La tea de la libertad quedó encendida. Lástima que después de tantos años aun siga coja. Ser libre no es fácil; incluso en el espacio privado de nuestra vida personal. Aquellos con dinero mal habido son oportunos prisioneros de cada pedacito de espacio decorado y cuentas bancarias que su angurria apenas les permite disfrutar. Los entregados por completo a la meditación trascendental y celebración del milagro cotidiano son prisioneros de la intranquilidad que conllevan las cuentas pendientes. Una larga y estrecha paradoja atraviesa las cumbres borrascosas de la vida. El camino a la paz es una cuerda floja de contradicciones que deben ser equilibradas. Cuando atravesamos el abismo, ladearse demasiado hacia un extremo es correr el peligro de caer en algún tipo de esclavitud.
La esclavitud humana viene en diversas formas. Nuestra libertad puede ser limitada por una adicción al poder, dinero, afectos lascivos, grasas, adulaciones, cervezas y carbohidratos horneados recubiertos de mantequilla. Una dosis moderada de estos ingredientes brinda un adecuado nivel de bienestar. Sabemos que caer en excesos nos hacen mal y que el camino a la libertad requiere no dar rienda suelta a apetitos que acaban por imponerse sobre nuestro frágil ego. Para no caer al abismo, nos movemos entre la independencia e interdependencia; un equilibrio necesario si es que pretendemos escapar las fauces de la alienación narcisista, o dictadura de las masas.
Celebrar la libertad es más que un eslogan que da lustre a obras municipales, o brinda contexto mediático a la pugna del poder. Existen dos tipos de libertad, cuyas diferencias parece que aun pasan desapercibidas. Si no logramos entender las diferentes concepciones de la libertad, mucho menos lograremos encontrar entre ellas un equilibrio adecuado. Un tipo es la libertad positiva, que pertenece al conjunto de individuos que conforman un grupo. La libertad positiva confiere a la comunión de voluntades la capacidad de avanzar el horizonte compartido de igualdad y justicia. Es decir, la libertad positiva es una libertad “para” transformar la sociedad. La libertad negativa, en contraste, corresponde al individuo, y es la libertad “de” las limitaciones que impone el grupo. En lugar de responsabilidades, la libertad negativa está enmarcada en el derecho del individuo de pensar, acumular, adorar y amar según los dictados de su propia consciencia, sin dañar al otro y libre de los caprichos de poderes pasajeros.
La tensión entre libertad positiva y negativa está enmarcada en el principio taoísta del ying (comunión) y yang (agencia). El primero es un concepto femenino, izquierdista, solidario, que hace énfasis en la interdependencia y responsabilidades que tenemos de velar por la integridad moral y desarrollo de la comunidad. El segundo es un concepto masculino, derechista, individual, que hace énfasis sobre el derecho de ser un agente independiente, responsable de nuestro propio desarrollo, para aportar al bienestar colectivo mediante un esfuerzo libre personal. Si nos ladeamos hacia ese extremo, el individualismo desenfrenado lacera las fibras que unen a la sociedad, con un hedonismo consumista que aliena al ser humano del otro y cuyo dios es el todopoderoso dólar. El otro extremo es igual de infame, ya que también nos arrodilla ante la voluntad de un poder temporal, haciéndonos siervos de políticos que creen ser capaces de dictaminar e imponer su sabiduría, dentro las rejas de un Estado totalitario. La tea de la libertad descansa sobre dos piernas. Sin un equilibrio entre extremos, es coja su libertad.
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