El mundo de lo abstracto, donde se “es” o “no se es”, es la dimensión que alberga nuestro espíritu y donde nacen las emociones, brindando gran sentido a la vida. Es natural entonces que la gran pregunta - “ser o no ser” – haya sido enaltecida por encima de todas las demás. Diferentes preguntas permiten observar y actuar en las diferentes dimensiones que conforman la existencia. La vida no está compuesta de una sola dimensión y todo tipo de preguntas son también importantes. Por ende, no deberían existir una pregunta “más” legítima que otra. Pero con la perfidia propia de los fanáticos de una sola causa, hay preguntas que han sido relegadas a la infamia.
Otra dimensión es el mundo material, sin el cual tampoco es posible la existencia. La odiosa dimensión de la materia, donde lo que cuenta es la conducta, se empobrece cuando dejamos de analizar lo que funciona, o cuando contamos un cuento, inventándonos los resultados. “Contar o no contar”, por lo tanto, es también una pregunta legítima, porque permite entender mejor cuántos somos, cuanto hay; si estamos haciendo bien las cosas, o si la estamos “cagando”. La información que proviene de las estadísticas es un punto de vista muy útil, por lo que “¿cuánto?” merece ser rehabilitada en la Acrópolis de interrogantes.
El descubrimiento de Newton de la ley de la gravedad enalteció el mundo de la materia, que inmediatamente paso a asumir un papel preponderante en la construcción de una cosmovisión científica. Luego, los avances teóricos de Einstein hicieron posibles la física cuántica, permitiendo al ser humano acceso a otra dimensión, donde la posición del electrón depende de si “se lo está”, o “no se lo está” observando. La nueva comprensión de la dimensión subatómica hoy permite desarrollar transistores que incrementan geométricamente la capacidad de procesar información. La ley de la gravedad, sin embargo, también ha aportado a la civilización, mediante acueductos que mueven con certeza el líquido elemento.
Cuando llegó a su amargo final el imperio romano, el ser humano descuidó la aplicación de una valiosa lección: la ley de la gravedad permite al agua fluir cuesta abajo. Tuvieron que pasar (lean bien) más de mil años para que las ciudades nuevamente tengan alcantarillados que permitan desalojar los desperdicios humanos, una tecnología básica que fue primero aplicada 500 años antes del nacimiento de Jesús; pero que de pronto desapareció, condenando al ser humano a lidiar con pestes contagiosas, hasta que la tecnología fue rehabilitada en el siglo XIX. La ley de la gravedad, tan “materialista”, resultó ser clave en la convivencia pacífica. No aplicar bien el conocimiento básico sobre gradientes – un precepto que hace posible desaguaderos - empobreció radicalmente la vida en sociedad.
La dimensión “cuántica” fue descubierta hace apenas un siglo. Antes, el universo subatómico permanecía oculto detrás de la materia. Descubrir una dimensión donde un electrón puede estar en dos lugares al mismo tiempo y cuya posición parece depender de la mente humana, empieza a rehabilitar nuestra fe en la fuerza de la voluntad. Creo que recuperar la capacidad de definir horizontes es un gran aporte de la física cuántica, una capacidad primero secuestrada por la teoría de la predestinación; luego por la visión mecanicista de Descartes, que redujo la conducta humana a impulsos instintivos y decisiones racionales altamente predecibles. Con la física cuántica hemos recuperado la ilusión que nuestra consciencia puede impactar el devenir de la historia humana. ¡Bien! Pero como suele suceder con fenómenos que recién se empiezan a comprender, hay quienes creen que con adquirir la capacidad de ejercer influencia sobre la posición de un electrón, mágicamente hemos adquirido la capacidad de desarrollar a la sociedad simplemente con la voluntad de la mente.
Circula por ahí el “secreto”, una psicología “pop” basada en la “ancestral ley de la atracción”, supuestamente mucho más poderosa que la ley de la gravedad. Mientras que la ley de gravedad apenas tiene el mérito de brindarle cohesión y orden al infinito universo, la ley de atracción “cósmica” del secreto permite darle órdenes, para que con tan solo pedir, el “cosmos” se siente impelido a brindarnos bienes materiales. Es decir, se ha creado una nueva ilusión que se origina en la siguiente premisa: debido a que electrón se mueve caprichosamente (según lo estemos o no observando), por ende, con “pedirle al universo”, es suficiente para lograr mover bienes y servicios en nuestra dirección. Seré el último en menospreciar a la física cuántica, una dimensión de la materia cuyas leyes tienen gran valor humano y científico. Lo que preocupa es el fundamentalismo con el cual existen quienes - en el Partenón de mitos con los cuales se construye la realidad - pretenden elevar la dimensión de lo que permanece “oculto” detrás de la materia por encima de todas las demás esferas.
Es tan ridícula la predisposición humana de intentar elevar una dimensión por encima de las demás, que existen aquellos que sugieren debemos tomar partido entre Newton (materia) y Einstein (energía), como si fuesen fuerzas opuestas en una batalla cósmica en la cual una de ellas debe ser derrotada. Son dos dimensiones de la realidad, con sus propias leyes, que se complementan a la perfección. La mente analítica no invalida la mente emocional, ni la esfera material al espíritu. El hecho que el electrón sea un rebelde “sin cauce” exacto, no quiere decir que “contar” sea un demonio judeo-capitalista. Un buen ejemplo de las virtudes de contar (y contar bien) es el padrón biométrico que la Corte Electoral piensa implementar, con el propósito de llevar un mejor registro de los ciudadanos y evitar corromper el proceso democrático mediante el fraude. Existe la tecnología que permite elaborar un padrón electoral más preciso. Si tenemos la tecnología para contar mejor, ¿por qué no utilizarla?
Un pedacito de materia contiene toda la información necesaria para que - en nueve meses –el substrato biológico que hace posible la consciencia sea construido. Una sola célula fertilizada dentro del vientre de la madre empieza a dividirse, utilizando la información genética que ordena la producción, distribución y organización de diferentes proteínas, que se convierten en tejidos musculares, órganos vitales, ojos y orejas. En el ovario, allí donde empieza una vida, el embrión se transforma “dividiéndose, reconstruyendo, revisando, extendiendo, repitiendo”, todo gracias a la información contenida en los planos arquitectónicos del ADN, que permiten construir un cerebro humano y el magnífico cuerpo que le brinda movilidad.
De la física a la biología, las leyes que gobiernan el universo demuestran una milagrosa capacidad de organizar las diversas dimensiones, organizándolas muy bien. El ímpetu de la energía suprema de crear un orden se impone en todo rincón del cosmos sobre el caos. Quienes duden de este milagro, es porque ignoran cómo funciona el universo. Donde sea que observen, encontrarán sencillos algoritmos que crean, organizan y hacen posible la vida en este espacio infinito, donde un pequeño planeta tierra es evidencia del potencial de exuberancia natural. Entre todas sus bellísimas manifestaciones, su máximo esplendor es la consciencia humana.
En su permanente evolución, la consciencia humana empieza a encontrar un obstáculo irónicamente en aquello que originalmente permitió su desarrollo. El cerebro humano está gobernado por un algoritmo básico que le instruye a organizar la información en el menor número posible de dimensiones. La más básica de esas dimensiones es identificar la energía básica: “alimento” o “no alimento”. Otra dimensión elemental es “amigo” o “enemigo”. En la medida que la vida se vuelve más compleja, las dimensiones son cada vez más difíciles de categorizar nítidamente. Por ejemplo, el algoritmo “optimizar procesos” es vital en la dimensión del mercado, donde los intereses están en conflicto y deben ser reconciliados. Pero en la dimensión de la familia, en la cual un padre debe enseñarle a su hija el valor de ciertas virtudes, la paciencia y el ejemplo ha de avanzar mejor el objetivo. Si al abandonar su trabajo un padre es incapaz de realizar la transición de la dimensión “optimizar procesos” (en base a fríos cálculos de utilidad) a “educar mediante el ejemplo”, con seguridad que su hija no entenderá la lección.
La capacidad de adaptar nuestra mente a las diferentes circunstancia que enfrentamos en la vida es una facultad que todos poseemos. No siempre procesamos la información utilizando la parte del cerebro que permite calcular: el hemisferio izquierdo. Incluso la persona más fría y analítica tiene momentos en los cuales su cerebro procesa la información utilizando el hemisferio derecho, la dimensión abstracta de la cual emergen las emociones. Todos nos movemos entre los diversos espacios que componen el cerebro, que tiene más de una manera de procesar la información. Si suponen que el suspiro inspirado por un bello paisaje no requiere procesar información (estimulo externo), es porque no entienden como funciona la consciencia. La vida, lean bien, es un proceso de permanentemente procesar información. El hecho que dos astros no calculen conscientemente la fuerza gravitacional que los atrae, no quiere decir que ese dato no esté siendo procesado.
No se puede reconocer a alguien, a menos que el cerebro procese la información visual de su rostro, el sonido de su voz, su forma física, o tan siquiera el olor que emana de su sobaco. Uno no puede amar a quien no reconoce. ¿O es posible amar a quien uno no puede representar en la dimensión de la consciencia? Existen millones de diferentes maneras de procesar información, algo que puede atestiguar murciélagos y delfines. Un mismo cerebro y una misma cultura observa diferentes dimensiones de la realidad, información que es permanentemente dividida, reconstruida, revisada, extendida y repetida; para ser organizada y distribuida según la dimensión a la que corresponde. A Cesar lo que es del Cesar, y a cada tipo de información, un lugar en su dimensión correspondiente. Debemos abandonar el chauvinismo que pretende reducir el universo a una sola dimensión.
El sector productivo es una “pequeña” y cada vez más insignificante dimensión de nuestra realidad. Para que fluyan los recursos hacia aquellas áreas donde son más productivos, debe existir una manera de entender si esos recursos están siendo bien o mal utilizados. Las estadísticas ayudan desarrollar una dimensión de la existencia que impacta a todos: la economía. Ante los actuales vacios estadísticos y señales que están siendo emitidas, las inversiones están fluyendo hacia Bolivia en cuenta gotas. Sin no aprendemos a optimizar la maldita dimensión material, lo único que nuestra economía será capaz de atraer es vendedores de ilusiones que engatusan al pueblo con la metafísica de la ley de la atracción: un modelo de desarrollo material basado en un “secreto”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario