Si usted no se declara inmediatamente “pro” lucha contra el terrorismo, puede ser por apatía. La indiferencia, sin embargo, perjudica los intereses de la nación, por lo que también puede ser expresión anti-patriota. La apatía en relación al terrorismo antes no molestaba a nadie, porque ninguna fuerza extranjera se había dado la molestia de aterrorizar en suelo boliviano. Por ende, no le habíamos préstamos mucha atención al tema; si acaso tan solo para criticar las tácticas implementadas por los norteamericanos. Ahora que fuerzas extranjeras intentan atizar una guerra cultural y violar nuestra soberanía, de pronto todos debemos aportar nuestro granito de arena. Así que, participe, por favor.
Procedo a confesar (digo, “relatar”) cómo – según yo - hago mi parte en pos de contribuir a la lucha global contra el terrorismo. Para ello he basado mi comprensión del mal que nos aqueja en un par de experiencias rescatadas de ocho años de arduos intentos, que cobraron forma después del 11 de septiembre, 2001. Una de las experiencias sirve de ejemplo de aquello que no se debe hacer. Me refiero a la advertencia de George W. Bush: “están con notros o están en contra de nosotros”. Ese maniqueísmo demostró ser ignorante hasta las patas. Otros elementos sirven mejor a la causa compartida, como ser la advertencia de Bush que la guerra contra el terrorismo va a demandar grandes sacrificios, porque ha de requerir de “varias generaciones”. Estoy de acuerdo sobre la importancia de entender que no hay soluciones mágicas; que derrotar al terrorismo es un arduo proceso que requiere de paciencia y comprensión. Por ende, me suscribo a esta última premisa.
Para luchar contra el terrorismo, se deben ir erradicando gradualmente las condiciones que crean ese tipo de reacción. Me refiero exclusivamente a los radicales islámicos de al Qaeda. No vayan a creer que me refiero a terroristas vascos, húngaros, mucho menos croatas. Tampoco me refiero a la necesaria transformación de la ‘cultura del poder boliviana’. ¡Para nada! Me refiero a los terroristas que quieren destruir a occidente. ¡Guay! Perdón. Me refiero al otro “occidente”, al que existe en el norte y está dominado por diablos de ojos azules. Permítanme ser absolutamente claro: me refiero a transformar al occidente culpable de haber creado una denigrante y hereje cosmovisión materialista. No me refiero al occidente de Bolivia. ¡Para nada!
Los miles de millones de individuos que sufrimos del deterioro espiritual ocasionado por la maldita cosmovisión occidental, que somete a la humanidad a una vida estúpidamente limitada, sentimos un grado de complicidad con aquellos que clava su dedo en el ojo de la gran serpiente. Convencidos que existe una gran conspiración por parte del sistema occidental (en particular del sistema bancario) para crear autómatas consumistas fáciles de controlar mediante la manipulación de su adicción a sentir “placer tras placer”, hay quienes creen que con eliminar a ambos (bancos y egoísmo narcisista) hemos de acabar con el monstro capitalista. Si bien comparto el disgusto hacia la cosmovisión hedonista y exacerbado individualismo occidental, no estoy tan convencido de la efectividad de una estrategia basada en esta última premisa.
Me atrevo a sugerir que si somos limitados y vivimos una vida superficial, ello no obedece tanto a una conspiración consumista por parte de banqueros, sino al hecho que el mejorar los métodos para perfeccionar la sociedad (y obtener la tecnología necesaria) ha tomado todo el tiempo que tiene la actual civilización. Después de todo, son “apenas” 500 generaciones las que el ser humano ha tenido hasta la fecha para trascender su esencia instintiva-primal. Nos ha tomados todo ese tiempo aprender gradualmente a hacer las cosas más “humanamente”. Si somos adictos a sentir “satisfacción” consumiendo bienes y servicios, en parte es herencia de nuestro pasado en praderas africanas, hace cientos de miles de años, cuando la obsesiva búsqueda del placer de engullir grasas y azúcares representaba algo más que un instinto burgués de alcanzar mayor estatus social.
En vez de destruir al sistema financiero y someter al ser humano a un ascetismo monástico que ni siquiera los hijos del comandante Chávez, o el padre Alberto Cutié, han podido hacer suyo, tal vez sea mejor estrategia transformar ambos. De esta manera, en unas tres generaciones, los nuevos banqueros que dosificarán el capital global serán chinos, rusos, brasileros e indios, que deberán demostrar ser éticos e inteligentes, en lugar de holandeses de tez blanca y ojos azules, que deben su posición a su abolengo y codicia. En lugar de satisfacer banales apetitos materialistas, nuestros nietos tendrán las herramientas que hagan posible (y deseable) encontrar satisfacción en desarrollar un ser más equilibrado. De esta manera, la siguiente generación tendrá dos pesadillas menos con los cuales lidiar en las noches (recesiones económicas y el vacío nihilista derivado de la superficialidad). Si perfeccionamos las reglas de juego (cultura) que rigen el sistema financiero y definen nuestros placeres, tal vez nuestra generación sea la última que deba retozar en la cama bajo el yugo del insomnio, intentando darle sentido a nuestro efímero paso por este paraíso terrenal.
Vivimos atormentados por un sistema occidental que ha vendido su alma al metalizado diablo en nombre de optimizar procesos. Ha de tomar generaciones para perfeccionar este planeta a tal punto que los nietos de Osama bin Laden no se sientan inclinados a intentar destruir al Gran Satán. En la medida que futuras generaciones de musulmanes recuperen el sentido de dignidad y valor intrínseco de su cultura, logrando salir de la sombra del frívolo hedonismo occidental, nuestra energía colectiva podrá ser nuevamente enfocada en mejorar nuestra convivencia, en lugar de intentar imponer el cambio utilizando el reino del terror. El paradigma occidental está pasando por un proceso de transformación, no porque alguien lo haya decidido (o dicte desde arriba), sino porque el ser humano que existe hoy es diferente del ser humano que hasta hace poco era tan fácil de manipular. Nuestros nietos serán tanto más astutos y menos fáciles de embaucar con un modelo de desarrollo tan superficial como el que impone el modelo occidental; un caduco paradigma que nos reduce a ratas que se escurren por laberintos, obsesionadas con presionan botones que permitan saciar una adicción a apetitos viscerales.
Las nuevas generaciones occidentales demuestran poca inclinación a reproducir los mismos valores racistas y apetito de someter a otras culturas al poder del “occidente” que habían expresado generaciones anteriores. Delante de nuestros propios ojos, el modelo occidental está pasando por las “varias generaciones” necesarias para crear condiciones de convivencia pacífica entre occidente y oriente. Las nuevas generaciones (Obama) se han dado cuenta que la pugna por el poder geopolítico empezaba a costarle hambre y penuria a cada vez más seres humanos, que deben buscar su sustento en una economía que está hecha pedazos. En lugar de insulsas guerras ideológicas y pugnas culturales, “occidente” empieza a darse cuenta que hay que abandonar doctrinas y hacer “aquello que funciona”. Esperemos que occidente abandone su antiguo jueguito político y empiece a crear condiciones para verdadera igualdad, más allá de su cansado discurso político y alharaca sobre lo mucho que hace por avanzar la justicia (ojo, me refiero a occidente de “ojos azules”).
En Bolivia tenemos nuestra propia pugna ideológica y cultural entre oriente y occidente. Aquí también se han de requerir varias generaciones para eliminar las causas del malestar que actualmente nos aqueja. Las idiosincrasias están demasiado arraigadas como para resolver las diferencias mágicamente. Ha de tomar tiempo. En este sentido, se acercan nuevamente elecciones presidenciales, una tácita realidad que obliga hacer a un lado exquisiteces “gradualistas”, para lidiar con un peldaño tangible en la escalera del “lento proceso evolutivo”. Entre las experiencias que debemos tener en cuenta esta vez, se encuentra la experiencia norteamericana en relación al terrorismo. Sobre todo, debemos aprender lecciones sobre como el miedo fue utilizado por Bush para crear un clima de paranoia que – entre otros – dio lugar al Acto Patriota, una ley que incrementó la capacidad de servicios de seguridad nacional de violar libertades civiles en nombre de evitar el terrorismo.
Al principio el pueblo fue engatusado y eligió al muy nacionalista y bien intencionado imbécil que hundió la reputación y economía occidental (ojo, me refiero a Bush). Pero el pueblo eventualmente se dio cuenta de la patraña. Gracias a la visión maniquea del mundo que tan torpemente expuso Bush, y gracias a que se hicieron evidentes las consecuencias de su ignorancia e ímpetu doctrinal, el pueblo se ha dado cuenta de su error y ha sido posible el gran cambio que representa Obama.
Nos equivocamos, bolivianos y norteamericanos por igual, si creemos que simplemente con elegir como Presidente alguien que pertenece a una etnia que fue sometida a la esclavitud, el racismo ha de desparecer mágicamente. A su vez, solamente porque Obama habla de respeto y mutuo interés cuando habla con oriente, no quiere decir que las cientos de bases militares norteamericanas serán inmediatamente clausuradas. Primero se requiere que los chinos, rusos, indios e indonesios empiecen lentamente a llenar el vacío de poder. Nos gustaría que la evolución sea inmediata. No lo es. Además, cincuenta años, en términos evolutivos, es un abrir y cerrar de ojos. En Bolivia, la oposición querrá a toda costa ganar las próximas elecciones. Es la naturaleza de la bestia. Pero no hemos de ganar nada si no empezamos también a crear las condiciones para ir erradicando gradualmente las condiciones que crean el racismo, arrogancia totalitaria y ganas de imponer una verdad. En este sentido, debemos brindarles a las siguientes generaciones de bolivianos el buen ejemplo, mediante la exposición de argumentos maduros, obligando a las partes a participar de debates civilizados entre dignos oponentes políticos.
Los bolivianos somos un pueblo apático. Nos resulta fácil quejarnos amargamente, pero nos da muchísima flojera hilvanar coherentemente un argumento político, o participar en el mercado de intercambio de ideas. Si bien hasta hace poco podíamos darnos ese lujo, ahora debemos empezar a – respetuosamente – desarrollar conceptos, para luego compartir y defenderlos. Debemos empezar a crear una cultura del dialogo; una cultura que sea también tolerante de la diversidad ideológica. Después de todo, “terroristas” también son aquellos que pretenden callar las voces disidentes utilizando el miedo. Así que, por favor haga patria, abandone su indiferencia y - mediante su conducta y exposición de mejores ideas - transfórmese en el cambio gradual. El cambio tal vez sea lento, la conversación parecerá ser entre necios y sordos, pero sus esfuerzos para eliminar el terrorismo y así crear una cultura democrática, participativa y tolerante, nuestros hijos (Bolivia) mucho se lo agradecerán.
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