El suicidio obstaculiza la entrada al cielo y la eutanasia es ilegal. ¿Libertad de quitarse la vida? ¡Negada! Sobrevivir es el instinto supremo de la naturaleza y primer mandato de Dios. En contrasentido de la vida, la “cultura de la muerte” del capitalismo nos llena de bienes de consumo que – lejos de crear felicidad – nos conducen al abismo de la hecatombe climática. En nombre de la mismísima existencia, el socialismo del siglo XXI debe ahora transferir libertades individuales a un dictador benevolente: un Führer “verde” que sea testaferro de una superior racionalidad.
Hay demasiados dueños de autos, ¡maldita sea! El éxito económico subvenciona el fanatismo político y religioso de los regímenes más autoritarios del planeta - que no tienen ningún conflicto ético en vender su negro veneno. Otra consecuencia de una creciente capacidad de consumo de miles de millones de familias es la crisis ecológica actual. El argumento anterior es de Rudolf Bahro, pionero de una ideología llamada eco-fascismo.
En EE.UU. la esclavitud era legal y en la Alemania nazi se promulgaron leyes que expropiaron la propiedad de judíos, para luego justificar su exterminio. Se supone que la ley es expresión de nuestra sensatez. Pero cuando se impone la ley del más fuerte, los principios básicos de decencia humana se arrodillan ante lo que el poderoso considera “racional”. La “cultura de la vida” del nuevo poder ahora dictamina que debe colocarse un bozal sobre el instintivo ímpetu humano de consumir. La racionalidad del modelo neo-socialista – que hereda las deficiencias económicas de su antecesor – es crear leyes que - en nombre de la supervivencia - impongan su propia supervivencia política; incluso si ello requiere revertir el Estado a su forma más absolutista y draconiana.
Rudolf Bahro fue disidente en Alemania Oriental, por lo que fue enviado a un Gulag. Herbert Marcuse intercedió en su favor, por lo que Bahro fue liberado. Exiliado en Alemania Federal, su desprecio de la sociedad industrial y consumismo asumió su máxima expresión en su teoría del “exterminismo”. Bahro murió relativamente joven de leucemia, un cáncer supuestamente inducido por la radiación aplicada por la Stasi en cárceles de la Alemania comunista a disidentes políticos, para mejor rastrear sus pasos. El fanático ímpetu de Bahro de destruir al monstro industrial que escupe bienes de consumo y columnas de humo - antes que el Frankenstein de metal destruya al planeta - sobrevive. El espíritu de Bahro ha sido reencarnado por la cruzada bolivariana en contra del egoísmo y la ambición.
Existen muchos delicados equilibrios. La transición a motores eléctricos alimentados por litio boliviano permitirá crear el crecimiento que requiere el planeta para no implosionar en la letal hambre, violencia y conflicto social. Pero en lugar de crear soluciones, los apóstoles del apocalipsis disparan su ignorante oxigeno a la destrucción de un modelo que – con todo y grandes deficiencias –demuestra ser eficiente a la hora de crear, entre otras una libertad inusitada. Si bien el irresponsable fanatismo de Bahro sigue reproduciéndose, ese “éxito” reproductivo no demuestra que el suyo sea camino a la “supervivencia”. Sus verborreas arrancan aplausos en los más desafectados por la modernidad, pero su deficiente racionalidad tan solo puede crear mayor miseria, haciendo aun más pesadas las cadenas. Lo que se necesitan son soluciones avanzadas. Lo único que ofrecen los herederos de Bahro es una letanía de culpables; un cáncer irracional que – lejos de salvar la humanidad – destruiría vida y libertad.
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