El Estado absolvió a Cobija de los tentáculos fiscales del gobierno central confiriéndole estatus de “zona franca”. Queda así sobrentendido el permiso para contrabandear. Bienes exonerados de impuestos pasan en fila de hormiga por la esquina caliente de Bolivia, para conquistar al conquistador del Acre con precios inmejorables. Un libre tránsito de mercancías conduce a súbditos de Lula a subvencionar la economía local, a la vez que efectivos militares erigen una efectiva tranca al contrabando de hidrocarburos en la frontera con Brasil.
Dos fuerzas antagónicas conviven en esta amazonia boliviana: el libre comercio y el férreo control. En Cobija se requiere del beneplácito del Estado cada vez que uno carga combustible. Cual ciudad sitiada por una muralla de papeles, el uso de cada litro de gasolina debe ser autorizado mediante “hojas de ruta”, mientras un enjambre de trancas conforma una frontera burocrática interna para vigilar un solo bien: la gasolina subvencionada boliviana. Sin estos controles, el combustible sería vendido al otro lado de la frontera al doble de su valor. Persiste sin embargo el mercado negro, marcada su existencia por botellas de gasolina colocadas sobre la acera.
La dualidad pandina entre libre movimiento y trancas de control refleja la paradójica realidad boliviana. El gobierno establece la necesidad de un alto grado de control de todo recurso - incluyendo el recurso humano – a la vez que proclama una nueva era de libertad. Mientras, el potencial de conflicto hierve bajo la tensa calma, por lo que la receta para nuestra lenta industrialización parece ser un gobierno altamente dominante. Bajo cualquier otro gobierno, sería muy delicado que Bolivia contraiga acuerdos de mutuo beneficio con capitales extranjeros. Es precisamente ante el peligro de despertar la sensibilidad política del pueblo que los detalles legales de la futura relación contractual con REPSOL están siendo conjurados en rituales secretos, para evitar romper el hechizo populista del repudio a la inversión privada. El libre movimiento de capitales pertenecientes a hijos del odiado imperio español debe, por ende, convivir con la heroica proclamación de esta vez tener socios, nunca más patrones.
El permiso a REPSOL de extraer ganancias queda sobreentendido. Entiende el gigante español que la voluntad del gobierno de redactar nuevas leyes que permitan seguridad jurídica y mejores retornos a su inversión no puede hacerse pública en época electoral. Al pueblo de Cobija le queda también claro que el contrabando por Pando compensa el tiempo perdido en trámites y papeleos. En la paradoja boliviana, REPSOL viene a explotar los hidrocarburos, pero debe hacer relucir una vocación altruista; mientras Cobija pretende ser el gran bastión del consumismo boliviano. Todos deben jugar bajo el subterfugio de las cambiantes reglas dominantes, con tal de obtener un beneficio comercial.
La subvención y control del combustible es un “mal necesario”. Proclamar posible mantener inamovible eternamente el precio de la gasolina, a base de pura voluntad, es demagogia electoral. Tarde o temprano el desarrollo nacional no podrá seguir siendo subvencionada artificialmente por el Estado. Evidencia de ello es la apertura a capitales extranjeros. Pero como hemos ingresado a la Zona Desconocida, tapados bajo cobijas de una coyuntura económica favorable, el dominio político se profundiza mediante la importación de comerciantes de valles y altiplano andino; un tráfico legal de humanos que promete duplicar en Pando el valor del MAS.
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