Una de las reglas doradas de la gestión pública y privada es que “se logran mejor aquellos objetivos que se pueden medir”. Sin una cuantificación del eficaz avance de nuestros esfuerzos colectivos, caminamos sin saber si hay progreso, o si damos vueltas sobre un mismo lugar, cual perro a punto de acostarse. Medir el bienestar social, sin embargo, requiere incluir variables que actualmente no son incluidas en el PIB, una estadística que reduce la economía al valor monetario total de la producción corriente de bienes y servicios. Esta reducción ignora aspectos humanos y ecológicos; como el valor intrínseco de una familia donde hijos y padres comparten en la mesa un guiso producido en casa, o el costo social de la depredación del medio ambiente.
Ante la deficiente medición del progreso y bienestar social, la nueva ortodoxia bolivariana apunta su retórica populista a las herramientas utilizadas para medir el PIB, en una campaña mediática que pretende crear otro mito: que cualquier medición monetaria de la economía es herramienta de opresión. El comandante Hugo Chávez en este caso tiene algo de razón. Pero dos males no hacen un bien. Si bien el PIB no mide la salud, felicidad y vitalidad moral del ser humano, ello no confiere mágicamente a Venezuela el estatus de utopía. Bajo cualquier medición o unicornio imaginable, el progreso bolivariano deja mucho que desear.
También deja mucho que desear la sociedad capitalista. El asesinado Robert F. Kennedy fue el primero en acusar de insuficiente la medición del PIB, lamentando que “en corto mide todo, excepto aquello que hace valiosa a la vida”. Kennedy fue intuitivo al establecer la necesidad de ir más allá de la eliminación de la pobreza material, para enfrentar también “la pobreza de satisfacción – propósito y dignidad – que nos aflige a todos”. Al igual que Simon Kuznets, creador de la contabilidad nacional que dio lugar al PIB, y Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía y “amigo” de Chávez, Kennedy advirtió hace casi medio siglo que el PIB no mide bienestar social. El PIB mide como crecimiento económico la contaminación ambiental, producción de armas nucleares, venta de alcohol y cigarrillos, y dineros invertidos en drogas y pornografía. Lo que no mide, en palabras del Kennedy, es “la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o el gozo de su juego”.
Los niños venezolanos juegan dichosos. Si se rompen una pierna, tienen gratuita curación. Los países capitalistas en su mayoría también tienen salud universal. El Presidente Obama ahora lucha por extender ese bienestar a su pueblo. Reducir el bienestar de la juventud a una atención gratuita de sus tropiezos en la vida, ignorando su integridad personal y libertad de pensamiento, es otra falacia igual de perversa que la medición del PIB. Sacrificar - cuales hormigas - su voluntad en aras de perpetuar los benevolentes y totalitarios dictados del llanero organismo colectivo, temo tampoco es medida de suprema felicidad o bienestar. Cuantificar mediante el PIB la dignidad humana en países con ingresos per cápita por encima de los 10 mil dólares – cuyas sociedades están en crisis social –es una mentira. Pero pensar que en países pobres el bienestar puede reducirse a servicios públicos otorgados gratuitamente por el Estado, mientras el pueblo vive desempleado en pobreza, es otro insulto a la inteligencia.
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