Mortíferas plagas permiten avanzar el conocimiento humano sobre como mejor preservar la vida. Señalar lo obvio no equivale a ser cómplice del virus asesino. De igual manera, señalar que la guerra ayuda crear mejores formas de organizar la vida tampoco es anhelarla. Al igual que una plaga, nadie desea ataques enemigos. En plagas y guerras, sin embargo, yacen lecciones valiosas. No nos devolverá el Pacifico; pero Bolivia puede avanzar condiciones para una más pacífica convivencia si sabemos hacerle bien la guerra al terrorismo. Nada mejor que un enemigo en común para afinar el sentido de cooperación; peligros que obligan hacer a un lado estériles pugnas ideológicas.
Es vieja táctica del enemigo provocar, obligando al régimen imponer prácticas draconianas que logren desmoralizar al pueblo. Si en nombre de luchar contra el terrorismo el gobierno boliviano viola derechos básicos, como lo hizo George W. Bush, la causa perderá legitimidad. Nadie quiere que triunfen las fuerzas terroristas, cualquiera su extremismo ideológico, por lo que debemos aguantar la tentación de actuar fuera del marco de la ley. Hacerlo seria una victoria para el enemigo.
Esta guerra es por los corazones y la mente del pueblo boliviano, un objetivo que obliga ser éticos y no caer en la discrecionalidad. Un pueblo motivado para luchar es aquel que siente que su causa es justa. Es importante que no se justifique – por muy noble la causa - caer en la ilegalidad. Para enfrentar juntos al enemigo debemos hacer a un lado rivalidades políticas. En la unidad de su pueblo Bolivia tendrá su mejor arma, una noble ingeniería social que permitirá avanzar causas compartidas. Si esta causa logra crear consensos, dejará de ser una imposibilidad suscribir el anhelado pacto social.
Hace años el vicepresidente Lineras dejo entrever nuestra ventaja competitiva cuando declaró estar contra la educación “Modelo T”. Los bolivianos no fabricamos autos, desarrollamos energía psico-espiritual. La crisis terrorista es una oportunidad de demostrar al mundo el poder del mundo andino, que yace en la sinergia entra las múltiples cosmovisiones que conforman nuestra herencia cultural. Esta es la oportunidad de síntesis anunciada por la era de Acuario. Ante un gran desafío, oriente y occidente pueden por fin fundirse en un abrazo cósmico y fraternal.
En esta mágica inversión de roles, occidente es Eros, la esencia femenina que invoca la celebración de la unidad. Oriente se transforma en Logos, un ímpetu de darle orden y simetría a la causa compartida. Si la causa es salvar a la patria de fuerzas terroristas, que sea también de terroristas que navegan bajo la decrepita bandera de Fidel. Temo que esta vez el eufemismo “fuerzas beligerantes” no logrará satisfacer la condición de consistencia: fuerzas extranjeras irregulares, aunque solo vengan a transformar y comercializar la hoja sagrada, no se valen. ¿De acuerdo?
Debido a proximidades ideológicas y cercanía a materias primas, las FARC estudian establecer en este suelo soberano una sucursal. Ello es peligroso para todos. Si he dudado del sagrado compromiso de las FFAA y nuestro digno Mandatario de protegernos consistentemente de toda fuerza irregular, ofrezco una disculpa. Dudo que por 40 monedas de oro nuestra jerarquía castrense se vende (los ojos), cuando entren al Chapare “asesores” colombianos. Un equilibrio entre la unidad orgánica y energía espiritual de occidente, y la legitimidad constitucional y legalidad de oriente, tiene el potencial de reemplazar intrigas palaciegas, con la intrigante idea de – unidos - ganar esta guerra. Siempre existe una primera vez.
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