En teoría, una mala estrategia bien ejecutada debería ser mejor que una excelente estrategia ejecutada mal. Tales son las paradojas de la gerencia. Pero si en vez de una empresa, se administra una ciudad, las pugnas políticas hacen tanto más difícil lograr buenos resultados. A diferencia de una empresa, que tiene recursos y objetivos muy bien definidos, una mala estrategia de desarrollo municipal, por muy bien ejecutada, mala estrategia se queda.
Las grandes ciudades albergan la mayor parte de la población boliviana y sus economías influyen decisivamente en el desarrollo regional. Por ende, su adecuado crecimiento es un componente estratégico del desarrollo nacional. En ese sentido, diseñar y ejecutar proyectos integrales que mejoren el clima de inversión se convierte en prioridad para toda ciudad; incluso aquellas que aun viven del centralismo y suponen que atraer inversiones privadas no es prioridad.
Debates sobre el significado, alcance y recursos con los que cuentan los municipios bajo el nuevo régimen de autonomías dificulta el definir estrategias de desarrollo, por lo menos para municipios en manos de la oposición. Poderosas corrientes cuestionan el concepto de “competitividad” en sí; prefiriendo utilizar “complementariedad” para medir avances en la calidad de vida. Dichas imprecisiones obligarán a enmarcar la competitividad en consideraciones políticas y semánticas, lo cual ha de dificultar cada vez más la medición de algunas variables económicas. Aunque bajo estas abstracciones se dificulta medir el clima de las grandes urbes, cuantificar el éxito obtenido no es simplemente un ejercicio académico: es parte de la información necesaria para adaptar y evaluar estrategias, buenas y malas por igual.
Una medición básica de competitividad de una ciudad es la facilidad con la cual dentro de ella acontecen actividades que generan valor. Estudios empíricos, que incluyen a la China comunista, señalan a las siguientes variables como mejores vehículo para alcanzar ese objetivo: protección de la propiedad privada, estabilidad macroeconómica, disciplina fiscal, inversión en infraestructura pública y apertura al comercio e inversión extranjera. Ello no quiere decir que no existan excepciones, o que la competitividad no pueda ser el resultado simplemente de economías de escala. Es decir, el simple hecho de contar con masa crítica crea condiciones suficientes para atraer la inversión de empresas. En un país rural, una ciudad de un millón de habitantes es rey.
Durante el régimen de centralismo político, las ciudades estaban limitadas en su capacidad de diseñar estrategias de desarrollo. Ahora que han obtenido un mayor grado de autonomía, compiten entre sí, no tanto por recursos del Estado, los cuales deberían llegar a los municipios según lo determinado por la norma constitucional; sino que compiten por ofrecer mejores condiciones de vida, oportunidades de trabajo y seguridad jurídica. Las ciudades que ganen lograrán atraer inmigración, mejores talentos e inversiones. Por el momento la inercia regional determina que la inmigración campo-ciudad sea hacia la urbe más cercana. Pero la disponibilidad de información hará que las decisiones de dónde invertir y trabajar se realicen cada vez más educadamente.
Si la economía se enfría en los próximos años, la competencia por supremacía urbana ha de calentarse todavía más. En la medida que la administración de las grandes ciudades siga transformándose en algo más que velar por la vialidad, seguridad ciudadana y uso eficiente de recursos; para convertirse en el desarrollo de una estrategia que avance el clima de inversión, aquellas ciudades que mejor ejecuten buenas estrategias serán las que ganen en el juego de mejorar la calidad de vida. Desde la perspectiva del ciudadano de a pie, no se necesita ser un genio para optar por la estrategia de migrar a una ciudad que – entre otras bondades - ofrece mayores oportunidades de trabajo.
miércoles, 30 de junio de 2010
sábado, 26 de junio de 2010
Sino el Interés Personal
No existe objetivo más equivocado e ignorante que pretender avanzar el bien común “desprendiéndose del interés personal”. Todo lo contrario. Lo que debemos es entenderlo en su verdadera dimensión, un arte que implica comprender las bondades de la acción colectiva y peligros en abusar del esfuerzo de otros. A la vez que la cooperación es sinónimo de progreso y mutuo beneficio, una antigua norma no escrita es que nadie aporta libremente al bien común si no se establece con claridad el bienestar personal que emana de dicho aporte. Una cláusula de la norma es que, de existir incentivos perniciosos, la tendencia humana es disfrutar del esfuerzo del otro sin aportar ni una lágrima o gota de sudor. De alguna manera ese peligro hace necesaria la justicia comunitaria, reglas comunales no escritas para evitar abusos individuales. Pero cuando la comunidad es global, resulta difícil castigar a flojos y mentirosos.
Un ejemplo claro de un interés personal mal llevado es la posición de China, que disfruta de un mundo interconectado e interdependiente (que ha permitido impulsar su economía), a la vez que ignora rotundamente suplicas internacionales de actuar con miras al largo plazo del conjunto y en aras de la sustentabilidad global. Ahora que la economía mundial está en uno de sus puntos más crítico, existen grandes expectativas globales que China se incorpore completamente a la dinámica del mercado y contribuya a la recuperación mundial. Ese tema fue discutido en el G-20, celebrado en Toronto el sábado pasado.
El Banco Popular de China argumenta que el controversial superávit en su cuenta corriente ha sido reducida del 11% del PIB al 6.1%. Este desequilibrio (demasiado ahorro en China, demasiada deuda en EEUU) pone mayor presión sobre Washington para reducir su déficit fiscal; porque si se habla de trabajar en equipo, no se puede exigir sacrificios unilaterales. El desequilibrio actual se debe en gran parte al estímulo fiscal. El argumento norteamericano es que dicho paquete fue necesario y que el déficit en la cuenta corriente ha sido rectificado en el sector privado desde su punto más bajo en 2006 en un 8% del PIB; una reducción del déficit que está costando empleos en EEUU en la medida que la industria tiene menos capital para invertir. El tema de desequilibrios globales parece estar siendo superado y palidece en contraste a los peligros de proteccionismo, que sigue siendo la nube negra sobre el horizonte económico.
La devaluación del Euro es una apreciación - en términos de intercambio comercial - del yuan, lo cual resta un poco de presión a China de valorar su moneda en relación al dólar, una medida que las naciones industrializadas han estado presionando a Beijín. Para apaciguar los ánimos de sus socios comerciales, el Banco Popular de China se ha comprometido a “mantener la tasa de cambio del renmimbi (o yuan) básicamente estable a un nivel adaptativo y de equilibrio”. En términos reales, ello implica permitir que su moneda flote un máximo de 0.5% por día. Según Tao Wang de USB, ello incrementaría el valor del yuan hasta finales del 2011 a 6.2 por dólar (en vez de 6.83 actual). Ello no satisface las expectativas y puede conducir a que EEUU imponga tarifas a China, incidiendo negativamente sobre la recuperación global. En el análisis final, el déficit fiscal norteamericano no pudo ser posible sin una China con grandes superávits comerciales dispuesta a comprar bienes financieros de EEUU. Ambas naciones actuaron egoístamente. La pregunta después de Toronto es si China y EEUU lograrán trabajar en equipo, estableciendo normas que avancen el bienestar de todos. Parece que para el bien de todos, tanto China y EEUU deben comprender mejor donde yace su interés personal.
Un ejemplo claro de un interés personal mal llevado es la posición de China, que disfruta de un mundo interconectado e interdependiente (que ha permitido impulsar su economía), a la vez que ignora rotundamente suplicas internacionales de actuar con miras al largo plazo del conjunto y en aras de la sustentabilidad global. Ahora que la economía mundial está en uno de sus puntos más crítico, existen grandes expectativas globales que China se incorpore completamente a la dinámica del mercado y contribuya a la recuperación mundial. Ese tema fue discutido en el G-20, celebrado en Toronto el sábado pasado.
El Banco Popular de China argumenta que el controversial superávit en su cuenta corriente ha sido reducida del 11% del PIB al 6.1%. Este desequilibrio (demasiado ahorro en China, demasiada deuda en EEUU) pone mayor presión sobre Washington para reducir su déficit fiscal; porque si se habla de trabajar en equipo, no se puede exigir sacrificios unilaterales. El desequilibrio actual se debe en gran parte al estímulo fiscal. El argumento norteamericano es que dicho paquete fue necesario y que el déficit en la cuenta corriente ha sido rectificado en el sector privado desde su punto más bajo en 2006 en un 8% del PIB; una reducción del déficit que está costando empleos en EEUU en la medida que la industria tiene menos capital para invertir. El tema de desequilibrios globales parece estar siendo superado y palidece en contraste a los peligros de proteccionismo, que sigue siendo la nube negra sobre el horizonte económico.
La devaluación del Euro es una apreciación - en términos de intercambio comercial - del yuan, lo cual resta un poco de presión a China de valorar su moneda en relación al dólar, una medida que las naciones industrializadas han estado presionando a Beijín. Para apaciguar los ánimos de sus socios comerciales, el Banco Popular de China se ha comprometido a “mantener la tasa de cambio del renmimbi (o yuan) básicamente estable a un nivel adaptativo y de equilibrio”. En términos reales, ello implica permitir que su moneda flote un máximo de 0.5% por día. Según Tao Wang de USB, ello incrementaría el valor del yuan hasta finales del 2011 a 6.2 por dólar (en vez de 6.83 actual). Ello no satisface las expectativas y puede conducir a que EEUU imponga tarifas a China, incidiendo negativamente sobre la recuperación global. En el análisis final, el déficit fiscal norteamericano no pudo ser posible sin una China con grandes superávits comerciales dispuesta a comprar bienes financieros de EEUU. Ambas naciones actuaron egoístamente. La pregunta después de Toronto es si China y EEUU lograrán trabajar en equipo, estableciendo normas que avancen el bienestar de todos. Parece que para el bien de todos, tanto China y EEUU deben comprender mejor donde yace su interés personal.
domingo, 20 de junio de 2010
Medio Boliviano
Al igual que una moneda de cincuenta centavos, Goni es tan solo “medio boliviano”. Después de desmanes perpetrados el 2003 por quienes hoy tildarían su propia conducta de terrorismo, ese “medio boliviano” elude en EE.UU. su garantizada condena. Ante el vacío político creado por su huida (y angurria masista de coparlo por completo), se desatan con furia juicios políticos disfrazados de “defensa de la vida”. Desfilar a enemigos del Estado ante gladiadores fiscalizadores es circo inmejorable. Y aunque arrojar opositores a los hambrientos leones judiciales y consejos municipales no es broma, por lo menos nos distrae muy bien de la miseria: evidencia adicional que estamos perdiendo el juicio por completo.
El paganismo conduce a adorar al mundo material, confiriendo a objetos inanimados poderes místicos y misteriosos. Habiendo perdido el juicio, nos aferrarnos al supuesto poder conferido a un pedazo de metal; olvidándonos que el dinero es simplemente una herramienta de intercambio. Lo que debe mantener su valor es el esfuerzo humano: un trabajo bien remunerado al margen del valor relativo de una moneda. Una economía sana no vive de rituales que se aferran al pasado. Una economía productiva absorbe la inevitable inercia del alza gradual en los precios de la canasta familiar, aumentando los sueldos con los que subsiste una familia. La alternativa es subvencionar la economía con dólares que llegan gracias a petróleo exportado al imperio norteamericano: dadivas de potencias del más allá.
Con unos pocos milloncitos del narcotráfico, Caracas y cada vez más escaso gas, es posible tapar huecos y subvencionar las leales barrigas que viven bien en una economía tan pequeña como la economía boliviana. Lo que se vende como “magia” macroeconómica, es en realidad una peligrosa receta de corto plazo posible gracias a delirios belicosos en la cabeza caribeña y una bonanza pasajera. Lamentablemente, esa coyuntura geopolítica- fiscal no se siente en los bolsillos de los que rezan que no suba ni medio boliviano su tarifa de transporte.
Un aumento de apenas $ 0.07 dólares en el pasaje amenaza con desatar un espiral inflacionario, atropellando la economía de familias ilusionadas con “vivir bien”. Lo que la falta de juicio impide ver es que, lejos de mejorar nuestra calidad de vida, el Gobierno simplemente está “hipotecando bien” la economía; creando una riqueza “vudú” basada en gasto fiscal y encantaciones ideológicas. Dichos hechizos anti-capitalistas penetran bien la aturdida psique colectiva, pero apenas llenan el estómago con pan y dogma; un pan que ya nos cuesta pagar, aunque solo cuesta medio boliviano.
La demagogia permite hacer creer que jamás habrá otro “gasolinazos” y que el proceso inflacionario será detenido a base de voluntad política. Al igual que un niño aprende que el fuego quema jugando a ser bombero, la falta de juicio nos obligará a vivir en carne propia los peligros de un Estado intervencionista, que cree poder manipular la economía expropiando y decretando leyes. Mantener artificialmente una economía a base de subsidios es una receta para el descalabro ampliamente comprobada. Y mientras que mofarnos del medio boliviano que elude un proceso legal en Washington es un poco gracioso, no es tan chistoso ver como el medio boliviano de metal entra un gradual proceso de devaluación. El boliviano pierde su valor porque la productividad económica sigue estancada, mientras el pueblo acepta resignado sueldos miserables y recetas fracasadas de los que se creen únicos bolivianos de verdad.
El paganismo conduce a adorar al mundo material, confiriendo a objetos inanimados poderes místicos y misteriosos. Habiendo perdido el juicio, nos aferrarnos al supuesto poder conferido a un pedazo de metal; olvidándonos que el dinero es simplemente una herramienta de intercambio. Lo que debe mantener su valor es el esfuerzo humano: un trabajo bien remunerado al margen del valor relativo de una moneda. Una economía sana no vive de rituales que se aferran al pasado. Una economía productiva absorbe la inevitable inercia del alza gradual en los precios de la canasta familiar, aumentando los sueldos con los que subsiste una familia. La alternativa es subvencionar la economía con dólares que llegan gracias a petróleo exportado al imperio norteamericano: dadivas de potencias del más allá.
Con unos pocos milloncitos del narcotráfico, Caracas y cada vez más escaso gas, es posible tapar huecos y subvencionar las leales barrigas que viven bien en una economía tan pequeña como la economía boliviana. Lo que se vende como “magia” macroeconómica, es en realidad una peligrosa receta de corto plazo posible gracias a delirios belicosos en la cabeza caribeña y una bonanza pasajera. Lamentablemente, esa coyuntura geopolítica- fiscal no se siente en los bolsillos de los que rezan que no suba ni medio boliviano su tarifa de transporte.
Un aumento de apenas $ 0.07 dólares en el pasaje amenaza con desatar un espiral inflacionario, atropellando la economía de familias ilusionadas con “vivir bien”. Lo que la falta de juicio impide ver es que, lejos de mejorar nuestra calidad de vida, el Gobierno simplemente está “hipotecando bien” la economía; creando una riqueza “vudú” basada en gasto fiscal y encantaciones ideológicas. Dichos hechizos anti-capitalistas penetran bien la aturdida psique colectiva, pero apenas llenan el estómago con pan y dogma; un pan que ya nos cuesta pagar, aunque solo cuesta medio boliviano.
La demagogia permite hacer creer que jamás habrá otro “gasolinazos” y que el proceso inflacionario será detenido a base de voluntad política. Al igual que un niño aprende que el fuego quema jugando a ser bombero, la falta de juicio nos obligará a vivir en carne propia los peligros de un Estado intervencionista, que cree poder manipular la economía expropiando y decretando leyes. Mantener artificialmente una economía a base de subsidios es una receta para el descalabro ampliamente comprobada. Y mientras que mofarnos del medio boliviano que elude un proceso legal en Washington es un poco gracioso, no es tan chistoso ver como el medio boliviano de metal entra un gradual proceso de devaluación. El boliviano pierde su valor porque la productividad económica sigue estancada, mientras el pueblo acepta resignado sueldos miserables y recetas fracasadas de los que se creen únicos bolivianos de verdad.
jueves, 10 de junio de 2010
Bonoluna, Bonosol
A diferencia de dignos bolivianos a punto de jubilarse, estos viejos forasteros prestan un servicio estrepitoso. Con corazones metalizados y sus ojos de cristal, se adornan con whipalas y postales de la Virgen de Copacabana. En su frente lucen sellos del Estado Plurinacional, pero bajo sus cofres ocultan banderas extranjeras. Aunque ponen en peligro nuestra integridad, no es posible “vivir bien” sin ellos. Nos quejándonos de su higiene; pero somos cómplices silenciosos del veneno con el que contaminan nuestras vidas. Quisiéramos expulsar aquellos que entraron de forma ilegal. A los que se legalizaron, quisiéramos poder pronto jubilarlos. A pesar de nuestro desprecio, no podemos vivir sin estos foráneos esqueletos de acero que hacen el decrepito parque vehicular.
Nada ilusiona al actual proyecto político más que lograr que Bolivia sea autosuficiente. El intercambio comercial y correspondientes tratados de libre comercio son vistos por el Gobierno como un mal necesario. “No queremos competitividad”, declara nuestro Presidente, “queremos complementariedad”. El sector transporte, sin embargo, presenta otra gran paradoja: nos hace víctimas una vez más del capitalismo. ¿Por qué? Porque aunque la competitividad de la industria automotriz los hace cada vez más baratos, incentivos perniciosos de mercado obliga al consumidor a cambiar de vehículo cada cierto tiempo.
Las empresas automotrices prefieren no subvencionar la existencia de coches del siglo XX. ¿Por qué? En parte porque quieren vender nuevos modelos; en parte porque las innovaciones necesitan de repuestos también. Por ende, se producen y almacenan cada vez menos repuestos para vehículos del siglo pasado. Según la ignorada ley de la oferta-demanda, si existen cada vez menos repuestos para modelos cada vez más viejos, el precio de repuestos para coches antiguos tendría que subir. Agreguémosle a la fórmula incrementos de sueldo y nivel de vida de obreros extranjeros que producen estos repuestos, aranceles y el costo de traerlos por tierra y - tal vez - logremos entender que el sector transporte enfrenta mayores costos para seguir rodando.
Si el análisis anterior es correcto y el costo de mantener un taxi o minibús ha realmente aumentado en los últimos tres años, entonces dueños del transporte público subvencionan a la economía nacional. Aunque con sofismos y malabarismos estadísticos pretendan convencernos que la inflación es casi inexistente, existe una crisis en el sector transporte debido a ella. Una posible solución al alza en precios es eximir a transportistas de aranceles y facturas. No me refiero a permitir que los autos chutos sigan entrando impunemente a Uncía. Me refiero a una política de Estado aplicada bajo normas vigentes. Otra opción es traer asesores cubanos que improvisen repuestos al estilo “Mac Gyver”. Después de todo, en la Habana siguen circulando coches fabricados en 1950.
Para que el transporte sea realmente “público”, en vez de seguir metiéndole la mano al bolsillo a los dueños de viejas carcachas, otra opción es crear un moderno sistema de transporte masivo. Con un transporte masivo los choferes perderían sus empleos. Para reinsertarlos a la economía, la economía tendría que crecer, lo cual implica políticas de inversión privada, exportación y tratados de libre comercio. Como esas políticas no son prioridad, entonces la opción favorita del Gobierno tal vez sea decretar un Bonoluna; para subvencionar a las corroídas cajitas de metal, que conducen nuestra economía personal sobre carcomidas rueditas del pasado.
Nada ilusiona al actual proyecto político más que lograr que Bolivia sea autosuficiente. El intercambio comercial y correspondientes tratados de libre comercio son vistos por el Gobierno como un mal necesario. “No queremos competitividad”, declara nuestro Presidente, “queremos complementariedad”. El sector transporte, sin embargo, presenta otra gran paradoja: nos hace víctimas una vez más del capitalismo. ¿Por qué? Porque aunque la competitividad de la industria automotriz los hace cada vez más baratos, incentivos perniciosos de mercado obliga al consumidor a cambiar de vehículo cada cierto tiempo.
Las empresas automotrices prefieren no subvencionar la existencia de coches del siglo XX. ¿Por qué? En parte porque quieren vender nuevos modelos; en parte porque las innovaciones necesitan de repuestos también. Por ende, se producen y almacenan cada vez menos repuestos para vehículos del siglo pasado. Según la ignorada ley de la oferta-demanda, si existen cada vez menos repuestos para modelos cada vez más viejos, el precio de repuestos para coches antiguos tendría que subir. Agreguémosle a la fórmula incrementos de sueldo y nivel de vida de obreros extranjeros que producen estos repuestos, aranceles y el costo de traerlos por tierra y - tal vez - logremos entender que el sector transporte enfrenta mayores costos para seguir rodando.
Si el análisis anterior es correcto y el costo de mantener un taxi o minibús ha realmente aumentado en los últimos tres años, entonces dueños del transporte público subvencionan a la economía nacional. Aunque con sofismos y malabarismos estadísticos pretendan convencernos que la inflación es casi inexistente, existe una crisis en el sector transporte debido a ella. Una posible solución al alza en precios es eximir a transportistas de aranceles y facturas. No me refiero a permitir que los autos chutos sigan entrando impunemente a Uncía. Me refiero a una política de Estado aplicada bajo normas vigentes. Otra opción es traer asesores cubanos que improvisen repuestos al estilo “Mac Gyver”. Después de todo, en la Habana siguen circulando coches fabricados en 1950.
Para que el transporte sea realmente “público”, en vez de seguir metiéndole la mano al bolsillo a los dueños de viejas carcachas, otra opción es crear un moderno sistema de transporte masivo. Con un transporte masivo los choferes perderían sus empleos. Para reinsertarlos a la economía, la economía tendría que crecer, lo cual implica políticas de inversión privada, exportación y tratados de libre comercio. Como esas políticas no son prioridad, entonces la opción favorita del Gobierno tal vez sea decretar un Bonoluna; para subvencionar a las corroídas cajitas de metal, que conducen nuestra economía personal sobre carcomidas rueditas del pasado.
martes, 8 de junio de 2010
Esquizofrenia Colectiva
¿Un Estado con doble personalidad? Por definición: el estado de la esquizofrenia aflige una mente “neuropsicológicamente desorganizada en sus funciones ejecutivas”. Esta anomalía estructural de la cabeza sabotea conductas dirigidas hacia metas y conlleva una “significativa disfunción social”. Cuando de fiscalizar a los contrarios y nacionalizar se trata, su personalidad estatista es públicamente relucida, por lo que esa expresión del régimen reinante no necesita introducción. Es su perfil neoliberal el que todavía no apreciamos por completo.
La personalidad neoliberal rechaza el intervencionismo del Estado y su lema favorito es “laissez faire, laissez passer”; que quiere decir “dejad hacer, dejad pasar”. Al expulsar agencias que cooperaban en la lucha contra el narcotráfico, se hace eco al espíritu de “dejad al poder del dinero hacer su voluntad”, en Cala Cala y selvas tropicales. Mientras que la rebelión de enardecidos pobladores de Caranavi fue aplastada a la fuerza por osarse a practicar el desacato; catos que alimentan una economía en base a la hoja sagrada son considerados sagrados también. Los hechos acontecidos en Uncía demuestran la selectividad con la cual se aplica la norma; un evento particularmente trágico, porque es la institución que protege la vida la que ha sido cruelmente ultrajada.
Nuestra capacidad científica de determinar causas en base a evidencia empírica queda en duda después de autopsias a terroristas ultimados en un hotel cruceño y policías torturados en un pueblo sin ley. Determinar causas y consecuencias de un fenómeno es particularmente difícil cuando se trata de un fenómeno social. La evidencia de una larga fila de casas vacías en Puerto Evo, que iban a albergar inmigrantes trasplantados a Pando en vísperas de una contienda electoral, parecería demostrar que la ingeniería social no funciona. En esa zona fronteriza, las casas permanecen fantasmalmente desocupadas, ignoradas por los únicos collas en Puerto Evo: comerciantes de vocación que venden en suelo boliviano de todo un poco a brasileros oriundos de Rio Branco y Placido de Castro.
La actual vocación neoliberal se manifiesta en aisladas poblaciones bolivianas donde - en nombre del Estado - el Gobierno decide “dejad hacer, dejad pasar”. En las urbes obligan el riguroso cumplimiento de la ley cuando el Estado vigila a empresarios que crean empleos. Pero cuando se trata de castigar a supuestos contrabandistas y narcotraficantes por asesinar a policías, se aplica un doloroso relativismo moral. Bajo la lógica que intervenir en Uncía hubiese provocado mayor cantidad de muertes que las que hubiesen sido salvadas, (en nombre del Estado) el Gobierno decidió cruzar sus brazos. Los familiares de los policías declararon que compañeros policías de sus maridos asesinados querían intervenir, pero fueron ordenados por sus superiores a acatar los dictados de políticos que parecerían justificar las muertes bajo la sospecha que los asesinados “extorsionaban” a pobres “campesinos”. Y así, el intervencionismo y laissez faire conviven en la Plaza Murillo en una muy localizada esquizofrenia.
Para detener el saqueo de madera y minerales, se declara prioridad la presencia del Estado en zonas fronterizas. Para complementar el papel de las FFAA, una nueva agencia habrá de promover asentamientos humanos donde la presencia del Estado falta aún. La estrategia estará acompañada de un componente económico, lo cual ha de proporcionar evidencia empírica adicional sobre la capacidad del Gobierno de crear desarrollo y proteger nuestros recursos naturales. Pero el recurso más valioso es el humano, un recurso sometido a la ingeniería social desarrollista; mientras que su integridad física y moral es sometida a una justicia laissez faire. Con gran poder, la doble personalidad del régimen cobra cada vez más vida. Un diagnóstico a tiempo tal vez evite se convierta en paralizante esquizofrenia colectiva.
La personalidad neoliberal rechaza el intervencionismo del Estado y su lema favorito es “laissez faire, laissez passer”; que quiere decir “dejad hacer, dejad pasar”. Al expulsar agencias que cooperaban en la lucha contra el narcotráfico, se hace eco al espíritu de “dejad al poder del dinero hacer su voluntad”, en Cala Cala y selvas tropicales. Mientras que la rebelión de enardecidos pobladores de Caranavi fue aplastada a la fuerza por osarse a practicar el desacato; catos que alimentan una economía en base a la hoja sagrada son considerados sagrados también. Los hechos acontecidos en Uncía demuestran la selectividad con la cual se aplica la norma; un evento particularmente trágico, porque es la institución que protege la vida la que ha sido cruelmente ultrajada.
Nuestra capacidad científica de determinar causas en base a evidencia empírica queda en duda después de autopsias a terroristas ultimados en un hotel cruceño y policías torturados en un pueblo sin ley. Determinar causas y consecuencias de un fenómeno es particularmente difícil cuando se trata de un fenómeno social. La evidencia de una larga fila de casas vacías en Puerto Evo, que iban a albergar inmigrantes trasplantados a Pando en vísperas de una contienda electoral, parecería demostrar que la ingeniería social no funciona. En esa zona fronteriza, las casas permanecen fantasmalmente desocupadas, ignoradas por los únicos collas en Puerto Evo: comerciantes de vocación que venden en suelo boliviano de todo un poco a brasileros oriundos de Rio Branco y Placido de Castro.
La actual vocación neoliberal se manifiesta en aisladas poblaciones bolivianas donde - en nombre del Estado - el Gobierno decide “dejad hacer, dejad pasar”. En las urbes obligan el riguroso cumplimiento de la ley cuando el Estado vigila a empresarios que crean empleos. Pero cuando se trata de castigar a supuestos contrabandistas y narcotraficantes por asesinar a policías, se aplica un doloroso relativismo moral. Bajo la lógica que intervenir en Uncía hubiese provocado mayor cantidad de muertes que las que hubiesen sido salvadas, (en nombre del Estado) el Gobierno decidió cruzar sus brazos. Los familiares de los policías declararon que compañeros policías de sus maridos asesinados querían intervenir, pero fueron ordenados por sus superiores a acatar los dictados de políticos que parecerían justificar las muertes bajo la sospecha que los asesinados “extorsionaban” a pobres “campesinos”. Y así, el intervencionismo y laissez faire conviven en la Plaza Murillo en una muy localizada esquizofrenia.
Para detener el saqueo de madera y minerales, se declara prioridad la presencia del Estado en zonas fronterizas. Para complementar el papel de las FFAA, una nueva agencia habrá de promover asentamientos humanos donde la presencia del Estado falta aún. La estrategia estará acompañada de un componente económico, lo cual ha de proporcionar evidencia empírica adicional sobre la capacidad del Gobierno de crear desarrollo y proteger nuestros recursos naturales. Pero el recurso más valioso es el humano, un recurso sometido a la ingeniería social desarrollista; mientras que su integridad física y moral es sometida a una justicia laissez faire. Con gran poder, la doble personalidad del régimen cobra cada vez más vida. Un diagnóstico a tiempo tal vez evite se convierta en paralizante esquizofrenia colectiva.
miércoles, 2 de junio de 2010
Riesgo Moral
Un padre que despoja a sus hijos de la capacidad de entender y asumir las consecuencias de sus actos puede incurrir en un “riesgo moral”. Acostumbrado a que papá pague las facturas, el hijo puede nunca desarrollar un sentido de responsabilidad personal. Adam Smith había utilizado el concepto para criticar los riesgos que asumen directores de sociedades accionarias, que administran e invierten dineros de terceras personas con mayor imprudencia de la que utilizarían si jugasen con su propio dinero. Durante el siglo XX la acepción moderna de “riesgo moral” se enfocó en el mundo de los seguros, para denotar la conducta de aquellos que –bajo la lógica que una empresa aseguradora paga los platos rotos – asumen riesgos imprudentes. Hoy “riesgo moral” asume un sentido mucho más sistémico y apocalíptico, para referirse al riesgo a toda la economía global suscitado – por ejemplo – por la codicia de banqueros de Wall Street, que con sus derivados financieros pusieron al planeta al filo del abismo.
En el mundo de la política también existe “riesgo moral”, en la forma de un instinto básico: el de supervivencia. Si bien el instinto de subsistencia puede ser personal, por lo general es el poder del partido el que debe ser conservado. De esta manera, es toda la cúpula gobernante que – cuando se incurre en un riesgo moral - desarrolla políticas irresponsables, con tal de ganar votos. En el corto plazo los riesgos asumidos brindan resultados electorales, lo cual permite al partido permanecer en el poder. En el largo plazo, una vez afincado el poder, el riesgo moral representa el llamado “problema de agencia”, un problema difícil de evitar cuando delegamos a otros nuestro propio bienestar. En términos técnicos, el “principal” (ciudadano común o accionista de una empresa) delega a un representante (o “agente”) el poder de decisión. Este agente luego utiliza el poder delegado para preservar el patrimonio, diseñar políticas de desarrollo, cumplir compromisos contractuales, etc., sea de la sociedad anónima o para toda una nación. El “problema de agencia” surge cuando el partido político en poder (o los directores de la empresa) toman decisiones en beneficio de unos cuantos, en detrimento del conjunto al cual representan.
Regresemos a la economía: cuando se rescata financieramente a entidades, empresas o naciones, aquellos que actuaron con imprudencia pueden no aprender la lección y seguir manifestando su ímpetu de asumir riesgos innecesarios. Un caso paradigmático es la banca, otro es Grecia. El déficit presupuestario de la nación helénica alcanzo el 13% del PIB y la deuda pública por déficits públicos acumulados el 113% del PIB. El Tratado de Maastricht prohíbe explícitamente el rescate financiero de naciones, una clausula que fue sugerida por Alemania. Ahora Alemania debe ser el prestamista de última instancia para salvar a Grecia, al Euro y economía local. Si la UE socapa la irresponsabilidad fiscal de Grecia, el riesgo moral consiste en que otras naciones sigan comportándose irresponsablemente a sabiendas que Europa vendrá a rescatarlos.
En un mundo ideal, Bolivia debería ser libre de expropiar cuanta empresa se nos antoje, en beneficio de todos. El mundo, sin embargo, está lejos de ser ideal, razón por la cual tenemos un Ministerio de Defensa Legal; que estará muy ocupado en cortes internacionales. Nuestra esperanza yace en que el resto del mundo no vea un riesgo moral en las acciones unilaterales que, con inmejorable voluntad de que vivamos bien, asume nuestro Gobierno. Lo ideal sería destruir de un plumazo el sistema, para liberarnos en base a voluntad política de la interdependencia económica y legal. Pero, en nuestra lenta marcha hacia la destrucción del capitalismo, existe la posibilidad que tengamos éxito en desquiciar una economía: la nuestra. Ese es un riesgo que a nadie aún le queda claro.
En el mundo de la política también existe “riesgo moral”, en la forma de un instinto básico: el de supervivencia. Si bien el instinto de subsistencia puede ser personal, por lo general es el poder del partido el que debe ser conservado. De esta manera, es toda la cúpula gobernante que – cuando se incurre en un riesgo moral - desarrolla políticas irresponsables, con tal de ganar votos. En el corto plazo los riesgos asumidos brindan resultados electorales, lo cual permite al partido permanecer en el poder. En el largo plazo, una vez afincado el poder, el riesgo moral representa el llamado “problema de agencia”, un problema difícil de evitar cuando delegamos a otros nuestro propio bienestar. En términos técnicos, el “principal” (ciudadano común o accionista de una empresa) delega a un representante (o “agente”) el poder de decisión. Este agente luego utiliza el poder delegado para preservar el patrimonio, diseñar políticas de desarrollo, cumplir compromisos contractuales, etc., sea de la sociedad anónima o para toda una nación. El “problema de agencia” surge cuando el partido político en poder (o los directores de la empresa) toman decisiones en beneficio de unos cuantos, en detrimento del conjunto al cual representan.
Regresemos a la economía: cuando se rescata financieramente a entidades, empresas o naciones, aquellos que actuaron con imprudencia pueden no aprender la lección y seguir manifestando su ímpetu de asumir riesgos innecesarios. Un caso paradigmático es la banca, otro es Grecia. El déficit presupuestario de la nación helénica alcanzo el 13% del PIB y la deuda pública por déficits públicos acumulados el 113% del PIB. El Tratado de Maastricht prohíbe explícitamente el rescate financiero de naciones, una clausula que fue sugerida por Alemania. Ahora Alemania debe ser el prestamista de última instancia para salvar a Grecia, al Euro y economía local. Si la UE socapa la irresponsabilidad fiscal de Grecia, el riesgo moral consiste en que otras naciones sigan comportándose irresponsablemente a sabiendas que Europa vendrá a rescatarlos.
En un mundo ideal, Bolivia debería ser libre de expropiar cuanta empresa se nos antoje, en beneficio de todos. El mundo, sin embargo, está lejos de ser ideal, razón por la cual tenemos un Ministerio de Defensa Legal; que estará muy ocupado en cortes internacionales. Nuestra esperanza yace en que el resto del mundo no vea un riesgo moral en las acciones unilaterales que, con inmejorable voluntad de que vivamos bien, asume nuestro Gobierno. Lo ideal sería destruir de un plumazo el sistema, para liberarnos en base a voluntad política de la interdependencia económica y legal. Pero, en nuestra lenta marcha hacia la destrucción del capitalismo, existe la posibilidad que tengamos éxito en desquiciar una economía: la nuestra. Ese es un riesgo que a nadie aún le queda claro.
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