El monopolio del concepto “bolivariano” - marca registrada de un proyecto ideológico - se ha profundizado con la llegada a Bolivia de los Juegos Bolivarianos. Con la bendición del Presidente Hugo Chávez Frías, los dioses del Olimpo triunfalmente descendieron sobre nuestro suelo plurinacional. Iluminada su razón por deidades helénicas, guiado su corazón por una muy llanera sabiduría, la encarnación de la “espada de Bolívar” ahora también expropia el concepto de “competencia”, para liberarlo de las garras del capitalismo. Estoy seguro – sin embargo – que de ser libremente cuestionada su admiración por el esfuerzo titánico de un atleta, Chávez manifestaría su voluntad de subordinar su egoísta sed de medallas preolímpicas a la humanista vocación de una excelencia desinteresada.
Toda corriente del capitalismo presupone que la excelencia se logra a través de una sinergia entre individuos que comprenden que no pueden competir, si primero no existen condiciones para cooperar entre ellos. En el “capitalismo” se premia el resultado en equipo del esfuerzo individual; una “cooperación” basada – en teoría - en una distribución justa de medallas. En contraste a sistemas fascistas de izquierda o derecha, son los sujetos - y no una burocracia - quienes determinan libremente cuando el aporte personal es o no es merecedor de dicho primer lugar. En la práctica, ganan la carrera capitalista por lo general los más mañudos, los que heredan una posición privilegiada, o aquellos dispuestos a vender su alma al todopoderoso dólar. La evidencia demuestra – sin embargo – que esa lamentable deficiencia sistémica y angurria de preseas se da también dentro del socialismo bolivariano. Es tan generalizada esta condición, que conduce a sospechar que el culpable es el factor en común entre ambas corrientes ideológicas: la naturaleza humana.
Las medallas bolivarianas se reparten según la militancia partidista o disposición a la complicidad de grandes hombres de negocios, cuya gran aptitud es saber mover capitales entre socios del alma. Ignoremos por el momento a empresarios con camisa marca camaleón, para enfocarnos en los atletas, los supuestos protagonistas del presente relato. Si bien es cierto que gran parte de los atletas compiten por amor a su patria y al deporte, la vocación social de un gran número de atletas “preolímpicos” es también masajeada por incentivos que se convierten en oro, de una u otra manera. La evidencia sobre la naturaleza humana tiende a mostrar que el esfuerzo y sacrificio es – en la mayoría - directamente proporcional a la posibilidad de recompensa. Tal vez en muchos la recompensa sea el placer olímpico de vencer al otro, o una vocación personal que impulsa a hacer bien el trabajo, incluso cuando no se percibe un sueldo. Pero se equivocan los socialistas al creer que pueden imponer las virtudes de una gran minoría al resto de la población. Sus grandes contradicciones los delatan.
Contradictorio, por ejemplo, es que a tiempo de profesar devoción por dioses del Olimpo en su occidental pugna por el primer lugar, el Presidente Chávez arrope su belicosidad en velos de una revolución que él llama “femenina”. Disfrazado su propio maniqueo absolutismo, lanza la jabalina a la siniestra devoción a la optimización del uso de recursos de la lógica capitalista. Para Chávez, la competitividad que nace del imperativo de la eficiencia no solo es masculina, sino que es también perversa. Nos advierte en sus muy entretenidas intervenciones públicas que, “los capitalistas celebrarían una epidemia”. ¿Por qué? Procede el paladín a explicar: el macabro gozo capitalista de la muerte se debe a que la economía se ”beneficiaría de la creciente demanda de ataúdes”. El socialismo, en contraste, no tiene interés otro que el bienestar humano, aun cuando la evidencia demuestra que su deficiente comprensión de la “competencia” perpetuán otra gran epidemia: la pobreza.
Los incentivos funcionan sobre todo cuando los resultados pueden medirse con fidelidad. En
el deporte, por ejemplo, es relativamente fácil medir el desempeño, porque alguien siempre gana. Esta particularidad del deporte delata un elemento igualmente siniestro de los incentivos de Chávez: su afinidad a prestarse del espíritu olímpico la obsesión con destruir y subyugar a toda competencia. Si bien es perversa su estructura de incentivos, hay que reconocerle su merito de haber construido una estructura muy efectiva en su precisión.
En los Juegos Bolivarianos se busca incentivar la excelencia. Entre los bolivarianos, el uso de incentivos selectivos logra lubricar excelentemente la obediencia y lealtad. Es debido a la precisión en la entrega de medallas de oro del Estado, que no le cabe duda a una pequeña élite cuando (y cuando no) obtiene su preciada presea. Lo triste que es que esta manera de “competir” se parece demasiado al elitismo capitalista. En el caso bolivariano, la nueva casta de militares, políticos y empresarios han dado un gran salto olímpico; mientras que los demás debemos resignarnos a que sea su comité organizador quien decida si por nuestro esfuerzo individual merecemos (o no) una mención honorífica al mérito. Ojalá ese sacrificio – “vocación social” – fuese para crear un Estado de Beneficencia. Lamentablemente – y como siempre –se llenan de medallas apenas unos cuantos titanes, mientras el Estado Totalitario construye sigilosamente una malla olímpica alrededor de nuestra posibilidad de alcanzar excelencia y construir nuestra libertad.
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