miércoles, 30 de junio de 2010

Calentamiento Urbano

En teoría, una mala estrategia bien ejecutada debería ser mejor que una excelente estrategia ejecutada mal. Tales son las paradojas de la gerencia. Pero si en vez de una empresa, se administra una ciudad, las pugnas políticas hacen tanto más difícil lograr buenos resultados. A diferencia de una empresa, que tiene recursos y objetivos muy bien definidos, una mala estrategia de desarrollo municipal, por muy bien ejecutada, mala estrategia se queda.

Las grandes ciudades albergan la mayor parte de la población boliviana y sus economías influyen decisivamente en el desarrollo regional. Por ende, su adecuado crecimiento es un componente estratégico del desarrollo nacional. En ese sentido, diseñar y ejecutar proyectos integrales que mejoren el clima de inversión se convierte en prioridad para toda ciudad; incluso aquellas que aun viven del centralismo y suponen que atraer inversiones privadas no es prioridad.

Debates sobre el significado, alcance y recursos con los que cuentan los municipios bajo el nuevo régimen de autonomías dificulta el definir estrategias de desarrollo, por lo menos para municipios en manos de la oposición. Poderosas corrientes cuestionan el concepto de “competitividad” en sí; prefiriendo utilizar “complementariedad” para medir avances en la calidad de vida. Dichas imprecisiones obligarán a enmarcar la competitividad en consideraciones políticas y semánticas, lo cual ha de dificultar cada vez más la medición de algunas variables económicas. Aunque bajo estas abstracciones se dificulta medir el clima de las grandes urbes, cuantificar el éxito obtenido no es simplemente un ejercicio académico: es parte de la información necesaria para adaptar y evaluar estrategias, buenas y malas por igual.

Una medición básica de competitividad de una ciudad es la facilidad con la cual dentro de ella acontecen actividades que generan valor. Estudios empíricos, que incluyen a la China comunista, señalan a las siguientes variables como mejores vehículo para alcanzar ese objetivo: protección de la propiedad privada, estabilidad macroeconómica, disciplina fiscal, inversión en infraestructura pública y apertura al comercio e inversión extranjera. Ello no quiere decir que no existan excepciones, o que la competitividad no pueda ser el resultado simplemente de economías de escala. Es decir, el simple hecho de contar con masa crítica crea condiciones suficientes para atraer la inversión de empresas. En un país rural, una ciudad de un millón de habitantes es rey.

Durante el régimen de centralismo político, las ciudades estaban limitadas en su capacidad de diseñar estrategias de desarrollo. Ahora que han obtenido un mayor grado de autonomía, compiten entre sí, no tanto por recursos del Estado, los cuales deberían llegar a los municipios según lo determinado por la norma constitucional; sino que compiten por ofrecer mejores condiciones de vida, oportunidades de trabajo y seguridad jurídica. Las ciudades que ganen lograrán atraer inmigración, mejores talentos e inversiones. Por el momento la inercia regional determina que la inmigración campo-ciudad sea hacia la urbe más cercana. Pero la disponibilidad de información hará que las decisiones de dónde invertir y trabajar se realicen cada vez más educadamente.

Si la economía se enfría en los próximos años, la competencia por supremacía urbana ha de calentarse todavía más. En la medida que la administración de las grandes ciudades siga transformándose en algo más que velar por la vialidad, seguridad ciudadana y uso eficiente de recursos; para convertirse en el desarrollo de una estrategia que avance el clima de inversión, aquellas ciudades que mejor ejecuten buenas estrategias serán las que ganen en el juego de mejorar la calidad de vida. Desde la perspectiva del ciudadano de a pie, no se necesita ser un genio para optar por la estrategia de migrar a una ciudad que – entre otras bondades - ofrece mayores oportunidades de trabajo.

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