sábado, 24 de octubre de 2009

La Derecha Ya Ganó

Hay derechistas por doquier, lo espinoso es saber identificarlos. Unos prefieren que el Gobierno - en lo posible - no interfiera en sus asuntos personales. Otros son más afines a aquellos europeos que hace unos setenta años atrás vestían de negro su nefasta versión del dogma comunitario. Es irónico que cualquier destello de defensa del derecho y libertad individual ahora lo coloque a uno en la columna de esos malvados; mientras que otros aplauden con impunidad que un pueblo otrora oprimido ahora clame por una dictadura popular. Los que exigen represión solían antes pertenecer a una derecha intolerante; aquella que demanda total adhesión a un Estado fascista, que obliga ceder al bien mayor toda potestad privada. Solían ser hijos de falangistas quienes miraban con ternura a la ingeniería social de Augusto Pinochet, añorando el día que en Bolivia ese experimento sea replicado. Ahora es todo un pueblo que – sin saberlo –gira hacia un derechismo recalcitrante.

El frenesí de someter al individuo al servicio de una cabeza orgánica unitaria ha conquistado por fin el afecto del pueblo, algo que la derecha tradicional debería celebrar. La mala noticia para los camisas negras es que el totalitarismo se pinta la cara de rojo, en lugar del azabache que hace palpitar sus malvados corazones. “Cuidado con lo que pides”, reza el refrán, porque se puede volver en realidad. La realidad es que - bajo el manto democrático – se empieza a instituir una neo-monarquía, con todo y mandato en base a la “sangre”.

El concepto de democracia que se avanza justifica cierto sometimiento al yugo del Estado. La esquizofrenia se debe en parte a una oportunista clase media, que vende sus principios a cambio de poder vestir el color de moda. Pero también se debe a que el crimen se ha apoderado de casi toda gran ciudad. Bajo la bandera que la casta neoliberal es culpable de crear la actual extrema pobreza, delincuentes de toda estirpe salen a las calles a reclamar su versión de justicia comunitaria. Justificados ideológicamente por las raíces “neoliberales” de su pobreza, un ejército de ampones impone su propio proyecto de expropiación. La lógica que gobierna en las calles es que los bienes en manos de los “ricos” deben pasar sumariamente a los más necesitados, haciendo valer cuchillo en mano sus derechos revolucionarios.

Esa misma lógica llega hasta la cabeza, quien supone que si su partido obtiene más del 50% del voto, nada de lo que hace como Gobierno puede ser considerado anti-democrático. Bajo esta lógica, la esclavitud del siglo XVIII en EE.UU. era “democrática”, debido a que muchísimo más de la mitad de la población, incluyendo los votos nulos de mujeres y esclavos, estaba a favor de someter a una minoría étnica. En EE.UU. tuvo que haber una guerra civil para establecer que las minorías tienen derechos inalienables; derechos que no están a la merced del capricho de las urnas. Ese espíritu de libertad– “afortunadamente” – ha de ser reprimido con equipos antimotines donados sin ánimo de dolo por el Gobierno venezolano.

Los linchamientos se han vuelto cotidianos. Pero si en barrios de clase media se organizan grupos de vengadores anónimos, que salen armados por las noches para castigar a la horda delincuentes que asaltan, golpean y violan con impunidad, ¿demostraría el Gobierno la misma lacónica actitud que demuestra ante linchamientos o motines protagonizados por el pueblo “verdadero”? Lo dudo, porque el derecho a ser derecha - e imponerse a palos –depende en la Bolivia del siglo XXI del color de la “camiseta”.



Flavio Machicado Terán

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