En épocas feudales el poder absoluto era otorgado a unos cuantos nobles caballeros por obra y gracia de la suprema racionalidad de Dios. Los privilegios conferidos por la voluntad del Creador se traducían en vastos castillos y gran responsabilidad social. “Mucho se espera de quien mucho recibe” es un proverbio que captura la esencia de noblesse oblige, un mandato implícito que conducía a condes y aristócratas a actuar, en lo posible, pensando primero en el bien común. Es decir, aunque los hidalgos patronos eran dueños del destino de sus humildes vasallos, el deber cívico no les era un espíritu ajeno, por lo que en su accionar eran guiados por una ética que ahora encuentra simétrica correspondencia en el moderno dictador tropical.
El noble deseo de obrar con las mejores intenciones no impedía que la monarquía sienta gran desprecio por las brutas costumbres de plebeyos. No es casualidad que - en la construcción de una nueva utopía por parte de la clase política actualmente en el poder - se reproduzca el mismo desdén que solían sentir príncipes por los bajos instintos de un pueblo grosero. La mundana obsesión de los siervos de consumir los manjares conferidos a la elite política por el más grande soberano, producía repugnancia en sus finos corazones. Ese mismo desprecio ahora se manifiesta en los neo-socialistas, que miran con idéntico sentido de misión divina y superioridad al vulgar apetito consumista del ciudadano común, desde las alturas de la torre de marfil que les otorga el poder del Estado.
Según la racionalidad del fascismo ecológico, el planeta ha engordado inútilmente con una dieta de automóviles, electrodomésticos y utensilios de la vanidad. Impregnados con el aroma de marcas de prestigio internacional, los logos han creado una inútil e insaciable hambre por bienes de consumo que ha elevado a niveles intolerables el “colesterol” capitalista. Ante la crisis ecológica desatada por el éxito del intercambio comercial, la sociedad debe ahora someterse a una estricta dieta de escasez y homogeneidad. Según los misioneros del eco-fascismo, los niveles de bienes que consume el ser humano deben ser ahora reducidos a su más mínima expresión.
Para vivir bien se debe eliminar – a la fuerza de ser necesario – la vanidad y apetito de diferenciarnos los unos de los otros. Para sobrevivir como planeta, debemos renunciar a las superficialidades que tan solo alimentan al monstro industrial. ¿Puede esperar a conversar mirándole a los ojos a su ser querido? ¡Entonces renuncie a su bendito celular! Necesitamos urgentemente una dieta estricta, que nos obligue desertar a la deshumanizante tecnología que nos somete a un aislamiento dentro del compartimiento del automóvil; que nos embrutece frente a una caja de imágenes y sonidos; y que reduce nuestra voz a impulsos electromagnéticos. Afortunadamente esa dieta existe y se llama estatismo social – o socialismo totalitario.
Una mente binaria que reduce el mundo a amigo/enemigo es natural, lo mismo que son naturales los bajos instintos. En África nuestro lejanos antepasados desarrollaron un apetito insaciable por azucares y grasas. El hecho que el instinto sea “natural” no lo hace socialmente deseable. Lo mismo puede decirse de un desenfrenado y desinhibido ímpetu sexual, o la agresividad que ha caracterizado al ser humano en las cientos de miles de guerra a lo largo de la historia. Aquí no se pretende defender el consumismo, ni los instintos que lo acompañan. El objetivo de crear mayor consciencia y comprensión de nuestra interdependencia con la madre naturaleza es compartido. La diferencia es simplemente de estrategia.
Mientras los apóstoles de la destrucción pretenden encadenar al ser humano, para así salvar al planeta de sus insaciables apetitos, existe otra corriente ideología que prefiere integrar al ser humano, para así crear el espíritu de cooperación y solidaridad – entre unos y otros, y hacia la naturaleza – que permite una cosmovisión superior. El paradigma de la modernidad esta desahuciado; el ímpetu de su racionalismo materialista muere desgastado de tanto ser forzado a interpretar toda realidad. La vida está compuesta de fuerzas antagónicas que – en su danza dialéctica de simultánea atracción y conflicto – crean la fuerza vital que necesita la vida. Abrazar tan solo un de las fuerzas es una manera segura de invitar a la mortal entropía que – con gran sabiduría – se evita precisamente mediante la libre y equilibrada interacción entre polos opuestos y complementarios a la vez.
Un nuevo paradigma nace en las cenizas de la modernidad; una visión holística que barrerá al capitalismo salvaje y al socialismo totalitario al basurero de la historia. Ambos extremos ideológicos son reminiscencias de la ignorancia del pasado, que deben ahora ceder ante una nueva síntesis entre la fe y la razón; la ciencia y espiritualidad humana; la intrusa mano del Estado y el libre esfuerzo individual. La tecnología de modernos reactores nucleares por los que lucha el pueblo de Irán y las baterías de litio, forman parte de la solución al problema de contaminación. Las tecnologías a base de hidrógeno y energía solar – entre otras – han de pronto revertir el proceso de calentamiento global. La sobrepoblación, huracanes y sequías son flagelos que no se han de superar de inmediato. Estamos en crisis y necesitamos despertar de nuestro narcisista letargo consumista. Pero suponer que la consciencia humana ha de seguir evolucionando simplemente porque unos cuantos virtuosos - capaces de noblemente disfrutar de su gran poder vistiendo el mismo atuendo - coloquen sumariamente un bozal a nuestros bajos instintos, es menospreciar una de las fuerzas más grandes de la naturaleza: el impulso de ser libre.
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