Lucero, el ángel caído, empezó con tantas buenas intenciones, que empedró con ellas el camino al infierno. Creados por Dios, los arcángeles Miguel, Gabriel y Lucero gobernaron al mundo antes que Adán. Pero Satanás intentó derrocar y sustituir el gobierno de Dios. Como ahora se le achaca al diablo todo mal, bajo la sombra del príncipe de la oscuridad, costumbres malas e inservibles pasan desapercibidas. Al principio una costumbre empieza bien. De no ayudar a la supervivencia y convivencia del grupo, jamás serían reproducidas culturalmente. Pero una vez asumen una función social, las costumbres cobran vida propia y se enraízan en las maleables mentes de inocentes corazones. Cuando el niño crece, la norma social ya está impresa en su psique, por lo que es incapaz de cuestionar una autoridad que parece provenir del más allá.
Una tradición que se reproduce con gran eficacia es el dominio del hombre sobre la mujer. Lo femenino ha sido subordinado a lo masculino a lo largo de toda civilización. La cualidad seductora de la mujer fue siempre representada como peligrosa tentación; una caracterización avalada por varios libros sagrados. Cualquiera haya sido la función social que pudo haber cumplido el patriarcado, bajo las condiciones de la civilización a partir del siglo XVII - cuando el individuo empieza a obtener derechos civiles inalienables- el patriarcado empezó a dejar de estar al servicio del bien. Pero hay usos que – en vez de extinguirse – se aferran cuales parásitos mentales, transformándose en costumbres abusivas.
Antes de llegar los españoles al Tahuantinsuyo, al igual que sus contrapartes mayas y aztecas, nuestra civilización era un estamento vertical. El Inca dominaba con mano firme a súbditos que debían rendirle férrea pleitesía. Una vez la corona española reemplazó el bastón originario, todo cambió, menos la cultura del poder. En estas tierras andinas, el bastón de mando confiere al titular estatus de ser infalible e inmortal. Es bajo la sombra de este acondicionamiento histórico que la Ley Marco de Autonomía y Descentralización (Ley MAD), con las mejores intenciones, reproduce acostumbrados usos y abusos.
Un análisis exhaustivo de posibles marañas legales que pudiesen vulnerar la presunción de inocencia de líderes electos de la oposición, es un análisis que corresponde a un experto constitucionalista. Lo que sí es evidente es que el Titulo IX de la nueva ley, en sus capítulos sobre la suspensión temporal y destitución de autoridades acusadas “formalmente” de “algo”, no ofrece garantía constitucional alguna que evite utilizar la norma para ejecutar una cacería de brujas de autoridades democráticamente electas.
Para protegernos de vendettas políticas, la Ley MAD debía estipular que – ante una acusación formal que obligue la destitución de una autoridad –sea alguien del mismo partido quien asuma sus funciones. Con la ley actual se abre la puerta a que asambleístas y concejales – mediante intrigas judiciales que pueden resultar ser falsas – propicien el derrocamiento de una legítima autoridad. Irónico que apenas unos días después de habernos rasgados las vestiduras por el último golpe de Estado a manos de Luis García Meza, se reproduzcan usos y costumbres que podrían imponen mandatarios a la fuerza, vulnerando una vez más la confianza que depositamos en las reglas de juego. Queda en duda entonces que las “minorías” políticas sean medidas con la misma vara; a la vez que se legaliza de facto el derecho de azotarlas con el bastón.
Flavio Machicado Teran
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