad. Está flanqueado a la izquierda por una COB que es prisionera de la esquizofrenia política; y a la derecha por el esoterismo intelectual de un romántico, cuyo fervor etno-clasista raya en nostalgia por la guillotina. El liderazgo actual tal vez sea el dique que contiene las aguas de la convulsión social. Dudo, sin embargo, que de “diques” nuestros caudillos pasen a “duques”. No son ni dioses ni reyes y serán reemplazados. Si la nueva generación entiende que Lula es mejor estadista que Chávez, ojalá que “ama llulla” para ellos sea algo más real que un estribillo electoral.

No hay comentarios.: